[*Opino}– Acerca de los desmadres del feminismo (y otras plagas de moda), y la pasividad de quienes los sufren

20-11-14

Carlos M. Padrón

Que es odio está muy claro, y que en gran parte lo practican mujeres que son horriblemente feas —o sea, resentidas sociales— también está igualmente claro.

Lo que para mí no está tan claro es que, en un caso como el que describe el artículo que copio abajo, la víctima, Matt Taylor, haya dado marcha atrás y, según se dice textualmente «terminado pidiendo disculpas entre lágrimas». ¡Por favor, qué falta de carácter! ¿Cómo es posible que le haya seguido el juego a semejante estupidez?

Ante algo así, yo, en su lugar, habría mantenido puesta esa camisa por muchos días, sobre todo en entrevistas con los medios, y dicho a todos que el que la camisa no gustara a algunos era un problema suyo, no mío, porque a mí sí me gustaba la camisa (que, por cierto, no sé cómo era).

Esta ridiculez de llamar machista a cualquiera por quítame allá esas pajas es un socorrido lugar común, una especie de herramienta de amedrentamiento. Sí, es cierto que hay machismo, pero no tanto como las feministas recalcitrantes alegan, callándose, por supuesto, los desmanes que en nombre de su feminismo cometen ellas.

En fin, que si esto sigue al ritmo que trae —que es el que está muy bien explicado en el archivo «El pasado de la abuela», que puede verse clicando AQUÍ, y que aconsejo que se vea—pronto llegará el día en que se considerará como un halago el que llamen a uno fascista, machista u homófobo, o, hablando en plata, maricófobo, pues lo de ‘homófobo’ es un término mal formado, un ridículo eufemismo usado para no irritar a los hipócritas que se refugian en lo políticamente correcto.

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2014-11-19

Daniel Rodríguez Herrera

El feminismo no es igualdad: es odio

La Humanidad ha conseguido construir un artilugio que ha viajado 6.500 millones de kilómetros durante sus diez años de vida para alcanzar un cometa de sólo 25 kilómetros cúbicos de volumen y aterrizar en él.

Un viaje alucinante que ha llevado veinte años de trabajo a los ingenieros y científicos de la Agencia Espacial Europea (ESA). Pero lo importante no es el logro alcanzado. No. Lo importante es que uno de los principales responsables del proyecto, el doctor en Física Matt Taylor, llevaba puesta una camisa «sexista» durante el aterrizaje de Philae en el cometa.

No es que las elecciones estéticas de Taylor se parezcan mucho a las mías, ni en la dichosa camisa, bastante hortera por cierto, ni en los tatuajes, que me horripilan cosa mala. Aunque la polémica prácticamente no ha llegado a España, en el ámbito anglosajón el escándalo feminista ante la camisa, que básicamente consiste en un conjunto de dibujos tipo cómic de mujeres con ropa ajustada, ha incendiado las redes sociales y llegado a los grandes medios.

Tan brutal ha sido la reacción que el científico ha terminado pidiendo disculpas entre lágrimas. Los dos minutos de odio que el feminismo ha desatado en su contra han convertido el punto culminante de su carrera en una campaña de acoso contra él, arruinando un momento que debía ser uno de los más felices de su vida.

El espíritu del linchamiento ha quedado perfectamente reflejado en un titular de la web de tecnología The Verge: «No me importa si has conseguido aterrizar una nave espacial en un cometa, tu camisa es sexista y es excluyente».

No importan los logros, por más extraordinarios que sean, sino tu sumisión al dogma, por más estúpido que sea, y lo es siempre. Es una técnica que las distintas corrientes de lo políticamente correcto han conseguido dominar con maestría. La excusa da igual, puede ser la camisa de Matt Taylor como que un tipo que se hizo rico partiendo de la nada. Las hordas se lanzan a las redes sociales, generalmente incitadas por periodistas o artistas progres, guardianes sempiternos de la ortodoxia como el Gran Wyoming, a ver quién lanza el insulto más gordo, hasta que consiguen doblegar a su objetivo. George Orwell se equivocó. No hace falta un poder omnímodo para que la plebe desate sus iras contra el objetivo deseado.

A estas feministas de salón y sus tontos útiles les preocupa el enorme impacto que sin duda tendrá una camisa en la decisión de las adolescentes de todo el mundo de enfocar su carrera hacia la Ciencia y la ingeniería. Eso sí, se callan el tratamiento brutal de la mujer en las sociedades islámicas y los problemas reales que causan a mujeres de verdad en todo el mundo.

Porque lo suyo no consiste ya en la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, sino en el odio, puro y simple, contra los hombres. Da lo mismo que la camisa fuera diseñada por una mujer para regalársela por su cumpleaños, o que no exista el más mínimo indicio de que en su vida haya hecho nada contra ninguna mujer. Taylor es un despreciable machista y debe ser recordado por eso.

Si esta gentuza hubiera tenido la oportunidad en 1969, Neil Armstrong no sería recordado por ser el primero en pisar la Luna, sino por ser hombre y haber dicho «mankind» en lugar de «humankind».

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[LE}– ¿Hablas español o hablas castellano? Conoce cuál es tu verdadero idioma

25/11/2014

Aitor Santos Moya

Dentro del mapa de preguntas típicas que un turista recibe casi instintivamente no puede faltar aquélla que haga referencia a las expresiones que el propio consultado maneja.

