[FP}— Nos ha dejado otro para mí muy querido amigo: Gilberto Cruz Calero (q.e.p.d.)

19-12-2022

Carlos M. Padrón

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Falleció a las 12 de anoche en el Hospital General de La Palma víctima de un repentino derrame cerebral contra el que nada pudo hacerse.

Aunque su nombre era Gilberto, lo llamábamos Bero. Según él me explicó, cuando era pequeño le preguntaban cómo se llamaba, y contestaba que Gilbero. De ahí —y por economía verbal, supongo— se pasó a Bero. Para más señas, se añadía Carracote, que es el apodo dado a su familia desde generaciones anteriores.

Hemos sido amigos desde que yo tenía 12 años, y a partir de ahí cultivamos nuestra amistad y proximidad cada vez que tuvimos oportunidad, siendo la más destacada lo que vivimos según conté en “Agonía en La Caldera: 50° aniversario de una excursión que pudo ser mortal”, una aventura que, porque estuvo a punto de causarnos la muerte, fundamentó nuestra amistad por el resto de nuestras vidas.

Como logramos escapar con bien de este evento, cada vez que pudimos, los cuatro amigos que lo vivimos nos reuníamos en la fecha aniversario para celebrar que aún respirábamos. Con la marcha de Bero, ya quedamos sólo tres.

clip_image0022009. La Cumbrecita. Celebración del 53 aniversario. De derecha a izquierda: Wifredo, Lelo, Bero y yo.

Cuando después él se fue a Tenerife a sus estudios de aparejador y yo ya trabajaba allí, seguimos con lo nuestro. Y estando yo ya en Venezuela, cada vez que tuve oportunidad me acerqué a Canarias y muchas de esas veces fue Bero quien me recogía (o nos recogía, si yo llegaba acompañado) en el aeropuerto y luego me/nos paseaba por Tenerife para que yo hiciera visitas que necesitaba hacer o a conocer lugares no visitados antes. La vuelta a la isla fue algo bastante frecuente.

En la mayoría de nuestros encuentros, tanto en Tenerife como en La Palma, íbamos a “pagar una promesa”, que es el nombre que él jocosamente daba a ir a comer con amigos a un restaurante, pues con su buen humor de siempre le buscaba el lado chistoso a todo.

La foto que sigue es de junio de 1969 cuando desde Caracas vine a El Paso por la gravedad de mi padre, que murió el 24 de ese mes. Bero había venido desde Tenerife por la fiesta del Sagrado.

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Dos veces (1980 y 2001 y siempre un noviembre) estuvo en Venezuela, donde aún tiene familia, y las dos veces estuvo en mi casa. En la visita de 1980 nos tomamos en mi casa esta foto:

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Y en la de 2001 pude devolverle el favor de recogidas y llevadas al aeropuerto. Además, vino a mi casa el día 07 de ese mes y me hizo el honor de quedarse esa noche.

Aunque a nuestras edades la muerte nos golpea cada vez con mayor frecuencia, cada golpe nos duele, y éste ha dolido a muchos, pues Bero tenía muchos amigos que hoy estamos de luto.

Vaya desde aquí nuestro pésame para toda su familia, tanto la de aquí como la de Venezuela, que hoy lloran una muerte inesperada.

Que descanses en paz, querido amigo Bero.

[FP}> 60 años de mi entrada a Olivetti de Venezuela

10-09-2022

Carlos M. Padrón

Hoy se cumplen 60 años de mi entrada a Olivetti de Venezuela, C.A., algo que nunca pensé hacer, pero que, por no desairar a un compañero de trabajo que yo tenía en Comercial Barberá, acepté acompañarlo a Olivetti, donde él había trabajado antes, para que me hicieran una entrevista de trabajo, pues, según ese compañero de trabajo, en Comercial Barberá estaba yo perdiendo el tiempo.

Mientras esperaba que me recibiera quien en Olivetti me iba a entrevistar, vi cómo una máquina imprimía sola registros contables, y eso me enamoró. Mal sabía yo que ese incidente sería el comienzo de mi camino hacia IBM y hacia los mayores cambios en mi vida.

Quien me entrevistó en Olivetti fue José Cerezo, natural, como yo, de la isla de La Palma, y acepté el trabajo que me ofreció siempre que éste me diera acceso a entender la programación de la máquina que los dos oíamos trabajando sola.

Como gerente que Cerezo era del departamento encargado de la venta de tales máquinas, aceptó mi condición, y así, el 24/08/1962 dije adiós al catalán Floreal Barberá, dueño de Comercial Barberá, y el 10/09/1962, después de los quince días de preaviso que debí cumplir con esa firma, entré en Olivetti.

El compañero de trabajo que me llevó a Olivetti era un gallego de apellido Álvarez, de profesión auditor, que también regresó a Olivetti, pero que, para cuando yo destaqué en esa compañía y quise darle las gracias, ya se había ido. Por más que lo busqué, no di con él, y quedé con el mal sabor de boca que me deja el no poder mantener contacto con las personas que han sido claves en mi vida.

Como ya lo hice en el artículo “Mi llegada a la computación y a IBM – Un tributo a quienes influenciaron mi vida. Hechos y anécdotas”, hoy publico esto como un intento más de hacerle llegar a Álvarez mi agradecimiento.

