[*Opino}– La pérdida del deseo en los hombres

30-12-14

Carlos M. Padrón

No creo que, según dice el artículo que copio abajo, la liberación sexual de la mujer sea el motivo de esto.

Al contrario: gracias a esa liberación, ya en las mujeres no hay hacia el sexo el tabú, el puritanismo, la pacatería e hipocresía que antes había y, sobre todo, el vergonzoso débito conyugal.

Para mí, el motivo principal de la supuesta pérdida de deseo del hombre es la pérdida de feminidad de la mujer, que nada tiene que ver con la liberación sexual, pero sí con la feminidad, pues las feministas que he conocido son poco femeninas.

En muchos casos, la pérdida de feminidad se debe a eso, a que la mujer ha adoptado modelos proclamados por el feminismo, a que trata de machista al hombre por cualquier cosa que él haga y que a ella no le guste, y a que exhibe rasgos de su carácter que, según se dice en Venezuela, «le enfrían el guarapo a cualquiera» (= le anulan las ganas o el deseo, lo desaniman), como aspereza al hablar (por ejemplo, estilo castizo vs. estilo hispanoamericano), ausencia de cariño en la palabra y en la acción, actitud desafiante, tono altanero, búsqueda de la confrontación, preguntar de forma tal que la pregunta es una acusación,…

Ante una mujer así, se entiende que un hombre pierda las ganas, o sea, «se le enfríe el guarapo».

Además, la mujer tolera muy mal el rechazo, y si ella se insinúa —sobre todo si lo hace de forma insípida, puritana, poco explícita, etc., o, por el contrario, de forma seca y agresiva— y él, cansado ya de tener que adivinar, o de tanta falta de feminidad, no responde como ella espera, ahí nace un problema.

Espero tener razón, y que esa pérdida de deseo no se deba a lo que un médico me dijo hace poco («Antes el semen tenía 50 millones de espermatozoides, y ahora tiene 20 millones». ¿Declive de la virilidad?), a lo que dijo la Thatcher («En cuanto se concede a la mujer la igualdad con el hombre, se vuelve superior a él»), que es, pero en otros palabras, lo que decía mi padre («Si se le da la oportunidad, toda mujer se encarama«). ¿Es que vamos hacia un mundo de varones domados? ¿Se debe a esto el aumento de la homosexualidad?.

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26/12/2014

Beatriz G. Portalatín

Cuando a los hombres les faltan las ganas

Los viejos mitos siguen sonando con fuerza: los hombres siempre tienen ganas, siempre están dispuestos y siempre son ellos los que empiezan seduciendo.

Sin embargo, según avanzan las investigaciones científicas, a la par que la propia realidad, estas ideas empiezan a desplomarse con fuerza. El bajo deseo sexual es una disfunción que afecta tanto a hombres como a mujeres, a pesar de que sean ellas quienes tengan la fama.

Según diferentes estudios, la prevalencia europea de esta alteración en mujeres es de un 30%. En hombres, según datos generales —no europeos—, está entre un 5% y un 15%. El bajo deseo sexual en varones existe, y cada vez más.

Una investigación, publicada en 2013 en la revista científica ‘The Journal Sexual of Medicine’, mostraba resultados llamativos. Tras preguntar por internet a más de 5.000 hombres heterosexuales de tres países (Portugal, Croacia y Noruega), se confirmaba cómo después del estrés y del cansancio, los problemas de pareja eran la causa más frecuente detrás del bajo deseo.

Sin embargo, los especialistas destacan otro motivo, y para ellos de los más importantes, que se vincula con la falta de deseo en los hombres, y que es el cambio en la posición de la mujer en cuanto al sexo. Hace años la mujer en las relaciones sexuales se comportaba como un sujeto pasivo, ahora las cosas han cambiado, y mucho, lo que influye directamente en el comportamiento del hombre.

Cuando antes la mujer estaba sexualmente al servicio del hombre, éste no sentía la necesidad de estar a la altura. Sin embargo, y desde hace décadas, desde que la mujer reivindicó su propio placer y satisfacción, el hombre tiene miedo de no estar a la altura. Se preocupa de hacerla disfrutar. Esto es, para los hombres no se trata sólo de disfrutar ellos sino de hacer disfrutar a ellas.

