[*Opino}– Bases para que una pareja se lleve bien

17-02-14

Carlos M. Padrón

En el artículo De Carpádrez: Bases de la pareja, publicado en diciembre de 2006, expuse las que, según mi experiencia hasta finales de 2004, son las bases de la pareja.

Me satisface que al menos un par de ellas (confianza y respeto) aparezcan en el artículo que copio abajo, y me gustaría saber por qué ni se mencionan las otras (comunicación, vocación de pareja, y química).

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16/02/2014

Ocho cosas que las parejas que se llevan bien NO hacen

A veces, construir una relación sólida y sana no sólo tiene que ver con lo que haga la pareja, sino también con lo que no haga.

Aquí van 8 cosas que no se encuentran entre las costumbres de las parejas bien llevadas.

Desanimar a su pareja

Dos personas que se quieren y que se preocupan por su pareja nunca intentarían desilusionarla o retenerla. Entre ellas se animan y se apoyan cuando tratan de perseguir sus objetivos y sus sueños.

Si reprimes a tu pareja, harás que la relación se resienta a largo plazo. Paradójicamente, dar mayor libertad a tu pareja a menudo supone un acercamiento por su parte.

Comerse la cabeza

Las preguntas tontas como «¿Cuánto tengo que esperar antes de llamar?» están de más si tu pareja es una persona madura y comprensiva. Llámala cuando quieras llamarla, escríbele cuando quieras escribirle. Los juegos y la manipulación no existen a la hora de construir una base sólida para una relación.

Dudar de los sentimientos del otro

En una buena relación, las dos partes saben lo que significan para la otra persona. La comunicación y el cariño son muy importantes para minimizar las inseguridades y las dudas.

Dejar de intentarlo

Sabes que has encontrado a la pareja adecuada cuando ésta no deja de mostrarte lo mucho que significas para él/ella… aunque sea mucho el tiempo que ya llevan juntos.

Esconder los problemas bajo la alfombra

No todo en la relación va a ser maravilloso, pero los retos a los que tengan que enfrentarse juntos los harán más fuertes, como individuos y como pareja.

No se puede solucionar ningún problema si no se le hace frente, y las personas que se preocupan por su pareja serán lo suficientemente maduras para tener discusiones de adultos y llegar a una conclusión.

Si se esconden los sentimientos, el otro miembro de la pareja no sabrá lo que tiene que hacer o cambiar para que su pareja se sienta bien, por lo que las cosas no mejorarán.

Fisgonear

Uno de los ingredientes clave para una buena relación es la confianza, y cuando se tiene confianza no se invade la privacidad del otro. No debería hacer falta ponerle contraseña al celular ni borrar el historial de Facebook. Las personas que tienen confianza en su pareja deberían ser un libro abierto para la otra persona, por lo que no habría necesidad de ir escondiéndose.

Desenterrar el pasado

Todos tenemos un pasado que ha hecho de nosotros lo que somos ahora. Algunas experiencias han sido positivas, y otras no tanto. Las parejas maduras y bien llevadas lo entienden y no usan los trapos sucios de la otra persona como argumento en sus discusiones, o como excusa para iniciar una disputa.

Dejar que la relación se estanque

Tanto dentro como fuera del dormitorio, es importante que la pareja no se aburra, y que no sienta que las cosas no avanzan. A menudo, la intimidad en la cama se construye desde fuera, con picardía, gestos románticos y muestras de cariño, de modo que uno sepa lo que significa para el otro.

El éxito en las relaciones se cimenta sobre la comunicación, la confianza, la lealtad y el respeto mutuo. Éstas son algunas de las piedras angulares del amor. Si falta una, la otra no puede existir.

Fuente

[*Opino}– Las doce reglas de oro para vivir en pareja

12-03-13

Lo que se dice en el artículo que copio abajo, y que creo válido en todos sus puntos, ya fue bien explicado en el libro “The road less traveled” (La nueva psicología del amor).

Regla 5. En el artículo Sobre el drogamor, la pareja, la felicidad… ya dije que ‘No doy menos de lo que me dan ni acepto menos de lo que doy’.