[*FP}> Un aniversario más (y no uno cualquiera) de la excursión que pudo ser mortal

Hoy, día 6, es el 66 aniversario de la aventura que tres de mis amigos y yo vivimos en nuestra excursión a La Caldera (El Paso), según relaté en este artículo:

Agonía en La Caldera: 50° aniversario de una excursión que pudo ser mortal

Hemos de agradecer que, aunque todos ya octogenarios, a pesar de enfermedades y dolencias, algunas propias de la edad y otras no, los cuatro estamos aún vivos y nos vemos así:.

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Y los cuatro debemos estar alertas porque se dice que 666 es el número del Anticristo, algo que, de ser cierto, presagiaría un mal año para nosotros, como ya lo fue para la entonces muchacha que mencioné en mi relato.

[*FP}— Acerca de mi libro «Aquel futuro de mil caminos». Reedición con aclaratoria

Los Llanos de Aridane, 23-05-2022

Después de saber la opinión que acerca de mi libro “Aquel futuro de mil caminos” tienen muchas personas que, a diferencia de muchas otras, nunca emigraron a Venezuela, he caído en cuenta, siete años después, de los errores que en mi libro cometí. El más básico es que debí reseñar uno por uno los 24 casos reales que contiene el libro, y sin hacer que todos fueran vivencias de Mario, el protagonista, un personaje que, ahora lo entiendo, inventé sin necesidad.

Creo que este libro es el menos comprendido de los editados en Canarias porque sólo lo entienden quienes nacieron terminada ya la Guerra Civil, fueron educados bajo la represión sexual impuesta por el dúo Iglesia-Franquismo, y emigraron a Venezuela en la década de los años 60. Me incluyo entre esas víctimas.

La mayoría de estas personas ya murieron, y las que quedan aquí, pero que no emigraron, opinan que mi libro es (doy sólo algunos ejemplos) la historia de un hombre que tuvo mala suerte en el amor, una biografía agazapada (ojalá hubiera sido yo el protagonistas de algunas de las vivencias de Mario), una novela de la que se espera continuación a ver qué pasa con el matrimonio del protagonista, una novela cuyo protagonista es un gilipollas, etc. O sea, fracasé en mi intento de poner de relieve los estragos causados por esa represión, porque, simplemente, ésos que no salieron de aquí no sufrieron sus nefastos efectos y, como no emigraron a otras tierras, no tuvieron con qué comparar.

La prueba más clara de esto salió de mi conversación con un matrimonio coetáneo de dos buenos amigos míos pasenses que nunca emigraron. Hablando acerca de mi libro y de los hombres pasenses que emigraron a Venezuela y olvidaron a la mujer e hijos que aquí habían dejado, la amiga me dijo que en su barrio se dieron tres casos. Mi respuesta fue que si eso lo proyectaba a todo El Paso, los casos tal vez llegarían a la docena, incluido el de ‘fulanito’, pariente lejano de ella.

Asombrada me preguntó si yo conocí a ‘fulanito’, a lo cual respondí que lo conocí porque fui a verlo, hablé con él y su caso está en mi libro. La próxima pregunta de ella fue que por qué haría él eso, a lo cual respondí que porque, según me dijo él y me dijeron otros (y me ciño a argumentos comunes a todos los casos), la respuesta sexual que en Venezuela recibían de la venezolana que allá habían encontrado como pareja les hizo sentirse liberados y ver lo que, más que falta de interés, sintieron ellos como desprecio, engaño o trampa de parte de la mujer que aquí habían dejado, algo que había afectado su autoestima y les había hecho perder el legítimo disfrute del sexo que ahora conocían y que aquí nunca tuvieron.

Seguros de que la mujer de aquí ni siquiera en el cuidado personal podría cambiar, y jamás podría darles lo que les daba la de allá, decidieron no volver.

La respuesta que mi amiga dio a esta mi explicación me dejó frío: “¡Como si eso fuera tan importante!”. En su cabeza no cabe que lo sexual pueda producir tales consecuencias.

Entendí que así pensarían todas las de su época, y que ella no había hablado al respecto con las mujeres que, digamos que de La Palma, emigraron a Venezuela en compañía de sus maridos, o se reunieron con ellos más tarde, y, después de estar allá por un tiempo, algunas cayeron en cuenta del daño que les había hecho la represión sexual, de la que ellas, al igual que sus maridos, habían sido víctimas.

Las que nunca aceptaron esto no lograron sacudirse ese lastre, y pagaron el precio, y hubo otras que, al igual que sus maridos, sí se lo sacudieron y hasta consiguieron sacarle provecho permanente, pues esa represión deja huellas imperecederas.

Repuesto del shock que me causó la esclarecedora respuesta de mi amiga, comprendí que en mi libro debí decir que el estrago que esa represión ocasionó entre esos hombres emigrados a Venezuela —hombres que en Canarias fueron ciudadanos ejemplares por íntegros, honestos y trabajadores—, debe ser analizado al revés, o sea que si  partiendo de los efectos se valora la causa, hay que concluir que algo que produjo tan terribles efectos tiene que haber sido una causa terriblemente dañina, como realmente lo fue.

Y así he llegado a pensar que el título de mi libro debió ser “El por qué de las viudas blancas”, pero cuando lo escribí desconocía yo el apropiado nombre que en un documental canario le habían dado a las mujeres cuyos maridos emigraron a Venezuela y se olvidaron de ellas: viudas blancas.

