[*FP}— Se nos fue María Celia. Adiós a mi querida hermana (q.e.p.d.)

08-05-2020

Carlos M. Padrón

A las 12 del mediodía de hoy dimos sepultura en el cementerio de El Paso a mi hermana mayor, María Celia.

imageÚltima foto suya (29/04/2020)

En nuestra familia de cinco hermanos, ella fue la tercera y la última que nació en Cuba, en marzo de 1931. Los otros dos, yo y mi hermana menor, nacimos ya en Canarias.

En julio de 1961, mis padres, mis dos hermanas (María Celia y María del Carmen) y yo, viajamos juntos a Venezuela, donde quedé cuando los demás regresaron a Canarias en marzo de 1963. Esta foto fue tomada en El Junquito (Venezuela) en abril de 1962, y en ella está María Celia con la primera culebra que tanto ella como yo vimos en los años de vida que entonces teníamos.

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En enero de 1972 me la llevé a Venezuela, junto con nuestra madre, y desde entonces tuvimos estrecho y frecuente contacto personal. En 1973 se casó en Venezuela con Manuel López, natural de Los Silos (Tenerife). Fui el padrino de la boda, y en los últimos dos años María Celia me decía a cada rato: «Tú me llevaste al altar».

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1980. María Celia y yo en el HCV (Hogar Canario Venezolano) en Caracas.

En 1989 enviudó y vivió desde entonces, siempre en Caracas, junto con muestra madre, hermana y sobrinos (éstos llegaron a Venezuela en octubre de 1974), hasta que en 2009, ya muerta nuestra madre en diciembre de 2001, los demás regresaron a La Palma.

En 2018, María Celia estaba aún bien. Esta foto, donde aparece conmigo y con nuestra hermana menor, María del Carmen, fue tomada el día de Navidad de ese año.

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Como la edad no perdona, María Celia comenzó a padecer de frecuentes infecciones urinarias y, además, se le diagnosticó una insuficiencia cardiaca crónica. Para eso y algo más seguía tratamiento desde hace años, pero el pasado día 4 despertó con síntomas de asfixia, fue internada en Urgencias del Hospital General de La Palma (HGLP) donde le hicieron test de coronavirus, que dio negativo, le detectaron bronquitis (posible causa de los conatos de asfixia) y también infección urinaria, por lo que le recogieron orina para hacer urocultivo y le administraron un antibiótico que podría atacar la infección de orina y la bronquitis.

El resultado del urocultivo sugirió la conveniencia de un antibiótico diferente, pero con éste lo de las asfixias no cedió. El pasado jueves día 7 empeoró, y a las 01.15 del viernes 8 murió en el HGLP, sin compañía de parientes o personas amigas porque, debido a las medidas sanitarias contra el coronavirus, al hospital no dejan entrar a nadie que no sea un enfermo a tratar.

La última vez que vi a mi hermana con vida fuel el sábado 7 del pasado mes de marzo, pues pocos días después entramos en cuarentena y ya no pudimos salir de casa. Pero al verla hoy en el féretro como si estuviera plácidamente dormida me ilusioné pensando que aquella su tranquila expresión era prueba de que había muerto en paz.

Cuando nací, en 1939, mi hermana María Celia tenía 8 años y, a fin de disponer de tiempo para las tareas del hogar, internas y externas, nuestra madre dejó a cargo de María Celia los cuidados que a su edad podía ella dispensarme, y esa relación entre ella y yo siguió hasta que tuve unos 10 años, que es la edad que yo tenía cuando con ella nos tomaron esta foto en abril de 1950.

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A partir de ahí, y nacida ya María del Carmen, nuestra hermana menor, ya yo andaba por mi cuenta, no sólo porque tenía edad para eso, sino porque ahora María Celia tenía que ocuparse de María del Carmen.

Por eso suelo decir que mi hermana María Celia me enseñó a limpiarme el culo, y de ahí que su pérdida haya sido un sentido golpe para mí a pesar de que, desde hacía meses, estaba prácticamente ida.

Tal vez por eso que llaman karma, pero positivo en este caso, fue María del Carmen quien, como devolviendo el favor a María Celia, se ocupó de ella, dispensándole cuidados como los que una madre da a su bebé, durante los años de su enfermedad y hasta el último día. De ahí que haya sido María del Carmen la más afectada por esta muerte.

Hoy, en una ceremonia con mínima asistencia y sólo familiar, dimos sepultura a los restos de María Celia en el mismo nicho del cementerio de El Paso (testero este, nicho 24) en el que reposan los de nuestra abuela materna, nuestros padres y Raúl, nuestro hermano mayor. Fue triste, pero aparte de que a eso nos obligó el maldito coronavirus, así es la vida y así es la muerte, lo único que con certeza sabemos que nos ocurrirá.

¡Descansa en paz, querida hermana!

[*FP}— Único sobreviviente

Foto tomada en la autopista Caracas-Valencia el 24/09/1961, apenas tres después de mi llegada a Venezuela.

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De izquierda a derecha.

  • Sentados, arriba:  1) Carlos M. Padrón;  2) Juan José Padrón;  3) Fernando Pino;  4) Miguel Pino
  • De pie, abajo:  1) Manuel Padrón;  2) Álvaro Padrón.

Cuando ayer, 24/04/2020, alguien me la envió por WhatsApp reparé en que, de los que aparecemos en ella, todos pasenses, soy el único que queda vivo, tal vez por ser el más joven.

Entre diciembre de 1990 (Miguel Pino) y enero de 2020 (Juan José Padrón) murieron todos los demás, incluido mi hermano Raúl (diciembre 2006) que tal vez quien tomó la foto, pues no creo que en ese lugar haya podido yo poner la cámara en automático.

Que en paz descansen todos ellos.

[*FP}— Adiós a ELEUTERIO SICILIA, mi viejo y muy querido amigo (q.e.p.d.)

19-03-2020

Carlos M. Padrón

Lamentablemente, anteayer, martes 17/03/2020 a las 20:10, murió en el Hospital Universitario de Canarias (HUC), en Tenerife, Eleuterio Sicilia Santos.

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Eleuterio. Foto reciente que tenía en su perfil de WhatsApp

Con él mantuve la segunda amistad más larga en el tiempo: 70 años —nos conocimos en 1950 cuando fui a Tenerife a ponerme las gafas que, por tener yo 10 años, hicieron de mí el niño de El Paso que primero usó ese aditamento— y desde entonces mantuvimos una muy buena relación que desde septiembre de 1957 (cuando me mudé a S/C de Tenerife) y hasta julio de 1961 (cuando me fui a Venezuela) fue casi diaria. En 1959 Eleuterio dio, sin proponérselo, un importante viraje a mi vida.

Cada vez que desde Venezuela vine de vacaciones a Canarias lo llamé y nos vimos, a veces en su casa de La Laguna o en Guamasa, en la casa de Quirantes.

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12/04/2011. Eleuterio Sicilia, Carlos M. Padrón y José Quirantes, en casa de éste

Junto con José Quirantes, Alberto Herrera (†) y yo, Eleuterio formó parte de La Palmera de la Psicología, de cuyo propósito y actividades conté en el artículo Mi primer amor 47 años después, una parte de mi vida en la que Eleuterio tuvo mucho que ver. Paradójicamente, como cumplió 80 este año y yo los cumplí el año pasado, de los cuatro fundadores de la tal Palmera quedamos sólo los dos más viejos: Quirantes y yo.

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1959. En la Palmera de La Psicología con Quirantes y conmigo

En agosto de 1958, Eleuterio y yo vinimos a La Palma y dimos, caminando, la vuelta a la isla, que fue la mayor de nuestras excursiones juntos, entre las que también destacan la visita a la Caldera de Taburiente (La Palma), y la subida a El Teide (Tenerife) que conté en el artículo El Teide y su sombra.

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04/10/1959. En la cima de El Teide. Quirantes, Eleuterio y yo

Posteriormente, en 1994, cuando yo vivía en Madrid, Eleuterio fue enviado allá dos veces para intervenciones quirúrgicas: la primera, en marzo, por infección de vesícula, y la segunda, en abril, por problema cardiaco. Durante el periodo posoperatorio de la primera, Ignacio, su hermano mayor, quien lo había traído desde Tenerife, y yo nos turnábamos en hacerle compañía en el hospital donde guardaba reposo en cama. La segunda intervención, la de abril, fue para implantarle 4 bypasses.

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En el Hospital 12 de Octubre (Madrid) el 30/04/94 luego de su operación. Yo le gastaba bromas por lo linda que era esta enfermera que lo atendía

Desde que el 09/07/1965 contrajo matrimonio se residenció en La Laguna (Tenerife) y, para cuidar de su corazón, hacía caminatas diarias de varias horas por esa ciudad y sus alrededores.

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Con su ya esposa, María del Rosario (Rosarito o Charo), el día de su boda

Por una insuficiencia cardiaca que le sobrevino este mes de marzo, fue internado el pasado día 5 en el HUC y, por causa del coronavirus, permaneció sin recibir visitas hasta anteayer, cuando falleció.

Por suerte para mí, al saber de su hospitalización chateé y hablé con él varias veces; la última anteayer a las 11:07 en una llamada de varios minutos. De su muerte supe ayer en la tarde cuando, extrañado porque no había contestado ni el mensaje ni la llamada que le había hecho temprano en la mañana, comencé a hacer averiguaciones y supe que había fallecido a la hora que arriba di y mientras hablaba por teléfono con su hermana.

La última vez que lo vi fue el domingo 10/03/2019 cuando, estando yo hospitalizado en el HUC recuperándome de la operación que me habían hecho el jueves 8, vino a visitarme. Poco suponía él que moriría en ese mismo hospital un año después.

¡HASTA SIEMPRE, QUERIDO AMIGO! QUE DESCANSES EN PAZ

[*FP}— 01/10/2019, medio siglo de mi ingreso en IBM

01-10-2019

Carlos M. Padrón

CINCUENTA (50) AÑOS. Medio siglo se cumple hoy de que entré en IBM de Venezuela, un hito que marcó el cambio tal vez más profundo en la vida mía y de mi familia.

Haciendo un ejercicio imaginativo de “que hubiera pasado si”, echo la vista atrás y concluyo que probablemente no habría yo entrado en IBM si no hubiera tenido éxito en Olivetti como vendedor, programador y team leader.

Y lo curioso es que si contacté con Olivetti no fue porque yo quisiera, sino por no desairar a alguien que se había mostrado amable conmigo, según conté (eso y mucho más) en el largo artículo Mi llegada a la computación y a IBM – Un tributo a quienes influenciaron mi vida. Hechos y anécdotas.

Y ya en IBM de Venezuela, empresa en la que entré por haber aprobado con buena nota un examen que se consideraba entre los más difíciles de los que en Venezuela había para conseguir trabajo,

  1. No habría ido yo, por asignación de trabajo, a vivir a USA con mi familia durante todo el año 1978
  2. Mis hijas no habrían aprendido inglés y, ya de regreso en Venezuela, no habrían ingresado y no se habrían graduado como bachilleres en un colegio bilingüe
  3. No habría yo volado casi un millón de millas en 56 diferentes líneas aéreas, visitado 52 países/regiones y dado dos veces la vuelta al mundo (*)
  4. Por asignación de trabajo, no habría ido con mi entonces mujer a residenciarnos por dos años en Madrid a partir de junio de 1993, y posiblemente nuestro matrimonio no se habría roto allá ese mismo año
  5. De no haber entrado yo en IBM no habría conocido a Chepina, la que es mi pareja desde 1999, y esposa desde 2015
  6. Mis hijas no estarían desde hace años viviendo en USA con sus familias, aunque distanciadas por más de 5 horas de vuelo, y con sus padres en Canarias.

