[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Pedro Martell y Colombo

Este ilustrado compatriota nació en la noble ciudad de San Cris­tóbal de La Laguna, cuna de la ilustración canaria y

patria de los Bencomo, de los Nava y Grimón, de los Castro y Madán, Sala­zar, Vargas Machuca, Anchieta, y

tantas otras notables inteligen­cias que sería prolijo enumerar.

D. Pedro Martell y Colombo fue hijo de una familia distinguida, y considerando que su país era pequeño para el desempeño de sus nobles y legítimas aspiraciones, vino a Cuba después de haber con­cluido sus estudios de primera y segunda enseñanza.

A su llegada ingresó en el comercio, estableciéndose en el barrio de El Pilar de esta ciudad, llamado antiguamente del Horcona, donde, con su inteligencia y laboriosidad, se ha formado una brillante posición social.

Puede decirse que nuestro comprovinciano Martell es hoy uno de los veci­nos más antiguos y entusiastas de esa extensa barriada, y uno de los que más han contribuido a su fomento.

Es uno de los socios funda­dores de la institución que lleva por nombre «Sociedad de Instruc­ción y Recreo Ntra. Sra. del Pilar», creada allá por los años de 1836, la más antigua de la Isla en su ciase, y que tantos bienes ha derramado entre las clases pobres particularmente, así como ha prodigado el pan de la educación a miles de inocentes niños que más tarde han venido a constituirse en honrados padres de familia y excelentes conciudadanos.

Ha desempeñado el Sr. Martell y Colombo durante muchos años en el seno de esa benemérita corporación los cargos de presidente y vocal-tesorero y socio-protector de la Asociación de Socorros Mu­tuos de la misma barriada, y contribuido con su peculio al sosteni­miento de varias instituciones sin que jamás se hayan entibiado en nuestro compatricio su buena voluntad y nobles propósitos.

Ha sido así mismo nuestro biografiado uno de los fundadores de las Asociación Canaria de Beneficencia y Protección Agrícola, de La Habana, y contribuido con gruesas sumas para el sostenimiento de esta dignísima institución, tomando parte muy eficazmente en todos los actos patrióticos de la misma y, muy especialmente, desde 1876 a 1879 en que era vocal de la directiva, y hubo que combatir, con toda energía y resolución, las exigencias del poderoso conde de Ibáñez y Círculo de Hacendados, de que nos ocupamos en otro lugar al tratar de la inmigración y manera de fomentar las colonias agrícolas en Cuba.

En una palabra, nuestro comprovinciano Martell Colombo es miembro muy respetable de la Lonja de Víveres y de la Cámara de Comercio de La Habana, y concejal del Ayuntamiento, en cuya cor­poración ha desempeñado varias comisiones de alta importancia para esta populosa y rica ciudad, que lo considera como uno de sus más dignos representantes.

Hombre de capacidad, aunque modesto, y de fácil palabra, su voz se deja oír de vez en cuando en todas aquellas discusiones templadas en que es necesario ilustrar algunos asuntos de interés que se rozan con el bien público.

Es, pues, este hijo de las Afortunadas, hombre al que no le gusta gastar saliva en balde, y en vez de marchar allá por el campo infinito de las deslumbrantes teorías, prefiere casi siempre el terreno práctico.

Nosotros le queremos por lo mucho que vale, y le dedicarnos esta página.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Pedro Martell y Colombo

Este ilustrado compatriota nació en la noble ciudad de San Cris­tóbal de La Laguna, cuna de la ilustración canaria y

patria de los Bencomo, de los Nava y Grimón, de los Castro y Madán, Sala­zar, Vargas Machuca, Anchieta, y

tantas otras notables inteligen­cias que sería prolijo enumerar.

D. Pedro Martell y Colombo fue hijo de una familia distinguida, y considerando que su país era pequeño para el desempeño de sus nobles y legítimas aspiraciones, vino a Cuba después de haber con­cluido sus estudios de primera y segunda enseñanza.

A su llegada ingresó en el comercio, estableciéndose en el barrio de El Pilar de esta ciudad, llamado antiguamente del Horcona, donde, con su inteligencia y laboriosidad, se ha formado una brillante posición social.

Puede decirse que nuestro comprovinciano Martell es hoy uno de los veci­nos más antiguos y entusiastas de esa extensa barriada, y uno de los que más han contribuido a su fomento.

Es uno de los socios funda­dores de la institución que lleva por nombre «Sociedad de Instruc­ción y Recreo Ntra. Sra. del Pilar», creada allá por los años de 1836, la más antigua de la Isla en su ciase, y que tantos bienes ha derramado entre las clases pobres particularmente, así como ha prodigado el pan de la educación a miles de inocentes niños que más tarde han venido a constituirse en honrados padres de familia y excelentes conciudadanos.

Ha desempeñado el Sr. Martell y Colombo durante muchos años en el seno de esa benemérita corporación los cargos de presidente y vocal-tesorero y socio-protector de la Asociación de Socorros Mu­tuos de la misma barriada, y contribuido con su peculio al sosteni­miento de varias instituciones sin que jamás se hayan entibiado en nuestro compatricio su buena voluntad y nobles propósitos.