Se trata de una inhibición psicológica o de deseo. Es decir, se trata de estar sólo ante al peligro, lo que se produce como consecuencia del desarrollo sexual de la mujer. Cuando el hombre ve en la mujer que le gusta mucho, que además aparenta ser una mujer segura y cuando la considera muy atractiva, en este caso, mayor será aún su síndrome de miedo al desempeño.

Mala adaptación a los cambios

Los factores que pueden desencadenar esta disfunción son varios: estrés, depresión, problemas de tipo hormonal o incluso como causa desencadenada de la disfunción eréctil (DE), trastorno que afecta en España a más de dos millones de hombres. El bajo deseo sexual en varones suele aumentar con la edad, y con frecuencia acompaña también a otros trastornos sexuales.

Los hombres con disfunción eréctil pueden experimentar pérdida de la libido como consecuencia secundaria. Pero esto, generalmente, se determina a partir de una historia sexual detallada, incluyendo la cronología de la enfermedad. Sin embargo, la mayoría de los pacientes que se quejan de impotencia no se quejan de la disminución de la libido o del deseo sexual. Es por ello que los factores psicológicos toman un papel muy destacado. Y, de nuevo, el cambio social de las mujeres tiene mucho que ver.

El cambio sustantivo de esta dificultad sexual masculina aparece como consecuencia de una mala adaptación al cambio en el rol sexual femenino que tuvo lugar en la llamada revolución sexual femenina. La mujer pasa de vivir el sexo como una fuente de recompensa o castigo a la pareja, como una manera de cumplir con sus obligaciones, a descubrir la sexualidad como un derecho propio.

La mujer desea, por supuesto, pero es que, además, ahora se lo puede permitir, y si le apetece ya no tiene por qué esperar sentada a que él dé el paso. Estos cambios, a todas luces positivos, le han supuesto a muchos hombres un reto de adaptación. Por eso, y tal como se comentaba en este periódico hace casi dos años: «Los hombres necesitan hacer su propia revolución sexual».

Pero también puede incluso suceder lo contrario: el tener que tomar siempre la iniciativa puede ser motivo de cansancio. Ellos también quieren ser deseados y que se les busque.

Otro de los peligros de esta disfunción es la similitud entre las personas. Hay parejas que son tan parecidas y hacen cosas tan similares, que pierden la empatía y la atracción sexual, y, por ende, el deseo hacia el otro.

Un factor relevante es también la repercusión de la disfunción. Se vive mucho peor que el hombre tenga este problema que no que lo tenga la mujer. Y esto corresponde, de nuevo, a la mala adaptación de los cambios sociales. Se sigue teniendo la idea de que el hombre siempre está dispuesto, y, si no es así, es porque no hay atracción, sin contemplar otros factores externos que muchas veces son determinantes.

Cada vez son más las parejas que acuden a consulta por problemas relacionados con el deseo de él. Muchas veces, el motivo principal de consulta es una disfunción eréctil, pero, al profundizar, se descubre que lo que sucede en realidad es que él se fuerza a tener sexo sin tener ganas, y eso, al final, acaba por pasar factura.

Es importante tomar una actitud activa en el problema y no sentirlo como el mayor de los problemas. Es una disfunción que se puede tratar. Además, muchas veces el bajo deseo sexual se remedia con la actividad compartida. Por ello, es importante, trabajar fantasías y estimulaciones eróticas, y dedicar tiempo a recuperar la atracción erótica y el placer compartido.

Fuente

[Hum}– Amigo mal pensado

Tres amigos charlan muy animados, cuando que uno de ellos dice:

—Voy a hacerles una confesión: no saben lo feliz que ando, ¡estoy teniendo sexo espectacular con un orangután!

—¿Macho o hembra?”—, pregunta uno de los sorprendidos amigos.

—¡¡Por supuesto que hembra!!! ¿Qué crees, que soy un degenerado?

[Hum}– Loco por los tríos

Jorge y Antonio, amigos de toda la vida, se encuentran en la calle. Jorge, sin más, le pregunta a Antonio:

—¿A ti te gustan los tríos?

