Un viejito judío tenía un perro, al que llamaba Moshe, que fue su única compañía por cerca de 15 años, pero, lamentablemente, el perro se murió. El viejito estaba tan unido a su perro que fue a ver al rabino y le preguntó si podría decir kaddish (una oración) para su difunto perro.
El Rabino le contestó:
—Sr. Bernbaum, usted sabe que somos una congregación ortodoxa. Kaddish es sólo para humanos, no para animales. De todas formas —continuó el Rabino—, hay una nueva congregación reformista a unas dos cuadras más abajo. Vaya y pídales que le digan kaddish por su perro. Tal vez ellos sean lo suficientemente mishigenes (locos) como para hacerlo.
El viejito le agradeció y le hizo una pregunta más:
—¿Supone usted también que ellos van a aceptar mi donación de 75.000 dólares en memoria de mi pequeño perrito Moshe?
—¡¡Alto ahí!! —gritó el Rabino— ¡¡usted no me dijo que el perrito era JUDÍO!!