¡Qué de vueltas da la vida! No puedo dejar de preguntarme qué habría pasado si, según conté en el articulo arriba referido, en septiembre de 1962 no hubiera ido yo a Olivetti por complacer la amable petición de un individuo al que por años he tratado de localizar, pero sin éxito. De las personas que de la nada se cruzaron en mi vida, es este señor, de apellido Álvarez, el que más huella dejó.

(*) Países/regiones que he visitado, y líneas aéreas en que he volado

Países/Regiones

Norteamérica

  1. Canadá
  2. USA Este
  3. USA Oeste
  4. USA Centro
  5. USA Sur
  6. México

Resto de América

  1. Argentina
  2. Aruba
  3. Bahamas
  4. Barbados
  5. Brasil
  6. Colombia
  7. Costa Rica
  8. Curaçao
  9. Chile
  10. Dominicana
  11. Ecuador
  12. Guatemala
  13. Martinica
  14. Panamá
  15. Perú
  16. Puerto Rico
  17. Saint Croix
  18. Saint Kits
  19. Saint Martin
  20. Saint Thomas
  21. Santa Lucía
  22. Uruguay
  23. Venezuela

Europa

  1. Alemania
  2. Austria
  3. Canarias
  4. Chekia
  5. Dinamarca
  6. Eslovenia
  7. España
  8. Francia
  9. Grecia
  10. Hungría
  11. Irlanda
  12. Italia
  13. Mónaco
  14. Portugal
  15. Suecia
  16. Suiza

África

  1. Marruecos

Asia

  1. Australia
  2. Hawai
  3. Japón
  4. Nepal
  5. Tailandia
  6. Turquía

         ~~~

Líneas Aéreas

  1. AeroPerú
  2. Aeropostal
  3. AeroMéxico
  4. Alitalia
  5. Air Panama
  6. Air India
  7. Aviaco
  8. Air Canada
  9. Avensa
  10. American Airlines
  11. Avianca
  12. Aerolíneas Argentinas
  13. Aviateca (Guatemala)
  14. American Eagle
  15. Alaska
  16. Air Lingus
  17. Aserca
  18. BOAC
  19. British Airways
  20. Binter
  21. Birgenair (Turkey)
  22. Copa
  23. CrossAir
  24. Cruzeiro
  25. Delta
  26. Eastern
  27. Ecuatoriana
  28. Iberia
  29. Jal
  30. KLM
  31. Lufthansa
  32. Lacsa
  33. Ladeco
  34. Lapsa (Ecuador)
  35. Mexicana
  36. Pan American (PAA)
  37. People Express
  38. Piedmont
  39. Qantas
  40. SAS
  41. Swissair
  42. Saeta
  43. Servivensa
  44. San (Perú)
  45. Thai
  46. TWA
  47. Tame
  48. United
  49. USAir
  50. Varig
  51. VASP
  52. Viasa
  53. Futura
  54. Rami (Morocco)
  55. Air Europa
  56. Royal Air (Morocco)

 

[*FP}— Entré en la Cuarta Edad

25-07-2019

Carlos M. Padrón

(De haber nacido yo tal día como hoy, o sea, un 25 de julio, me habrían puesto de nombre Santiago)

Lo de Cuarta Edad lo escribo con inicial mayúscula a ver si me trata bien, pues la década en la que he entrado es por aquí la más peligrosa.

La celebración el 23-07-2017 de mi 78 cumpleaños —a la que se refiere el artículo Un cumpleaños como nunca tuve uno — no fue sólo por ese motivo, sino por celebrar, después de 56 años fuera de mi tierra natal, el regreso a ella.

Y la celebración hecha este pasado 23-07-2019 no fue sólo por haber cumplido 80 años y entrado así a la llamada cuarta edad, sino también, y como muy bien señaló mi amigo Berto, por haber cumplido 1, o sea, por haber cumplido un año (casi) desde que se supo que yo tenía un cáncer, caso que conté en CÁNCER, causa de larga suspensión de publicaciones en Padronel. Según consenso mayoritario, un cáncer que me habría matado de haberme quedado yo en Venezuela. De ahí lo de celebrar ese “un año”.

A esta segunda celebración —que, como la primera, tuvo lugar en La Casa del Mar (Puerto de Tazacorte, La Palma) a partir de las 2 de la tarde— no concurrieron tantos como a la primera, pues el almanaque es implacable y no perdona y, por motivos de salud de un cónyuge de cada pareja, faltaron tres que sí estuvieron en la celebración de 2017.

Sin embargo, creo que los 10 asistentes lo pasamos bien, y sé que yo lo pasé muy bien. Con esta breve nota quiero agradecer públicamente la presencia de los que nos acompañaron a Chepina y a mí, que son los que aparecen en los documentos gráficos que siguen. Primero los individuales y luego los de más presentes, hasta un vídeo que pongo al final en el que se ven todos los asistentes menos, por supuesto, el camarógrafo.

clip_image001Las damas primero. María Hernández de Brito

clip_image002Mario Rigoberto (Berto) Rodríguez

clip_image003Carmen Josefina (Chepina) Pernía de Padrón, y Loly Jerónimo de Ramos

clip_image004José Antonio Martín, y Manuel Ángel Yanes

Carmen Josefina (Chepina) Pernía de Padrón, y Carlos M. Padrón

clip_image005Wifredo Ramos, Javier Simón, y Mario Rigoberto (Berto) Rodríguez

clip_image006De izquierda a derecha: Loly Jerónimo de Ramos, Carlos M. Padrón, y Carmen Josefina (Chepina) Pernía de Padrón. Un ejemplo de “autosuicidio” :-), pues canto mi propio cumpleaños y al estilo venezolano, o sea, primero “Ay, qué tarde tan preciosa” y luego “Cumpleaños feliz” según la letra con que se canta en Venezuela; aquí le ponen otra.

clip_image008De izquierda a derecha: Wifredo Ramos, Loly Jerónimo de Ramos, Carlos M. Padrón, Carmen Josefina (Chepina) Pernía de Padrón, y José Antonio Martín

clip_image009Todo el grupo. De izquierda a derecha. Mario Rigoberto (Berto) Rodríguez, Javier Simón, María Hernández de Brito, José Antonio Martín, Manuel Ángel Yanes, Juan Enrique Brito, Wifredo Ramos, Loly Jerónimo de Ramos, Carmen Josefina (Chepina) Pernía de Padrón, y Carlos M. Padrón.

Nota.– No, no estoy tan gordo. Me asombré al verme en esta foto, y es que el efecto ojo de pez hace de las suyas.

clip_image010Una duda (inútil) de último minuto: “¿Los cumplo o no?”

Hice un video con el resto de los asistentes. Clicando AQUÍ puede bajarse o, con la debida espera, puede verse; clicando AQUÍ puede bajarse.

[*FP}— De La Palma (Canarias) a Costa Perdida (California): un maravilloso viaje para el recuerdo

01-07-2019

Carlos M. Padrón

Creo haber dicho ya aquí que mientras trabajé para IBM, desde 1969 hasta 1999, viajé tanto en avión que quedé saturado de viajes aéreos. Nunca me fue mal en ellos, pero desde que, a raíz de los atentados de 2001 a las torres gemelas del World Trade Center de New York, se estableció en los aeropuertos el fastidioso control de seguridad, ya eso, más mi saturación de viajes aéreos pasó a crearme una aversión que se ha ido acrecentando a medida que, desde comienzos de este siglo, han ido aumentado la cantidad de gente que viaja en avión y la competencia entre líneas aéreas que ha llevado a la creación de las llamadas de low cost entre las cuales es común que, para mitigar lo del bajo precio del billete de viaje, cobren por todo lo que antes estaba incluido en lo que uno pagaba por ese billete.

Ahora cobran por la comida y por las maletas que el pasajero entregue al registrarse para el vuelo, y de los 32 kilos que por cada una de estas maletas una vez aceptaron, ahora, además de cobrar por ellas, sólo aceptan 20 kilos. E igualmente han puesto un tope de 10 kilos a los rollers, o pequeñas maletas que uno quiera llevar consigo en la cabina del avión.

Para colmo, ahora para volar en algunas líneas aéreas hay que lidiar con máquinas para facturar el equipaje y pagar si cobran por él, entregarlo luego en un sitio e ir a buscar en otro el billete para entrar al avión. Unas aerolíneas hacen eso de una forma, y otras lo hacen de otra.

Igual con las tareas de inmigración para entrar al país: en unos son las de siempre, y en otros, como USA, el pasajero debe lidiar con máquinas. Y hay muchos pasajeros de tercera edad, y hasta no tan viejos, que no saben lidiar con máquinas y necesitan esperar por ayuda, con el consiguiente nerviosismo por la impotencia o por si pierden un vuelo.

Los aviones que cubren trayectos largos han amentado su tamaño y, con ello, la cantidad de pasajeros que transportan, lo cual aumenta también la aglomeración en aeropuertos, tanto a la salida como a la llegada de los vuelos. En fin, que han quedado muy lejos los tiempos en que viajar era un placer.

En lo personal debo añadir que detesto las multitudes y las grandes ciudades en las que, además de mucha gente, hay tal congestión de tráfico que encontrar un lugar para aparcar un vehículo es tan difícil como ganar a la lotería. Por ejemplo, me encantaba la Santa Cruz de Tenerife donde viví entre 1957 y 1961, pero ha crecido mucho, y hoy el exceso de tráfico hace que me resulte una ciudad insufrible.

Por tanto, las megalópolis no son lo mío. Manhattan, Ciudad de México, Miami y Los Ángeles son, sólo por mencionar algunas, ciudades en las que yo no viviría a gusto porque, además de aversión al congestionamiento de tráfico, lo tengo, repito, a las multitudes.

Cuando viví en Westchester County, en New York, se me encogía el corazón al pasar por un cementerio y ver inmensos espacios sembrados de cruces todas iguales y clavadas en filas muy ordenadas y a distancias bien medidas entre ellas. Parecía un simple terreno sembrado de algo que luego se cosecharía con una máquina; eran la consolidación del anonimato, del popular dicho “No somos nadie”.

Uno de los motivos por los que regresé a Canarias es porque quiero que, de ser posible, me entierren entero en el cementerio de El Paso, mi pueblo natal, y en el nicho número 24 donde al momento reposan los restos de mi abuela materna, mis padres y mi hermano mayor.

Todo este largo preámbulo es sólo para dejar saber los contrastes de cómo me sentí en el viaje que este mes de junio hicimos mi esposa Chepina y yo a Arcata para el tercer cumpleaños de Lucas, mi tercer nieto.

Arcata es una ciudad ubicada en la costa del norte de California (USA), donde vive mi hija menor, Elena, con su esposo y su pequeño hijo. Fue un viaje de tres vuelos a la ida y tres a la vuelta: 1) La Palma – Madrid: 3 horas; 2) Madrid – Los Ángeles: 12 horas; 3) Los Ángeles – Arcata: 2 horas. Total: unas 17 horas la ida y unas 15 la vuelta.