—Pues hombre, ¡claro que me gustan! —respondió excitado Antonio—. Toda la vida he querido participar en uno. ¡Me muero por eso!

—Pues ve corriendo a tu casa que ya empezaron.

[LE}– Origen del término ‘machismo’

05/06/2014

Es un concepto conocido y extendido por todo el mundo, e incluso en otros idiomas se utiliza la misma palabra: «Machismo», «macho».

Sin embargo, aunque diferentes estudios de antropólogos, sociólogos y psicólogos han intentado rastrear sus orígenes, a cada uno le ha llevado a un lugar diferente: el origen del término lo han achacado a los soldados de tiempos de la Reconquista de Andalucía, pero también a los portugueses que lo habrían derivado de la palabra «mula», o como derivada de la palabra latina «masculino».

Incluso se ha llegado a decir que el término provenía de pueblos indígenas de las Américas.

«No está muy claro cuál es el origen del término ‘machismo’ y, aunque algunos estudios lo han intentado rastrear, no queda muy claro en qué momento surge», reconoce la doctora de Antropología Social, Maribel Blázquez Rodríguez.

En 1962, el músico Vicente T. Mendoza publicaba un ensayo en el que intentaba rastrear el origen del término, y en él aseguraba que el concepto ya estaba presente en corridos y cantares de finales del siglo XIX.

Pero lo cierto es que, como tal, no se hablaba ni de «macho» ni de «machismo» explícitamente, sino sólo del concepto. Un concepto que, por otra parte, ha tenido definiciones de lo más variopintas a lo largo de la historia.

En el siglo XX, llegó a asociarse al coraje, la generosidad y el estoicismo, pero también, en otras definiciones de la época, aparece como el «culto a la virilidad», caracterizado por la agresividad, la arrogancia y las agresiones sexuales a las mujeres.

En la actualidad, una de las referencias para su definición se encuentra en el diccionario de Victoria Sau, que plantea el machismo como «un conjunto de leyes, actitudes o rasgos sobreculturales del hombre cuya finalidad implícita o explícita ha sido y es mantener y perpetuar la sumisión de la mujer respecto al hombre», cuenta Blázquez.

«Es un término que sirve para visibilizar cómo, a lo largo de la Historia, aunque haya variaciones, en algunos momentos o sociedades el sexo ha sido una variable determinante para que las mujeres tuvieran que cumplir una serie de normas y modelos, para que pudieran tomar menos decisiones sobre sus vidas, teniendo que seguir lo determinado por las ideas, las costumbres y las leyes imperantes», explica la antropóloga social.

Aristóteles decía que el cuerpo de la mujer es «un cuerpo incompleto»

En la actualidad, aunque parezca que el término alude a un concepto muy claro, lo cierto es que su manifestación en la sociedad es muy diversa.

«Formas de machismo ha habido a lo largo de toda la Historia», asegura Blázquez, quien pone como ejemplo al propio Aristóteles. El filósofo de la Antigua Grecia aseguraba, por ejemplo, que el cuerpo de la mujer era «un cuerpo incompleto». «Ahí ya se ve que las colocaba en un lugar inferior», asegura la experta.

Sin embargo, y aunque el término se hubiera utilizado con anterioridad, se empieza a extender realmente a partir de los años 70, cuando el feminismo llega a la universidad y comienza a escribir.

Es entonces cuando se busca este concepto como un intento de combatirlo y de reivindicar los derechos de las mujeres, para que puedan ser autónomas y vivir en igualdad de condiciones respecto a los varones. Pero frente a esta reivindicación, el machismo se impregna de otro significado: como sinónimo de misoginia y de aversión o rechazo frente a todo lo femenino.

No obstante, ahora «en el ámbito más académico se habla de “sexismo” porque el término “machismo” tiene que ver sólo con el macho, y el macho no representa todo lo que pasa con el sexismo y las discriminaciones», dice Blázquez.

Según explica, la desigualdad en función del sexo se puede construir más allá del reparto de roles: puede depender de la edad, de la identidad, de la orientación sexual… En definitiva, dice la experta, «el «machismo» es un término muy reduccionista».

Fuente

[*ElPaso}– La sabiduría de dos madamas pasenses

30-09-13

Carlos M. Padrón

En la época a que se refiere la anécdota —verídica pero con nombres ficticios—, que conté en Mujeres de vida alegre, había en El Paso otras mujeres de igual estilo de vida.