Ha sido así mismo nuestro biografiado uno de los fundadores de las Asociación Canaria de Beneficencia y Protección Agrícola, de La Habana, y contribuido con gruesas sumas para el sostenimiento de esta dignísima institución, tomando parte muy eficazmente en todos los actos patrióticos de la misma y, muy especialmente, desde 1876 a 1879 en que era vocal de la directiva, y hubo que combatir, con toda energía y resolución, las exigencias del poderoso conde de Ibáñez y Círculo de Hacendados, de que nos ocupamos en otro lugar al tratar de la inmigración y manera de fomentar las colonias agrícolas en Cuba.

En una palabra, nuestro comprovinciano Martell Colombo es miembro muy respetable de la Lonja de Víveres y de la Cámara de Comercio de La Habana, y concejal del Ayuntamiento, en cuya cor­poración ha desempeñado varias comisiones de alta importancia para esta populosa y rica ciudad, que lo considera como uno de sus más dignos representantes.

Hombre de capacidad, aunque modesto, y de fácil palabra, su voz se deja oír de vez en cuando en todas aquellas discusiones templadas en que es necesario ilustrar algunos asuntos de interés que se rozan con el bien público.

Es, pues, este hijo de las Afortunadas, hombre al que no le gusta gastar saliva en balde, y en vez de marchar allá por el campo infinito de las deslumbrantes teorías, prefiere casi siempre el terreno práctico.

Nosotros le queremos por lo mucho que vale, y le dedicarnos esta página.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Don Antonio Serpa y Rodríguez

Ya hemos visto que la colonia Canaria ha estado representada en la prensa periódica, pues desde 1825 había quien, bajo el nombre «EI Canto del Canario» saliese a defender de un modo brillantísimo y correcto el buen nombre de sus paisanos en ambos hemisferios.

Hemos visto asimismo que Guerra Bethencourt la emprendía —1829— contra la «Aurora de Matanzas», defendiendo a su compatriota To­más de Iriarte, que había sido mortificado en ese diario; a Andrés Stalisnas, cofundador y redactor administrador de El Diario de la Marina, del Avisador Comercial y de otras varias publicaciones políticas, literarias y científicas; a Nicolás Estévanez; Benito Pérez Galdós; Ángel Guimerá, el jefe de los regionalistas catalanes; Ramona Pizarro; Luisa Pérez de Chá­vez; Fernán Perez, la heroína de Puebla de los Ángeles; Pablo Trujillo y Fragoso, doctor en Medicina; Fermín Rodríguez; Elías y Domingo San­tos Lorenzo; Wenceslao Almeida y, sobre todo, el fecundo y conocido escritor Manuel Linares Delgado, etc., juzgados están por el tribunal de la opinión pública y par verdaderas eminencias político-literarias.

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Don Antonio Serpa y Rodríguez

Damos principio a la serie tercera y última de nuestros trabajos histórico-biográficos con el de uno de los hijos de las Atlántidas que más prestigio han alcanzado en el presente siglo en la opulenta ciudad mercantil de La Habana, gozando su firma social de crédito universal en todas las plazas financieras de Europa, América y demás del mundo comercial.

Ese hombre se llamó Antonio Serpa y Rodríguez.

 

Nació en el pueblo de Tacoronte el 05 de octubre de 1815, embarcándose en Santa Cruz de Tenerife para La Habana el 21 de septiembre de 1831, adonde llegó el 28 de octubre de dicho año, cuando contaba 16 años y 26 días de edad.

Al día siguiente de su llegada halló colocación en un estableci­miento de ropas, y los primeros tres años y medio los pasó en otros establecimientos, logrando entrar de dependiente de comer­cio al por mayor en abril de 1835 en casa del antiguo comerciante don León García, corresponsal de la Casa de Heredia de Málaga.

En ese destino permaneció hasta el 30 de septiembre de 1838, y pasó a casa de otro comerciante, don Manuel Consolación González, su paisano, donde permaneció dos años y medio, cuya casa dejó por ser pocos sus negocios.

Como sus aspiraciones eran las de prosperar, acostumbrado a un trabajo activo que últimamente no tenía, procuró otro destino y tuvo la fortuna de hallarlo para dependiente de muelle en la casa de don Francisco Álvarez, en la cual entró el 15 de diciembre de 1838.

Su buen comportamiento dio motivo para que, además del sueldo, fuese gratificado por su jefe con valiosas cantidades, y, por último con que, al cabo de diez años, lo asociara por escritura pública con el capital de $100.000 oro; de éstos, $80.000 Álvarez y $20.000 él; siendo muy honrosos para nuestro compatriota los términos en que fue extendida dicha escritura y son los siguientes:

«Deseando el primero de dar al segundo mayores pruebas de aprecio e interés que ha sabido granjearse para con él como dependiente de su casa, ha re­suelto asociarlo formando compañía bajo la denominación de Fran­cisco Álvarez y Cia., usando ambos de la firma social. Las utilidades que resulten se dividirán no en proporción del capital de cada uno, sino por mitad entre los dos socios»

Esta sociedad continuó hasta el fallecimiento de Álvarez, ocurrido en 26 de marzo de 1856, habiendo sido nombrado albacea, y dejando aquél dispuesto en la cláusula séptima de su testamento que todos los negocios de la casa pertenecían a Serpa, sin que por eso se le pudiese exigir regalía de ninguna especie.