Regla 6. Yo diría que, en gran medida, se dan las dos cosas, pues una suele dar paso a la otra.

Regla 7. Esas turbulencas son rasgo distintivo del drogamor.

Regla 8. ¡Qué difícl es que se cumpla!

Regla 11. También fue explicada, y muy bien, en el artículo «Cuida a tu pareja«, pero creo que es imposible que una madre bioanimal acepte eso.

Como ya he dicho en varios artículos de la serie Drogamor, para las más de estas madres el marido es el proveedor que ella necesita para que la mantenga a ella y a sus hijos (con ‘sus’ quiero decir los de ella, porque en el fondo ella cree que son sólo suyos) y, por tanto, en prioridad el marido está por debajo de los hijos.

Artículos relacionados:

· Mujeres en su salsa

· Las mujeres y la escogencia de pareja

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12/03/2013

No es fácil mantener y conservar el amor en la pareja, aunque el ser humano haya nacido para vivir acompañado por esa persona que es especial entre todas las demás, que nos completa, que da sentido a nuestra vida y nos hace feliz.

El camino del amor tiene muchos baches, y cada pareja también. Ése es el territorio que mejor conoce el psicólogo Joan Garriga tras más de diez años trabajando con parejas y ayudándolas a conseguir una relación más sana y consciente.

En su nuevo libro «El buen amor en la pareja» se adentra precisamente en los recovecos del buen amor, un amor que se reconoce «porque en él somos exactamente como somos, y dejamos que el otro sea exactamente como es».

Como epílogo a ese libro del buen amor, que habla de las diferentes formas que existen de ser pareja y de encontrar la propia fórmula, la que a cada uno le haga dichoso, de estar con alguien, nos ofrece las doce reglas de oro para vivir hoy en pareja:

1. Sin ti no podría vivir / Sin ti también me iría bien

Somos dos adultos que nos sostenemos sobre nuestros propios pies, no dos niños buscando a sus padres. Sin ti también me iría bien, pero me alegra el corazón que sea contigo y que estemos juntos.

2. Te quiero por ti mismo / Te quiero por ti mismo

… bueno, a pesar de ti mismo. Es un regalo enorme amar las sombras del otro, su ego, sus dificultades, y ser compasivos con ello, porque eso significa que somos capaces de reconocer al otro miembro de la relación en su realidad más sombreada.

La pareja es un campo de crecimiento en el que se van limando las asperezas del ego gracias a que el amor compartido es capaz de soportarlas.

3. Hazme feliz / Siento el deseo espontáneo de que seas feliz

La pareja no está pensada para darnos la felicidad, aunque si sabemos conjugar todas sus dimensiones experimentamos algo que se acerca a la dicha.

Sentimos que pertenecemos a algo, que hemos creado una intimidad, un vínculo, y que construimos caminos de vida.

4. Quiero una pareja / Mejor me preparo para ser pareja

El exceso de «yo» y de individualidad por encima del sentido del «nosotros» convierte a la pareja en un campo increíble de libertad y, al mismo tiempo, nos expone a más y más soledad e incertidumbre; las dos cosas al mismo tiempo. Si quieres tener pareja, trabaja en tu interior para encontrar tu propio tono y manera para ser compañero o compañera, y lo demás se te dará por añadidura.

5. Te lo doy todo / Mejor dame lo que me mantiene en el mismo rango que tú

La pareja es una relación de igualdad en la que hay que procurar que haya un intercambio de equilibro y justicia para preservar la paridad de rango.

Dar mucho puede generar en el otro un sentimiento de deuda, y empequeñecerlo. Mejor dar lo que el otro puede devolver de alguna manera, puesto que con el intercambio fértil crece la felicidad.

6. Dámelo todo / Dame lo que tienes y eres y yo puedo compensar para mantener en mí dignidad

Cuando alguien en una relación lo pide todo del otro, debemos sospechar dos cosas:

1. La primera, que esa persona es un niño, y,

2. La segunda, que, sin duda, esa persona no va a tomar y apreciar lo que se le da, porque está anclada en un guión de insatisfacción que se nutre con su demanda, la cual, aunque sea atendida, no le satisface.

Mejor el intercambio positivo y gratificante, al negativo e hiriente.