Incluso, y como supe en mi reciente estadía allá, había muchas más de las que yo creí que había, y, por tal creencia, en el mencionado artículo escribí que La Cantona era una de las pocas mujeres de vida alegre que entonces había en el pueblo.

¡Craso error! Había muchas más, y entre ellas, y como suele ocurrir en toda sociedad, existían rangos, jerarquías; diferencias tal vez sutiles, pero diferencias al fin y al cabo.

Muchas iban por libre, y ejercían en solitario, pero otras eran miembros de una misma familia, como Las Pechugonas, Las Reducidas, y algunas familias más conformadas por varias féminas, en las que todas éstas ejercían, de forma más o menos explícita o pública, la profesión más vieja del mundo.

Y en algunas de esas familias, la madre era la alcahueta o regenta; digamos que la madama.

La madre de Las Pechugonas era una madama atípica, pues trabajaba «hombro a hombro» con sus hijas, y era tal su apego a la perfección en el ejercicio profesional de la familia que en cierta ocasión vio que la mayor de sus hijas hacía con un cliente algo que podía mejorarse, y diciéndole «Boba, ¡eso no se hace así!», la empujó fuera del catre, ocupó ella su lugar junto al cliente, y diciéndole a la hija «¡Mira cómo se hace!», puso «manos a la obra».

¡Qué abnegada demostración de espíritu docente y búsqueda de la excelencia!

Flor, la menor de esas hijas, resultó la alumna más aventajada, traviesa y conflictiva, y por sus hazañas en sexo, sus escándalo sociales y sus tropiezos con la Guardia Civil, llegó a ser el buque insignia de su clan familiar, lo cual preocupó mucho a La Cantona quien, por aquello de la competencia —que en los pueblos pequeños suele ser más ruin que en los grandes—, quiso saber si realmente Flor representaba una amenaza para su fama profesional, y un buen día se dirigió a su madre —la anciana que, según Julián Lara, necesitaba «un verde». Véase Mujeres de vida alegre— y le preguntó:

—Mamá, ¿quién es más puta, Flor La Bonchona o yo?

La anciana miró de soslayo a su hija, meditó por unos segundos, y, mientras se alejaba con prudencia, en una demostración de profunda sabiduría de vida y elegante salida por la tangente, dio por respuesta una expresión de sólo tres palabras que aún hoy, cerca de un siglo después, se usa en El Paso —y posiblemente en otros pueblos de La Palma— como lo que con más precisión indica la conveniencia de no abrir la boca para evitar meter la pata, de reservarse la propia opinión, de crearle al otro un completo suspense aumentando su curiosidad, de dejar en el aire, de forma breve y concisa, la duda de si se está o no de acuerdo con lo que a uno le han preguntado, etc.

El encanto de esa expresión, y en el contexto en que fue dicha, es que podría expresar burla, ironía, sarcasmo, compasión, discreción, desinterés,… Y no sólo eso, sino que, además, podrían dársele o todas estas acepciones, sólo algunas, o sólo una.

La anciana dijo: «Larán, larán, callareme«.

Otra versión —con base vez más lógica, y de fuente que conoció a las protagonista—, cuenta que, por un descuido, La Cantona quedó en estado, y no queriendo que se supiera lo mantuvo tan en secreto como pudo.

Cuando por fin dio a luz, también en secreto, metió a su anciana madre en la cama —algo más fácil que estacarla en la huerta—, puso a su lado al recién nacido, y salió a decir a los vecinos que su madre, a pesar de su avanzada edad, había dado a luz de nuevo.

Cuando los curiosos vecinos fueron a conocer a la criatura, La Cañona les dijo:

—¿Ustedes creen que no es una vergüenza que a la edad que tiene mi madre haya parido otra vez?

A lo que la anciana, mirando al techo, exclamó:

—»Larán, larán, callareme».

¡Qué riqueza de sutiles contenidos en tan breve frase! De ahí que siga usándose hoy para, ante una pregunta o planteamiento que resulte escabroso, ridículp o comprometedor para quien lo hizo, dar a entender, sin nombrarlas, cualesquiera de las acepciones mencionadas.