P.D.- Porque no había mujer ni hijos involucrados, y por no reactivar el dolor de un hermano, buen amigo mío, no mencioné en el libro el caso de un pasense de 20 años que a la semana de haber llegado a Venezuela salió a cenar con unos amigos paisanos que lo habían acogido en Caracas y, terminada la cena, los amigos lo llevaron a un burdel. Una prostituta le mostró lo que el muchacho nunca había visto, y éste cayó muerto fulminado por un derrame cerebral.

¿Qué veinteañero de ahora no sabe de sexo y no ha visto, aunque sea en fotos, el cuerpo desnudo de una mujer? Eso explica por qué cuando leen mi libro dicen que Mario era un gilipollas.

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04-09-2015

Carlos M. Padrón

De la presentación oficial

Como anuncié en «Presentación de mi novela «Aquel futuro de mil caminos«», el acto tendría lugar el viernes 21/08/2015 a las 20:00 horas, en la Casa de La Cultura de El Paso, y así fue.

Gracias a la valiosa y desinteresada colaboración que para el caso pusieron varios de mis amigos, el presentador oficial fue el Dr. Oswaldo Izquierdo Dorta, quien es Doctor en Filología Románica, catedrático de Lengua y Literatura Española, inspector en Enseñanza Secundaria, profesor de la UNED, así como escritor e investigador, y sobre su obra y currículo podrán verse datos en estas entradas:

Confieso que yo no tenía idea de la existencia de este tipo de presentaciones de libros, y cuando el amigo Roberto González me lo mencionó, lo asocié con las imágenes vistas en TV en las que aparece un escritor que, sentado en una librería junto a una pila de ejemplares de su libro, firma los que la gente compra. Pero no, se trata de algo muy diferente.

En este caso, y como muestra la foto que sigue, tras una mesa ubicada sobre el escenario de la Casa de la Cultura de El Paso nos sentamos el Dr. Oswaldo Izquierdo (a la izquierda), don Andrés Carmona (al centro) —concejal de cultura del Ayuntamiento de El Paso, y gracias a quien se consiguió fecha y lugar para celebrar este acto como uno más de los correspondientes a la Bajada de la Virgen del Pino—, y yo, frente a una audiencia de más de 40 personas que, según opiniones dadas luego por conocedores de estos actos, fue más que buena para un pueblo agropecuario y pequeño como El Paso, y para un acto que, porque no fue previsto con la debida anticipación, no pudo aparecer en el programa oficial de las fiestas de esa bajada, y que, por ello, apenas tuvo promoción.

Durante la intervención de don Andrés Carmona

Abrió el acto don Andrés Carmona, quien me presentó ante el público, y luego el doctor Oswaldo Izquierdo hizo lo que considero una detallada y precisa exégesis de mi novela, pues captó con precisión el trasfondo que en ella hay.

Terminada la disertación del doctor Izquierdo, éste invitó a un coloquio y a una sesión de preguntas y respuestas entre los asistentes y yo, acto que tuvo la virtud de emocionarme más allá de lo que me habría gustado hacerlo, y, entre esto y la dedicatoria y firma de los ejemplares que de «Aquel futuro de mil caminos» compraron algunos de los asistentes, trascurrió más tiempo del que nos habían asignado para este acto.

A quienes no hayan leído aún mi novela ‘Aquel futuro de mil caminos’, les sugiero que escuchen antes, en la voz de los expositores, los archivos de audio asociados a las entradas que siguen (la sugerencia es también válida para quienes ya la hayan leído):

  1. Introducción a cargo de don Andrés Carmona
  2. Presentación a cargo del Dr. Oswaldo Izquierdo
  3. Coloquio con el autor
  4. Sesión de preguntas y respuestas

Nota: Estos cuatro archivos son de audio, pero, como fueron grabados desde lejos y con un celular, para escucharlos hay que darle mucho volumen al aparato donde se los reproduzca y, si posible, usar auriculares.

O lean la versión escrita de la

Durante las dedicatorias y firmas

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Después de la presentación, una foto de familia

De izq. a derecha: Violeta Padrón, Chepina Pernía de Padrón, Víctor Hernández Padrón, María del Carmen Padrón, María Celia Padrón, y Carlos M. Padrón

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Y un brindis de celebración

Sólo me resta expresar, una vez más y por este medio, mi agradecimiento a todos los asistentes, a don Andrés Carmona, quien, aunque avisado ya tarde, consiguió darnos espacio y tiempo para la presentación, y a los buenos amigos:

  • Dr. Oswaldo Izquierdo, por su excelente análisis de mi novela,
  • Roberto González Rodríguez, quien se encargó de servirme de enlace personal con la editorial, y a tal fin viajó dos veces desde La Laguna a La Orotava.
  • Javier Simón, quien se prestó a recibir y entregar los libros destinados a El Paso.
  • Dr. José María Brito Pérez, quien efectuó ante Oswaldo Izquierdo las gestiones oportunas para que éste hiciera la presentación de que trata este artículo.

Comoquiera que el amigo Wifredo Ramos, cronista oficial de El Paso, no pudo asistir a esa presentación, me hizo llegar el texto de lo que en ella habría usado como guía para una disertación; un texto que, como Wifredo estuvo apremiado de tiempo por incidentes imprevistos y de última hora, resultó una especie de resumen de apuntes para una exposición más larga y elaborada. El resumen puede verse AQUÍ.