7. Ojalá sea intenso y emocional / Ojalá sea fácil

Algunas relaciones discurren con fluidez y facilidad, no chirrían. Son el resultado del encuentro de dos naturalezas que armonizan sin grandes desencajes. Otras veces, todo es difícil, a pesar del amor.

Cuando una relación es intensa y emocional, a menudo llega a ser desvitalizante. De hecho, las grandes turbulencias emocionales, y los juegos psicológicos desgastantes y fatales, tienen que ver con reminiscencias de heridas infantiles y viejos anhelos no colmados.

8. Lucho por el poder / Cooperamos

Demasiados siglos de lucha y sufrimiento entre hombres y mujeres nos convocan a una reconciliación. Es maravilloso cuando en la pareja ambos sienten adentro, de verdad, de corazón, que no hay mejor ni peor, y que caminan juntos. No uno por arriba y otro por abajo, no uno por delante y otro por detrás. Cooperan. Son compañeros, amigos, hermanos, amantes y socios. Uno y uno son más que dos.

En lo más profundo, las mujeres se suelen sentir mejores que los hombres —según mis estadísticas—, pero las más inteligentes se encargan de que sus parejas no lo noten.

9. Yo pienso, tú sientes y, ante lo difícil, sálvese quien pueda / Reímos y lloramos juntos, y juntos nos abrimos a la alegría y al dolor

Las parejas enfrentan en su proceso vital asuntos que en algún momento duelen: hijos que no vienen, abortos, muertes o enfermedades de seres queridos, vaivenes económicos y existenciales…. Son asuntos que ponen a prueba la capacidad de aguante de la pareja y que, o bien la fortalecen o bien la derrumban, y ponen en ella resentimientos y millas de distancia.

10. Que sea para siempre / Que dure lo que dure

Entrar en el amor de pareja significa también hacerse candidato al dolor de un posible final.

Hoy en día se habla de monogamia secuencial, esto es, de que, estadísticamente, cabe esperar que tengamos entre tres y cuatro parejas a lo largo de nuestra vida, con el consiguiente estrés y tránsitos emocionales complejos que ello conlleva.

Cuando no hay un contrato institucional de por medio, tenemos una oportunidad de crear a la pareja cada día, a nuestra manera, y de vivir lo que nos permite. Si llega el final, aprendemos el lenguaje del dolor, la ligereza y el desapego, para luego volver de nuevo al carril del amor y de la vida.

11. Primero los padres o los hijos, y luego tú / Primero nosotros (la pareja), antes que nuestras familias de origen y que nuestros hijos en común

Conviene saber que el amor se desarrolla mejor en universos de relación ordenados: que los padres sean padres y que los hijos sean hijos, que la pareja que se ha creado (que puede incluir a hijos de anteriores relaciones) tenga prioridad frente a parejas anteriores o frente a las familias de origen. Que el pasado sea honrado y labre un buen presente y un buen futuro.

Algunas personas dan más importancia a los hijos en común que a los anteriores, lo cual acaba creando malestar en todos. Al mismo tiempo, una pareja posterior debe saber que tiene más posibilidades de ocupar un buen lugar si asume que los hijos de su pareja estaban antes y respeta su prioridad.

12. Te conozco / Cada día te veo y te reconozco de nuevo

Algunas parejas no se relacionan con la persona que tienen al lado, sino con las imágenes interiores que se han ido formando de esa persona a lo largo del tiempo. Viven en el pasado y se olvidan de actualizarse cada día.

Para evitarlo, ayuda, y mucho, abrir la percepción a cada instante nuevo y no dar a la otra persona por supuesta. El otro se ilumina cuando le reconocemos y le descubrimos como nuevo, y de este modo también nosotros nos volvemos nuevos y jóvenes.

Fuente: ABC

[*Drog}– El matrimonio: un invento burgués (que hizo más peligroso el drogamor)

Carlos M. Padrón

El artículo que sigue descubre los orígenes del drogamor, y deja claro que éste no sirve como argumento para llegar al matrimonio, ni como pilar para mantenerlo.