En noviembre de 1856, formó sociedad con don Juan Escuariza bajo la razón de Escuariza y Serpa El reconocida crédito y honradez de Escua­riza, su bondad y las relaciones que nuestro biografiado tenía dieron mar­gen a que la nueva firma alcanzase renombre en todos los mercados del mundo, habiendo ensanchado los negocios, y tomando interés en unos cuarenta buques, de tal manera que en un solo día tuvieron reunidos en la bahía de La Habana ,y a su consignación, cuarenta y cinco buques de todas las naciones y procedencias, siendo entre ellos veintitrés cargados de tasajo.

Las grandes quiebras ocurridas por entonces con motivo de so­ciedades creadas para empresas, y otras de muchos almacenistas de víveres, en las cuales se vieron comprometidos por más de un millón de pesos, causaron la quiebra de esta fuerte sociedad, si bien rehabilitados por acuerdo de los acreedores, pudieron volver a trabajar.

Posteriormente se separaron Escuariza y Serpa; el primero em­prendió solo sus negocios, y el segundo formó sociedad en comandi­ta (cuatro de febrero de 1862) con don Gregorio González y Mora­les, conde de Palatino, bajo la razón de «Antonio Serpa y Cia.», con capital de $00.000 oro, introduciéndolos el conde a medida que se fueran necesitando.

Llegó el caso, y no pudo conseguir que el men­cionado señor aportara ni un solo peso de los cien mil ofrecidos. Luchando con las agonías que eran consiguientes, pasó todo el tiempo que duró la sociedad, hasta que el 28 de octubre de 1872 quedó disuelta. A pesar de no haber aportado capital alguno, Serpa abonó al conde más de $10.000 por suplementos considerados como utilidades.

Desde el 28 de octubre de 1872 en adelante, don Antonio Serpa trabajó bajo su solo nombre, y, aunque la fortuna le fue favorable, llevó siempre una vida azarosa, si bien con ánimo sereno, haciendo frente a las dificultades que se le presentaban, para llenar cumplida­mente compromisos creados, manteniendo incólume el crédito, capital principal con que trabajó; manejando grandes sumas que le proporcionaron pingües ganancias, las que, desgraciadamente, en los últimos tiempos le fueron arrebatadas por quiebras y deudores de difícil cobro, al extremo de verse reducido, cuando por razón a sus muchos años merecía descansar, a ganarse la vida colocado en una carpeta; resignado, conforme y aún alegre y placentero, signo resul­tante de su carácter jovial, y siendo poseedor de más de 600.000 pesos, si bien en la calle, por incobrables.

En tan triste situación le sorprendió la muerte, conservando hasta sus postrimerías su gran lucidez comercial, y firmando con entereza importantes documentos.

Vamos ahora a citar los cargos públicos por él desempeñados:

  • 1856-57. Conciliario de la Real Junta de Fomento.
  • 1857-92. Vocal de la junta de Sanidad (julio del 57).
  • 1862. Vocal de la Comisión con destino a la guerra de África.
  • 1869. (noviembre). Vocal de la Junta de Ordenanza de Aduana.
  • 1870. (febrero). Vocal de la Comisión Para evitar el desarrollo del cólera.
  • 1870. (marzo). Vocal Para la reforma de la legislación de hipotecas.
  • 1870. (julio). Vocal de la Comisión de Vigilancia Para inervenir en las operaciones de la Administración Militar.
  • 1870.- (octubre). Vocal de la Comisión recolectora, con motivo del temporal de Matanzas.

Fue, además:

  • Socio fundador del Casino Español de La Habana.
  • Miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, de La Habana.
  • Director en propiedad del Banco Mercantil.
  • Cónsul de la República Argentina, desde diciembre 1865 a julio de 1869.
  • Cónsul de la República Peruana, desde agosto de 1859 hasta su fallecimiento.
  • Cónsul de la República Chilena, desde noviembre de 1886 hasta su muerte.
  • Fue fundador de la Asociación Canaria de Beneficencia y Protec­ción Agrícola, de La Habana, y miembro entusiasta de su centro.
  • Figuró como vocal de la misma benemérita institución, alcanzando el honroso titulo de segundo presidente honorario a perpetuidad, dicien­do siempre que era el título honorífico que más honraba su vida públi­ca de cuantos había recibido en su peregrinación por el planeta Tierra.

Por toda recompensa de nuestro Gobierno, sólo fue notificado por el señor Alonso, gobernador civil, y como vocal de la Junta del Puerto, para que se le concediera una gracia, y por el Ministerio de Ultramar se pidió al Estado que le significase para una encomienda de Isabel la Católica, cuya credencial no quiso solicitar.

En una palabra, el Sr. Serpa Rodríguez, como ha dicho muy bien Eduardo Pineda, «fue una honra de nuestra patria».

He aquí ahora como el periódico regionalista Eco de Canarias, dirigido y fundado por Esteban R. Acosta, dio conocimiento a sus lectores del fallecimiento del distinguidísimo compatricio Antonio Serpa Rodríguez, acaecido el 2 de diciembre de 1893.

«A las cuatro y media de la mañana del lunes 12 de diciembre úl­timo dejó de existir en esta ciudad, en su morada, calle de San Ignacio número 84, D. Antonio Serpa y Rodríguez.

Su muerte ha sido generalmente sentida. Pero, ¿es así como debemos consignar la desaparición eterna de este hijo de las Canarias?

¡Nunca! Mientras que los perfiles de nuestra pluma contengan una gota de tinta y anime nuestro ser el santo amor a la patria… quede de los hijos del pueblo que, como D. Antonio Serpa, ha sabido elevarse por sus méritos y virtudes sobre el nivel de los demás hom­bres, no han de perderse para siempre en las sombras de la noche infinita, sin que vengamos a deponer ante su tumba siquiera sea la modesta flor de nuestra más pura gratitud, en holocausto del que en vida supo honrar nuestras amadas peñas, honrándose a sí propio.