[FP}— Cómo zafarse del drogamor. Un caso verídico

Nota previa.- Pasados 25 años de lo que abajo relato, y lejos ya de Venezuela, me decido a completar y publicar hoy lo que, estando aún en Venezuela, comencé a escribir el 29-11-2012. Es un resumen que incluye lo que, del caso que relato, considero más relevante para el propósito de este artículo, que no es otro que ilustrar cómo zafarse del drogamor.

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27-09-2021

Carlos M. Padrón

Por los varios artículos que en esta sección he puesto hablando de que no sólo es posible zafarse del drogamor, sino que hacerlo es una cuestión de importancia vital, he recibido por e-mail muy variopintas observaciones, algunas cuasi burlas, y también abiertas peticiones de que explique cómo puede un drogamorado escapar del peligroso drogamor.

En la sección Drogamor dije que la clave para escapar es usar la decactetización hasta que el caso esté debidamente ‘elaborado’, o sea, listo para su cierre sin dejar cabos sueltos que nos persigan de por vida.

Pero como eso parece no haber sido suficiente, por cuanto se me piden explicaciones más detalladas, voy a contar, de forma muy, pero muy resumida, cómo logré zafarme del drogamor la cuarta vez que caí en él, pues fue para esa vez, y no para las tres anteriores, cuando ya sabía qué hacer para salvarme. Antes, ni siquiera había acuñado yo la palabra ‘drogamor’.

La historia —verídica, aunque he cambiado nombres de personas hechos y lugares— ocurrió hace 25 años, y aquí la reduzco sólo a los hechos y palabras relevantes para el fin mencionado, o sea, para ilustrar cómo detectar que se está drogamorado, y cómo aplicar la decactetización. Y la magnitud de tal reducción sólo puede apreciarse cuando se sabe que el caso al que apliqué con éxito la decactetización me tomó nada menos que 3 años y 9 meses de mi vida (exactamente 1.341 días). Tuve buen cuidado de anotar las fechas, porque eso ayuda para el proceso de decactetización.

Lo puesto en letra cursiva son comentarios míos que destacan puntos clave en el proceso de decactetización.

***

Cuando yo llevaba poco más de un año en Madrid, en uno de mis viajes a Venezuela en 1995 fui a una oficina bancaria a hacer una operación que requería de mi presencia personal, y me atendió la gerente del departamento, una dama llamada Vanessa.

Según mi inveterada costumbre, en silencio la examiné en detalle, y me pareció atractiva aunque no mucho. Su cara era bonitica y su cuerpo me pareció bien proporcionado para su tamaño, si bien su actitud me resultó un tanto infantil para una mujer cuarentona.

Por motivos de la evolución de esa operación bancaria, Vanessa me llamó varias veces a Madrid, y como en especial la última de las llamadas me evitó un problema crediticio, de regreso definitivo en Venezuela la llamé para darle las gracias, y la invité a almorzar.

Dudó por un momento. Le pregunté si había algún problema y me dijo que no estaba segura de si el banco permitiría que sus gerentes socializaran con clientes, pero que no iba a preguntar, sino que se arriesgaría a aceptar mi invitación.

Y después de ese almuerzo vinieron otros, además de cenas, asistencias a fiestas —con baile como parte de ellas—, bautizos, reuniones y diligencias de familiares suyos, etc.

En largas chácharas nos contamos nuestras vidas. Vanessa era, al igual que yo, divorciada, y tenía una hija adolescente. En Caracas, y por razones sociales y de trabajo, conocía a medio mundo, gozaba de don de gentes, y su manera de actuar y hablar resultaba fresca, abierta y simpática.

Pasados unos cuatro meses de nuestra primera salida, para mi sorpresa —pues, como ya dije, no me deslumbró tanto cuando la vi por primera vez— caí en cuenta de que me había enamorado de aquella mujer, algo que, como siempre ocurre, Vanessa notó antes que yo, y procedió a comportarse en consecuencia, haciendo gala de lo que luego vi muy claro: un deseo de manipular nuestra relación, de un estira y encoge que sólo satisfacía a su ego.

Más tarde entendí que tenía razón una veterana astróloga que me dijo que no había conocido a un Aries que no fuera sádico y engreído, y Vanessa era Aries.

A pesar de ser, como de hecho soy, un romántico confeso e irredento, soy también poseedor de una poco frecuente pero útil dicotomía entre sentimiento y razón. Y ésta, la razón, saltó de inmediato y me recordó que apenas me separé de la que fue mi mujer, se me dijo que no se me ocurriera establecer ninguna relación sentimental seria antes de que pasaran unos tres años, algo de lo que tomé buena nota porque me gusta escarmentar en cabeza ajena.

Y ahí comenzaron mis dudas sobre mi relación con Vanessa, pero, sintiéndome huérfano de afectos, me arriesgué a seguir adelante porque tampoco era bueno cortar en seco y porque no había encontrado yo aún el fallo por donde abrir el hueco de la decactetización.

Aguantar por lo menos 18 meses sin formalizar ningún compromiso mayor (vida en pareja, embarazo, etc.) es clave para descubrir ese fallo. El primero de los tres fallos que más contribuyeron a que la decactetización consiguiera su propósito tuvo lugar exactamente a los 18 meses del comienzo de mi relación con Vanessa.

