Una mujer entró a una tienda de valiosas alfombras persas. Después de un rato vio una que le gustó mucho y se acercó para inspeccionarla.
Al inclinarse para tocarla se le escapó accidentalmente una sonora y «aromática» emanación gaseosa. La mujer quedó como petrificada, y, aún sin incorporarse, miró con cuidado a ambos lados por si cerca de ella hubiera alguien que pudiera haber «disfrutado» de su sonora y «perfumada» entrega.
Al no ver a nadie se incorporó más tranquila, pero al girar sobre sí misma para marcharse se encontró de frente a un vendedor que, era obvio, había estado justo detrás de ella todo el tiempo.
Volvió a quedar petrificada, esta vez frente al vendedor que, con ceño adusto, le dijo:
«¿Buenos días, señora, ¿en qué puedo ayudarla?»
Ella, muy apenada, sólo atinó a decir, señalando la alfombra que había inspeccionado minutos antes:
«Señor, ¿cuánto cuesta esta alfombra?»
Muy circunspecto, el vendedor respondió:
«Mire, señora, si con sólo tocar esa alfombra a usted se le salió un pedo, cuando le diga el precio ¡¡¡se va a cagar!!!»