Comprendiéndolo así, la Asociación Canaria de Beneficencia y Protección Agrícola, de esta capital, acudió, apenas tuvo conocimien­to de la gravedad del ilustre enfermo, por medio de su digno presi­dente, Dr. Cubas, acompañado el secretario, D. Eduardo Pineda y Díaz, no sólo a rodear con cariño su lecho de muerte, sino que tam­bién a reclamar de la afligida familia nos dispensara la honra de ce­dernos el cadáver del venerable anciano tacorontero, con el fin de tributarle, por sí y en nombre de la colonia canaria residente en Cuba, aquellos honores, última expresión del amor y respeto de todo un pueblo grande, honrado y laborioso, honrado y grande fue, y al que por todos conceptos le eran en justicia debidos.

Momentos de verdadero gozo —¡triste gozo!— aquéllos en que vi­mos al Dr. Cubas incorporando al enfermo, dándole a tomar entre sus brazos, y con propia mano tal vez la última copa de leche que había de refrescar sus labios de moribundo; y aquellos otros sublimes en que su amantísima hija nos disputaba, con todas las energías de un corazón henchido de amor filial, ¡el derecho de las cenizas de su padre!

Hubo una humanitaria transacción: la acongojada hija tuvo el consuelo de velar toda una noche al cadáver del autor de sus días; y la Asociación Canaria la indisputable honra de tenerlo en sus salones, desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde del 13, hora señalada para su entierro… porque, si bien es verdad que los isleños no hubiéramos cedido a nadie, absolutamente a nadie, este derecho, ante una hija que quiere estar hasta el último instante al lado de su padre, los isleños no son nada, absolutamente nada, y ceden, como cedieron.

La Cámara de Comercio y la Lonja de Víveres también reclama­ron el cadáver con el buen deseo de tributarle los últimos honores. ¡Cuánto agradece la Asociación Canaria estas nobles manifestaciones! Y, a no existir nuestra institución, ¿quién con más derecho que ellas al decano del comercio de La Habana?

Hablar de la suntuosidad del tendido y entierro, por la Asociación Canaria, no nos cuadra. Baste decir que el Diario de La Marina, El País, La Lucha, La Unión Constitucional, y otros importantes diarios de la capital. lo han calificado: unos de tendido regio; otros de deslum­bradora capilla ardiente; éste, de que el carro fúnebre que condujo los restos al cementerio es el mejor y más lujoso, sin disputa, de La Habana; aquél de que no podía exigirse más, y todos coinciden en que ha sido una espléndida manifestación de duelo.

De un lado la cama-imperial el estandarte de la provincia de Canarias, cuajado de oro y piedras, y del otro, el no menos rico de la Archicofradía del Espíritu Santo, a la cual perteneció.

Sobre el féretro, multitud de flores, y coronas y cruces tanto de flores naturales como artificiales, biscuit, etc., descollando por su gran tamaño, buen gusto y costo, la colocada por la directiva de la Cámara de Comercio.

Momentos antes del entierro, los salones de la sociedad tuvieron la honra de verse ocupados, aunque cortos instantes, por la escogidí­sima concurrencia que había de formar el acompañamiento: un ayu­dante en representación del capitán general; presidente de la Diputa­ción Provincial; presidente y secretario de la Cámara de Comercio; cónsules de varias naciones; comisión de la archicofradía antes men­cionada; representaciones del alto comercio, y diversas corporaciones; gran número de amigos particulares del finado; varios miembros de su familia; la directiva de la sociedad, con su presidente, quien, en unión del Sr. Parrilla, hacía los honores de la casa a los señores que iban llegando; los señores don Prudencio Rabell, don Segundo Álva­rez y don Antonio Quesada, etc., etc., etc.

La fúnebre ceremonia dio comienzo a las cuatro y media de la tarde, hora en que fue colocado en el fastuoso carro de la casa de Urrutia y Oro, el sarcófago metálico (valor 18 onzas) que ha de guar­dar por toda una eternidad los restos de don Antonio. emprendiendo la comitiva la marcha hacia la Cámara de Comercio, en cuyo atrio se situaron, para recibir el cadáver, los señores don Ramón de Herrera, don Segundo Álvarez, y don Saturnino Martínez, tomando en dicho punto los carruajes para desde alil dirigirse al campo santo a donde llegó a las cinco y cuarto.

Ya nuestro distinguido paisano don Domingo Vandama, capellán del cementerio, aguardaba, con cruz, ciriales e incensario, y acompañado de dos sacerdotes más, con capa al paisano que iba a traspasar los umbrales del mundo del silencio, y, después de un primer responso, colocose a la cabeza del fiunebre cortejo (al que no falta ni un solo acompañante) conduciéndolo hacia la hermosa capilla, envuelto en armonioso canto y nubes de incienso, y en la que a su vez entonó un solemne responso, terminado el cual le volvió a acompañar hasta la misma tumba a cuyo borde entonó la ültima conmovedora oración cristiana.

Cuando el sordo rumor del ataúd, penetrando en las entrañas de la tierra, hirió nuestros oídos, dirigimos la vista en lontananza; el Sol habla transpuesto el horizonte; ¡era su ocaso!

