[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Don Antonio Serpa y Rodríguez

Ya hemos visto que la colonia Canaria ha estado representada en la prensa periódica, pues desde 1825 había quien, bajo el nombre «EI Canto del Canario» saliese a defender de un modo brillantísimo y correcto el buen nombre de sus paisanos en ambos hemisferios.

Hemos visto asimismo que Guerra Bethencourt la emprendía —1829— contra la «Aurora de Matanzas», defendiendo a su compatriota To­más de Iriarte, que había sido mortificado en ese diario; a Andrés Stalisnas, cofundador y redactor administrador de El Diario de la Marina, del Avisador Comercial y de otras varias publicaciones políticas, literarias y científicas; a Nicolás Estévanez; Benito Pérez Galdós; Ángel Guimerá, el jefe de los regionalistas catalanes; Ramona Pizarro; Luisa Pérez de Chá­vez; Fernán Perez, la heroína de Puebla de los Ángeles; Pablo Trujillo y Fragoso, doctor en Medicina; Fermín Rodríguez; Elías y Domingo San­tos Lorenzo; Wenceslao Almeida y, sobre todo, el fecundo y conocido escritor Manuel Linares Delgado, etc., juzgados están por el tribunal de la opinión pública y par verdaderas eminencias político-literarias.

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Don Antonio Serpa y Rodríguez

Damos principio a la serie tercera y última de nuestros trabajos histórico-biográficos con el de uno de los hijos de las Atlántidas que más prestigio han alcanzado en el presente siglo en la opulenta ciudad mercantil de La Habana, gozando su firma social de crédito universal en todas las plazas financieras de Europa, América y demás del mundo comercial.

Ese hombre se llamó Antonio Serpa y Rodríguez.

 

Nació en el pueblo de Tacoronte el 05 de octubre de 1815, embarcándose en Santa Cruz de Tenerife para La Habana el 21 de septiembre de 1831, adonde llegó el 28 de octubre de dicho año, cuando contaba 16 años y 26 días de edad.

Al día siguiente de su llegada halló colocación en un estableci­miento de ropas, y los primeros tres años y medio los pasó en otros establecimientos, logrando entrar de dependiente de comer­cio al por mayor en abril de 1835 en casa del antiguo comerciante don León García, corresponsal de la Casa de Heredia de Málaga.

En ese destino permaneció hasta el 30 de septiembre de 1838, y pasó a casa de otro comerciante, don Manuel Consolación González, su paisano, donde permaneció dos años y medio, cuya casa dejó por ser pocos sus negocios.

Como sus aspiraciones eran las de prosperar, acostumbrado a un trabajo activo que últimamente no tenía, procuró otro destino y tuvo la fortuna de hallarlo para dependiente de muelle en la casa de don Francisco Álvarez, en la cual entró el 15 de diciembre de 1838.

Su buen comportamiento dio motivo para que, además del sueldo, fuese gratificado por su jefe con valiosas cantidades, y, por último con que, al cabo de diez años, lo asociara por escritura pública con el capital de $100.000 oro; de éstos, $80.000 Álvarez y $20.000 él; siendo muy honrosos para nuestro compatriota los términos en que fue extendida dicha escritura y son los siguientes:

«Deseando el primero de dar al segundo mayores pruebas de aprecio e interés que ha sabido granjearse para con él como dependiente de su casa, ha re­suelto asociarlo formando compañía bajo la denominación de Fran­cisco Álvarez y Cia., usando ambos de la firma social. Las utilidades que resulten se dividirán no en proporción del capital de cada uno, sino por mitad entre los dos socios»

Esta sociedad continuó hasta el fallecimiento de Álvarez, ocurrido en 26 de marzo de 1856, habiendo sido nombrado albacea, y dejando aquél dispuesto en la cláusula séptima de su testamento que todos los negocios de la casa pertenecían a Serpa, sin que por eso se le pudiese exigir regalía de ninguna especie.

