07-11-2022
Carlos M. Padrón
La glotofobia* la sufrí en carne propia cuando viví en Madrid mientras estuve asignado a IBM de España.
Allí supe que, para algunos peninsulares que tuvieron o tenían contacto conmigo, yo era sudaca, y uno de ellos llegó al extremo de, cuando su jefe le hizo notar, en mi presencia, que yo no era sudaca, sino canario, me miró de soslayo y dijo “Tanto monta”.
El jefe de quien así se expresó de mí —y que, al menos sobre el papel, era jefe mío también—, se limitó a sonreír, lo que fue señal de que él opinaba igual.
Eso, en cualquier IBM del otro lado del charco (por mi trabajo tuve trato con todas) habría sido motivo de despido de haberlo yo denunciado. Y despido tanto para quien dijo lo de “tanto monta” como de su jefe.
Pero, por lo visto, para muchos de IBM-Madrid (no quiero decir IBM-España porque en otros lugares, como Galicia, me trataron a lo grande porque yo veía de Venezuela) era algo tan cierto que no resultaba punible.
Si los que quieren imponer una forma de hablar toman en cuenta las mayorías, no deberían olvidar que la forma de hablar de Canarias, de la que destacan el tan denostado seseo, es básicamente la de Hispanoamérica, o sea, la de un total de 428 millones de personas (426 millones de allá más 2 millones de Canarias) contra 45 millones de España (47, menos los 2 de Canarias), pero como el castizo no se habla en toda la Península, resulta que en España, como se dice en al artículo que copio abajo, no sólo somos los canarios los que sufrimos glotofobia.
Desde mis tiempos viviendo en Canarias antes de irme a Venezuela, el acento y tono castizos, por muchos llamado godo, caía muy mal por lo fonéticamente agresivo, prepotente y despectivo, y de ahí que ahora el doblaje a castizo en películas y series de televisión que pasan en España me parezca vergonzoso, ridículo e irrespetuoso.
Por esto recurro a poner audio en inglés y subtítulos en español de Hispanoamérica, pues cuando no es éste el que está disponible, sino el español que llaman europeo (o sea, el castizo), las traducciones llegan a ser lo que dije: vergonzosas, ridículas e irrespetuosas, pues adulteran a placer lo que en realidad se haya dicho.
En particular se ensañan con el universal ‘OK’ que traducen como ‘vale’ aunque hasta en material de origen tan lejano como China, Japón, Centroeuropa, Rusia, etc. traduzcan ‘OK’.
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06-11-2022
Verónica Pavés
Los canarios son víctimas de la glotofobia, una discriminación lingüística arraigada en España que les penaliza a la hora de encontrar trabajo, alquilar un piso e incluso, desarrollar su personalidad
«Buscamos niños entre 10 y 12 años residentes en Canarias que puedan actuar con acento neutro». Este anuncio real para un casting audiovisual que se publicó hace apenas unas semanas en las Islas esconde entre sus líneas una de las mayores discriminaciones a la que se enfrentan los canarios a lo largo de su vida: ser menospreciados por su acento.
No es un hecho aislado. El seseo, las haches aspiradas o el uso del «ustedes» no concuerda con las leyes establecidas para hacer «un buen uso del español».
Canarias se encuentra en la lista de Comunidades autónomas más perjudicadas por la glotofobia, un fenómeno con raíces clasistas y xenófobas arraigado y aceptado que penaliza a la hora de encontrar trabajo, alquilar un piso e, incluso, desarrollar su personalidad y arraigo hacia su tierra.
El término fue acuñado por primera vez en 2016 por el lingüista Philippe Blanchet. El francés fue el primero en percatarse de que las burlas y estereotipos asociados a los distintos acentos utilizados en su país estaban siendo utilizados para justificar actitudes discriminatorias.
«En su primer estudio comprobó que las personas que mostraban un acento más africano tenían dificultades para acceder a una vivienda, pues muchos propietarios les negaban el alquiler directamente oyendo su voz por teléfono», explica Susana Rodríguez Barcia, lingüista de la Universidad de Vigo.
Aunque este ejemplo parezca desorbitado y lejano, tampoco es inusual en España. «Hay muchas personas que jamás contratarían a un canario por hablar como lo hacen, y esto ocurre incluso en las propias Islas», advierte Antonio Martín Piñero, lingüista de la Universidad de La Laguna (ULL), que acaba de terminar un trabajo de fin de máster en el que evalúa este fenómeno.
