[Hum}– ‘El porqué del calzón negro’, poema

Salió una anciana del baño,
su viejito la miraba
y al punto le preguntaba:

«¿De dónde es ese gusto extraño,
pues ya llevas varios años
usando ropa interior
de oscuro y serio color,
y ya mi vista se aburre?
¿Acaso no se te ocurre
que eso te da más calor?».

La viejita, indiferente
y caminando paso a paso,
levanta en su mano un vaso
y allí sumerge los dientes.

Al viejo mira de frente
para darle explicación.
Se acomoda en el colchón
y guarda una breve pausa,
«Aquí te digo la causa
de lo negro del calzón:

Muchos colores usé,
pues la carne firme estaba,
y el fuego que me quemaba
contigo lo disfruté.

Hace tiempo lo apagué
por no hacerlo disoluto.
Te fui fiel en lo absoluto
y lo que digo es muy cierto:
«Cuando el pájaro está muerto,
el nido viste de luto»».

Autor desconocido

Cortesía de Oscar del Barco

[Hum}– Plegaria senil

Señor, en estos años que ahora vivo, otórgame la capacidad para:

  1. Olvidar a las personas que nunca me gustaron,
  2. Tener la suerte de encontrarme con las que sí me gustan, y
  3. Tener la vista para darme cuenta de la diferencia.

Cortesía de Eva Matute y Ramón López

[Hum}– Cosas de las que me he percatado hoy

  • Que la esquina de mi casa está dos veces más lejos que antes
  • Que, además, en el camino a casa hay una pequeña subida en la que antes no me había fijado
  • Que los peldaños de las escaleras son ahora son mucho más altos
  • Que no sirve de nada pedirle a la gente que hable más claro, porque todos ahora hablan tan bajo que no se les entiende casi nada
  • Que la ropa que quiero comprarme la hacen ahora tan apretada, sobre todo en la cintura y en las caderas, que me resulta muy desagradable
  • Que la gente ha cambiado. Ahora es mucho más joven que cuando yo lo era, y, por otro lado, la gente de mi edad es mucho más vieja que yo. 
  • Tanto es así que el otro día me encontré con una antigua conocida, y ha envejecido tanto ¡que no me reconoció!
  • También he dejado de correr detrás del autobús, porque me di cuenta de que ahora va  mucho más rápido que antes

De todo esto caí en cuenta esta mañana, mientras me arreglaba frente al espejo.

Y, a propósito, ¿se han dado cuenta ustedes de que los espejos ya no son tan nítidos y claros como hace 50 años?

[*Opino}– Cuarenta años después

Creo que el poema que sigue debe haber sido escrito pensando en la época en que a los 50 años de edad se era anciano.

Dependiendo del estado de ánimo del lector, el poema puede resultar jocoso o muy triste, pero es real,… cuando todo va bien.

Carlos M. Padrón

***

 

¡Qué rico hueles, mi vida!
¡Qué perfumada, mi amor!

Cuando era recién casada
fueron frases de rigor;
Después del baño, él olía
a Yardley, o a qué sé yo,
mientras yo me perfumaba
con frascos de Christian Dior.

Pero hoy, ¡qué diferencia!
El huele a ungüentos,… y yo,
a la Pomada del Tigre
que me pongo al por mayor.

¡Cómo han cambiado los tiempos
de cuando él me conoció!

Él me ayuda a friccionarme:
«Más abajo, ¡por favor!»
Y luego entro yo a sobarle
corvas, codos y esternón.

¡Qué distintos camisones!
Y las pijamas, ¡qué horror!
Ahora ya son de franela
porque ésas si dan calor.

A él sus zapatos de estambre
que su nieta le tejió
porque sus pies se le enfrían
y le duele el corazón.

¡Cómo han cambiado los tiempos
de cuando él me conoció!

Antiguamente lucían
encima de mi buró,
una rosa, un retrato,
un perfume y un reloj.

Ahora, un frasco de aspirinas,
el ungüento de rigor,
unas vendas, mis anteojos,
las píldoras de alcanfor,
la jeringa, la ampolleta,
el algodón y el alcohol.

Y en su buró, amontonados,
para que quepan mejor,
el vaso para sus “puentes”,
el frasco con la fricción,
un libro abierto, sus lentes,
jarabe para la tos
y agua para la aspirina
por si nos viene un dolor.

¡Cómo han cambiado los tiempos
de cuando él me conoció!

Sin embargo, recordamos
“lo que el viento se llevó”
Saboreamos lo que fuimos
y vivimos nuestro hoy.

En las mañanas, sin prisa,
siempre la misma canción.
«¿Cómo dormiste, mi cielo?»
«Un dolor me despertó».
«¿Y qué te duele, mi vida?»
«Hoy tengo un nuevo dolor».

Y por las noches, acaso
recordando algo mejor,
oliendo a salicilato,
a pomadas y a fricción,
repetimos lo de siempre;
lo mismo de ayer y hoy:
«Ojalá duermas, mi vida».
«Ojalá duermas, mi amor».

Rezamos un Padrenuestro
y damos gracias a Dios.

Mercedes Eroza

Cortesía de Leonardo Masina