Llegamos al aeropuerto de Los Ángeles a las 20:30 del viernes 14/06/2019. El espectáculo que presencié al salir de la terminal para esperar al transporte que nos llevaría al hotel fue simplemente dantesco: las aceras que bordeaban las vías que unen las 8 diferentes terminales de ese aeropuerto, que tiene forma de U, estaban repletas de gente, portando maletas grandes y pequeñas, que esperaban para salir hacia sus destinos.

Aquello me recordó esas películas de ciencia ficción en las que una nave extraterrestre aterriza en una gran ciudad y sus habitantes buscan desesperados cómo huir hacia algún lugar supuestamente menos peligroso llevando consigo lo poco que puedan llevar. Ante semejante espectáculo opté por fijar la vista en el piso del taxi hasta que dejamos atrás el aeropuerto. El viaje de regreso me resultó menos traumático en cuanto a esto.

Pero a pesar del cansancio, más notorio porque aún estoy en recuperación de mi tratamiento y operación de cáncer, y del ya descrito calvario de los aeropuertos, ese viaje valió oro porque pude compartir unos días en familia con mi hija y su esposo y, en especial, con mi nieto Lucas. A los tres los habíamos visto por última vez cuando aún Lucas no tenía dos meses de nacido.

clip_image001Agosto de 2016. Con Lucas cuando estaba por cumplir dos meses

Arcata está bastante al norte de San Francisco y en una zona a la que, por los motivos que se dicen AQUÍ, llaman Lost Coast (Costa Perdida). Es una ciudad universitaria pequeña que está ubicada al borde de la Bahía de Humboldt y rodeada en parte por fincas donde pasta ganado vacuno. No hay congestionamiento de tráfico, se respira un ambiente bucólico y, al menos a la casa donde con su familia vive mi hija no llega el mundanal ruido.

Por esa bahía disfrutamos de un lindo crucero muy bien documentado. Como dato anecdótico, mi yerno explicó que el nombre de Humboldt en varios lugares y establecimientos de esa costa no se debe a que el alemán Alexander von Humboldt, que sí estuvo en Canarias, estuviera allí, sino porque cuando ésa era una zona inexplorada, al capitán de un navío que llegó a ella le gustó tanto que, siendo ferviente admirador de Humboldt, le puso ese nombre.

clip_image004Carlos M. Padrón y Chepina Pernía en crucero por la Bahía de Humboldt

Pero a mí, que como buen pasense soy “animal de montaña y de paisajes verdes”, lo más que me gustó fue la parte de Arcata que da hacia tierra firme, pues hay ahí, en lo que llaman Redwood Coast, unos impresionantes y tupidos bosques repletos de altos árboles, algunos con gruesos troncos que, por lo perfectamente rectos, demuestran que nunca sufrieron los embates de fuertes vientos que los torcieran.

clip_image005Chepina y Lucas abrazan un árbol del Redwood Coast

clip_image006Árboles que yerguen sus muy rectos troncos

En los alrededores de Arcata hay paisajes y lugares espectaculares, además de algunos pueblos vecinos que, como Trinidad, son una belleza.

clip_image007Uno de los lindos parajes que depara el «Trinidad lost coast scenary road»

clip_image009Carlos M. Padrón y Chepina Pernía en Jardín Botánico Humboldt  donde hubo picnic, jaula de mariposas monarca, y concierto en vivo

Arcata es todo lo opuesto a una megalópolis, y por ello —disfrutando de un tiempo muy bueno, con días soleados y temperaturas entre 10 y 19°C— lo pasamos de maravilla con mi hija, mi yerno y mi pequeño nieto, que, repito, me ha hecho abuelo por tercera vez y que, a pesar de que para apegarse a “abuelito”, como él me llama, requiere más tiempo del que me tuvo a su lado, me deparó entrañables momentos, algunos ilustrados en las fotos que siguen.

Fueron momentos que espero que él pueda recordar a pesar de su tierna edad, y momentos que, en medio del susto de mi inesperado cáncer, temí que no llegarían, pero el hecho de que sí llegaron justifica con creces la gran satisfacción que ese viaje me dio.

La mejor foto del viaje. Mi preferida.

¡MISIÓN CUMPLIDA!

De vuelta en casa desde el mediodía del pasado 28/06, aún no terminamos de recuperarnos de los efectos del jet-lag de 8 horas de diferencia entre California y Canarias. Pero no importa: si la salud me alcanza, y a pesar de todos los inconvenientes arriba descritos, con gusto lo haría de nuevo.

[*FP}— CANCER, the hard shock I didn’t expect

05-09-2019

Carlos M. Padrón

Prologue .- Contrary to my habit of not counting the chickens before they are born, I have begun to write this article on 03/20/2019, that is, several days before the events that, at least I hope, will occur in the end.

Because of the subject and the language used, the narration may not be pleasant, but the reader will always have the option to interrupt it.