El investigador llevó a cabo una encuesta en la que buscaba entender cómo se juzgaba a las personas en relación al lugar en el que vivían. «Cuando fui a evaluar los resultados encontré verdaderas barbaridades», resume Martín.
Las respuestas más suaves relacionaban al canario con la fiesta, el humor o el sexo. Otros tenían muy claro que los canarios eran «perezosos» y «aplatanados». Son muchos canarios los que viven a diario a la sombra de estos juicios de valor, especialmente cuando viajan fuera de las Islas.
En ciudades con Madrid o Barcelona, no es raro encontrarse con comentarios discriminatorios que pueden tener relación con el origen canario (llamándoles africanos, de forma vejatoria), hasta aquéllos en relación con su acento natal, siendo el más común un: «no te entiendo». La mayoría, sin embargo, lo ignora o lo asume.
Pero la discriminación no acaba con los estereotipos o las bromas de mal gusto; la glotofobia permea en muchos otros ámbitos de la vida, incluso dentro de la propia Comunidad.
«Un residente en Canarias llegó a contestar que jamás contratarían a un canario», explica Martín, que asegura que, en este caso, la exclusión tampoco tenía que ver con la edad: «quien respondió así apenas tenía 30 años».
Rodríguez rememora el caso de una conocida cercana que vivió durante cinco años, por trabajo, en Gran Canaria con sus dos niñas pequeñas. «Cuando regresó a Galicia criticaba continuamente a sus hijas, decía que se habían vuelto unas garrulas por el acento canario que habían adquirido», recuerda la lingüista.
Los orígenes de la glotofobia
Los expertos consideran que los orígenes de esta discriminación están en la política centralista del país. Y es que, el hecho de que la mayor parte de las instituciones se encuentren en Madrid, ha permitido que se incentive «un uso correcto de la lengua» en detrimento de todas el resto de variantes, especialmente las del sur.
«Se ha establecido un estándar en el uso de la lengua que se asemeja a cómo se expresan en el centro y el norte de España, como el de Castilla-La Mancha, pero ni siquiera es igual», resalta Martín.
El conjunto de normas ha acabado originando «la fantasía» del acento neutro, un término con el que durante años se ha justificado un conjunto de normas para discernir entre un buen hablante —asociado a una persona culta— y quien no lo hace de manera correcta —usualmente una persona en riesgo de exclusión o con menos acceso a la educación y la cultura—.
Estas reglas de estilo, sin embargo, tampoco son la panacea, pues acaban primando la pronunciación exquisita de todas las sílabas sin errores, por encima de la propia eficacia del acto comunicativo.
Esta concepción del «buen español» se remonta a los orígenes de la Real Academia Española (RAE). Sin embargo, ha sido en la última década cuando la Academia española ha editado obras normativas tales como “El buen uso del español” (2013) o el “Libro de estilo de la lengua española” (2018), donde proponen normas para «exponer pautas de lectura que se ajustan a la pronunciación correcta» u «observaciones y consejos de norma con el fin de advertir al lector de frecuentes peligros de incorrección».
Más allá de la utilidad de estos libros, su mera existencia parece ahondar en el razonamiento de que sólo existe un español correcto, y que el resto de formas de habla son erróneas. «Este tipo de manuales lo que hacen es alimentar la glotofobia», resalta Rodríguez.
Martín Piñero va más allá y critica el papel de la RAE durante las últimas décadas. «Faltan lingüistas y sobran académicos», afirma, puntualizando que el trabajo de una Academia debe ser velar por describir el lenguaje, y no marcar una norma de su buen uso.
Y es que, hasta hace poco, la RAE consideraba el seseo una «deglución del lenguaje». Aunque la definición ha cambiado y muchos conceptos se actualizan, el investigador insiste en que desde la institución «no hay un discurso contrario» al que ha estado presente las últimas décadas y que ayude a acabar con la discriminación.
«Un buen uso de la lengua es conseguir un objetivo comunicativo, no ajustarse a unas normas», concreta Rodríguez. Ambos reflexionan sobre el lenguaje inclusivo, que hoy en día no está admitido por la RAE, pero que muchas personas en España utilizan.
«Estamos sometidos a lo que se admite y a lo que no», sentencia. Asimismo, ambos hacen hincapié en que el buen trabajo que se realiza desde la Academia Canaria de la Lengua es esencial para romper con estas exclusiones.
Años después de que diera comienzo esta silenciosa campaña para inculcar el «buen español» en el ámbito educativo, los telediarios, los documentales, la ficción, el doblaje y la política, en España se ha normalizado el juicio a quien no siga a pie juntillas estas normas.