El ocaso también de un gran taletito mercantil, el ocaso de una vida de virtud y honradez, el ocaso de un hombre bueno ,se reprodu­cIa en nosotros: cayó la losa, y la noche eterna tendió sus alas sobre el inanimado cuerpo del que en vida fuera don Antonio Serpa y Rodríguez.

¡Paz a sus restos! ¡Resignación para su pobre familia!»

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Eduardo Enríquez Díaz, Académico Mercantil

El joven y estudioso Eduardo Duque es una de las figuras literarias que forman las mejores esperanzas de las glorias Canarias en América.

Nació el año de 1878 en la ciudad de Santa Cruz de La Palma, patria de insignes varones como los Díaz Pimienta, los Armas, los Carrillo, los Batista, González Abreu, Cabezola, Pérez Castañeda, Capote, Calderón, Ferraz, Carmona, Santos Lorenzo, Arocenas, Vandamas, Verdugos, Leales, Tabares,… y tantos otros hombres distinguidos y laboriosos, que sería prolijo enumerar.

En sus deseos de ser útil a sí mismo y a sus comprovincianos, abandonó el suelo natal en el mes de abril de 1888 en compañía de sus padres, D. Ciriaco Duque Rivas, inteligente tipógrafo, y Da María Díaz Martín, afamada modista de La Palma.

A esa edad en la que aún no es dable a muchos la reflexión, dio principio a los estudios relacionados con el comercio; lo que pudiéramos llamar, gráficamente, la lucha por la vida.

Dedicose nuestro joven compatriota a seguir sus inclinaciones a la enseñanza primaria y a la comercial, desempeñando con satisfacción, entre otros puestos, el del colegio del Sr. Arces, donde por espacio de cinco años desarrolló su inteligencia en el desempeño de la cátedra de aritmética mercantil y teneduría de libros; al mismo tiempo desempeñaba las cátedras de las referidas asignaturas en los colegios de los Res. doctores Mimo y Hernández, encontrándose al frente de las escuelas de trabajadores, dirigiendo al mismo tiempo el colegio de primera y segunda enseñanza, y la academia mercantil, denominada «Duque».

El joven Eduardo, a pesar de las múltiples tareas de su profesión, no abandonó su inclinación al periodismo, colaborando en varias publicaciones literarias de La Habana. Así se ensancha y enaltece el glorioso nombre de la patria de los Iriarte, Divino Cairasco, Ruiz de Padrón, y Méndez Cabezola, en estas latitudes del Nuevo Mundo.

La vida de nuestro compatriota el joven Duque es altamente laboriosa y, como hemos significado ya, hace honor al suelo que lo vio nacer, siendo así que en todos sus actos se descubre el amor al estudio y a la enseñanza popular.

Ya teníamos escritos estos apuntes histórico-biográficos cuando el Heraldo Canario nos da la siguiente y dolorosa noticia. Dice así:

«El joven D. Eduardo Duque Díaz, que hace poco se embarcó para Canarias con objeto de recuperar su quebrantada salud, ha muerto en el pueblo de Tijarafe, isla de La Palma. Al joven, que en la flor de su vida ha desaparecido, le esperaba un glorioso porvenir.

A pesar de no contar sino con 19 años de edad, ya era director de la academia mercantil establecida en la calle de S. Rafael, N° 61 de esta ciudad.

Nada más debemos decir en su elogio, pues con este hecho se patentiza el indiscutible mérito del fallecido.

Al frente de un establecimiento de enseñanza cuando sólo contaba 19 años, es un hecho en sí elocuente y que habla muy alto a favor del joven Duque».

Nuestro paisano Duque Díaz además de la academia mercantil de la que era fundador y propietario, dirigía los colegios de primera y segunda enseñanza de Libres Pensadores, y asistía con suma frecuencia a los círculos obreros, donde dejaba oír su elocuente palabra en el seno de esos laboriosos y sufridos hijos del trabajo.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Felipe Verdugo y Barlett

Nació Felipe Verdugo en Santa Cruz de Tenerife, y pertenecía a una de las más nobles familias del Archipiélago Canario.

Su padre era comandante general de artillería del sexto cuerpo del Ejército, y en Canarias residen habitualmente sus familiares.

El capitán Verdugo estuvo mandando la compañía de artillería destacada en la fortaleza de la Cabaña, y, lo mismo en guarnición que en la sociedad civil, fue objeto siempre de cariñosas demostraciones de afecto y consideración.

Viajó mucho por Francia, Alemania, los Estados Unidos e Italia. Su afán de explorador lo llevó hasta el interior de Marruecos, solo y en arriesgada expedición llena de azares y peligros.

Era un pintor notable y buen escritor. Colaborador en La Ilustración Española y Americana, en el Diario de Tenerife, y en casi todos los periódicos de Canarias. Formó parte de la Sociedad Filarmónica Santa Cecilia, de Santa Cruz de Tenerife, de la que fue vicepresidente y socio de mérito. En esa Sociedad ejecutó trabajos al óleo que le valieron los aplausos unánimes de los inteligentes.

Fue uno de los más entusiastas trabajadores para la instalación de la luz eléctrica en la capital de Canarias, y llegó su entusiasmo hasta el extremo de, a sus expensas, llevar de los Estados Unidos un hermoso dinamo que instaló él mismo, siendo a su vez director y obrero, que le dio satisfactorios resultados.

