[*ElPaso}– La sabiduría de dos madamas pasenses

30-09-13

Carlos M. Padrón

En la época a que se refiere la anécdota —verídica pero con nombres ficticios—, que conté en Mujeres de vida alegre, había en El Paso otras mujeres de igual estilo de vida.

Incluso, y como supe en mi reciente estadía allá, había muchas más de las que yo creí que había, y, por tal creencia, en el mencionado artículo escribí que La Cantona era una de las pocas mujeres de vida alegre que entonces había en el pueblo.

¡Craso error! Había muchas más, y entre ellas, y como suele ocurrir en toda sociedad, existían rangos, jerarquías; diferencias tal vez sutiles, pero diferencias al fin y al cabo.

Muchas iban por libre, y ejercían en solitario, pero otras eran miembros de una misma familia, como Las Pechugonas, Las Reducidas, y algunas familias más conformadas por varias féminas, en las que todas éstas ejercían, de forma más o menos explícita o pública, la profesión más vieja del mundo.

Y en algunas de esas familias, la madre era la alcahueta o regenta; digamos que la madama.

La madre de Las Pechugonas era una madama atípica, pues trabajaba «hombro a hombro» con sus hijas, y era tal su apego a la perfección en el ejercicio profesional de la familia que en cierta ocasión vio que la mayor de sus hijas hacía con un cliente algo que podía mejorarse, y diciéndole «Boba, ¡eso no se hace así!», la empujó fuera del catre, ocupó ella su lugar junto al cliente, y diciéndole a la hija «¡Mira cómo se hace!», puso «manos a la obra».

¡Qué abnegada demostración de espíritu docente y búsqueda de la excelencia!

Flor, la menor de esas hijas, resultó la alumna más aventajada, traviesa y conflictiva, y por sus hazañas en sexo, sus escándalo sociales y sus tropiezos con la Guardia Civil, llegó a ser el buque insignia de su clan familiar, lo cual preocupó mucho a La Cantona quien, por aquello de la competencia —que en los pueblos pequeños suele ser más ruin que en los grandes—, quiso saber si realmente Flor representaba una amenaza para su fama profesional, y un buen día se dirigió a su madre —la anciana que, según Julián Lara, necesitaba «un verde». Véase Mujeres de vida alegre— y le preguntó:

—Mamá, ¿quién es más puta, Flor La Bonchona o yo?

La anciana miró de soslayo a su hija, meditó por unos segundos, y, mientras se alejaba con prudencia, en una demostración de profunda sabiduría de vida y elegante salida por la tangente, dio por respuesta una expresión de sólo tres palabras que aún hoy, cerca de un siglo después, se usa en El Paso —y posiblemente en otros pueblos de La Palma— como lo que con más precisión indica la conveniencia de no abrir la boca para evitar meter la pata, de reservarse la propia opinión, de crearle al otro un completo suspense aumentando su curiosidad, de dejar en el aire, de forma breve y concisa, la duda de si se está o no de acuerdo con lo que a uno le han preguntado, etc.

El encanto de esa expresión, y en el contexto en que fue dicha, es que podría expresar burla, ironía, sarcasmo, compasión, discreción, desinterés,… Y no sólo eso, sino que, además, podrían dársele o todas estas acepciones, sólo algunas, o sólo una.

La anciana dijo: «Larán, larán, callareme«.

Otra versión —con base vez más lógica, y de fuente que conoció a las protagonista—, cuenta que, por un descuido, La Cantona quedó en estado, y no queriendo que se supiera lo mantuvo tan en secreto como pudo.

Cuando por fin dio a luz, también en secreto, metió a su anciana madre en la cama —algo más fácil que estacarla en la huerta—, puso a su lado al recién nacido, y salió a decir a los vecinos que su madre, a pesar de su avanzada edad, había dado a luz de nuevo.

Cuando los curiosos vecinos fueron a conocer a la criatura, La Cañona les dijo:

—¿Ustedes creen que no es una vergüenza que a la edad que tiene mi madre haya parido otra vez?

A lo que la anciana, mirando al techo, exclamó:

—»Larán, larán, callareme».

¡Qué riqueza de sutiles contenidos en tan breve frase! De ahí que siga usándose hoy para, ante una pregunta o planteamiento que resulte escabroso, ridículp o comprometedor para quien lo hizo, dar a entender, sin nombrarlas, cualesquiera de las acepciones mencionadas.

No se supo —o al menos no ha llegado a mis oídos— cuál de ésas le dio La Cantona, quien tampoco sospechó siquiera, como tampoco sospechó su madre, que su elocuente «Larán, larán, callareme» ganaría la fama de que aún goza, sobreviviría a las dos, y mantendría en el tiempo el recuerdo de ambas.

Hay que reconocer que estas dos madamas —la madre de Las Pechugonas y la de La Cantona— fueron mujeres adelantadas a su tiempo, pues la una fue pionera en el servicio al cliente, los reality shows (subidos de tono), y la presentación de espectáculos en vivo, en directo y en tiempo real; y la otra, en el sapiente uso de lo que hoy se llama una respuesta políticamente correcta.

2 comentarios sobre “[*ElPaso}– La sabiduría de dos madamas pasenses

  1. Muy buen recuerdo de las anécdotas que oí contar en El Paso, pero con un pequeño matiz: yo siempre oí «Larán, larán, callareme».

    Además quiero que sepas que mi primer colegio en El Paso estaba a pocos metros de «La Cantona» y de una de las «Las Pechugonas»

    Como siempre lo expresas de maravillosamente.

    Me gusta

  2. Gracias, Roberto, por tu aporte del «Larán, larán» que no mencionaron quienes durante mi reciente estadía en el Paso sacaron a relucir ésta y otras anécdotas.

    Debo destacar que después de saber la ubicación de tu primera escuela, entiendo mejor las bases culturales de tu educación. 🙂

    Me gusta

Deja un comentario