I did not advertise this, and I only told my relatives here and my closest friends not given to social networks, because I did not want messages to start coming to pity me, asking about my condition, how the treatment was going, etc. That publicity would not have helped me, but I do believe that reading this article can help some people know what cases like mine have, and prepare to face them. That is why I publish it as completely as possible because, moreover, I believe that a trance like this one in which one plays a life deserves to be remembered in all its details.

~~~

The visible origins of what happened can be traced back to 2012 when I had a colonoscopy at the Centro Médico Docente La Trinidad (CMDLT) in Caracas. The fluid that Dr. Bandres asked me to take to cleanse my intestine was for me, that I have very «delicate» skin and tissues, like hydrochloric acid, and caused the so-called sentinel hemorrhoid to burst, which is practically in the anus. As a very «humanitarian» gesture, Dr. Bandres just laughed mockingly when I complained about that.

As a consequence, from there, every time my bowel movements were of soft stool, one part fell into the toilet and the other part went up the right buttock. If this happened at home I resorted to the bidet, but if it happened outside the house I needed a lot of toilet paper to clean myself, and for this reason I always carried with me, in a fanny pack a good supply of this type of paper or equivalent. One of the doctors I went to advised me not to have surgery because the postoperative period would be very long and, above all, very painful.

I followed his advice, and with the hardships of such a hemorrhoid I lived since 2012. In the final months of 2016 I began to sometimes notice slight blood stains on the toilet paper with which I was cleaning. To the touch I did not detect the hemorrhoid, as I had detected it before, and, in my ignorance, I deduced that the blood was a consequence of that hemorrhoid had burst, retreated and bled. In addition, and as if to confirm my suspicion, the phenomenon of diversion of excrement was not as pronounced as before.

When arriving in the Canary Islands in February of 2017, that blood in the toilet paper appeared only occasionally, but at the beginning of 2018 the appearance was constant and the quantity was increasing. As the general practitioner who then had me here shielded herself on pretexts for not examining me, in July I turned to a gastroenterologist (here called digestive) of private medicine.

He reviewed me, and as a very self-explanatory conclusion, he just said to me, «Go to the Health Center and tell them verbatim ‘I’m shitting blood!’ «

So I did, the health system moved, and on 08/27/2018 I had a colonoscopy at the Hospital General de La Palma (HGLP). By the time I got out of recovery and met with Chepina, my wife, who was already talking to Dra. Marlene Domínguez, the Venezuelan gastroenterologist who had already seen the result of the colonoscopy and showed me the photo, she told me that I had a rectal adenocarcinoma (a cancerous tumor) of 4 cm located 5 cm from the anus, and that, a little higher, I also had diverticula. By routine procedure, she added, a biopsy would be made of the small piece that was taken out of that tumor, but that of cancer was safe.

Intrigued I asked her what were the common causes of such tumors.  She told me to be a smoker, drink a lot of alcohol, have a bad diet, lead a disorderly life, family history, etc. To my response that none of that had anything to do with me, she added «And one more reason: stress». And I think that in this one it was right, because during my last 12 years in Venezuela ­­—in which, by medical order, I had a monastic life, leaving home only in cases of real need, and with zero social activity— I had stress to rent, sell and give away . Apparently, the result was a cancer made in Venezuela by the Socialism of the XXI Century.

The friendly doctors who knew about my case —some of them I have a lot to be thankful for— said that no one died of that today …. as long as the patient submitted rigorously and completely to the prescribed treatment, which, because of the length and its side effects, was always an ordeal.

And yes, once it was underway, this treatment was a real ordeal that, from the beginning and in a selfless way, helped me to cope with Chepina, both physically and emotionally and, of course, in the control of food and medicine, and in the administration of effective home remedies (I call them menjunjes), because my depletion of faculties was increased as the treatment progressed.

What was seen by Dra. Domínguez was sent to Dra. Alejandra Rodríguez , oncologist in practice at the HGLP, who told us that she would make her report and that, as we understood it, she would send it to the Provincial Oncology Committee, a group of oncologists and digestive surgeons who they receive cancer data and, meeting online every Monday, decide how, when and where to apply the treatment to the patient, which oncologist will supervise it, which surgeon will operate it, etc.

The first thing asked by Dra. Alejandra Rodríguez was to do an analytical (I guess specific for the case), a TAC scan and an MRI, and with the results she concluded that my tumor was «localized» (I understood that it had no «branches») and had affected only one ganglion. All those reports, placed in my file included in the Social Security database, came to the oncologist Dr. Pedro Valle , who works at the Hospital Universitario de Canarias (HUC), located halfway between the center of Santa Cruz de Tenerife (Santa Cruz) and La Laguna, and one day they called me so that, with a companion person (in these cases it is obligatory), we showed up at the HUC on 04/10/2018 for a first consultation with Dr. Valle and with Dr. Hermógenes Díaz, who would be the surgeon who would operate me, and prepared to reside there, in Tenerife, for almost a month and a half.

Patients who, like me, do not live in Tenerife, where the HUC is, but in another island, and must travel to Tenerife, the Social Security pays them the transportation, accommodation and maintenance costs of the patient and his/her companion, a very significant help because treatments like mine require long, frequent lodging, and several flights.

At the Hotel Las Torres, very close to the HUC (about 10 to 12 minutes walking), we got a room with a kitchenette, and for Tenerife we ​​went. It was then when I announced in this blog the first of the suspension of publications, ‘for reasons beyond my control’, lasting several days.

On the first appointment, Dr. Valle told us that he would treat me with radiotherapy and oral chemotherapy simultaneously. The radio would be only on business days (I received 38 sessions at the rate of four «shots» each), and the chemo —which would be oral, less aggressive than the one injected, but poison after all— would consist of a dose of 1,650 mg of Capecitabine (some pills that were given to me in a way that did not spare one) every 12 hours for 42 days, that is, 84 doses, as shown in the table below, which I prepared for visual control of the treatment.

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For the chemo I chose as a schedule 09:00 in the morning and 21:00, or 09:00 at night. Dr. Valle also described some of the side effects that this treatment would cause to me, insisting that the list of these, not exhaustive, varies by patient, and that some of these effects can last for months and up to a year, being the most notorious those that occur during the two weeks following the end of treatment.

As can be seen in the table, my radiochemical treatment would end on November 14, when I would return to my house and would wait for the HUC to call me, first for an MRI with an advanced technology device that is in Tenerife very close to the HUC, and then for my operation, which would be, according to Dr. Valle, between 8 to 10 weeks after the treatment ended, that is, after 14/11.

For his part, the surgeon Dr. Hermógenes Díaz told us that if he had been present when the Provincial Oncology Committee analyzed my case, he would have recommended me to go immediately to the operating room, but since it had been decided otherwise, my operation, of high risk, would be to open my stomach, get me a piece of rectum (something like a meter) that included the tumor and diverticula, annul my anus, and make a colostomy, that is, put on my left side a bag that would collect the excrement . He added that sometimes, and depending on the result of the operation, that bag is removed after a few months and reactivates the anus, and other times it is left for life. He also said that there have been rare cases in which tumors like mine disappear with the radiochemo and the plan can be changed. According to him, my operation would be between 10 to 15 weeks after the end of the treatment, and he asked me not to disappoint him.

Intrigued, I answered that I did not understand that, and I was more surprised when he answered that there are patients who, although it seems a lie, abandon the plan and no longer appear, something that I verified that it did because, in conversations between patients and companions in the waiting room for radiotherapy, they told real cases. One of the patients present and who had previously opted for abandonment, had to return to radiotherapy, but already sentenced for metastasis.

During those 42 days, Chepina, the help without which I do not know what I would have done, bought food in one of the several neighboring supermarkets and, using the small kitchen that was in the apartment, prepared breakfast, dinner and the menjunjes already mentioned, one of them a shake with powders that were pure protein, and others were carrot and beet juices, and guava and red paprika.

Every Friday they made me an analytic that would be in the hands of Dr. Valle when on the morning of the following Monday we went to an appointment with him to review the plan. The first analyzes showed platelet descent, which was expected, but suddenly that descent stopped, which could be attributable to Chepina’s menjunje.

In one of those Monday appointments with Dr. Valle, he mentioned that he had told me that my operation would be between 8 to 10 weeks after the treatment ended on 14/11, while Dr. Díaz had told me that would be between 10 to 15 weeks after that date. Dr. Valle’s response, which I did not understand what relationship he had with the weeks, was «We (I suppose he was referring to the group of oncologists of the committee) sought not to put you in the bag. I will talk to the surgeon». And my reaction was to join the palms of my hands with prayer and say «Please!», because the idea of ​​such a bag stuck to my left side in order to collect excrement I never liked , although, using my vein of black humor, which has caused several troubles, one day I told Chepina that this bag had three advantages: 1) It does not force to leave running in search of a bath; 2) The gases do not give a bad smell;  3) It implies a great saving in toilet paper. But Chepina did not like my conclusion.

Among the side effects considered most frequent according to Dr. Valle’s list were lack of appetite, nausea, vomiting, skin lesions, reduction of the size of the bladder and consequent need to urinate more frequently, discomfort when starting to urinate, tingling or burning in the abdomen, and alteration of stomach and intestinal functions. This alteration turned out to be what made me live in squares, because besides the intestines suffered, like many other parts of my body, the effects of the chemo, were also the most affected by the bombing of the radio and, consequently , the evacuation pattern became chaotic and unpredictable.

Sometimes the desire to evacuate were many, and upon arrival in the bathroom the result was only gas and mucus; sometimes the desire was —or seemed to be— few, but the result was a heavy deposition. The common factor was always, in any case, the need, for foresight, to be near a bathroom, because in four times during the treatment I did not arrive in time to a bath, the evacuation took place anyway fouling underpants,(I will wear or not compress), pants, socks and even shoes. I just had to take refuge in a public bathroom (luckily, almost everyone is clean here) and start washing, cleaning and making use of clothes, spare pads and plastic bags that Chepina always wore. She was once forced to enter the men’s room to help me.

As for the skin lesions, I had burns, scratches, bladders, blisters, rashes, rare bluish pigmentation in hands and nails; tingling under the skin, like of bubbles that struggle to get out; symmetrical itch in the calves (in the same place in both), or in shoulders, chest and sides; patches of dry and corrugated skin on the back of the lower half of my body that sometimes felt like wet areas, but were dry; and even cuts as painful as those that can be done with a sheet of paper and that, moreover, appeared on any side of the body, even in the most unusual. In some I could cure them, but in almost all Chepina was responsible for facing them.

One afternoon we went to Santa Cruz to pay a visit. When leaving to return to the hotel, the soles of my feet hurt so much that I could barely reach. When he checked them out at the hotel, Chepina found them full of blisters, like water bladders, which were even under their fingers. At the nearest pharmacy the necessary was bought and Chepina was bursting and curing the blisters one by one, which was repeated for a couple of days as they continued to come out, although less and less. Something curious about these effects is that, at least in me, they appear suddenly and they also leave suddenly.