No se supo —o al menos no ha llegado a mis oídos— cuál de ésas le dio La Cantona, quien tampoco sospechó siquiera, como tampoco sospechó su madre, que su elocuente «Larán, larán, callareme» ganaría la fama de que aún goza, sobreviviría a las dos, y mantendría en el tiempo el recuerdo de ambas.

Hay que reconocer que estas dos madamas —la madre de Las Pechugonas y la de La Cantona— fueron mujeres adelantadas a su tiempo, pues la una fue pionera en el servicio al cliente, los reality shows (subidos de tono), y la presentación de espectáculos en vivo, en directo y en tiempo real; y la otra, en el sapiente uso de lo que hoy se llama una respuesta políticamente correcta.

[*Drog}– El hombre que duerme a tu lado y ronca

03-04-13

Carlos M. Padrón

Abajo copio otro buen artículo que habla de amor y drogamor, uno que, si bien parece escrito para mujeres —que también roncan—, vale igual para hombres.

En él me llama la atención que su autora que, en todo lo demás, demuestra sensatez, diga algo así como que todos los hombres son iguales. De ser eso cierto, también serían iguales todas las mujeres, pero no, afortunadamente, no lo son.

Debo destacar, porque ya lo he dicho varias veces en esta sección, eso de que el drogamor es algo que se nos ha ido vendiendo a través de la cultura, porque realmente vende.

¡Vaya que sí vende! Repito que si de golpe se retiraran de circulación todos los libros y películas en los que se exalta el drogamor, quebrarían todas las librerías y editoriales, y, por supuesto, también Hollywood.

Y tal vez por esto se me como antoja gran verdad lo que cuenta la autora que dijo un psiquiatra: «El enamoramiento —o sea, el drogamor, añado yo— es la psicosis más aceptada socialmente«.

Celebro ver que, una vez más, se diga que el enamoramiento pasa, y me parece cierto que «el amor real, que es lo sano y natural, es otra cosa diferente al drogamor». Pro no nos confundamos dando al adjetivo ‘natural’ el significado de ‘normal’ o ‘común’, pues, lamentablemente, el amor real no es ni lo normal ni lo frecuente ni lo común. El drogamor, sí.

Dice la autora que esa creencia ciega en el drogamor está cambiando, pero si lo está, o el cambio es imperceptible o yo no lo veo, pues continúan apareciendo las películas, cuñas comerciales, novelas, etc. que exaltan el amor romántico, o sólo el aspecto erótico, como la tal «Las 50 sombras de Grey» que, hasta donde he podido ver, además de estar mal escrita (me refiero a la versión en español) no es gran cosa como novela erótica.

Cierto que lo que hay que buscar es «la persona que compagine mejor contigo» —o sea, la verdadera «media naranaja»—, y asimismo me parece acertado lo de que el atractivo físico se ha exagerado tanto como el bendito amor romántico, pues, aunque la autora dice que lo que hace falta es que en la otra persona —o sea, en nuestra potencial pareja— haya algo que nos resulte especial, prefiero decir que lo que cuenta es que veamos en esa otra persona un conjunto de características que nos resulten especialmente valiosas, lo cual no quiere decir que se descarte el atractivo físico, pues si en vez de atractivo hay repulsión, no hay futuro.

Todas son condiciones que ya incluí en el artículo Bases de la pareja.

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08/03/2013

Beatriz G. Portalatín

El hombre común, el corriente, el hombre de a pie, el imperfecto, o ese héroe de la clase trabajadora, el working class hero que diría John Lennon es, en definitiva, el hombre real.

Así es como podríamos definir al hombre que la escritora y guionista italiana Rossella Calabrò ha querido plasmar en sus ’50 sombras de Gregorio’ (Planeta), una parodia del exitoso y archiconocido ’50 sombras de Grey’ de E. L. James.

