[*Opino}– El cerebro de los ejecuntantes de jazz

24-02-14

Carlos M. Padrón

Espero que, en beneficio de la libertad de expresión y del libre albedrío, los amantes del jazz sepan perdonarme por lo que acerca de él ya he dicho y repito aquí:

«Estridencia que por monótona, carente de melodía, errática e irrepetible, me resulta alienante, desesperante y exacerbante. Suele ser popular entre quienes no recibieron el don de sensibilidad a la MÚSICA, o carecen de oído musical».

Como se notará, si bien el artículo que copio abajo califica al jazz como género musical, para mí es insoportable ruido. ¿Se deberá, tal vez, a alguna anomalía en mi cerebro?

Si es así, tal vez ésta tenga que ver también con mi rechazo a otros ruidos, como la salsa, el regatón y cualesquiera otros que en vez de hablarle al espíritu de quien los oye, hablan a sus instintos. Y como para mí sólo es MÚSICA la que me habla al espíritu, huyo de las otras manifestaciones que quieran hacerse pasar como tal.

¿No será que el valor que atribuyen al jazz es la capcidad de improvisación de sus ejecutantes? Si es así, valorarlo sería como valorar al ejecutante de guitarra que puede interpretar bien una pieza aunque a su guitarra se le hayan roto una o dos cuerdas. ¿Acaso va uno a ver cómo hace malabarismo con la guitarra o a escuchar la tal pieza?

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24/02/2014

Laura Tardón

Los circuitos neuronales del jazz

¿Qué ocurre en el cerebro de los músicos de jazz? Un grupo de científicos del Jonhs Hopkins lleva años tratando de averiguar qué se esconde detrás de la creatividad, la improvisación y la espontaneidad que definen este género musical.

Parece que la clave está en cómo se procesa la música en sus cerebros, algo similar a como lo hace el lenguaje. Para estas personas, improvisar en las notas es parecido a la conversación que mantenemos todos con otro interlocutor, que va variando en función de lo que el otro nos dice.

Hace algunos años pudieron comprobar que si estos profesionales consiguen interpretar en directo, improvisar durante horas y embaucar con su esencia al público espectador es, entre otras razones, porque, mientras tocan desactivan las regiones cerebrales asociadas con la inhibición y la autocensura.

Ahora, el mismo equipo de expertos ha descubierto que las áreas cerebrales que «se activan en los músicos de jazz son las que tradicionalmente se relacionan con el lenguaje y la sintaxis oral», utilizada para interpretar la estructura de las frases.

Sin embargo, durante este acto de creatividad artística «se cierran las zonas del cerebro vinculadas con la semántica» (útil para procesar el significado del lenguaje hablado). Así lo explica Charles Limb, uno de los autores del estudio, que acaba de ser publicado en la revista PLoS ONE.

A través de resonancia magnética funcional, Limb y su equipo rastrearon la actividad cerebral de once músicos de jazz (entre 25 y 56 años) que participaban en un acto denominado ‘tranding fours’, en la jerga del jazz, una práctica que consiste en alternar solos de cuatro compases entre los solistas.

«Requiere de una enorme creatividad e improvisación», dicen los autores. En estas actuaciones, «los músicos introducen nuevas melodías en respuesta a las ideas musicales de los otros participantes, las elaboran y las modifican en el transcurso del acto», en directo.

Durante el evento, de unos 10 minutos por sesión, cada uno de los músicos se posicionaba boca arriba en el interior de una máquina de IRM (imagen por resonancia magnética), con un teclado de piano de plástico en su regazo. Gracias a dos espejos estratégicamente situados, el participante podía ver la colocación de sus dedos en el teclado, que fue especialmente diseñado para este trabajo. «No tenía piezas de metal, para evitar la atracción con el imán de la resonancia magnética.

Así fue como «vimos que la improvisación de los músicos activaba áreas del cerebro implicadas en la sintaxis, conocidas como el giro frontal inferior y el giro temporal superior. Por el contrario, «se desactivaban estructuras cerebrales relacionadas con el procesamiento semántico, llamadas giro angular y giro supramarginal».

Es decir, que las regiones cerebrales implicadas en la sintaxis no se limitan al lenguaje hablado. Más bien, asegura Limb, profesor asociado del departamento de Otorrinolaringología de la Universidad Johns Hopkins, «lo que ocurre es que el cerebro usa las áreas de la sintaxis para procesar la comunicación en general, ya sea mediante el lenguaje o la música.

Limb, que también es músico, asegura que el hallazgo de esta investigación arroja más luz sobre la compleja relación entre la música y el lenguaje. Hasta la fecha, «los estudios que analizan cómo el cerebro procesa la comunicación auditiva entre dos individuos lo hacen sólo en un contexto de lenguaje hablado». Una realidad parcial. «El jazz nos permite investigar la base neurológica de la comunicación interactiva que se produce fuera de una conversación convencional».