Si eso que el drogamor insiste en hacer creer al drogamorado —que es posible combinar por siempre en una sola persona las emociones de amor, deseo y felicidad— es ilusoria ambición, el dejar que eso mismo nos arrastre a la cárcel del matrimonio es un suicidio y, cuando menos, un seguro de frustración antes de los tres años, pues la experiencia ha demostrado hasta la saciedad la poca duración de la coexistencia entre lo romántico, lo sexual y lo familiar.

Es falsa, por tanto, la creencia de que, con sólo la ayuda de la otra persona, puede uno satisfacer todas sus necesidades románticas, sexuales, de convivencia y de familia.

Y esto incluye no sólo descendientes sino también parentela.

Como muy bien se dice al final, el matrimonio feliz no sólo es un mito, es algo infinitamente más frustrante que eso: es una posibilidad bastante rara, pues las probabilidades de que ocurra son mínimas.

En mi opinión, Joseph Joubert merece un reconocimiento por este invalorable, saludable y más que acertado consejo:

Sólo debes escoger por esposa a la mujer que elegirías como amigo si ella fuese un hombre.

Un sutil faceta de tal consejo es que está dirigido al hombre porque es él quien, al final, resulta atrapado en las redes del matrimonio que le monta un ser que busca cumplir con el más poderoso de los instintos: el maternal.

Pero el Sr. Joubert no tomó en cuenta la metamorfosis que ocurre en la mujer a medida que se adentra en su rol de esposa.

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El matrimonio: un invento burgués

31.07.11

Alain de Botton

Esperar del matrimonio amor, deseo y una familia feliz es casi pedir lo imposible.

Pero ésa es una expectativa moderna que nació de una realidad económica.

Ninguna de las emociones que esperamos encontrar en un matrimonio moderno son inusuales; aparecen bien descritas en el arte y la literatura de todas las culturas y eras. Lo que hace el matrimonio moderno extraordinario es la ilusoria ambición de que todas las emociones deben ser disfrutadas durante toda la vida con la misma persona.

Los trovadores de la Provenza del siglo XII tenían una percepción compleja del amor romántico que incluía el dolor generado por la visión de una elegante figura, el insomnio por la esperanza de un encuentro, y el poder de unas pocas palabras y de las miradas.

Pero estos cortesanos no tenían ninguna intención de combinar esas emociones con la realidad paralela de formar una familia, ni siquiera pretendían tener relaciones sexuales con aquéllos/as a quienes amaban apasionadamente.

Emociones subversivas

Por su parte, los libertinos de principios del siglo XVIII en París estaban muy familiarizados con el repertorio emocional del sexo: el placer de desabrochar por primera vez las prendas de otra persona, la emoción de explorarse el uno al otro a la luz de las velas, la emoción de seducir a alguien en secreto en una misa, etc.

Sin embargo, estos eróticos aventureros sabían que sus placeres tenían muy poco que ver con sentar las bases de un compañerismo, o con criar una tropa de niños.

Y el impulso de vivir en pequeños grupos familiares, en los que crezca la próxima generación, ha acompañado a la mayor parte de la Humanidad desde los primeros días en que caminamos sobre dos piernas en el Valle del Rift, en África Oriental.

No obstante, muy rara vez eso llevó a la gente a pensar que tal vez la tarea de criar una familia estaría incompleta sin el ardiente instinto sexual o el deseo frecuente de ver a la pareja.

La incompatibilidad de los lados romántico, sexual y familiar de la vida, se consideraba una característica sencilla y universal de la edad adulta, hasta que, a mediados del siglo XVIII, en los países más prósperos de Europa, un nuevo y extraordinario ideal comenzó a tomar forma en un sector particular de la sociedad: amarse, desearse y reproducirse con una sola persona.

Este ideal propuso que las personas casadas deberían no sólo tolerarse mutuamente por el bien de los niños, sino que, extraordinariamente, deberían también esforzarse en amar y desear profundamente a su pareja.

Debían manifestar en sus relaciones el mismo tipo de energía romántica que los trovadores habían mostrado por sus cortesanas, y el mismo entusiasmo sexual que el que había sido explorado por los eróticos conocedores de la Francia aristocrática.