«Es un libro que vuelve a traer los pies de las mujeres a la tierra, pero sin romper sus sueños. Si Mr. Grey es perfectísimo, guapísimo, riquísimo, y otros tantos ‘-ísimos’, Gregorio es, en cambio, ese hombre que duerme a tu lado y ronca, que pasea por la casa con una vieja camiseta, un negado para las fechas importantes, e incapaz de detectar tus preocupaciones. Es el compañero-marido-amante con el que todas nos topamos cuando despertamos del sueño. Es un hombre imperfecto, pero real, y que también arranca carcajadas»,

explica la autora. Porque, según dice, todos los hombres son en realidad ese Gregorio que ella pinta. Al menos, asegura, todos tienen un poco de él.

¿Amor romántico y media naranja?

A pesar de los tiempos, del cambio de la mujer en la sociedad, del cambio de roles y de las diferentes concepciones que actualmente podemos tener del amor, los expertos afirman que aún seguimos creyendo en el amor romántico.

«Todavía hay mucha gente que sigue aferrándose al concepto de ‘amor romántico’ y al mito de la media naranja. El ‘amor romántico’ es algo que se nos ha ido vendiendo a través de la cultura, porque realmente vende. Por ejemplo Disney. Una vez encuentras al amor de tu vida ésta gira en torno a él, todas las actividades se hacen en pareja, y el objetivo no es sólo conservarlo, sino luchar por él. Y si es contra todo lo establecido, mejor; algo como ‘Romeo y Julieta'»,

asegura Silvia Cintrano, directora de la Unidad de Sexología del Instituto Centta de Madrid.

Sin embargo, en el amor real, lo sano y natural es otra cosa. Se trata, según ella, de tener a una persona a tu lado, de compartir cosas juntos, de disfrutar… pero cada miembro de la pareja es una persona (no un único ser) con su independencia y su tiempo de intimidad. Y así, la conversación y la comunicación, clave en las relaciones, se favorece.

«Tenemos que tener siempre, a pesar de los sueños, un punto de realidad. De este modo, se destierra también el concepto de la media naranja que, en sexualidad, no es más que un mito que se remonta a la antigua Grecia. Cuenta la leyenda que en la antigüedad los seres eran esféricos como naranjas, tenían dos caras opuestas, cuatro brazos y cuatro piernas, pero el dios Zeus un día les castigó partiéndolos por la mitad. Desde entonces, pasamos toda la vida buscando a nuestra otra mitad, nuestra media naranja»,

recalca la especialista.

En 2013 todavía siguen existiendo estas creencias, pero Silvia Cintrano admite que la evolución, la normalización de los divorcios y, sobre todo, la experiencia que va dando la vida, hacen que cambien algunos conceptos y la gente vea que nada es infinito. Y, lo que es más importante, que las cosas no son fáciles.

Pero, entonces, desterrando mitos y pisando el mundo real, ¿qué es lo que realmente se busca, en ese caso, en un hombre? «Se busca a la persona que compagine mejor contigo», responde contundente Silvia Cintrano.

Enamoramiento y atractivo físico

«Dice un conocido psiquiatra que el enamoramiento es la psicosis más aceptada socialmente, y probablemente sea así. No eres objetivo, sólo ves las virtudes y escondes los defectos de la otra persona», comenta Cintano.

Pero, una vez que pasa esa fase, lo que hay que hacer es ir asumiendo esos defectos como tales, como tenemos todos. Si esto no se hace, entonces el mito del enamoramiento y la relación se cae.

Lo mismo pasa con el sexo.

«Al principio todo es muy bonito porque cualquier estímulo es nuevo, y se descubren juntos cosas nuevas. Lo normal, en esa primera etapa, es dejarse llevar. Después, más adelante, aparece la compenetración, conocerse más, saber qué es exactamente lo que le gusta al otro y lo que no. En definitiva, se trata del aprendizaje de nuestro cuerpo y del de nuestra pareja, pero ya el estímulo no es tan novedoso y, por eso, la gente cae en la rutina y en la monotonía, sin saber que siempre, y todos los días, se pueden descubrir cosas. En consulta, animo a mis pacientes a que preparen para sus parejas algo especial cada semana, que les sorprendan, para crear esa incertidumbre del principio»,

explica.

Otra de las cuestiones importante es el atractivo físico.

«En la actualidad, la sociedad le da una importancia exagerada. Sin embargo, realmente lo que nos atrae no es que tenga un cuerpo diez o una cara perfecta, sino que haya algo que nos resulte especial en él. Una chispa, un algo que simplemente nos resulte morboso y atractivo»,

recalca.