En noviembre de 1856, formó sociedad con don Juan Escuariza bajo la razón de Escuariza y Serpa El reconocida crédito y honradez de Escua­riza, su bondad y las relaciones que nuestro biografiado tenía dieron mar­gen a que la nueva firma alcanzase renombre en todos los mercados del mundo, habiendo ensanchado los negocios, y tomando interés en unos cuarenta buques, de tal manera que en un solo día tuvieron reunidos en la bahía de La Habana ,y a su consignación, cuarenta y cinco buques de todas las naciones y procedencias, siendo entre ellos veintitrés cargados de tasajo.

Las grandes quiebras ocurridas por entonces con motivo de so­ciedades creadas para empresas, y otras de muchos almacenistas de víveres, en las cuales se vieron comprometidos por más de un millón de pesos, causaron la quiebra de esta fuerte sociedad, si bien rehabilitados por acuerdo de los acreedores, pudieron volver a trabajar.

Posteriormente se separaron Escuariza y Serpa; el primero em­prendió solo sus negocios, y el segundo formó sociedad en comandi­ta (cuatro de febrero de 1862) con don Gregorio González y Mora­les, conde de Palatino, bajo la razón de «Antonio Serpa y Cia.», con capital de $00.000 oro, introduciéndolos el conde a medida que se fueran necesitando.

Llegó el caso, y no pudo conseguir que el men­cionado señor aportara ni un solo peso de los cien mil ofrecidos. Luchando con las agonías que eran consiguientes, pasó todo el tiempo que duró la sociedad, hasta que el 28 de octubre de 1872 quedó disuelta. A pesar de no haber aportado capital alguno, Serpa abonó al conde más de $10.000 por suplementos considerados como utilidades.

Desde el 28 de octubre de 1872 en adelante, don Antonio Serpa trabajó bajo su solo nombre, y, aunque la fortuna le fue favorable, llevó siempre una vida azarosa, si bien con ánimo sereno, haciendo frente a las dificultades que se le presentaban, para llenar cumplida­mente compromisos creados, manteniendo incólume el crédito, capital principal con que trabajó; manejando grandes sumas que le proporcionaron pingües ganancias, las que, desgraciadamente, en los últimos tiempos le fueron arrebatadas por quiebras y deudores de difícil cobro, al extremo de verse reducido, cuando por razón a sus muchos años merecía descansar, a ganarse la vida colocado en una carpeta; resignado, conforme y aún alegre y placentero, signo resul­tante de su carácter jovial, y siendo poseedor de más de 600.000 pesos, si bien en la calle, por incobrables.

En tan triste situación le sorprendió la muerte, conservando hasta sus postrimerías su gran lucidez comercial, y firmando con entereza importantes documentos.

Vamos ahora a citar los cargos públicos por él desempeñados:

  • 1856-57. Conciliario de la Real Junta de Fomento.
  • 1857-92. Vocal de la junta de Sanidad (julio del 57).
  • 1862. Vocal de la Comisión con destino a la guerra de África.
  • 1869. (noviembre). Vocal de la Junta de Ordenanza de Aduana.
  • 1870. (febrero). Vocal de la Comisión Para evitar el desarrollo del cólera.
  • 1870. (marzo). Vocal Para la reforma de la legislación de hipotecas.
  • 1870. (julio). Vocal de la Comisión de Vigilancia Para inervenir en las operaciones de la Administración Militar.
  • 1870.- (octubre). Vocal de la Comisión recolectora, con motivo del temporal de Matanzas.

Fue, además:

  • Socio fundador del Casino Español de La Habana.
  • Miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, de La Habana.
  • Director en propiedad del Banco Mercantil.
  • Cónsul de la República Argentina, desde diciembre 1865 a julio de 1869.
  • Cónsul de la República Peruana, desde agosto de 1859 hasta su fallecimiento.
  • Cónsul de la República Chilena, desde noviembre de 1886 hasta su muerte.
  • Fue fundador de la Asociación Canaria de Beneficencia y Protec­ción Agrícola, de La Habana, y miembro entusiasta de su centro.
  • Figuró como vocal de la misma benemérita institución, alcanzando el honroso titulo de segundo presidente honorario a perpetuidad, dicien­do siempre que era el título honorífico que más honraba su vida públi­ca de cuantos había recibido en su peregrinación por el planeta Tierra.