El Ayuntamiento de Las Palmas lo comisionó en los planes para con instalar el alumbrado eléctrico en esa importantísima ciudad.

A su inteligencia y buen gusto —que eran notables— corrió el adorno y embellecimiento de la Catedral de La Habana el cuatro de diciembre de 1894, día de Santa Bárbara, patrona del arma de artillería.

Cuando la infanta Eulalia estuvo en Canarias, el fue quien dirigió los celebrados y artísticos arcos de triunfo que en honor de la viajera se elevaron en la Villa de La Orotava.

Fue socio fundador de la Sociedad La X, que tan buenos servicios presto el año 1894 en Santa Cruz de Tenerife durante la epidemia colérica.

Pintaba al óleo admirablemente, y a su fallecimiento dejó trazados los bocetos de algunos cuadros y retratos que hubieran llamado la atención en la inteligente y culta ciudad de La Habana.

Y, agrega el semanario Las Afortunadas del siete de abril de 1895: «La vida toda de nuestro malogrado amigo acusa una laboriosidad sin límites y un amor inmenso y entrañable a las hermosas peñas donde vio la luz. A ellas dedicó sus constantes esfuerzos, y al servicio de su mejoramiento puso su prodigiosa actividad y su clarísima inteligencia».

La prematura desaparición de Felipe Verdugo es una desgracia que debemos lamentar profundamente los Canarios amantes del progreso y engrandecimiento de nuestro país. Joven, lleno de vida —pues apenas tenía treinta años— ¡quién es capaz de adivinar las ideas grandes y generosas que bullían en el privilegiado cerebro de nuestro pobre amigo!

No hace mucho tiempo publicó Las Afortunadas, en lugar preferente, un brillante articulo debido a la bien cortada pluma de Verdugo. En dicho trabajo, titulado Pro patria, ensalzaba nuestro amigo las excelencias y bellezas de su país natal, y, como si presintiera su proximidad de su muerte, terminaba con estos hermosos párrafos, que ponen de relieve el amor entrañable que profesaba a su tierra.

«Yo te amo, Canarias. Te amo aunque estuvieras envuelta en andrajos; eres mi madre, quien me dio el ser y la conciencia del ser. Como tu imagen la veo siempre orlada en las luces más brillantes que concebir alcanza el pensamiento, tu recuerdo no puede obscurecerse jamás. Y, cuando deje de existir; cuando las celdillas de mi cerebro no conciban esas siluetas de las abruptas montañas; cuando se extingan las palpitaciones de mi vida; cuando se agite mi corazón por ti, que me cubran tus arenas para besarlas eternamente».

¡Pobre Felipe! Ha muerto sin realizar esa nobilísima y patriótica aspiración. Ha muerto lejos de su país; de aquel país que amó tanto y al que dedicó todas sus actividades y todas sus energías; sin tener a su lado una madre amante y cariñosa que cerrara sus ojos y recogiera su último suspiro.

El entierro, presidido por el general segundo cabo, se verificó el domingo 31 de marzo 1895, a las ocho de la mañana, con un lúcido acompañamiento. Sobre el féretro iban varias coronas dedicadas al capitán Verdugo por sus amigos, todas ellas con expresivas dedicatorias.

Respecto a la familia que en Canarias lleva ese apellido ilustre, cuéntase que casi toda es afecta a la milicia.

Nosotros hemos conocido en nuestros tiempos cuatro generales: D. Federico, D. Domingo, D. Santiago y D. Pedro Verdugo y Massieu, y todos de reconocido valor cívico-militar.

De Domingo corre la anécdota verídica que pone de manifiesto el carácter correcto y pundonoroso de nuestros compatriotas.

Discutíase un día en las Cortes una moción que el general Domingo Verdugo combatía con acaloramiento y resolución, cuando un señor diputado, general también y que estaba a sus espaldas, gritó desde su asiento: «¡Ese señor diputado está loco!».

Entonces, Verdugo, volviendo el rostro hacia atrás, con la velocidad del relámpago, replicó: «El diputado que ha dicho tal injuria que levante el dedo…». ¡Silencio sepulcral!

Y nuestro compatriota Verdugo continuó su discurso en la misma forma en que lo había empezado.

Lo que sucedió después de concluida la borrascosa sesión, la historia lo consigna en sus páginas y no hay para qué repetirlo aquí. Los Canarios jamás han conocido el miedo, y que no lo conocen, bien probado lo tienen.

Felipe Verdugo habría sido también, como sus tíos, una gloria militar para las Canarias, pero falleci muy joven en La Habana.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Don Eduardo Pineda y Díaz

Nació este inteligente tipógrafo en la real ciudad de La Palmas el 10 de octubre de 1847.

con notable aprovechamiento cursó sus estudios de primera y segunda enseñanza en el colegio de San Agustín, que fundó y dirigió el eminente jurisconsulto Dr. D. Antonio López Botas, famoso entre los famosos periodistas y escritores públicos de su época.

Fue condiscípulo de León y Castillo, Perez Galdós y otros distinguidos Canarios que son en la actualidad honra y prestigio del Archipiélago y de la madre patria.