De los casi diarios almuerzos y cenas —a veces ambos el mismo día; creo que mientras salí con Vanessa visité más restaurantes que los que había visitado en toda mi vida, lo cual es muy significativo habida cuenta de que no soy amigo de ellos— pasamos a reuniones, diurnas y nocturnas, en nuestras respectivas casas, excursiones de montaña, viajes al interior del país, con pernocta en un buen hotel si el viaje era de más de un día, etc.

En la primera de esas excursiones montañeras, a las que Vanessa iba siempre vistiendo un pantalón lycra muy ceñido, me puse deliberadamente detrás de ella para recrearme mirando su trasero bien formado, pero no hubo en mí la explosión de atracción sexual que era de esperar, algo tan insólito que se me hizo claro que si yo seguía con aquella mujer era debido a mi orfandad de cariño, lo cual, pensé, era para una relación una base mejor que el sexo, pero eso no disipaba las dudas que la relación me había creado.

Y fue entonces cuando, sumando esto al sadismo y a cómo Vanessa me lo aplicaba aprovechándose de una necesidad emocional mía que no era correspondida en igual medida, decidí comenzar el largo y minucioso proceso de decactetización recomendado por el Dr. M. Scott Peck.

Para ello empecé a tomar buena nota de lo que sigue, y a magnificarlo adrede al máximo, enfatizando sólo lo malo que podría generar en el futuro.

  • Las acciones y rasgos de carácter que Vanessa tenía, y que a mí, aunque me gustaban en ella, nunca me gustaron en ninguna otra mujer. Síntoma típico de drogamor.
  • Sus afirmaciones sobre cómo sería su proceder ante ciertas situaciones que yo consideraba importantes.
  • Sus opiniones sobre asuntos clave, como la imagen sobre sí misma, los hombres, el sexo, la relación de pareja, su familia, sus amistades, etc.

Y, sobre todo, yo esperaba poder cazarla en una mentira, en un incumplimiento, en una falta de honestidad, o sea, en una falla de las que para mí son de vital importancia, como lo es el engaño.

La consiguiente lucha entre drogamor y decactetización me deprimió, mis defensas se vinieron abajo, y me pasaba enfermo la mayor parte del tiempo, de lo cual se aprovechó, entre otras, mi afección de garganta que reapareció más agresiva que nunca, y un día, estando yo en México, la depresión me dejó totalmente mudo y no pude completar el trabajo que allí había ido yo a hacer.

La parte buena de la crisis de lo de la garganta fue que mi otorrino descubrió que la causa era una vieja sinusitis cuya mucosidad, ya rancia, se había adherido a la pared trasera de los senos nasales, y tendrían que operarme para extraerla. El día que fui a que me hicieran los últimos exámenes y se fijara la fecha de mi operación, el otorrino, un excelente profesional, me miró muy serio y, sin más, me dijo: «Ven cuando estés mejor, pues yo no meto al quirófano a nadie que esté deprimido». Eso, que me sonó a humillante bofetada, tuvo la virtud de picar mi deteriorada autoestima y darme ánimos para continuar, con redoblados bríos, el proceso de decactetización.

Mo operación, que fue en la mañana, requirió que me quedara hospitalizado por una noche. Vanessa se ofreció a quedarse conmigo, a lo cual me negué.

Entre los diálogos que sostuve con ella, y a los que saqué mucho provecho, destacan éstos:

—A todos los hombres que me han amado [que eran unos tres, según me dijo], incluido el padre de mi hija, los he dejado yo, y todos siguen amándome todavía—, me dijo un día.

—No soy un hombre como ésos—, le respondí.

—No, tú eres masoquista, pues te vas y siempre vuelves.

Era cierto que yo hice eso varias veces, pero lo que ella no sabía era que yo lo hacía para darme un respiro, para recapitular repasando todo lo ocurrido, revisar mi estrategia, ajustarla a los hechos, recuperar ánimos y volver luego a buscar más argumentos. Fueron esas vueltas mías lo que ella interpretó como masoquismo.

Otro diálogo de antología fue el siguiente. Decidido a comprobar lo que ya yo suponía, le pregunté:

—¿Qué esperas del hombre que sea tu pareja?

Sin pensarlo apenas, como si ya la respuesta la supiera de memoria y la tuviera lista para soltarla en cualquier momento, me dijo:

—Que me consienta; que me sea fiel; que siempre crea que soy, y me lo diga, una mujer única y especial; que me lleve de viaje a países que me gustaría conocer; que me lleve a cenar a buenos restaurantes; que le guste que yo vaya de compras; que no olvide agasajarme en las fechas de nuestros aniversarios; que no critique nada mío…

—Y todo eso, ¿a cambio de qué?—, le pregunté.

Creo que si en aquel momento ella hubiera descubierto algo tan impactante como que yo era extraterrestre no habría puesto la expresión de asombro que puso. Se quedó boquiabierta, mirándome fijamente y, a todas luces, sin saber qué contestar, pues, según me dijo tiempo después, ese hombre tenía que darse por más que satisfecho con sólo tenerla a ella por mujer. [Claro, ¡cómo no se me había ocurrido tan obvia y equitativa correspondencia!].

Y, después de una larga pausa, me preguntó, entre asombrada y molesta:

—¿¡Cómo que a cambio de qué!?

—Sí, quiero saber qué le darías tú al hombre que satisfaga esa larga lista de aspiraciones que tienes—, le expliqué.