«Do you speak English?», «Parlez-vous français?», «Sprechen Sie Deutsch?», «¿Habla usted español?»,… aparecen de forma automática en cualquier mínimo contacto que sirva para romper las barreras que el lenguaje coloca.

Pero, ¡un momento!, ¿seguro que habla español? ¿O lo que parla es castellano? ¿Existe realmente alguna diferencia entre ambos términos?

Un mar de interrogantes flotan en el aire que transporta las palabras del idioma de Cervantes. ¿Se lo han planteado alguna vez? En ABC.es nos hemos propuesto indagar en un enigma que se remonta a épocas pretéritas.

Fernando Carratalá, catedrático de Lengua y Literatura en el centro Universitario Villanueva y en la Universidad para Mayores, explica la importancia de la historia en el embrión de esta cuestión, «la lenta reconquista de los territorios ocupados por los musulmanes originó la fragmentación de la unidad latinovulgar mantenida por el reino hispanogodo y el surgimiento de cinco dialectos románicos diferentes, que fueron, de oeste a este, el gallego, el leonés, el castellano, el navarro-aragonés y el catalán.

De estos cinco dialectos, el leonés y el aragonés no llegaron a constituirse en lenguas y quedaron relegados a reducidos dominios geográficos ante la expansión de la Reconquista castellana.

Por su parte, en los territorios meridionales en los que se implantó el castellano, así como en las islas Canarias, surgieron cuatro variedades dialectales: andaluz, extremeño, murciano y canario.

En el reinado de los Reyes Católicos la lengua castellana se convierte en el vehículo de comunicación de todos los territorios de España, «en razón de su mayor prestigio, se adopta como lengua literaria. Los escritores catalanes y gallegos abandonarán sus lenguas vernáculas, relegadas al ámbito regional y familiar hasta que, a mediados del siglo XIX, renace su cultivo literario», señala Carratalá, colocando un importante paréntesis en la fecha en que se produce el descubrimiento de América, «en 1492 quedan abiertas las puertas a la colonización de este continente y, con ello, a la expansión del castellano por un dilatado ámbito geográfico. Y también, en ese mismo año, Elio Antonio de Nebrija publica una Gramática de la Lengua Castellana, cuyo importante influjo dignificó el castellano hasta el extremo de equipararlo con el latín; y, por otra parte, facilitó el que los pueblos que se fueron incorporando a la monarquía española lo aprendieran».

La importancia de la lengua de Castilla queda refrendada durante la época de Carlos I, cuando en 1536 —y tras pronunciar un discurso en Roma ante el papa Paulo III, su corte y los embajadores extranjeros—, el monarca replicará al obispo de Mâcon, representante de Francia, quien se quejaba de no comprender bien el mensaje: «Señor obispo, entiéndame si quiere, y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana».

Carratalá recuerda este hecho y señala que «el papel dominante que desempeña España en la Europa del siglo XVI acrecienta el prestigio de nuestro idioma». Ya en el año 1713 se funda la Real Academia Española de la Lengua, organismo que nace para combatir «los errores con que se halla viciado el idioma español, con la introducción de muchas voces bárbaras e impropias para el uso de la gente discreta».

Sinónimos e igual de válidos

Ahora bien, puesto en conocimiento del lector la conformación y el influjo cultural e histórico de nuestra lengua, la duda sigue estando en el aire: ¿español o castellano? He ahí la cuestión. 

Fernando Plans, profesor de español por la Université de Rennes 2 y autor del Blog de Filología Clásica, aclara que actualmente ambos vocablos son sinónimos e igual de válidos, «las dudas nacen y sobreviven por una cuestión meramente histórica».

Por su parte, Carratalá argumenta que, desde que el castellano obtiene la consideración de ‘idioma nacional’, empieza a denominarse lengua española al castellano extendido por todo el territorio hispánico, pero subraya que, aún cuando su base sea la antigua lengua de Castilla, si se ha convertido en una coiné ha sido por la continua contribución de hablantes y escritores de todos los rincones de España y de Hispanoamérica.

Carratalá recuerda que la RAE empieza en 1923 a hablar de ‘lengua española’ para titular tanto su Gramática como su Ortografía y su Diccionario, a pesar que desde su fundación había utilizado el castellano como denominación.

«Entendemos que un cierto sentimiento de rechazo hacia la dependencia de la ‘antigua metrópoli’ ha llevado a algunos hispanoamericanos a preferir referirse a nuestra lengua común con el término castellano, en lugar de español, en lo cual subyace una intencionalidad política y no una cuestión simplemente lingüística».

No obstante, uno de los puntos más controvertidos guarda relación con el hecho de que la Constitución Española establezca el castellano como lengua oficial de España, obviando cualquier otra designación.

«Es una mera diferencia de forma e incluso política, de respeto entre las lenguas de España. Decir en la Constitución que el idioma oficial es el español supondría que las otras lenguas no lo serían. Se guarda el vocablo original del dialecto del latín, el castellano, y se respeta a las otras lenguas y dialectos», razona Plans.

En la misma línea se mueve Carratalá al analizar las razones, «es evidente que los legisladores, habida cuenta de que en España hay comunidades y regiones que cuentan con idiomas vernáculos, optaron por una redacción en la que el vocablo castellano alude a un idioma que trasciende los límites de Castilla, y que es el fruto histórico del esfuerzo colectivo de españoles —sean o no castellanos— e hispanoamericanos; lo que, por otra parte, y en términos de ‘corrección política’, no implica discriminación alguna para otras lenguas habladas en la Península y que obviamente son también españolas».

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