En 1867, habiendo sufrido grandes quebrantos los bienes de su familia, emigró con sus hacendosos y honrados padres, que lo fueron Don Adrián Pineda Bethencourt, y Concepción Díaz Jiménez, a la República Oriental del Uruguay, estableciéndose en Montevideo, en cuya hermosa capital residió diez años, durante los cuales llegó a ser, por algún tiempo, regente del lujoso y rico establecimiento tipográfico de los señores Flores, hijos del justamente sentido Don Venancio, presidente de aquella república y asesinado traidoramente el 19 de febrero del 67, y cuya imprenta. que costó en Paris $40.000. fue conocida con el nombre La Idea, título que sirvió a la vez a una excelente publicación de grandes dimensiones en la cual colaboró Pineda y Díaz (1873) con los doctores Dupont, Súñer y Capdevila (don Francisco), Alonso y Criado, y los señores Flores, Barros y otros.

Fue fundador v director de los periódicos satíricos El Tapón y El rum-rum, que desaparecieron bajo la férrea presión de las despóticas dictaduras de D. Pedro Varela v D. Lorenzo Latorre en aquella época de efervescencia política, que dio por resultado la muerte de eximios patricios, la caída de la Presidencia de la República del doctor D. José Ellauri y el destierro, en la barca Puig, de importantísimas personalidades uruguayas custodiadas por el esbirro comandante Courtin.

Fue además por aquellas latitudes secretario del gremio de tipógrafos, y a su iniciativa y discreción se obtuvo la reducción de las horas de trabajo y aumento de sueldo, dentro de la equidad, la razón y la justicia, para los obreros de su noble arte.

En 1877 se trasladó a La Habana, donde actualmente reside, después de haber pasado por la amarga pena en Suramérica de haber Perdido a los seres más queridos de su familia.

En 1879 contrajo matrimonio con una joven habanera de la que ha tenido dos hijos, pero, presa siempre de su mala suerte, ha perdido el mayor, así como ha sufrido otras y nuevas desapariciones eternas en su familia, que han amargado más y más su ya combatida existencia.

Ha sido en La Habana, y por mucho tiempo, secretario del gremio de tipógrafos y director por elección del Boletín Tipográfico, órgano oficial del citado gremio; fundó y dirigió los periódicos El Artesalto, El Ariguanabo, La Evolución y la Revista de las Callanas, y ha colaborado en el Diario de Cárdenas, El Album del Bazar Parisién, El Combate, La Fisga, de Santiago de Cuba, El Globo, de Güira de Melena, El Eco de Canarias, y otros.

Periodista de firmes y profundas convicciones, imprime a sus trabajos el vigor de sus ideas, que transmite al papel después de pasarlas por el crisol de la razón, la justicia y el derecho y, una vez estampadas para el público, se convierte en paladín irreductible ante la fuerza o la soberbia, y humilde ante el sano consejo del sabio.

Periodista viril, sostuvo un duelo en que dejó bien alto el honor de su patria, de él idolatrada, y su propio honor, ambos ultrajados por quien, desde este suceso, reposa en el seno de la muerte.

Inició y realizó en Santiago de las Vegas la idea de propagar la instrucción pública (1888) por medio de suscripción popular entre las damas de aquella bella ciudad y a costa de mínima cuota, sustituyendo el número (800 suscriptoras) a la calidad y logrando la fundación de dos escuelas, una de niñas, con 80 alumnas, y otra de varones, con 130 educandos.

Por espacio de cuatro años desempeñó el importante cargo de secretario general de la Sociedad de Beneficencia Canaria con su centro de instrucción y recreo, habiendo obtenido varios votos de gracia y uno de admiración, asentados en las actas del citado instituto a petición de los asociados.

Hombre de buenas amistades y grandes influencias, vive siempre en la pobreza, pues sólo alumbra su mala estrella, la de su eterna adversidad, y las condiciones excepcionales de su carácter no le permiten pisar terrenos impropios de quienes, como él, tienen el alma templada al fuego santo de la virtud, la honradez y el trabajo.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Juan Domínguez Barrera

Este hábil y entendido tipógrafo del acreditado establecimiento La Baton del inspirado poeta y hombre público Saturnino Martínez, nació en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, capital de la provincia de Tenerife, el día veintiuno de octubre de 1862.

Sus padres, Don Donato y Doña Concepción fallecieron muy jóvenes, quedando nuestro compatriota al calor de una virtuosísima tía y de sus honrados y laboriosos abuelos maternos, que gozaban a la sazón de una desahogada posición en el comercio de víveres de aquella capital.

Vino a Cuba en 1877, cuando apenas contaba quince años de edad. Perteneció Domínguez Barrera a todas las juntas directivas del extinguido Centro Canario, durante el tiempo que esta bella institución estuvo funcionando, ora como secretario de la sección de instrucción, ora como vicepresidente de la benemérita sección de recreo y adorno, ya como vicesecretario de la Asociación Canaria de Beneficencia y Protección Agrícola de La Habana.

En 1890, después de un corto viaje a su patria, publicó un libro de versos titulado Cantos Canarios, con un prólogo del afamado periodista tinerfeño Manuel Linares y Delgado, y una carta-prólogo del conocido literato y distinguido jurisconsulto cubano, residente en Santa Cruz de Tenerife, Don Gabriel Izquierdo de Azcirate.

La citada obrita, primera producción literaria del inspirado poeta canario, obtuvo muy buena aceptación, alcanzando su joven autor muchas y bien merecidas felicitaciones.

Actualmente está preparando un segundo libro denominado Nuevos cantos canarios del que es de esperar que tenga igual aceptación, dados los adelantos de sus estudios y los tiempos de progreso que alcanzamos en casi todos los ramos del saber humano.