Por tanto, revela que, verdaderamente, lo que atrae es que esa persona concuerde con tu estilo de vida. Y lo que enamora es que te haga sentir único/a y especial, pero, sobre todo, que haya una admiración mutua.

Entonces, volviendo a Gregorio, ¿por qué ese ‘Gregorio’ es tan especial?

«Porque es tan sólo el hombre que hemos elegido. Si somos capaces de amarlo con sus defectos, y si somos capaces de vivir la vida con ironía, es el hombre perfecto para nosotras»,

concluye la autora Rosella Calabrò.

Fuente: El Mundo

[*Opino}– El oscurantismo sexual. Un caso para ponerse a llorar

30-06-12

Carlos M. Padrón

Lo que cuenta el artículo que sigue da, cuando menos, además de rabia, ganas de llorar.

Como víctima que he sido del maldito oscurantismo sexual, siento una tremenda lástima por esta pobre muchacha, y no puedo evitar maldecir a quienes tanto daño hicieron, no sólo antes y en los tiempos del bestia Rey Felón, Fernando VII (1784-1833) sino, al menos en España, mientras vivió Franco.

La consecuencia colectiva de eso fue el famoso «destape» español, pero las consecuencias individuales las arrastramos por años quienes —como muchos Canarios de mi generación y anteriores—, sin defensa posible nos vimos sometidos a ese oscurantismo mezclado con, y alimentado por, el fanatismo religioso, una de las mayores plagas sociales que registra la Historia.

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29/06/2012

Durante muchos años, el sexo ha constituido uno de los mayores tabúes de la sociedad occidental.

Esto ha provocado numerosas situaciones embarazosas y traumáticas, como la que vivió María Josefa Amalia de Sajonia la noche de su boda con el rey español Fernando VII.

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Este suceso, del que podemos conocer más detalles en el blog «Historias de España», ha llegado hasta nuestros días recogido en una carta que el escritor francés Prosper Mérimée remitió a su gran amigo Stendhal, y que sirve para ilustrar lo alejadas del mundo que vivían las jóvenes aristócratas europeas siglos atrás.

La anécdota narra la noche de bodas de Fernando VII con su tercera esposa, María Josefa Amalia de Sajonia, una joven que aún no había cumplido los 16 años cuando contrajo matrimonio con el rey español, en 1819.

Tras la muerte de su madre, Josefa se había criado en un convento, por lo que su conocimiento de las relaciones carnales era absolutamente inexistente. El monarca, en cambio, era conocido por sus arrebatos sexuales, además de por su obsesión por engendrar un hijo varón que asegurase la continuidad de la monarquía.

Por aquel entonces era costumbre que, justo antes de comenzar la noche de bodas, la princesa de sangre, ya casada y más cercana en categoría al rey, pasase quince minutos con la novia explicándole lo que sucedería después.

Sin embargo, llegado el momento, la cuñada del rey, María Teresa de Braganza, se negó a ejercer tal función ya que era hermana de Isabel de Braganza, la anterior esposa de Fernando. A falta de la princesa, la función debía de ser cumplida por la camarera mayor. Sin embargo, ésta también se negó, alegando que «nunca se había fijado en las cosas que su marido le hacía en la cama».

Así que el rey entra en la habitación de una asustada niña de 16 años que, al verlo así —gordo, entrado en años y, con toda probabilidad, tremendamente excitado—, intenta huir de él corriendo por toda la habitación. De nada sirve intentar comunicarse hablando, puesto que ella no conoce el español ni él el alemán.

Fernando VII monta en cólera y llama a su cuñada y a la camarera mayor para que instruyan a la novia inmediatamente. Tras la breve charla de ambas mujeres con la joven, el rey retorna a la habitación y se dispone a consumar el matrimonio sin encontrar resistencia alguna.

Sin embargo, el temor de María Josefa Amalia de Sajonia era tan grande que, mientras Fernando la penetraba, se fue de vientre sobre él.

El rey, concluye la carta, se limpió como pudo y no volvió a tocar a su esposa en ocho días. Curiosamente, la reina murió diez años después y sin haber tenido descendencia.

Fuente: ABC