Un joven ciego pedía del mundo la caridad,
y un anciano que lo oía,
con cariño le decía:
«Buen compañero, escuchad:
El humano corazón,
de la vida en la jornada,
lo quo siente es ambición;
mas, morirá esa ilusión
en las sombras de la nada,
o con los vívidos fulgores
de la Gran Verdad quo en pos
de ella sigo, en mis amores,
cantándole mis loores,
mis cantos de amor a Dios».
