Tan pronto llegué a la condición de retirado, me dirigí a las oficinas del Seguro Social para solicitar mis beneficios.
Para verificar mi edad, la dama que estaba allí atendiendo me pidió mi licencia de conducir. Busqué en mis bolsillos y, ¡uhhh!, había olvidado mi cartera en la casa.
—Lo siento mucho— le dije—, dejé mi cartera, así que tendré que ir a mi casa de nuevo y volver más tarde.
La mujer me miró y, al cabo de un rato, me dijo:
—Desabróchese la camisa.
Así que me desabroché la camisa, mostrando mi canoso y grisáceo pelo en el pecho.
—Su pelo gris y canoso es prueba suficiente para mí—me dijo la dama—, al tiempo que seguía con los trámites de mi solicitud.
Cuando regresé a mi casa le conté a mi mujer, muy excitado, lo sucedido en las oficinas del Seguro Social. A lo que mi esposa respondió:
—Entonces, mejor te hubieses bajado los pantalones y probablemente habrías conseguido también los beneficios por incapacidad.