Nuevo titubeo, esta vez ya bastante azorada y algo sonrojada —nunca supe si de ira o de vergüenza—, y, de pronto, una respuesta insólita:

—Bueno, ¡le haría sopitas ricas!

Ante ésta y otras declaraciones de calibre parecido, me encontré indeciso en cómo definirla: si una adolescente cuarentona, o una cuarentona adolescente.

Otras «perlas» que de inmediato alimentaron la batería de la decactetización fueron:

  • “No quiero hacerte daño”, me dijo un día en que era obvio mi deplorable estado de ánimo, pero lo dijo en tono sarcástico, pues ella estaba muy consciente de los efectos que su actitud me causaba. Y otra vez recordé lo de la astróloga y los Aries.
  • «¿¡Cuándo me he quedado yo en casa un viernes en la noche!?». [Siendo, como soy, eminentemente hogareño, no tendría futuro una relación mía con una mujer así].
  • «¿Para qué sirven los hombres? ¡Sólo para hacernos hijos!». [Con tal creencia, ¿qué relación heterosexual puede salir adelante?].

Y lo más valioso de todo fueron, entre otros de índole similar, los tres hechos que detallo a continuación y que, cuando comenzaron, los bauticé como Putadas de Vanessa.

En una gasolinera de Caracas vi una calcomanía (pegatina) con las siglas PDV a las que de inmediato les di mentalmente el significado de Putadas De Vanessa y, para mejor recordar lo de las putadas y sacarles provecho en el proceso de decactetización, compré la calcomanía y la pegué en la parte externa de la base de la maleta —donde ésta tiene las ruedas— que usaba yo en mis frecuentes viajes.

Así, cuando al regresar de un viaje esperaba yo en el área de recogida de equipajes del aeropuerto, y aparecía mi maleta en la banda giratoria, siempre veía las letras PDV que refrescaban en mi memoria lo que para mí significaban, enfriaban mis ganas de ver a Vanessa después de mi viaje, y me preparaban para recordar y aprovechar más las PDVs ya habidas, y las más que sospechaba yo que vendrían.

Así fue, y éstas fueron las tres PDVs que me sacaron del hoyo:

1.- La parrillada

Un amigo y compañero IBMista me invitó —además de a otros varios compañeros, con sus cónyuges o novios/as— a una parrillada en su casa un sábado de junio de 1997. No queriendo ser yo el único que, posiblemente, asistiría sin pareja, pedí a Vanessa que me acompañara.

Me dijo que sí, pero una hora antes de la convenida para salir me llamó para decirme que no, porque unos amigos la habían invitado a la práctica de un deporte que a ella le gustaba mucho.

[Alguien que no cumpla su palabra no tiene futuro conmigo].

2.- La boda

Al recibir yo en agosto de 1997 la invitación a la boda del hijo de un buen amigo mío, le pedí a Vanessa que me acompañara a esa boda. Miró su agenda y me dijo que, por trabajo, tendría que viajar al exterior, pero que regresaría a tiempo para acompañarme. Sin embargo, dos días antes de la boda, por vía de su familia me envió aviso de que no podría estar de vuelta a tiempo.

Cuando por fin regresó y le pregunté qué había pasado, su respuesta, sin tapujos, fue que unos amigos la habían invitado a quedarse unos días más en la casa de ellos.

Al notar mi poco agradable sorpresa, y sabiendo ella que soy persona que cumple lo que promete, me dijo tranquilamente: «Carlos, con tal de hacer algo que me guste, prefiero incumplir lo prometido a alguien, que tener que lamentar el no haber disfrutado de ese algo por querer cumplir lo que prometí».

[«Otra joya más para mi colección», me dije].

3.- La película

Un domingo de septiembre de 1999, al regresar de uno de nuestros casi fijos almuerzos de fin de semana, pasamos frente a una sala de cine en la que anunciaban el estreno de la película “The Thomas Crown affair”. Al ver el cartel de anuncio, Vanessa dijo:

—¡Ay! Yo vi esa película hace años y me gustó mucho. Me han dicho que ésta es un remake y me gustaría verla.

—¿Cuándo quieres que vengamos?—, le pregunté.

—Pues podría ser el martes a la función de las 6:30 de la tarde.

—Bien— le respondí—, el martes te llamaré antes de ir a recogerte.

Y así lo hice desde mi oficina, pero me contestó que no podría ir conmigo a ver la tal película porque se le había presentado un compromiso. Me quedé tranquilo y me fui a mi casa.

El sábado siguiente —o sea, apenas cuatro días después— al pasar de nuevo frente al mismo cine, Vanessa, de lo más tranquila, me dijo

—No me gustó la película.

La sorpresa al escuchar eso me generó el presentimiento de que algo bueno resultaría, así que, también muy tranquilo, le pregunté:

—¿Y cuándo la viste?

—El pasado martes—, contestó sin inmutarse.

Y ésa fue la gota que colmó el vaso: a la tercera fue la vencida. Me costó un mundo reprimir un grito de triunfo, aunque, por más que traté, no pude disimular una sonrisa. Extrañada, Vanessa me preguntó de qué me reía, y al contestarle que se debía a que me había acordado de un chiste, ella —cuyo sentido del humor, al igual que su oído musical, brillaban por su ausencia— replicó «¡Tú y tus chistes!».

Llegados frente a su casa me invitó a entrar, pero rehusé. Nos dimos el acostumbrado beso de despedida y, rebozando alegría, puse rumbo a la casa mía.