Por toda recompensa de nuestro Gobierno, sólo fue notificado por el señor Alonso, gobernador civil, y como vocal de la Junta del Puerto, para que se le concediera una gracia, y por el Ministerio de Ultramar se pidió al Estado que le significase para una encomienda de Isabel la Católica, cuya credencial no quiso solicitar.

En una palabra, el Sr. Serpa Rodríguez, como ha dicho muy bien Eduardo Pineda, «fue una honra de nuestra patria».

He aquí ahora como el periódico regionalista Eco de Canarias, dirigido y fundado por Esteban R. Acosta, dio conocimiento a sus lectores del fallecimiento del distinguidísimo compatricio Antonio Serpa Rodríguez, acaecido el 2 de diciembre de 1893.

«A las cuatro y media de la mañana del lunes 12 de diciembre úl­timo dejó de existir en esta ciudad, en su morada, calle de San Ignacio número 84, D. Antonio Serpa y Rodríguez.

Su muerte ha sido generalmente sentida. Pero, ¿es así como debemos consignar la desaparición eterna de este hijo de las Canarias?

¡Nunca! Mientras que los perfiles de nuestra pluma contengan una gota de tinta y anime nuestro ser el santo amor a la patria… quede de los hijos del pueblo que, como D. Antonio Serpa, ha sabido elevarse por sus méritos y virtudes sobre el nivel de los demás hom­bres, no han de perderse para siempre en las sombras de la noche infinita, sin que vengamos a deponer ante su tumba siquiera sea la modesta flor de nuestra más pura gratitud, en holocausto del que en vida supo honrar nuestras amadas peñas, honrándose a sí propio.

Comprendiéndolo así, la Asociación Canaria de Beneficencia y Protección Agrícola, de esta capital, acudió, apenas tuvo conocimien­to de la gravedad del ilustre enfermo, por medio de su digno presi­dente, Dr. Cubas, acompañado el secretario, D. Eduardo Pineda y Díaz, no sólo a rodear con cariño su lecho de muerte, sino que tam­bién a reclamar de la afligida familia nos dispensara la honra de ce­dernos el cadáver del venerable anciano tacorontero, con el fin de tributarle, por sí y en nombre de la colonia canaria residente en Cuba, aquellos honores, última expresión del amor y respeto de todo un pueblo grande, honrado y laborioso, honrado y grande fue, y al que por todos conceptos le eran en justicia debidos.

Momentos de verdadero gozo —¡triste gozo!— aquéllos en que vi­mos al Dr. Cubas incorporando al enfermo, dándole a tomar entre sus brazos, y con propia mano tal vez la última copa de leche que había de refrescar sus labios de moribundo; y aquellos otros sublimes en que su amantísima hija nos disputaba, con todas las energías de un corazón henchido de amor filial, ¡el derecho de las cenizas de su padre!

Hubo una humanitaria transacción: la acongojada hija tuvo el consuelo de velar toda una noche al cadáver del autor de sus días; y la Asociación Canaria la indisputable honra de tenerlo en sus salones, desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde del 13, hora señalada para su entierro… porque, si bien es verdad que los isleños no hubiéramos cedido a nadie, absolutamente a nadie, este derecho, ante una hija que quiere estar hasta el último instante al lado de su padre, los isleños no son nada, absolutamente nada, y ceden, como cedieron.

La Cámara de Comercio y la Lonja de Víveres también reclama­ron el cadáver con el buen deseo de tributarle los últimos honores. ¡Cuánto agradece la Asociación Canaria estas nobles manifestaciones! Y, a no existir nuestra institución, ¿quién con más derecho que ellas al decano del comercio de La Habana?

Hablar de la suntuosidad del tendido y entierro, por la Asociación Canaria, no nos cuadra. Baste decir que el Diario de La Marina, El País, La Lucha, La Unión Constitucional, y otros importantes diarios de la capital. lo han calificado: unos de tendido regio; otros de deslum­bradora capilla ardiente; éste, de que el carro fúnebre que condujo los restos al cementerio es el mejor y más lujoso, sin disputa, de La Habana; aquél de que no podía exigirse más, y todos coinciden en que ha sido una espléndida manifestación de duelo.