El nuevo ideal le planteó al mundo la [falsa] noción de que uno podía satisfacer todas sus necesidades con sólo la ayuda de la otra persona.

Este ideal de matrimonio fue abrumadoramente creado y respaldado por una clase económica específica: la burguesía, que pretendía disfrutar de un equilibrio entre libertad y restricción.

Ni tan ricos, ni tan pobres

En una economía en plena expansión, gracias a la evolución tecnológica y comercial, esta nueva clase podía tener más que las limitadas expectativas de órdenes inferiores.

Con un poco de dinero ahorrado, los abogados de la burguesía y los comerciantes podrían elevar sus expectativas y esperar de una pareja algo más que simplemente compañía para sobrevivir el próximo invierno.

Al mismo tiempo, sus recursos no eran ilimitados. Ellos no tenían el infinito tiempo libre de los trovadores quienes, como heredaban fortunas, podían pasarse tres semanas escribiendo una carta para celebrar la belleza de la punta de la nariz de la amada, pues los burgueses tenían negocios y almacenes que dirigir.

Tampoco podía la burguesía permitirse la arrogancia social de los libertinos aristocráticos —cuyo poder y estatus les daba la confianza para romper corazones y destrozar familias—, ni tenía la riqueza necesaria para lidiar con las desagradables consecuencias de sus travesuras.

La burguesía estaba, por tanto, ni tan abatida como para no creer en el amor romántico ni tan liberada de la necesidad como para darse el lujo de enredos eróticos y emocionales sin límites.

La inversión en una sola persona, legal y eternamente contratada, representaba una frágil solución a su particular necesidad emocional y limitación práctica.

‘Salario significa esclavitud’

No pudo haber sido una coincidencia que una fisión similar de la necesidad y la libertad se hiciera evidente, justo en el mismo momento, en relación con ese segundo pilar de la felicidad moderna: el trabajo.

Durante siglos, la idea de que el trabajo podría algo diferente a sufrimiento había sido totalmente inadmisible.

Aristóteles afirmó que todo el trabajo realizado a cambio de un salario era sinónimo de esclavitud, una desoladora valoración a la que el Cristianismo había añadido la idea de que la dureza del trabajo era una penitencia por los pecados de Adán.

A pesar de todo, en el mismo momento en que el matrimonio estaba siendo replanteado, hubo voces que comenzaron a discutir que el trabajo era tal vez algo más que un valle de lágrimas por la supervivencia, y que, por el contrario, podría ser un camino hacia la autorrealización y la creatividad. Podría ser tan divertido como algo que uno hace sin que le paguen.

Las virtudes que, previamente, la aristocracia había asociado sólo con ocupaciones no remuneradas, empezaron a parecer posibles también en cierto tipo de empleos remunerados.

Tal vez se podía convertir un hobby en trabajo; tal vez uno podía hacer por dinero lo que habría querido hacer de todos modos.

¿El mito del matrimonio feliz?

El ideal burgués del trabajo, al igual que su equivalente matrimonial, era una encarnación de una posición intermedia.

Uno necesitaba trabajar por dinero, pero el trabajo podía ser agradable —al igual que el matrimonio no podía escapar de las cargas tradicionales asociadas a la crianza y educación de los hijos— y, aun así, no tenía que carecer de algunas de las delicias de una aventura amorosa y una obsesión sexual.

La visión burguesa del matrimonio convirtió en tabú una serie de conductas, conductas que previamente eran toleradas o, al menos, no habían sido vistas como una causa de la destrucción de uno mismo o de su familia, pues la idea de que se podía romper la familia por tener relaciones sexuales con alguien fuera de ella, habría sido ridícula para un libertino.

El ideal burgués no es una ilusión. Hay, por supuesto, matrimonios que fusionan perfectamente los tres elementos: romántico, erótico y familiar.

No podemos decir, como a veces los cínicos se siente tentados a hacer, que el matrimonio feliz es un mito, no, el matrimonio feliz es algo infinitamente más frustrante que eso: es una posibilidad bastante rara.

No hay ninguna razón metafísica por la que el matrimonio no colme nuestras expectativas, el problema es que las probabilidades de que eso ocurra son mínimas.

Fuente: BBC Mundo