Por fin había yo conseguido y puesto en su lugar la última piedra del edificio de la decactetización: ¡Vanessa me había engañado, me había incumplido tres veces, y se había quedado tan fresca!

Era la prueba de deshonestidad que yo había estado esperando, la que concluía el proceso de elaboración del caso y me permitía cortar, sin más, aquélla para mí peligrosa y dañina relación. Esa noche dormí a pierna suelta, tan bien como no había dormido en años.

Como pasaron varios días y no la llamé, me llamó ella:

—¿Por qué no me has llamado?—, me preguntó.

—Porque se acabó lo que tú creíste masoquismo—, fue mi respuesta.

—¿Y cómo es eso?—, replicó sorprendida.

—Pues que no soy como esos hombres que dices que te siguen amando aunque los dejaste. Se acabó, Vanessa, esta vez soy yo el que deja.

Tal vez pudo más el impacto de tal declaración que la curiosidad por saber más, pues cortó la llamada.

Meses después, cuando yo estaba ya con Chepina, nos encontramos a Vanessa en un centro comercial, y las presenté. No sé qué impresión sacaría Vanessa de ese encuentro, pero días después vino a mi casa para, según me dijo, comprarme un CD de canciones de mi hija Elena.

Entró, no sentamos, uno frente al otro, en el porche trasero, le serví una copa y ella, que venía en falda bastante corta, cruzó las piernas y comenzó a balancear el pie que le quedaba en el aire, de forma tal que la zapatilla que calzaba ese pie hacía, al chocar contra el calcañar, un ruido muy audible, tanto por la intensidad como por la machacona frecuencia.

Al no estar ya drogamorado sospeché de inmediato que algo tan premeditado tenía que ser una trampa. Miré de reojo las zapatillas y caí en cuenta de que eran unas que yo le había regalado, así que me hice el loco y no me di por aludido.

Habrían pasado unos 5 minutos cuando, sin más, me preguntó:

—¿Y qué es de la vida de la mujer que me presentaste el otro día en el centro comercial?

—¿Te refieres a Chepina?—, le pregunté a mi vez para no dar oportunidad a que luego me dijera que se trataba de otra.

—Sí, creo que me dijiste que se llamaba así.

—Pues está trabajando.

Entonces miré adrede miré mi reloj y añadí,

—Ya debe llegar dentro de un rato.

Vanessa enrojeció de golpe y, con voz alterada, me preguntó:

—¿¡Quieres decir que vive aquí!?

—Sí, somos pareja—, le respondí muy tranquilo.

Se levantó de inmediato y se fue a toda prisa.

Después de tantos años, las pocas veces que, por algún hecho azaroso, recuerdo el caso Vanessa y me percato de cuán a punto estuve de caer en un negro precipicio, me recorre un escalofrío. Y de nuevo, como aquel lejano día en que me sentí al fin liberado y lúcido, recuerdo también que éste fue en mi vida el cuarto —y espero que último— episodio de drogamor, y me vienen a la memoria unos versos entresacados de la «Balada del niño arquero», maravilloso poema de mi inmortal paisano, el gran poeta Tomás Morales, que mentalmente recito así:

    Cuatro veces, drogamor, me has herido.
    Más de cuatro pasaron tus flechas silbando a mi oído.
    He cerrado la verja de hierro que guarda la entrada
    y he arrojado después al estanque la llave oxidada.

[FP}— Hoy se cumplen 60 años de mi llegada a Venezuela

26-07-2021

Carlos M. Padrón

En detalle expliqué esa llegada en los dos artículos que refiero abajo. Ya han pasado 60 años, pero, no puedo usar la manida expresión ‘parece que fue ayer’ porque ese gran hito en mi vida tiene ya más visos de sueño que de realidad, y se me antoja aún más irreal cuando, como ahora, lo recuerdo desde mi tierra natal.

[FP}— Carlos Padrón lleva al pasado al alumnado del IES de El Paso con una charla sobre personas que poblaron el paisaje cotidiano del municipio

Carlos Padrón lleva al pasado al alumnado del IES de El Paso con una charla sobre personas que poblaron el paisaje cotidiano del municipio

Dentro de las actividades de la Semana de Canarias que tienen lugar en el IES El Paso para celebrar el día de la Comunidad, este martes ha tenido lugar la conferencia «Remembranzas, personajes y anécdotas de El Paso de los años 50» a cargo del escritor e historiador Carlos Padrón.

Texto de la charla a IES El Paso

[FP}— Hoy cumple Padronel 15 años

23-05-2021

Carlos M. Padrón

A finales de 2016, antes de dejar yo Venezuela, retiré de este mi blog la publicidad que había tenido por años y que pagaba con creces los gastos de alojamiento (host) del blog y de los aditamentos (plug.ins o widgets) que en él había yo puesto.

Con el auge del uso de los smartphones vs. las PCs, el pago por publicidad ya no cubría gastos y decidí alojar el blog en WordPress —donde al momento está y espero que esté mientras dure—, lo cual me obligó a prescindir del 90% de los aditamentos; y también le cambié el formato de uso a uno que requiriera menos atención de mi parte.