The other side effects announced —nausea, vomiting and nausea— could not be with me, which, I believe, was largely due to the fact that I never fell into pessimism since my father taught me how to eat everything since I was a child; at the table in my house the expression «I do not like it» was forbidden. Consequently, as of all, but, in my state of inappetence, among the short list of what allowed me to eat (the forbidden food was much longer) there were dishes whose memory caused me less repudiation than others, and we gave ourselves to the task of looking for where they prepared them in an acceptable way for me.

That’s how I discovered that a chamomile before lunch prepared my stomach well, and a chicken soup, too. A restaurant in La Laguna where, as in almost all, you could get chamomile, served a good chicken soup, a good pork chop, and pieces of chicken or rabbit, and I tolerated those dishes well, so that restaurant went in my list. And also one of Santa Cruz that stands out for homemade food, fast service and decent prices, where, in addition to chicken soup or chamomile, I could eat Arroz a la Cubana —white rice with beans and a banana fried—, something difficult to obtain because, for what remains mysterious reasons for us, it is very rare that the restaurants here serve white rice, something that in the Venezuela in which I lived would have been unheard of.

With those three dishes, and going by tram one day to Santa Cruz and another to La Laguna, I banded the first days, until, after a lunch in La Laguna, Chepina wanted an ice cream dessert. While she went to an ice cream parlor, I waited for her sitting on a bench in the street (I was not for unnecessary trips), and on her return she told me that this ice cream shop, which was made by Italians, was also a restaurant that offered four dishes in its menu of pasta.

The mere mention of the pasta stimulated me (in this blog I counted some time ago that I think I was Italian in another life), and the next day we went to lunch in that restaurant. The pasta seemed very al dente. I asked to be cooked a little more and it turned out that the pomodoro penne was for me as a lifesaver and settled down as another option for my lunches. From there, and with few exceptions, I followed the sequence of a day lunch at the Santa Cruz restaurant, the next day at the La Laguna restaurant, the next at the La Laguna ice cream shop, the next day back to Santa’s Cruz, and so on.

After «tasting» the rigors of this regime I sympathized, and I feel more and more, the patients who receive chemotherapy and are those people with a “fine peak” who do not like this, the other and the other. I knew of one who vomited everything he ate, they submitted him to intravenous feeding, and soon died.

During the radio session on Fridays they used to do x-rays for me, and from the second Friday, at the end of the radio session I was approached by a nurse from the several who had there for, tablet or papers in hand, to do a survey during which and in successive Fridays it took place, ask more, ask less, a dialogue like this:

– Don Carlos, do you feel a lot of pain?

– Pain? I do not hurt anything.

– Nowhere and at any time?

– Nowhere and at a any time.

– What about nausea?

– Until now I only had one for how badly it smelled me when I passed a seedy restaurant, but I covered my nose, walked away as fast as I could, and the nausea stopped.

– So you have not vomited?

– No, I have not vomited even once.

– And do you eat well?

– Although I do not feel like eating, breakfast, lunch and dinner because I was ordered to eat, but only as what my stomach accepts and as far as he allows.

– How is that how far is allowed?

– Well, there comes a time when my stomach «tells me» «Not one more bite, because if you keep going you’ll vomit!». And that’s where my food arrives.

– How do you tolerate the dose intake of the chemo?

-When I wake up in the mornings I feel so weak that to get up I need to take hold of the little will I have and the one I do not have, but I manage to get up. Breakfast (a sandwich of sliced ​​bread with a slice of ham and another of cheese, or a fried egg or a French omelette) accompanied by the stuff that my wife prepares for me. And before half an hour of having eaten and drunk that I take the dose of Capecitabine and go back to bed. About 45 minutes later I feel strong enough to go to the bathroom, clean up, get dressed and walk out here in order to arrive here around 11:45, as my radiotherapy appointment is, theoretically, at 12:15.

Unable to contain his astonishment, upon hearing this story the nurse told me:

– Can you do all that with just resting 45 minutes after takig the chemo pills!? I do not get it!

The first time this dialogue took place, the nurse, with a frown and a look of skepticism, made me understand, with that exclamation, that it was difficult for her to accept my answers as true or normal. As most of the questions and my answers to them were repeated in the second survey, the third, a nurse who had come before was accompanied by another, older and perhaps higher, to serve as witness, and when the survey ended, the nurse who had already come gave the other a look of «Do you see what I told you is true?». She shrugged and when she left I’m almost sure that I heard her say something like «This guy is Martian».

And then there were no more polls. When I returned home I told one of the doctors who had helped me here, in a humorous tone he said «Sure, you broke their statistics».

After the treatment on 14/11, in my farewell appointment with Dr. Valle he told me that he wanted to see me a month after they operated on me, and the results of a special analysis and a chest and abdomen TAC were already in the system, which could be done on La Palma (as indeed they did) and for those who gave me the corresponding orders.

According to what was anticipated by Dr. Valle, the side effects riddled me during the two weeks immediately following 14/11, reaching things as absurd as that I, who have never known what is even a discomfort in the denture, one morning I woke up with tremendous pain in all the teeth of the upper jaw, especially one in particular that had become sensitive. At 48 hours, that pain disappeared as suddenly as it had arrived, although the piece in question needed root treatment. Weeks later, the same in the lower jaw, and in particular in the union between the lip and the base of the gum. A couple of applications of a special cream, and goodbye pain.

In sight and hearing I noticed a deterioration that those senses did not have before the treatment.

Days later, they called me from HUC so that on 07/12 I would have an MRI, but not at La Palma, but at IMETISA (Instituto Médico Tinerfeño S. A.), where they say they have the most powerful MRI team in the province. And it seems that this is so because when I look with amazement at the size of the machine with which they were going to make me the study, the specialist in his handling asked me if I had done a resonance before. To my answer that yes, that I had done two, corresponded with a «Well, the machines with which they were made are toys compared to this one».

He placed me properly on the stretcher of the machine and put on headphones (hearing aids) to prevent the loud noises that the machine would emit damage my ears … and began the scandal that at one time seemed a percussion concert of a Caribbean group, and in others the stretcher hit my back several times so that the intestines were in proper position to «photograph» them.

The result of the resonance, once prepared by the specialist, would be incorporated by him into my file in the Social Security database, and about him Valle and Díaz doctors would tell me in the next appointment.

That next appointment took place at the HUC on 20th and 21/12. When Dr. Valle read the report of the resonance, he looked at me with a reassuring expression and said «We have good news: the tumor has disappeared».

For his part, the surgeon, Dr. Hermógenes Díaz, also celebrated that disappearance and told us «Before this, I will not do the operation I had said I would do, but a simpler one that is done with the TAMIS technique (Transanal surgery minimally invasive). He took out his cell phone and in the calendar he counted up to 9, from which I deduced that he would operate me after 9 weeks from 14/11. He gave me the order, marked urgent, so that in the HGLP he would make me the pre-anesthesia exams and examinations, and when he said goodbye he said: «Sir, you have taken out the lottery!». My faith and optimism, based on the fact that «nobody dies of that nowadays», increased several whole numbers with these words of Dr. Díaz.

A few days later they called me from the HGLP to go pre-anesthesia, and that made me guess that they would call me soon for the operation.

The supposed 9 weeks would be fulfilled on 01/06/19, but as that day arrived and I had not been called by the HUC, I began to call myself until I found the department that knew about the plans for my operation. To my question of when this would be, the elusive answer was that it would still take «a little more». I asked then how much was that «little bit more» in terms of time, and the answer was that, due to lack of availability of operating rooms, it would take one or two months.

As the operating rooms argument did not convince me, I continued to investigate by another route, I found the waiting list and the answer was that the delay was due to lack of beds because the flu epidemic had overwhelmed them all to the point that some of the Intensive Care Unit (ICU) were occupied by flu patients who did not require intensive care.

On 02/23/2019 I received a call from the HUC, about noon, in which I was told that, for the purposes of my operation, I should be at the HUC on Thursday, March 7th at 08:00 in the morning. … but that they would confirm that, also by call, on day 6. I assumed that this confirmation call or suspension would also arrive at noon, which is when, once discharged some patients, and the HUC would know what beds would be free.

As the travel agency told me, because of the Carnival —parties that I detest since I had the use of reason — the flights between La Palma and Tenerife were all full, but they would see us get a seat in some. Days later they said that they had gotten it on a flight that would leave at 12:00 noon on 06/03.

Given the possibility of a late call on the 6th confirming or suspending my appointment on the 7th at the HUC, we decided to leave our bags on the 5th at night and leave for the airport on the 6th at midmorning. If in the trip, of about 45 minutes, the call arrived suspending the appointment of day 7, we would return to house, but if it confirmed it we would take the flight of the 12 to Tenerife.

But the travel agency continued to work on my case and days later they told me that they had got us a flight by 6 o’clock on the afternoon of the 6th, which allowed us to wait at home for the call that, as I suspected, arrived almost at 12 noon on that day 6, but, finally, confirmed that I should be in surgery of the HUC on Thursday 7th at 08:00 in the morning, and put on the blog the second notice of suspension of publications ‘for reasons beyond my control’.

We traveled on the afternoon of the 6th, we stayed at a good friend’s house, and on the 7th I was on time in the HUC surgery admission section.

The allocation of bed confirmed the shortage of these, because instead of giving me one in the plant reserved for digestive, I was given in the trauma (room 522, bed 1), and once I took possession of it I was said I could not eat food or water … and just in case, since nothing was told me about it, I did not have breakfast on the 7th, so my last meal had been dinner on the 6th.

About 9 o’clock in the morning of the 8th, and using the wheeled bed I was in, they took me down to the operating room. To avoid thrombi, they injected something into my abdomen and put on some elastic stockings that tightened me from the feet to the groin, and then anesthetized me with a mask.

The next thing I remember is that five women had me immobilized in my bed. One held my feet, two of them (one on each side of the bed), the legs, and the other two (also one on each side of the bed) hands, while saying «Quiet, Don Carlos, quiet!» but I could not be calm because I saw that the bottom of my bed was tucked inside a large monitor, like a 100-inch TV screen, and I wanted to get my bed completely to escape from that, but the ways (for medication and hydration I had put one in each hand) stumbled with the edges of the monitor and prevented the bed from leaving.

Suddenly, to my left appeared another woman who told me:

– Do you know who I am?

– Yes, you are Chepina —I answered her.

– Well, rest assured that this is only virtual reality.

– Virtual reality is not like that! —Chepina says that was my angry response.

And I think I calmed down afterwards. When I was taken back to my room, embarrassed I managed to apologize to the staff that was still close to me. They told me not to worry because my reaction to anesthesia was very common, and that they were used to reactions much worse than mine.

Dr. Diaz spoke with Chepina, told her that the operation with TAMIS had gone well, that the result of the biopsy that would be done on the slice or piece of rectum that was taken out of me would be ready between one to three weeks, and that I should keep rest, avoid efforts or lift weights, and consume only a soft diet. The same told me when a few hours later he visited me in my room where, «enjoying» from Saturday 9 of the famous hospital food, every time I needed to go to the bathroom —which was very frequent — I had to go slowly and rolling the stand where the bags of fluids connected to my body hung. Apart from these, in the abdomen I was injected with heparin, also to prevent thrombi.