De un lado la cama-imperial el estandarte de la provincia de Canarias, cuajado de oro y piedras, y del otro, el no menos rico de la Archicofradía del Espíritu Santo, a la cual perteneció.

Sobre el féretro, multitud de flores, y coronas y cruces tanto de flores naturales como artificiales, biscuit, etc., descollando por su gran tamaño, buen gusto y costo, la colocada por la directiva de la Cámara de Comercio.

Momentos antes del entierro, los salones de la sociedad tuvieron la honra de verse ocupados, aunque cortos instantes, por la escogidí­sima concurrencia que había de formar el acompañamiento: un ayu­dante en representación del capitán general; presidente de la Diputa­ción Provincial; presidente y secretario de la Cámara de Comercio; cónsules de varias naciones; comisión de la archicofradía antes men­cionada; representaciones del alto comercio, y diversas corporaciones; gran número de amigos particulares del finado; varios miembros de su familia; la directiva de la sociedad, con su presidente, quien, en unión del Sr. Parrilla, hacía los honores de la casa a los señores que iban llegando; los señores don Prudencio Rabell, don Segundo Álva­rez y don Antonio Quesada, etc., etc., etc.

La fúnebre ceremonia dio comienzo a las cuatro y media de la tarde, hora en que fue colocado en el fastuoso carro de la casa de Urrutia y Oro, el sarcófago metálico (valor 18 onzas) que ha de guar­dar por toda una eternidad los restos de don Antonio. emprendiendo la comitiva la marcha hacia la Cámara de Comercio, en cuyo atrio se situaron, para recibir el cadáver, los señores don Ramón de Herrera, don Segundo Álvarez, y don Saturnino Martínez, tomando en dicho punto los carruajes para desde alil dirigirse al campo santo a donde llegó a las cinco y cuarto.

Ya nuestro distinguido paisano don Domingo Vandama, capellán del cementerio, aguardaba, con cruz, ciriales e incensario, y acompañado de dos sacerdotes más, con capa al paisano que iba a traspasar los umbrales del mundo del silencio, y, después de un primer responso, colocose a la cabeza del fiunebre cortejo (al que no falta ni un solo acompañante) conduciéndolo hacia la hermosa capilla, envuelto en armonioso canto y nubes de incienso, y en la que a su vez entonó un solemne responso, terminado el cual le volvió a acompañar hasta la misma tumba a cuyo borde entonó la ültima conmovedora oración cristiana.

Cuando el sordo rumor del ataúd, penetrando en las entrañas de la tierra, hirió nuestros oídos, dirigimos la vista en lontananza; el Sol habla transpuesto el horizonte; ¡era su ocaso!

El ocaso también de un gran taletito mercantil, el ocaso de una vida de virtud y honradez, el ocaso de un hombre bueno ,se reprodu­cIa en nosotros: cayó la losa, y la noche eterna tendió sus alas sobre el inanimado cuerpo del que en vida fuera don Antonio Serpa y Rodríguez.

¡Paz a sus restos! ¡Resignación para su pobre familia!»

3 comentarios sobre “[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Don Antonio Serpa y Rodríguez

  1. Estimado Carlos, gracias a tu interesante blog ubiqué a Don Antonio Serpa.

    En Ecuador, y no sé bien cómo, tenemos una fotografía de él, dedicada a Mariano Moreno (ecuatoriano). Sería interesante que pudieras acceder a ella y publicarla en tu web.

    Gracias por los datos.

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  2. Gracias, David. Me interesa esa foto, pero me temo que sólo hay dos foras: o me la envías o me dices cómo acceder a ella.

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  3. Aproximadamente en un mes subiremos a la web todas las fotografías, aún no está lista la plataforma, pero apenas esté me pondré en contacto. Si nos deja su correo le haré llegar el link respectivo.
    Saludos

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