Uno de los aditamentos de los que tuve que prescindir es el que me decía dónde en el mundo veían Padronel, usando para ello, como ilustra esta imagen de un mapamundi plano,

Padronel en el mundo

Cada punto azul corresponde a un lugar donde había personas que visitaban este blog. La imagen de arriba es de noviembre de 2008 cuando el total de posts vistos alcanzó el millón. Hoy, que ya va por más de 4.910.000, de estar aún en operación este mapa, por lógica debería tener más puntos azules.

Sobre los orígenes de este blog y las satisfacciones que me ha dado, di explicaciones en este post.

Desde hace años, Padronel constituye mi único “trabajo” al que dedico un mínimo de tres horas diarias, algo que seguiré haciendo mientras tenga ánimos para eso y mis neuronas me ayuden.

De nuevo, gracias a todos los que lo visitan, y en especial a los que han dejado y dejan comentarios.

[FP}— Nos ha dejado un para mí más que querido amigo: José Luis Herrera Pais (q.e.p.d.)

01-02- 2021

Carlos M. Padrón

Aunque su nombre era José Luis, todos, y desde siempre, lo llamamos Luis o, si había que especificar, Luis Herrera. Ésta es la foto que puso y mantuvo en WhatsApp hasta el momento de su muerte.

De WApps

Luis nació y se crió en la casa cuyo solar lindaba con el de la mía natal. De ahí que fuéramos amigos desde niños y que juntos hiciéramos algo, casi todos los días, hasta que yo dejé El Paso en 1957. Por vínculos de vecindad y afinidad, la relación entre su familia y la mía fue muy estrecha, mucho más que la que mi familia sostuvo con otras con las que teníamos vínculos genéticos. Entre esa afinidad destacaba la que había entre Arturo, padre de Luis, y Tomás, mi padre. Fue Arturo, junto a mi tío Daniel, quien estuvo presente cuando mi padre murió, y fue quien atajó el arranque de ira que me sobrevino ante el dolor de la pérdida.

La vida de Luis estuvo signada desde el principio por hechos de corte trágico, tanto en su propia familia como en las que tenía por vía paterna y materna. En parto controlado por una partera, como todos los que en el pueblo se hacían entonces, Luis nació con un brazo fracturado, y poco tiempo después enfermó de gravedad. Tan mal se le vio que, como su madre estaba devastada viendo que su hijo se le moría, fue mi madre quien le administró al niño Luis el llamado bautismo condicional ya que se creía que no sobreviviría. Pero Luis sobrevivió, y luego fue bautizado en la iglesia del pueblo.

La muerte de Alberto, su casi adolescente hermano mayor, ocurrida en Caracas a los pocos días de llegado a Venezuela, condicionó la vida de Luis por cuanto afectó profundamente la de sus padres y conmocionó a todo el pueblo. Por eso, y desde que Luis apenas tenía unos 6 años, creció en medio de un duelo familiar que años después se renovó con la muerte de su padre Arturo, quien era su ídolo, un hecho con ribetes un tanto extraños.

1960-Con padres

Diciembre/1960. Luis con sus padres, cuando tenía 17 años. Foto que les tomé en la pequeña escalera que daba acceso al patio de su casa.

Arturo salió de su casa para atender una misa de difuntos. Su esposa, Angélica, quedó en la casa, sentada tras una ventana desde donde podía ver cómo él se alejaba rumbo a la iglesia. De pronto, Arturo detuvo su marcha y, en un gesto que nunca antes había hecho, giró en redondo, miró hacia la ventana donde estaba Angélica, y alzando la mano le hizo el acostumbrado gesto con que suele decirse adiós.

Ya en la iglesia, en plena misa, Arturo cayó muerto por un infarto, y así Luis perdió a su ídolo.

Poco tiempo después, Angélica fue a vivir con Luis y su esposa Érika, y creo que hasta el final de sus días, que en su mayoría los pasó vestida de negro, lloró en silencio la muerte de su primogénito y luego, además, la de Arturo.

Pero a pesar de los contratiempos, Luis supo salir adelante en sus actividades laborales —fue director de la agencia de Caja General de Ahorros de La Palma, en El Paso— y financieras y, por lo buena persona que era, se ganó como tal justificado aprecio entre vecinos y conocidos, y el afecto de sus amigos a quienes nos divertía con su fino sentido del humor expresado en relatos de anécdotas de todo tipo y de inesperadas y acertadas respuestas jocosas a comentarios y sucesos.

Para mi madre y hermanos, en especial cuando todos estábamos en Venezuela, fue Luis quien resolvió los problemas que se nos presentaron en Canarias, y nos ayudó como si fuera un miembro más de la familia. Por todo esto viene lo de que, entre él y yo, nos llamáramos amigormano.

1960-CMP, Luis

Agosto/2006. Luis y yo durante la Bajada de la Virgen del Pino

Después de que en los últimos años sufrió muchas afecciones de salud, varias operaciones quirúrgicas y varias hospitalizaciones que lo ponían mal porque detestaba los hospitales, en uno debió estar por semanas, hasta que Luis, que en nada mereció tal calvario, expiró en el Hospital General de La Palma sobre las 6 de la mañana del pasado sábado 30/01/2020.

Como indica la esquela que circuló en el pueblo y que copio abajo, fue sepultado el domingo 31/01/2021 en el cementerio de El Paso en el nicho donde reposan los restos de sus padres.

Que en paz descanses, querido amigormano. Somos muchos los que, con cariño y añoranza, te recordaremos siempre

20210130=Esquela LuisH