Con este estudio «queda claro que no hay diferencias importantes entre la manera en la que el cerebro procesa el significado del lenguaje y la música», relatan los autores en su artículo. Concretamente, «se trata de un proceso sintáctico, no semántico y esa es la clave para este tipo de comunicación musical».

Cuando los músicos de jazz parecen perdidos en este tipo de actuaciones de improvisación, «simplemente están esperando su turno. Están utilizando las áreas sintácticas de su cerebro para procesar lo que están escuchando y responder así (cuando sea su turno) con una serie de nuevas notas que ni han compuesto ni han interpretado nunca antes», señala el artículo. Es la magia de la improvisación y la creatividad del jazz.

Fuente

[LE}– Origen o uso de palabras, dichos y expresiones: Siesta

19-09-12

La Regla de San Benito incluía la norma de guardar reposo y silencio después de la “sexta hora”, que a su vez proviene de la hora sexta latina, es decir, del mediodía, que es la hora de más calor, teniendo en cuenta que el día de los romanos contaba con doce horas (igual que la noche) lo que hace que la primera hora del día era la séptima de nuestro sistema de veinticuatro horas.

Ahí tuvo su origen la palabra “sextear” o “guardar la sexta”, que después se deformó en el popular “sestear” o “guardar la siesta”.

Existen muchas formas de «hacer la siesta»: en posición sentada en cualquier tipo de asiento durante un rato muy corto, o incluso en cama durante una hora o más.

No es asombroso que sea mal visto llamar o visitar a alguien entre las dos y cuatro de la tarde. Por regla general, en este contexto de descanso a mediodía, muchas tiendas y negocios cierran sus puertas entre las dos y cinco de la tarde, sobre todo en las zonas más calurosas del país.

[Hum}–El cerebro humano no puede soportar a un argentino porteño hablando por más de ocho horas

29 de octubre 2012

Kike García

A partir de ahí se cruza el umbral de la paciencia.

La universidad de UCLA ha publicado los resultados del primer estudio de la actividad cerebral que emplea imágenes de resonancia magnética para ver lo que sucede en la cabeza de las personas cuando escuchan a un argentino durante un tiempo prolongado.

Según los autores de la investigación, el cerebro sería capaz de soportar 7 horas y 56 minutos sin lesiones severas. A partir de este tiempo, “se cruza el umbral de la paciencia” y las lesiones pueden ser irreversibles.

Para el estudio, se escaneó el cerebro de 18 voluntarios mientras éstos escuchaban a un argentino. En la primera fase de los exámenes, se obligaba a los argentinos a pronunciar frases de Borges como: “Si pudiéramos comprender una sola flor, sabríamos quiénes somos y qué es el mundo, ¿no crees, loco?”. En las siguientes fases se introducían más argentinos en la conversación para oírlos discutir entre ellos.

Para determinar la resistencia del cerebro en condiciones extremas, el jefe de la investigación, Becks Budejovicky, proveyó a los argentinos de guitarras, y a algunos se les permitió recitar sus propios poemas. El 90% de los voluntarios, al ver a los argentinos con las guitarras, caían inconscientes antes siquiera de escucharlos.

“Al cabo de dos horas, se pedía a los voluntarios que escucharan a los argentinos de forma concienzuda”, explica Budejovicky. Los investigadores observaron que la parte del cerebro vinculada a escuchar argentinos crecía exponencialmente.

“A las ocho horas, había ocupado tantas regiones del cerebro que el órgano apenas servía para nada más, y no volvió a recuperarse”, prosigue el científico. “Los sucesos traumáticos desbordan, con frecuencia, la capacidad de respuesta de una persona, que se siente sobrepasada para hacer frente a la situación”, concluye.

Otro de los datos que ha sorprendido a los investigadores ha sido comprobar que las mujeres toleran la conversación de argentinos con un 40% más de efectividad, “hasta el punto de que se ven obligadas a dejar a sus novios por el argentino como única vía de supervivencia. Algo así como ‘si no puedes con la amenaza, te unes a ella’”.

Experimento “atroz”

El estudio ya ha recibido severas críticas por parte de varios comités éticos que lo han juzgado de “atroz” a causa del “innecesario tormento en nombre de la Ciencia al que se ha sometido a los voluntarios”.

De hecho, se sabe que varios científicos vinculados a las SS, entre ellos el infame doctor Mengele, investigaron en los campos de concentración sobre la resistencia de los judíos a los argentinos. A los prisioneros judíos se les conducía a salas donde eran encerrados deliberadamente durante horas con un argentino.

“¿Pero qué os pasa, flacos? ¿Qué os pasa con estos locos? Entiendo que hay un componente emocional entre ustedes y ellos, pero igual deberían compartir una cerveza y hablarlo”, gritaba el argentino, según uno de los supervivientes.

Fuente

Cortesía de Leo Masina