On Wednesday, March 13, I was discharged. That night we stayed at our friend’s house, where Chepina had stayed while I was hospitalized, and when I woke up on the 14th, I had such a weakness that I could barely reach the bathroom, shower and go back to the room. The same friend took us to the airport and helped Chepina with suitcases and others because my weakness was such that I could hardly stand up.

We had breakfast at the airport (sandwiches and coffee), and being seated on the plane that would bring us back to La Palma, I felt as if a switch had passed inside me that injected me with energy and made the weakness disappear. And then I realized what the reason for it was that I had 3 days without food and 7 without coffee! So the first thing I did when I arrived at the airport in La Palma was to have two more coffees, and an arranged affair.

During the next few days the desire to go to the bathroom intensified, sometimes for a normal bowel movement, but most of the time for only gas and mucus. As the mucus became more and more reddish, I asked for a blood test in my stool on my own, and tested positive. On Tuesday 02/04 we went to consultation with our family doctor. He ordered me to do an analytical with urgency and that on Thursday or Friday I went back to consult to know the result.

On Thursday 05/04 we went to have lunch with some friends. Before leaving the restaurant I made a normal bowel movement, but only a little after, at about 5 pm, the friends left us at home, I had two bloody stools, in the second one, which sprouted without warning and when I was foot, it was very abundant and with a fairly large clot. After cleaning up the disaster, we went to the Emergency Department of the HGLP where they left me hospitalized, again with serums, and they did exams, tacts, tests, interrogations, etc.

By noon on Friday 06/04 the blood in the mucus was very little, before which the doctor who treated me said that, according to the oncologist, the expulsion of blood was something specific to the operation that had been done to me, and he signed up.

By pure serendipity that doctor asked me if they had given me the result of the biopsy. When I said no, she asked me to wait, and on her return she gave me not only the result of the biopsy but also the CT scan. And, oh, wonderful !: both said that there were no cancer cells in my body, that is, that the adenoid carcinoma of the rectum had been eradicated without leaving any trace.

I returned home giving thanks that on Thursday 05/04 the incident that made me go to the emergency department of the HGLP had occurred.

At noon on Tuesday 23/04 I had a consultation with the oncologist Dr. Valle at the HUC, who, as I said, has directed and monitored my treatment. This was the first consultation with him after I had surgery on 08/03.

The most important thing that occurred in this consultation was the official ratification of what was indicated in what 06/04 had given me in the HGLP, because, after Dr. Valle reviewed the documents, printed and on screen, about I had my case, he told me «The analyzes and studies that have been done after the operation indicate that, with regard to the tumor, you are cured».

After I told him what and how I felt, he concluded by emphasizing that, in addition to periodic check-ups (the first will be next July), I must learn to live with the side effects (of radio and chemo) while they last, and the worst of them is what I have called chaos defecation (the buzzword is mine).

I think this is a reason to ratify the words of the surgeon Dr. Hermógenes Díaz («Sir, you have taken out the lottery!») and to start a new stage of life, not only because I must learn to live otherwise, but because, at least for now, the horrible ghost of cancer has disappeared.

The day before yesterday, 07/05, I had an appointment at the HUC with the surgeon who operated on me, Dr. Hermógenes Díaz, with which I finished the postoperative consultations. After reviewing my case, he said that I was about to have a colostomy —that is, to have the ominous bag put on me—, he ratified Dr. Valle’s verdict, including the periodic reviews for about three years, and set the first one with him also for July, as ruled by Dr. Valle. As for the side effects, including defecatory chaos, he insisted on the need for me to flee from stress.

I only have to thank the Spanish Health Service —in particular the person of all the professionals who took care of my treatment and operation— , my medical friends who helped me from the beginning, my non-medical friends, my relatives and the acquaintances who encouraged me to continue with optimism, and, above all, Chepina, without whose physical and emotional support, dedication and constant care I do not know what would have happened to me.

Reflections

About what is commonly attributed to luck,

· Was it good or bad for me to be disturbed by the sentinel hemorrhoid?

· Was it good or bad that Dr. Hermógenes Díaz had not been part of the committee that diagnosed my case?

· Was it good or bad for me to leave Venezuela when I left to come and settle in the Canary Islands?

· What would have happened to me if my case had been treated in Chavez Venezuela?

[*FP}— CÁNCER, el duro golpe que yo no esperaba

09-05-2019

Carlos M. Padrón

Prólogo.- En contra de mi costumbre de no contar los pollos antes de que nazcan, he comenzado a escribir este artículo el 20/03/2019, o sea, varios días antes de que ocurran los hechos que —al menos eso espero— contaré al final.

Por el tema y el lenguaje usado, la narración podría no resultar agradable, pero el lector tendrá siempre la opción de interrumpirla.

No di publicidad a esto, y sólo lo conté a mis familiares de aquí y a amigos más cercanos no dados a redes sociales, porque no quise que comenzaran a llegarme mensajes compadeciéndome, preguntando por mi estado, por cómo iba el tratamiento, etc. Esa publicidad no me habría ayudado, pero sí creo que la lectura de este artículo puede ayudar a algunas personas a saber lo que deparan casos como el mío y a prepararse para hacerles frente. Por eso lo publico lo más completo posible porque, además, creo que un trance como éste en el que uno se juega la vida merece ser recordado en todos sus detalles.

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Los orígenes visibles de lo ocurrido se remontan a 2012 cuando en el Centro Médico Docente La Trinidad (CMDLT), en Caracas, me hicieron una colonoscopia. El líquido que el Dr. Bandres pidió que me tomara para limpiar mi intestino fue para mí, que tengo una piel y unos tejidos muy “delicagaditos”, como ácido clorhídrico, e hizo que brotara la que llaman hemorroide centinela, que está prácticamente en el ano. Como gesto muy “humanitario”, el Dr. Bandres se limitó a reír burlonamente cuando me le quejé de eso.

Como consecuencia, a partir de ahí, cada vez que mis evacuaciones eran de excremento blando, una parte caía en el váter (poceta) y la otra subía por la nalga derecha. Si esto ocurría en casa, yo recurría al bidet, pero si ocurría fuera de casa necesitaba mucho papel higiénico para limpiarme, y por esto llevaba siempre conmigo, en una riñonera (cangurito), una buena provisión de este tipo de papel o equivalente. Uno de los médicos a que recurrí me aconsejó que no me operara esa hemorroide porque el posoperatorio sería muy largo y, sobre todo, muy doloroso.

Seguí su consejo, y con los estropicios de esa hemorroide viví desde 2012. En los meses finales de 2016 comencé a notar algunas veces leves manchas de sangre en el papel higiénico con que me limpiaba. Al tacto no detecté la tal hemorroide, como sí la había detectado antes, y, en mi ignorancia, deduje que la sangre era consecuencia de que había reventado, se había retraído y sangraba. Además, y como para ratificar mi sospecha, ya el fenómeno de desviación de excremento no era tan acentuado como antes.

Al llegar a Canarias en febrero de 2017 esa sangre en el papel higiénico aparecía sólo de vez en cuando, pero a comienzos de 2018 ya la aparición fue constante y la cantidad iba en aumento. Como la médico de cabecera que entonces tenía yo aquí se escudó en pretextos para no examinarme, en julio recurrí a un gastroenterólogo (aquí los llaman digestivo) de Medicina privada. Éste me revisó, y como conclusión muy autoexplicativa se limitó a decirme «Vaya usted al Centro de Salud y dígales textualmente “¡Estoy cagando sangre!”».

Así lo hice, el sistema sanitario se movió, y el 27/08/2018 me hicieron una colonoscopia en el Hospital General de La Palma (HGLP). Para cuando salí de recuperación y me reuní con Chepina, mi señora, que ya estaba hablando con la Dra. Marlene Domínguez —la gastroenteróloga venezolana que ya había visto el resultado de la colonoscopia y me mostró la foto—, ésta me dijo que yo tenía un adenocarcinoma rectal (un tumor canceroso) de 4 cm ubicado a 5 cm del ano, y que, un poco más arriba, tenía también divertículos. Por procedimiento de rutina, añadió, se haría una biopsia del trocito que de ese tumor me habían sacado, pero que lo de cáncer era seguro.

Extrañado le pregunté cuáles eran las causas comunes de tales tumores. Me dijo que ser fumador, beber mucho alcohol, tener una mala dieta, llevar una vida desordenada, antecedentes familiares, etc. A mi respuesta de que nada de eso tenía que ver conmigo, añadió “Y una causa más: el estrés”. Y creo que en ésta acertó, pues durante mis últimos 12 años en Venezuela —en los que por orden médica hice vida monacal, saliendo de casa sólo en casos de real necesidad, y con cero actividad social— tuve estrés para alquilar, vender y regalar. Por lo visto, el resultado fue un cáncer made in Venezuela por el Socialismo del Siglo XXI.

Los médicos amigos que supieron de mi caso —a algunos de ellos tengo mucho que agradecer—, dijeron que de eso no se moría nadie hoy en día…. siempre y cuando el paciente se sometiera con rigor y por entero al tratamiento prescrito, que, por lo largo y por sus efectos secundarios, era siempre un calvario.

Y sí, una vez en marcha, ese tratamiento fue un auténtico calvario que, desde el principio y de manera abnegada, me ayudó a sobrellevar Chepina, tanto en lo físico como en lo emocional y, por supuesto, en el control de comidas y medicamentos, y en la administración de efectivos remedios caseros (los llamo menjunjes), pues mi merma de facultades fue aumentado a medida que avanzaba el tratamiento.

Lo visto por la Dra. Domínguez fue enviado a la Dra. Alejandra Rodríguez, oncóloga en ejercicio en el HGLP, quien nos dijo que haría su informe y que, según entendimos, lo enviaría al Comité Oncológico Provincial, grupo de oncólogos y cirujanos digestivos que reciben los datos de cánceres y que, reuniéndose online cada lunes, deciden el cómo, cuándo y dónde del tratamiento a aplicar al paciente, qué oncólogo lo supervisará, qué cirujano lo operará, etc.

Lo primero pedido por la Dra. Alejandra Rodríguez fue hacerme una analítica (supongo que específica para el caso), un TAC y una resonancia magnética, y con los resultados concluyó que mi tumor, de grado 3, estaba “localizado” (entendí que no tenía “sucursales”) y había afectado sólo un ganglio. Todos esos informes, puestos en mi expediente incluido en la base de datos de la Seguridad Social, llegaron al oncólogo Dr. Pedro Valle, que ejerce en el Hospital Universitario de Canarias (HUC), ubicado a medio camino entre el centro de Santa Cruz de Tenerife (Santa Cruz) y el de La Laguna, y un buen día me llamaron para que, con un acompañante (en estos casos es obligatorio), nos presentáramos en el HUC el 04/10/2018 para una primera consulta con el Dr. Valle y con el Dr. Hermógenes Díaz, quien sería el cirujano que me operaría, y que fuéramos preparados para residenciarnos allá, en Tenerife, durante casi un mes y medio.

A los pacientes que, como yo, no viven en Tenerife, donde está el HUC, sino en otra isla, y deben desplazarse a Tenerife, la Seguridad Social les paga los gastos de transporte, alojamiento y manutención del paciente y de su acompañante, una ayuda muy significativa porque tratamientos como el mío requieren alojamiento largo, o frecuente, y varios vuelos.

En el Hotel Las Torres, muy cercano al HUC (unos 10 a 12 minutos caminando), conseguimos habitación con kitchenette, y para Tenerife nos fuimos. Fue entonces cuando anuncié en este blog la primera de la suspensión de publicaciones, ‘por causas ajenas a mi voluntad’, con duración de varios días.

En la primera cita, el Dr. Valle nos dijo que me trataría con radioterapia y quimioterapia oral simultáneamente. La radio sería sólo los días hábiles (recibí 38 sesiones a razón de cuatro “disparos” cada una), y la quimio —que sería oral, menos agresiva que la inyectada, pero veneno al fin y al cabo— consistiría en una dosis de 1.650 mg de Capecitabina (unas pastillas que me dieron contadas de forma que no sobrara ni una) cada 12 horas durante 42 días, o sea, 84 dosis, según muestra el cuadro que sigue, que preparé para control visual del tratamiento.

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Para la quimio escogí como horario las 09:00 de la mañana y las 21:00, o 09:00 de la noche. También el Dr. Valle nos describió algunos de los efectos secundarios que ese tratamiento me causaría, insistiendo en que la lista de éstos, no exhaustiva, varía por paciente, y que algunos de esos efectos pueden durar meses y hasta un año, siendo los más notorios los que ocurren durante las dos semanas siguientes al fin del tratamiento.