Ha sido fundador, en unión de otros apreciables comprovincianos, de los periódicos regionales Eco de Canarias —primera época—, Las Canarias y Las Afortunadas, que en la actualidad ven la luz pública en La Habana, dirigidos estos dos últimos por Félix Carballo, tipógrafo y natural también de Santa Cruz de Tenerife.

Colaboró en La Vox de Canarias y en El Acicate, periódico que publicó en esta capital el aventajado joven periodista güimarero Miguel Espinosa Hernández, redactor político del Diario de la Marina.

Juan Domínguez Barrera es en la actualidad secretario de la Asociación Canaria y Protección Agrícola, establecida en La Habana en 1872, y primera de su clase en América, cuyo cargo viene desempeñando gratuitamente hace tres años.

La extremada modestia de nuestro biografiado hace que su nombre pase poco menos que desapercibido en los círculos más ilustrados de la patria de Don Pepe de la Luz, de Varela, Saco, Delmonte y otras inteligencias eminentísimas. Esa modestia, ese retraimiento, o ese indiferentismo, como quiera llamársele, parece ser pecado original de los Canarios en el Nuevo Mundo, y por eso viene de molde aquella sentencia castellana:

«Suerte te dé Dios, hijo, que el saber poco te vale».

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Emilio A. Sansón y León

Nació este nuestro estimado amigo y condiscípulo en Santa Cruz de Tenerife, hijo de una de las familias más antiguas y de mejor posición social.

Vino a Cuba muy joven, desempeñando en un buque mercante la plaza de practicante de Medicina y cirugía.

Ya en La Habana, y con deseos de mejorar de suerte, se traslado a la región de Matanzas donde continuó sus estudios teórico-prácticos, que aún no había concluido y que, con tanta buena voluntad de inteligencia había abrazado en su pueblo natal, pues nuestro apreciable biografiado, a manera del sabio y filosofo Franklin, y como otros, empezó sus estudios en los cajetines de una imprenta, y encuadernación de libros.

El Dr. Emilio Sansón y León, después de haber completado su carrera, en los Estados Unidos, con notable aprovechamiento, ejerce su honrosa facultad en la comarca matancera antes indicada, gozando de un crédito ilimitado.

Ahí se estableció nuestro compatriota, ahí contrajo matrimonio, y ahí ha creado una numerosa familia que honra su nombre y el de sus ancestros.

Sus cenizas reposan en el cementerio general de Santa Cruz de Tenerife.

Como hombre político ha venido figurando nuestro comprovinciano en el partido local denominado Unión Constitucional.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: D. Miguel Espinosa Hernández

Nació en Güímar (Tenerife) el año 1868, hijo de D. Miguel B. Espinosa y de doña Adelaida Hernández.

Llegó a Cuba en diciembre de 1890. Escribió en Las Afortunadas, fundó y dirigió el periódico El Acicate y, desde agosto del 1893, es redactor político del Diario de la Marina.

 

Fue uno de los asiduos y entusiastas sostenedores del Centro Canario. En las fiestas o conferencias literarias dadas en dicho centro bajo la dirección del presidente de la sección de literatura, D. José de J. Márquez, Espinosa las hizo brillar, tomando una parte activa en ellas, siendo muy elogiada su conferencia sobre «el bello arte de la pintura».

Fue vocal de la Junta Literaria y de su junta directiva. Hombre de ideales liberales, pertenece hoy al Partido Reformista de Cuba; es orador de fácil palabra y está llamado a ocupar un brillante puesto en los asuntos político-económicos de este país.

Su padre, D. Miguel, es un médico ilustrado, y escritor de vastísima erudición.

El apellido de la familia Espinosa goza de fama universal, de manera que, si nuestro objeto fuera tratar de hacer la historia de las personas notables que llevan ese apellido, tropezaríamos con,

  • Benito Espinosa, filósofo holandés, descendiente de una familia portuguesa, quien nació en 1532 y murió en 1637
  • Carlos Espinosa, general español, gobernador de Cádiz y capitán general de Andalucía. Muy adicto a los principios liberales
  • Diego Espinosa, cardenal y hombre de Estado español, ministro de Felipe II
  • Juan Espinosa, escritor español, que nació en Belorado
  • Miguel Espinosa, famoso pintor aragonés del siglo XVII
  • Nicolás Espinosa, poeta español que nació en Valencia por los años de 1520
  • Don Pedro Espinosa, poeta y moralista español, que nació en Antequera en 1592 y murió en Sanlúcar de Barrameda en 1650.
  • Dr. D. Bernardo Espinosa, quien ejerció su facultad de médico en el hospital militar de La Habana durante muchos años y, más tarde, en el hospital civil de Ntra. Sra. de los Desamparados, de Santa Cruz de Tenerife, su patria, donde falleció a una edad muy avanzada; y, por último,
  • El ilustradísimo sacerdote D. Francisco, hermano de D. Bernardo Espinosa, y quien desempeñó por mucho tiempo el beneficio de la parroquia de El Pilar, en la referida ciudad de Santa Cruz, hasta que, habiendo tenido un rudo altercado con el obispo D. Luis Fulgueras y Sion, se vio precisado a abandonar su parroquia y trasladarse a España donde falleció, después de haber recorrido casi toda Europa y la mayor parte de África hasta llegar a Jerusalén, en medio de grandes romerías de cristianos.

Los Espinosa de Canarias son oriundos de Portugal.