[*Otros}– El músico canario Totoyo Millares, y su timple

20 MAR 2012

Juan Cruz

La obra del músico canario Totoyo Millares se recopila en un volumen exhaustivo.

Parece raro hablar del timple, el alma del folclore canario, mientras se desayuna, pues este mito viviente de la historia de los instrumentos musicales se asocia en las Islas Canarias a la parranda nocturna, a las madrugadas, sin luz eléctrica, de los pueblos perdidos o de los muelles añorantes.

(El músico canario Totoyo Millares. / Bernardo Pérez)

Desde mediados del siglo XVIII, cuando los carpinteros de ribera en La Caleta de Famara (Lanzarote) lo fabricaron por primera vez, “imitando un barco de vela”, el timple está en las manos de los Canarios que quieren contar sus penas, casi siempre, o sus alegrías.

Y al timple está amarrado “desde que tenía cinco años” este hombre, Luis Totoyo Millares, que nació en Las Palmas, hace 77 años, en el seno de una familia de artistas inolvidables, como sus hermanos, los poetas Agustín y José María, y los pintores Manuel y Eduardo.

Pues este hombre, Totoyo, nació “casi con el timple; a los cinco años lo descubrí, y me lo tenían que quitar de las manos”. Sus 70 años de relación con este instrumento, que él puso en la geografía musical del mundo, están recogidos ahora en un volumen (Totoyo Millares, la leyenda del timple) que le ha preparado el músico Manuel González Ortega con el apoyo del Gobierno de Canarias y la Fundación Autor de la SGAE.

Fue tan precoz en su contacto con ese instrumento que su amigo, el folclorista Julio Fajardo, dijo de él que era “un pequeño Mozart”.

Totoyo ha llevado el timple por todo el mundo. En São Paulo lo tocó, interpretando la Misa Sabandeña, ante Canarios “que lloraban como si fueran niños”, porque el timple “es la base sentimental de las melodías que más nos distinguen, como la folía”.

Está copiado, dice Totoyo, “del guitarrito aragonés”, pero ya es parte “de la esencia Canaria…”. “El timple se lleva bien con la voz, y puede defenderse solo, pero necesita de la guitarra; es a la guitarra lo que el violín al piano”.

A su edad llega “hecho un chaval” gracias a desayunos que aquí repite: un Actimel (“¿se puede hacer publicidad?”) que no perdona jamás; “lo combino con una cucharada de miel con cera; y luego me fabrico una especie de alpargata con un cruasán grande al que añado una loncha de jamón cocido y un trozo de queso de plato; eso, tomate y lechuga, y una tortilla francesa… ¡Y luego puedes hacer lo que te dé la gana!”.

Ha sido maestro de 40.000 alumnos —entre ellos, el ministro José Manuel Soria y el exministro Juan Fernando López Aguilar—, y ha enseñado su técnica a gente como Paul Newman, Ava Gardner y Gregory Peck). Pero entre sus discípulos favoritos está el ahora legendario José Antonio Ramos, recientemente fallecido, que, según dice de él Totoyo, “Era capaz de hacerlo todo con el timple, rock, folclore, lo que hubiera querido”.

El momento político actual lo tiene “indignado, y esto es decir poco”, pero la música sigue siendo para él el alivio, “como dijo el escritor Luis Ortega: la música es el caudal mayor para llegar a los corazones”.

Y el timple, “esta especie de mástil de barco de pesca”, lo amansa, le llena el alma “de esa misteriosa sabiduría que tienen los hombres que lo inventaron tomando ron al borde del mar, cantando folías y malagueñas para matar las penas o las esperas”.

Fuente: El País

[Hum}– Southern ingenuity

One morning, 3 Tennessee good old boys and 3 Yankees were in a ticket line at the Knoxville train station heading to Ohio State for a big football game. 

The 3 Northerners each bought a ticket and watched as the 3 Southerners bought just one ticket among them. 

—How are the 3 of you going to travel on one 1 ticket?—, asked one of the Yankees. 

—Watch and learn—, answered one of the boys from the South. 

When the 6 travelers boarded the train, the 3 Yankees sat down, but the 3 Southerners crammed into a bathroom together and closed the door. 

Shortly after the train departed, the conductor came around to collect tickets. He knocked on the bathroom door and said,

—Tickets, please.

The door opened just a crack and a single arm emerged with a ticket in hand. The Conductor took it and moved on. 

The Yankees saw this happen and agreed it was quite a clever idea. Indeed, so clever that they decided

to do the same thing on the return trip and save some money. 

That evening after the game when they got to the Columbus train station, they bought a single ticket for the return trip while to their astonishment the 3 Southerners didn’t buy even 1 ticket! 

—How are you going to travel without  a ticket?—, asked one of the perplexed Yankees. 

—Watch and learn—, answered one of the Southern boys. 

When they boarded the train the 3 Northerners crammed themselves into a bathroom and the 3 Southerners crammed themselves into the other bathroom across from it. 

Shortly after the train began to move, one of the Southerners left their bathroom and walked quietly over to the Yankee’s bathroom. He  knocked on the door and said,

—Ticket, please. 

. . . . . .

There’s just no way on God’s green earth to explain how the Yankees won the war.

Courtesy of Eva Matute