«Esta fiscalización, que dura las 24 horas del día, es terrible porque no contribuye a que la gente coja soltura en determinados contextos, por tanto, va en contra de la seguridad lingüística», critica Rodríguez.
Los canarios se han convertido así en víctimas de una culpabilización continua por el modo que tienen de expresarse. Pero no es la única. Este rechazo soterrado hacia los acentos diferentes también afecta a otras comunidades autónomas, como Andalucía, Murcia y Galicia, así como al resto de regiones hispanohablantes de Latinoamérica.
Así nacen algunos estereotipos asociados al acento de cada lugar, como que el murciano es «feo», el andaluz es «gracioso» o el canario es «sensual». Unos prejuicios que, a su vez, les invalidan a la hora de aspirar a ser «cultos».
«Toda la parte que no se considera norteña o meridional tiene más prejuicios asociados como la desidia, la pereza o un menor acceso a la cultura», destaca Rodríguez, que insiste en que es «un prejuicio absoluto». La experta lo relaciona, además, con la pobreza.
Las zonas más discriminadas
No en vano las áreas más discriminadas con la glotofobia coinciden con las sur de España y Canarias, donde tradicionalmente las tasas de analfabetismo han sido más altas que la media, el acceso a la cultura ha estado más limitado que en otros lugares de España, y la mayor parte de la población vivía bajo el umbral de la pobreza.
«La glotofobia tiene relación con la aporafobia (fobia a la pobreza) que aparta a las personas que no cumplen mis expectativas sociales», relata. En resumen, se trata de «una forma de clasismo lingüístico o elitismo, asociado al nivel sociocultural y económico», como incide Rodríguez.
La fórmula para encajar en aquellos lugares —sobre todo en el centro y norte de España— donde la glotofobia está presente puede provocar una pérdida paulatina de la propia identidad.
«Son muchos los canarios que al viajar a la Península acaban cambiando su acento», señala Martín. Se trata, como explica Susana Rodríguez, de «crear un personaje» para ser aceptados en un ambiente que resulta poco agradable, pero que a la larga ese cambio resulta poco convincente e irreal. Además, no hace más que incrementar el complejo de los canarios con respecto a su acento.
La glotofobia no sólo proviene del ámbito social. Es común que cualquier canario se encuentre desde pequeño con una batería de estímulos que le animan a «hablar bien», pero que acaban teniendo efectos colaterales. Entre ellos, avergonzarse de su forma de hablar. Todo comienza en el ámbito educativo.
«Ya no es sólo que la mayoría de canarios sepa mejor el linaje de los Reyes Católicos que lo que ocurrió en su tierra durante la conquista española; es que ni siquiera los libros de texto tienen en cuenta las singularidades del habla canaria», resalta Martín.
Se refiere, por ejemplo, al hecho de que ningún libro de Lengua Castellana utilizado en los centros educativos de Canarias contemple la acepción de la segunda persona del plural, ustedes, en los textos que se leen a diario en clases.
Merma de la autoestima
La falta de representatividad de las singularidades del habla canaria en la televisión, el cine y la literatura, así como en los puestos directivos o de autoridad, también genera una merma de la autoestima que comienza en la infancia y se va a haciendo cada vez más.
Algunos lo muestran tratando de matizar o, incluso esconder, su acento cuando viajan fuera de Canarias; otros simplemente dejan de expresar sus opiniones en auditorios en los que creen que no serán aceptados por su acento.
«Hay millones de personas que dicen ‘haiga’, y si se les dices que hablan mal o feo es probable que intenten no hablar más», explica el investigador, que destaca que estos juicios «son capaces de silenciar ciertos discursos de forma implícita».
A estos policías de la lengua se les denomina «hablistas». «Son quienes corrigen continuamente a quien, a su juicio, lo hace mal», explica Rodríguez. Esta fiscalización de las prácticas comunicativas es uno de los motivos por los que estos «constructos artificiales» se mantienen en pie.
Los lingüistas defienden la necesidad de romper estos estigmas acabando con la misma concepción del español único. «Tenemos muchas variedades distintas de español, y es hora de que emancipemos las lenguas», insiste Rodríguez.
El principio del fin de la glotofobia empezará cuando el venezolano, el andaluz, el murciano y el canario se definan de manera autónoma para ganar «independencia intelectual».
(*) La glotofobia se trata de penalizar un acento, mostrar un rechazo hacia el mismo o discriminarlo con un interés elitista. Es decir, la xenofobia del acento, ya que todos, por el simple hecho de haber nacido en un entorno, tenemos un acento.
Cortesía de Juan Antonio Pino Capote