Como puede verse en el cuadro, mi tratamiento de radioquimio terminaría el día 14 de noviembre, cuando yo regresaría a mi casa y quedaría a la espera de que me llamaran del HUC, primero para una resonancia magnética con un aparato de avanzada tecnología que está en Tenerife muy cerca del HUC, y luego para mi operación, que sería, según el Dr. Valle, como entre 8 a 10 semanas después de terminado el tratamiento, o sea, después del 14/11.

Por su parte, el cirujano Dr. Hermógenes Díaz nos dijo que si él hubiera estado presente cuando el Comité Oncológico Provincial analizó mi caso, tal vez habría recomendado meterme de inmediato en quirófano, pero que ya que se había decidido otra cosa, mi operación, de alto riesgo, consistiría en abrirme el vientre, sacarme un trozo de recto (algo así como un metro) que incluyera el tumor y los divertículos, anularme el ano, y hacerme colostomía, o sea, colocarme en el costado izquierdo una bolsa que recogería el excremento.

Añadió que a veces, y dependiendo del resultado de la operación, esa bolsa se retira después de unos meses y se reactiva el ano, y otras veces se deja de por vida. También dijo que se ha sabido de raros casos en que tumores como el mío desaparecen con la radioquimio y puede cambiarse el plan. Según él, mi operación sería entre 10 a 15 semanas después de terminado el tratamiento, y me pidió que no le fallara.

Extrañado, contesté que no entendía eso de fallarle, y más extrañado quedé cuando me respondió que hay pacientes que, aunque parezca mentira, abandonan el plan y no aparecen más, algo que comprobé que sí ocurría porque, en conversaciones entre pacientes y acompañantes en la sala de espera para radioterapia, contaron casos reales. Uno de los pacientes allí presentes y que tiempo atrás había optado por el abandono, tuvo que volver de nuevo a radioterapia, pero ya sentenciado por metástasis.

Durante esos 42 días, Chepina, la ayuda sin la cual no sé qué hubiera hecho yo, compraba alimentos en alguno de los varios supermercados vecinos y, usando la pequeña cocina que había en el apartamento, preparaba desayuno, cena y los menjunjes ya mencionados, uno de ellos un batido con polvos que eran pura proteína, y otros eran jugos de zanahoria y remolacha, y de guayaba y pimentón rojo.

Cada viernes me hacían una analítica que estaría en manos del Dr. Valle cuando en la mañana del lunes siguiente fuéramos a cita con él para revisión de plan. Las primeras analíticas mostraron descenso de plaquetas, lo cual era de esperar, pero de pronto ese descenso se detuvo, lo cual podría ser atribuible a los menjunjes de Chepina.

En una de esas citas de lunes con el Dr. Valle salió a colación lo de que él me había dicho que mi operación sería entre 8 a 10 semanas después de terminado el tratamiento el 14/11, mientras que el Dr. Díaz me había dicho que sería entre 10 a 15 semanas después de esa fecha. La respuesta del Dr. Valle, que no entendí qué relación tenía con las semanas, fue “Nosotros (supongo que se refería al grupo de oncólogos del comité) buscamos no ponerle a usted la bolsa», y mi reacción fue unir las palmas de mis manos como en oración y decirle “¡Por favor!”, pues la idea de la tal bolsa pegada a mi costado izquierdo con el fin de recoger excremento nunca me gustó, aunque, echando mano de mi vena de humor negro, que varios disgustos ha causado, un día le dije a Chepina que esa bolsa tenía tres ventajas: 1) No obliga a salir corriendo en busca de un baño; 2) Los gases no dan mal olor; 3) Implica un gran ahorro en papel higiénico. Pero a Chepina no le hizo gracia mi conclusión.

Entre los efectos secundarios considerados más frecuentes según la lista del Dr. Valle estaban la inapetencia, las náuseas, los vómitos, las lesiones cutáneas, la reducción del tamaño de la vejiga y consiguiente necesidad de orinar con más frecuencia, molestias al comenzar a orinar, hormigueos o ardores en el abdomen, y la alteración de las funciones estomacales e intestinales. Esta alteración resultó ser lo que me hizo la vida a cuadritos, pues además de que los intestinos sufrían, como muchas otras partes de mi cuerpo, los efectos de la quimio, eran también los más afectados por el bombardeo de la radio y, en consecuencia, el patrón de evacuación se volvió caótico e imprevisible.

A veces las ganas de evacuar eran muchas, y al llegar al baño el resultado eran sólo gases y moco; a veces las ganas eran —o parecían ser— pocas, pero el resultado era una abundante deposición. El factor común fue siempre, en cualquier caso, la necesidad, por previsión, de estar cerca de un baño, pues en cuatro veces que durante el tratamiento no llegué a tiempo a un baño, la evacuación tuvo lugar de todos modos ensuciando calzoncillos (interiores), llevara yo o no compresa, pantalones, calcetines y hasta zapatos.

Sólo me quedaba refugiarme en un baño público (por suerte, casi todos están limpios por aquí) y empezar a lavar, a limpiarme y a hacer uso después de la ropa, compresas de repuesto y bolsas plástica que siempre llevaba Chepina, que en una ocasión se vio obligada a entrar al baño de hombres para ayudarme. La bolsa plástica era para guardar los calzoncillos después de que ella los hubiera lavado.

En cuanto a las lesiones cutáneas, tuve quemaduras, rasguños, vejigas, ampollas, salpullidos, raras pigmentaciones azuladas en manos y uñas; hormigueos bajo la piel, como de pompas que pugnaran por salir; piquiña simétrica en las pantorrillas (en el mismo lugar en las dos), o en hombros, pecho y costados; lamparones de piel reseca y como corrugada en la parte trasera de la mitad inferior de mi cuerpo que a veces se sentían como zonas húmedas, pero que estaban secas; y hasta cortadas tan dolorosas como las que uno puede hacerse con una hoja de papel y que, además, aparecían en cualquier lado del cuerpo, hasta en los más insólitos. En algunos podía curarlas yo, pero en casi todos era Chepina quien se encargaba de hacerles frente.

Una tarde fuimos a Santa Cruz a hacer una visita. Al salir para regresar al hotel, las plantas de los pies me dolían tanto que a duras penas pude llegar. Cuando ya en el hotel Chepina las revisó, las encontró llenas de ampollas, como vejigas de agua, que las había hasta debajo de los dedos. En la farmacia más cercana se compró lo necesario y Chepina fue reventando y curando las ampollas una a una, lo que se repitió durante un par de días ya que continuaron saliendo, aunque cada vez menos. Algo curioso de estos efectos es que, al menos en mí, aparecen de repente y se van también de repente.

Los otros efectos secundarios anunciados —inapetencia, náuseas y vómitos— no pudieron conmigo, lo que, según creo, se debió en gran parte a que nunca caí en pesimismo y a que desde niño mi padre me enseñó a comer de todo; en la mesa de mi casa estaba prohibida la expresión “Esto no me gusta”. En consecuencia, como de todo, pero, en mi estado de inapetencia, de entre la corta lista de lo que me permitían comer (la de alimentos prohibidos era mucho más larga) había platos cuyo recuerdo me causaba menos repudio que otros, y nos dimos a la tarea de buscar dónde los preparaban de forma aceptable para mí.

Así descubrí que una manzanilla antes del almuerzo me acondicionaba bien el estómago, y que una sopa de pollo, también. Un restaurante de La Laguna en el que, como en casi todos, podía conseguirse manzanilla, servía una buena sopa de pollo, una buena chuleta de cerdo, y trozos de pollo o conejo, y yo toleraba bien esos platos, así que ese restaurante entró en mi lista. Y también uno de Santa Cruz que destaca por comida casera, servicio rápido y precios decentes, donde, además de la sopa de pollo o la manzanilla, podía yo comer arroz a la cubana —arroz blanco con judías (caraotas) negras y un plátano (cambur) frito—, algo difícil de conseguir porque, por lo que para nosotros siguen siendo misteriosos motivos, es muy raro que los restaurantes de aquí sirvan arroz blanco, algo que en la Venezuela en que viví habría sido inaudito.

Con esos tres platos, y yendo en tranvía un día a Santa Cruz y otro a La Laguna, me bandeé los primeros días, hasta que, después de un almuerzo en La Laguna, Chepina quiso de postre un helado. Mientras ella entró a una heladería, la esperé sentado en un banco de la calle (no estaba yo para paseos innecesarios), y a su regreso me dijo que esa heladería, que era de italianos, también era un restaurante que ofrecía en su carta cuatro platos de pasta.

La sola mención de la pasta me estimuló (en este blog conté hace tiempo que creo haber sido italiano en otra vida), y al siguiente día fuimos a almorzar en ese restaurante. La pasta me pareció muy al dente. Pedí que la cocinaran un poco más y resultó que el penne pomodoro fue para mí como una tabla de salvación y se afincó como una opción más para mis almuerzos. A partir de ahí, y salvo contadas excepciones, seguí la secuencia de un día almuerzo en el restaurante de Santa Cruz, al día siguiente en el restaurante de La Laguna, al siguiente en la heladería de La Laguna, al siguiente de vuelta al de Santa Cruz, y así sucesivamente.

Después de “saborear” los rigores de este régimen compadecí, y compadezco cada vez más, a los pacientes que reciban radioterapia o quimioterapia y sean de esas personas de pico fino a las que no les gusta esto, lo otro y lo de más allá. Supe de uno que vomitaba todo lo que comía, lo sometieron a alimentación intravenosa, y al poco tiempo murió.

Durante la sesión de radio de los viernes solían hacerme radiografías, y a partir del segundo viernes, al final de la sesión de radio me abordaba una enfermera de las varias que allí había para, tableta o papeles en mano, hacerme una encuesta durante la cual y en sucesivos viernes tuvo lugar, pregunta más, pregunta menos, un diálogo como éste:

—Don Carlos, ¿siente usted mucho dolor?

—¿Dolor? A mí no me duele nada.

—¿En ninguna parte y en ningún momento?

—En ninguna parte y en ningún momento.

—¿Y qué tal las náuseas?

—Hasta ahora sólo tuve una por lo mal que me olió cuando pasé frente a un restaurante de mala muerte, pero me tapé la nariz, me alejé lo más rápido que pude, y cesaron las náuseas.

—¿Entonces usted no ha vomitado?

—No, no he vomitado ni una sola vez.

—¿Y come bien?

—Aunque no tengo ganas de comer, desayuno, almuerzo y ceno porque me ordenaron que tengo que comer, pero sólo como lo que mi estómago acepta y hasta donde él me lo permite.

—¿Cómo es eso de hasta dónde se lo permite?

—Pues que llega un momento en que mi estómago “me dice” «¡Ni un bocado más, porque, si sigues, vas a vomitar!”». Y hasta ahí llega mi comida.

—¿Y qué tal tolera usted la ingesta de dosis de la quimio?

—Cuando despierto en las mañanas me siento tan débil que para levantarme necesito echar mano de la poca voluntad que tengo y de la que no tengo, pero logro levantarme. Desayuno (un sándwich de pan de molde con una loncha de jamón y otra de queso, o un huevo frito o una tortilla francesa) acompañado del menjunje que mi mujer me prepara, y antes de media hora de haber comido y bebido eso me tomo la dosis de Capecitabina y vuelvo a la cama. Unos 45 minutos después ya me siento con fuerzas para ir al baño, asearme, vestirme y salir caminando para acá a fin de llegar aquí sobre las 11:45 ya que mi cita de radioterapia es, teóricamente, a las 12:15.

Sin poder contener bien su asombro, al escuchar este relato la enfermera me decía:

—¿¡Puede usted hacer todo eso con sólo descansar 45 minutos después de las pastillas de la quimio!? ¡No lo entiendo!

La primera vez que tuvo lugar este diálogo, la enfermera, con ceño fruncido y mirada de escepticismo, me dio a entender, con esa exclamación, que se le hacía difícil aceptar como ciertas o normales mis respuestas. Como las más de las preguntas y mis respuestas a ellas se repitieron en la segunda encuesta, a la tercera, una enfermera que ya había venido antes vino acompañada de otra, de más edad y tal vez de rango superior, como para que le sirviera de testigo, y, cuando terminó la encuesta, la enfermera que ya había venido dirigió a la otra una mirada de “¿Ves que es cierto lo que te dije?”. Ésta se encogió de hombros y cuando se retiraba estoy casi seguro de que le escuché decir algo así como “Este tío es marciano”.

Y después no hubo más encuestas. Cuando de vuelta a casa conté el caso a uno de los médicos que aquí me había ayudado, en tono jocoso me dijo “Claro, es que les rompiste las estadísticas”.

Terminado el tratamiento el 14/11, en mi cita de despedida con el Dr. Valle éste me dijo que quería verme un mes después de que me operaran, cuando ya estarían en el sistema los resultados de una analítica especial y de un TAC de tórax y abdomen, que podrían hacerme en La Palma (como efectivamente me los hicieron) y para los que me entregó las órdenes correspondientes.

De acuerdo a lo anticipado por el Dr. Valle, los efectos secundarios me acribillaron durante las dos semanas inmediatas siguientes al 14/11, llegando a cosas tan absurdas como que yo, que nunca he sabido lo que es ni siquiera una molestia en la dentadura, una mañana desperté con un tremendo dolor en todas las piezas dentales de la mandíbula superior, en especial en una en particular que se había vuelto sensible. A las 48 horas, ese dolor desapareció tan repentinamente como había llegado, aunque la pieza en cuestión necesitó tratamiento de raíz. Semanas después, lo mismo en la mandíbula inferior, y en particular en la unión entre el labio y la base de la encía. Un par de aplicaciones de una crema especial, y adiós dolor.

En la vista y la audición noté un deterioro que esos sentidos no tenían antes del tratamiento.

Días después me llamaron del HUC para que el 07/12 fuera a hacerme una resonancia magnética, pero no en La Palma, sino en IMETISA (Instituto Medico Tinerfeño, S.A.), donde se dice que tienen el equipo de MRI más potente de la provincia. Y tal parece que así es porque, al mirar yo con asombro el tamaño de la máquina con la que iban a hacerme el estudio, el especialista en su manejo me preguntó si me había hecho antes una resonancia. A mi respuesta de que sí, que me había hecho dos, correspondió con un “Pues las máquinas con que se las hicieron son juguetes en comparación con ésta”.

Me colocó adecuadamente sobre la camilla de la máquina y me puso unos cascos (audífonos) para evitar que los altos ruidos que la máquina emitiría dañaran mis oídos….. y comenzó el escándalo que en cierto momento pareció un concierto de percusión de un conjunto caribeño, y en otros la camilla golpeó mi espalda varias veces para que los intestinos quedaran en posición adecuada para “fotografiarlos”.

El resultado de la resonancia, una vez preparado por el especialista, sería incorporado por éste a mi expediente en la base de datos de la Seguridad Social, y acerca de él ya me dirían en próxima cita los doctores Valle y Díaz.

Esa próxima cita tuvo lugar en el HUC los días 20 y 21/12. Cuando el Dr. Valle leyó el informe de la resonancia, me miró con expresión tranquilizadora y dijo “Tenemos buenas noticias: el tumor ha desaparecido”.

Por su parte, el cirujano, Dr. Hermógenes Díaz, celebró también esa desaparición y nos dijo “Ante esto, ya no le haré la operación que había dicho que le haría, sino una más sencilla que se hace con la técnica TAMIS (Cirugía transanal mínimamente invasiva)«. Sacó su teléfono celular y en el calendario contó hasta 9, de lo cual deduje que me operaría pasadas 9 semanas a partir del 14/11. Me dio la orden, marcada urgente, para que en el HGLP me hicieran las revisiones y exámenes de preanestesia, y al despedirnos me dijo: “Señor, ¡usted se ha sacado la lotería!”. Mi fe y optimismo, basados en el que “de eso no se muere nadie hoy en día” aumentaron varios enteros con estas palabras del Dr. Hermógenes Díaz.

Pocos días después me llamaron del HGLP para que fuera a lo de preanestesia, y eso me hizo suponer que pronto me llamarían para la operación.

Las supuestas 9 semanas se cumplirían el 06/01/19, pero como llegó ese día y no me habían llamado del HUC, comencé a llamar yo hasta que di con el departamento que sabía de los planes para mi operación. A mi pregunta de cuándo sería ésta, la esquiva respuesta fue que aún tardaría “un poquito más”. Pregunté entonces que cuánto era en términos de tiempo ese “poquito más”, y la respuesta fue que, debido a falta de disponibilidad de quirófanos, tardaría de uno o dos meses.

Como lo de los quirófanos no me convenció, seguí indagando por otra vía, di con Lista de Espera y la respuesta fue que el retraso se debía a falta de camas porque la epidemia de gripe las había copado todas hasta el punto de que algunas de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) estaban ocupadas por pacientes de gripe que no requerían de cuidados intensivos.

El día 23/02/2019 recibí del HUC, ya cerca de mediodía, una llamada en la que se me dijo que, a efectos de mi operación, debería estar en el HUC el jueves 7 de marzo a las 08:00 de la mañana… pero que eso me lo confirmarían, también por llamada, el día 6. Supuse que esta llamada de confirmación o suspensión llegaría también a mediodía que es cuando, una vez dada el alta a algunos pacientes, ya el HUC sabría qué camas quedarían libres.

Según me dijo la agencia de viajes, por culpa del Carnaval —fiestas que detesto desde que tuve uso de razón—, los vuelos entre La Palma y Tenerife estaban todos llenos, pero verían de conseguirnos cupo en alguno. Días después dijeron que nos lo habían conseguido en un vuelo que saldría a las 12:00 del mediodía del 06/03.

Ante la posibilidad de una tardía llamada del día 6 confirmando o suspendiendo mi cita del día 7 en el HUC, optamos por dejar listas las maletas el día 5 en la noche y salir para el aeropuerto el 6 a media mañana. Si en el trayecto, de unos 45 minutos, llegaba la llamada suspendiendo la cita del día 7, regresaríamos a casa, pero si la confirmaba tomaríamos el vuelo de las 12 a Tenerife.

Pero los de la agencia de viajes continuaron trabajando mi caso y días más tarde me dijeron que nos habían conseguido vuelo para las 6 de la tarde del día 6, lo cual nos dejaba margen para esperar en casa la llamada que, tal y como sospeché, llegó casi a las 12 del mediodía de ese día 6, pero, por fin, confirmaron que yo debía estar en cirugía del HUC el jueves 7 a las 08:00 de la mañana, y puse en el blog el segundo aviso de suspensión de publicaciones ‘por causas ajenas a mi voluntad’ .

Viajamos en la tarde del día 6, nos quedamos en casa de una buena amiga, y el día 7 estuve puntualmente en la sección de admisión para cirugía del HUC.

La asignación de cama confirmó lo de la escasez de éstas, pues en vez de darme una en la planta reservada para digestivo, me la dieron en la de traumatología (habitación 522, cama 1), y una vez que tomé posesión de ella se me dijo que no podría ingerir ni alimentos ni agua… y yo, por si acaso, ya que nada me dijeron al respecto, no desayuné el día 7, así que mi última comida había sido la cena del día 6.

Sobre las 9 de la mañana del día 8, y usando la cama con ruedas en que yo estaba, me bajaron al quirófano. Para evitar trombos, me inyectaron algo en el abdomen y me pusieron unas medias elásticas que me apretaban desde los pies hasta las ingles, y luego me anestesiaron con mascarilla.

Lo próximo que recuerdo es que cinco mujeres me tenían inmovilizado en mi cama. Una me sujetaba los pies, dos de ellas (una a cada lado de la cama), las piernas, y las otras dos (también una a cada lado de la cama) las manos, y repetían “Tranquilo, don Carlos, tranquilo”, pero yo no podía estar tranquilo porque veía que la parte baja de mi cama estaba metida dentro de un gran monitor, como el de una pantalla de TV de 100 pulgadas, y yo quería sacar mi cama por completo para huir de aquello, pero las vías (a efectos de medicamentos e hidratación me habían puesto una en cada mano) tropezaban con los bordes del monitor e impedían que la cama saliera.

De pronto, a mi izquierda apareció otra mujer que me dijo:

—¿Sabes quién soy?

—Sí, eres Chepina —le respondí.

—Pues quédate tranquilo que esto es sólo como realidad virtual.

—¡La realidad virtual no es así! —dice Chepina que fue mi airada respuesta.

Y creo que luego me tranquilicé. Cuando me llevaban de regreso a mi habitación, avergonzado alcancé a disculparme con el personal que aún estaba cerca de mí. Me dijeron que no me preocupara porque mi reacción a la anestesia era muy común, y que ellos estaban acostumbrados a reacciones mucho peores que la mía.

El Dr. Díaz habló con Chepina, le dijo que la operación con TAMIS había salido bien (en quirófano estuve 65 minutos, de los cuales la operación tomó 40), que el resultado de la biopsia que se haría a la rodaja o pedazo de recto que me sacaron estaría listo entre una a tres semanas, y que yo debería guardar reposo, evitar hacer esfuerzos o levantar pesos, y consumir sólo una dieta blanda.

Lo mismo me dijo cuando unas horas después me visitó en mi habitación en la que, “disfrutando” a partir del sábado 9 de la famosa comida de hospital, cada vez que necesitaba ir al baño —lo cual era muy frecuente— tuve que ir despacio y haciendo rodar el atril donde colgaban las bolsas de los fluidos conectados a mi cuerpo. Aparte de éstos, en el abdomen me inyectaban heparina, también para prevenir trombos.

El miércoles 13 de marzo me dieron de alta. Esa noche nos quedamos en casa de nuestra amiga, donde Chepina se había quedado mientras estuve hospitalizado, y cuando el día 14 me levanté, tenía tal debilidad que a duras penas pude llegar al baño, ducharme y regresar a la habitación. La misma amiga nos llevó al aeropuerto y ayudó a Chepina con maletas y demás porque mi debilidad era tal que apenas me sostenía en pie.

Desayunamos en el aeropuerto (bocadillos y café), y estando ya sentados en el avión que nos traería de vuelta a La Palma sentí como si dentro de mí hubieran pasado un interruptor que me inyectó energía e hizo desaparecer la debilidad. Y entonces caí en cuenta de cuál había sido el motivo de la misma: ¡me habían tenido 3 días sin comer, y 7 sin tomar café! Así que lo primero que hice al llegar al aeropuerto de La Palma fue tomarme dos cafés más, y asunto arreglado.

Durante los próximos días arreciaron las ganas de ir al baño, a veces para una deposición normal, pero las más de las veces para sólo gases y moco. Como el moco se tornaba cada vez más rojizo, pedí por mi cuenta un análisis de sangre oculta en heces, y dio positivo. El martes 02/04 fuimos a consulta con nuestro médico de cabecera. Ordenó que me hicieran con urgencia una analítica y que el jueves o viernes fuera de nuevo a consulta para saber del resultado.

El jueves 05/04 fuimos a almorzar con unos amigos. Antes de dejar el restaurante hice una deposición normal, pero apenas poco después de que, a eso de 17:00 (las 5 p.m.), los amigos nos dejaron en casa, tuve dos deposiciones con sangre, que en la segunda, que brotó sin aviso y estando yo de pie, fue muy abundante y con un coágulo bastante grande. Luego de limpiar el desastre nos fuimos a Urgencias del HGLP donde me dejaron hospitalizado, de nuevo con sueros, y me hicieron exámenes, tactos, analíticas, interrogatorios, etc.

Para a mediodía del viernes 06/04 ya la sangre en el moco era muy poca, ante lo cual la médico que me atendió dijo que, según la oncóloga, la expulsión de sangre era algo propio de la operación que me habían hecho, y me dio de alta.

Por pura serendipia esa doctora me preguntó si me habían dado el resultado de la biopsia. Al responderle que no, me pidió que esperara, y a su vuelta me entregó no sólo el resultado de la biopsia sino también el del TAC. Y, ¡oh, maravilla!: ambos decían que en mi cuerpo no había células cancerígenas, o sea, que el adenocarcinoma de recto había sido erradicado sin que dejara rastro alguno.

Regresé a casa dando gracias de que el jueves 05/04 hubiera ocurrido el incidente que me hizo ir a Urgencias del HGLP.

Al mediodía del martes 23/04 tuve en el HUC una consulta con el oncólogo Dr. Valle, quien, como ya he dicho, ha dirigido y monitoreado mi tratamiento. Fue ésta la primera consulta con él después de que me operaran el pasado 08/03.

Lo más importante que en esta consulta ocurrió fue la ratificación oficial de lo indicado en lo que el 06/04 me habían entregado en el HGLP, pues, después de que el Dr. Valle repasara los documentos que, impresos y en pantalla, acerca de mi caso tenía, me dijo “Los análisis y estudios que se le han hecho después de la operación indican que, en lo que respecta a lo tumoral, usted está curado”.

Luego de que yo le contara qué y cómo me sentía, concluyó enfatizando que, además de los chequeos periódicos (el primero será el próximo julio), debo aprender a vivir con los efectos secundarios (de la radio y de la quimio) mientras éstos duren, y de ellos el peor es el que he dado en llamar caos defecatorio (la palabreja es mía).

Creo que esto es motivo como para ratificar las palabras del cirujano Dr. Hermógenes Díaz (”Señor, ¡usted se ha sacado la lotería!”) y dar inicio a una nueva etapa de vida, no sólo por eso de que debo aprender a vivir de otra forma, sino porque, al menos por ahora, el horrible fantasma del cáncer ha desaparecido.

Anteayer, 07/05, tuve en el HUC una cita con el cirujano que me operó, Dr. Hermógenes Díaz, con lo cual terminé las consultas posoperatorias. Después de revisar lo relativo a mi caso, dijo que estuve a punto de que me hicieran colostomía —o sea, de que me pusieran la ominosa bolsa—, ratificó el veredicto del Dr. Valle, incluyendo lo de las revisiones periódicas durante unos tres años, y fijó la primera con él también para julio, como la pautada por el Dr. Valle. En cuanto a los efectos secundarios, caos defecatorio incluido, insistió en la necesidad de que yo huya del estrés.

Sólo me resta dar las gracias a la Sanidad española —en particular a los excelentes profesionales doctores Pedro Valle y Hermógenes Díaz, quienes se ocuparon de mi tratamiento y operación—, a mis amigos médicos que desde el comienzo me ayudaron, a mis amigos no médicos, a mis familiares y a los conocidos que me animaron a seguir adelante con optimismo, y, sobre todo a Chepina, mi esposa, sin cuyo apoyo físico y emocional, su dedicación y sus constantes cuidados no sé qué habría sido de mí.

Reflexiones

Sobre lo que comúnmente se atribuye a la suerte,

  • ¿Fue bueno o malo que me alborotaran la hemorroide centinela?
  • ¿Fue bueno o malo que el Dr. Hermógenes Díaz no hubiera formado parte del comité que diagnosticó sobre mi caso?
  • ¿Fue bueno o malo que dejara yo Venezuela cuando la dejé para venir a residenciarnos en Canarias?
  • ¿Qué me habría ocurrido de haber sido tratado mi caso en la Venezuela chavista?

[*FP}— ‘Granaranjas’ como muestra de genuina amistad

18-12-2018

Carlos M. Padrón

Se dice que los genuinos sentimientos suelen demostrarse con detalles pequeños pero sinceros, y éste es el caso con que debo calificar el sencillo pero valiosísimo detalle que mi amigo Wifredo Ramos —amigo desde hace 69 años, el que calmó mi sed en el incidente de la agonía en La Caldera, y actual cronista oficial de El Paso, pueblo natal suyo y mío— ha tenido con Chepina y conmigo.

Primero, un almuerzo en el Puerto de Tazacorte,

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De izquierda a derecha: Wifredo Ramos, Carlos M. Padrón, Carmen (Chepina) Pernía de Padrón, Loly Jerónimo de Ramos

Y luego, ya en su casa, nos hizo entrega de algo tan sencillo, pero tan significativo por la dedicación y el afecto que encierra, como dos parejas de frutos de su propia huerta: un par de granadas y un par de naranjas, ambas dedicadas a nosotros.

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¡Mil gracias, amigo Wifredo!

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