[*Drog}– ‘Si ese alguien no me hace sentir princesa, ¿por qué le voy a hacer yo sentirse rey?’

29-03-11

En el artículo que copio más abajo, la autora, además de afirmar que el drogamor dura poco — año y medio, o dos a tres años como mucho—, pone en boca de las mujeres la frase que he usado como título de este post.

Estoy de acuerdo en que una mujer no puede tratar como rey al hombre que es su pareja pero que no la hace sentir princesa.

Sin embargo, ¿qué pasa cuando es realísticamente imposible tratar como princesa a una mujer que está muy lejos de ser tal? ¿Debe el hombre fingir?

Es éste uno de los casos en que salen a flote las falsas aspiraciones femeninas cuando la mujer pretende ser tratada como princesa o reina, o ser objeto de innúmeras atenciones por parte de su hombre, y éste le pregunta ¿A cambio de qué?”.

Lamentablemente, muchas siguen creyendo que con dar a cambio sólo sexo es más que suficiente.

Carlos M. Padrón

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27 de marzo de 2011

Claves para «mantener la pasión y resolver las diferencias sexuales» en la pareja.

Detrás de ese «cariño, esta noche tampoco» o del tan socorrido «dolor de cabeza» que, una día tras otro, sirve de excusa a tantas y tantas mujeres, se esconde muchas veces, según Sylvia de Béjar, lo que ella llama «cabreo oculto», y que explicaría en parte por qué un 30-40 % de españolas reconocen que han perdido el deseo.

Los mismos estudios que arrojan tan preocupante dato sitúan en un 14 el porcentaje de españoles a quienes, como a ellas, les duele también la cabeza con frecuencia y, casualmente, a la hora de irse a la cama.

«Una mujer necesita que un hombre la valore para tener ganas de ese hombre», afirma Sylvia de Béjar en una entrevista con EFE.

Después de vender más de 250.000 ejemplares de su anterior libro, «Tu sexo es tuyo», Sylvia de Béjar —escritora, experta en sexualidad humana y educación sexual, además de divulgadora en varios medios de comunicación— vuelve a la carga con «Deseo» (Editorial Planeta), en el que da pautas para «mantener la pasión y resolver las diferencias sexuales» en la pareja.

Dice Sylvia:

Esa pasión dura poco, año y medio, o dos a tres años como mucho, pues el deseo es genital en los hombres, mientras que en ellas es emocional, o sea, más de sentimientos.

Las mujeres llegan al sexo por la intimidad, mientras que con los hombres ocurre todo lo contrario, descubren qué es la intimidad a través del sexo.

A las mujeres se nos gana por la intimidad y por las emociones.

La cama «nunca» puede ser el campo de batalla en el que una pareja dirima «sus guerras».

La realidad, lamentablemente, es bien distinta. La ausencia de deseo en la mujer esconde muchas veces frustración y cabreo con una pareja que no la valora, que la hace sentir que no ella no es importante, que la ningunea. “Si tú no me respetas, ¿por qué te voy a desear?”, se preguntan a diario muchas mujeres, dice Sylvia, quien también Aregua que “De ahí que cuando un hombre cumple con sus obligaciones domésticas y familiares, tiene más y mejor sexo”.

«Cuando mi hombre me trata bien —reflexiona en voz alta Sylvia de Béjar— yo le trato como a un rey. Yo y todas. Pero si ese alguien no me hace sentir princesa, ¿por qué le voy a hacer yo sentirse rey? Es tan sencillo como eso. ¿Quién le da margaritas a los cerdos?».

Gozar en la cama

Estudios demuestran que de cada cien encuentros sexuales en una pareja, entre un 20 y un 25% son «muy buenos», entre un 40 y un 60% «buenos», y el resto, ¡entre el 15 y el 40%!, poco satisfactorios o, incluso, disfuncionales», destaca Sylvia de Béjar.

«Y no por ello se acaba el mundo», escribe en su libro. Para gozar en la cama «vale todo», recalca, si bien pone tres límites a ese «todo»: respeto, ausencia de violencia y que haya acuerdo.

Sylvia de Béjar está convencida de que es posible «sortear» la monotonía en la vida de cualquier pareja, y no solamente en la cama, como igual de convencida está de que el deseo no tiene edad.

No obstante, reconoce que, aún hoy, «el sexo en la gente mayor está estigmatizado».

«Da apuro, vergüenza, hablar de ello, pero a ciertas edades el sexo tiene mucha más calidad. Seguro. Y ello es así porque conocemos mejor nuestros defectos, nuestras limitaciones físicas, tenemos asumido que nuestros cuerpos ya no son jóvenes… Y muy claro qué es lo que nos gusta y qué no.

Fuente: Periodista Digital

[Col}> La Canaria que dio su vida por el dominó / Estela Hernández Rodríguez

Juana Martín era natural de las Islas Canarias. Vivía en La Habana, en la calle Galiano número 47, y sus padres se llamaban Isidoro y Aquilina.

Cuentan de Juana —y en eso coinciden hasta sus propios hijos— que a ella le gustaba mucho el juego de dominó, del que era verdadera experta, y alcanzó a tener fama local hasta entre sus rivales, cuando les ganaba partida tras partida.

Se cuenta que en el dominó ella daba rienda suelta a su goce, como cualquier deportista lo hace con su deporte favorito.

La sempiterna preocupación de su esposo y de sus hijos no era tanto esa gran afición cuanto lo brava que Juana se ponía en las pocas ocasiones en que perdía una partida.

Una noche del año 1925, Juana Martín jugaría su última partida.

El juego se inició con el doble ocho. Como siempre, Juana estaba muy atenta mirando a través de sus gruesos lentes, mientras las fichas eran depositadas, una a una, sobre la mesa.

Al aproximarse la partida a su final, la siguiente jugada resultaba evidente, pues sólo quedaban dos fichas por poner y Juana estaba segura de que ganaría la partida, una seguridad en la nadie la aventajaba y, por eso, ella era casi siempre la campeona.

Se suponía que Pedro, su cuñado, que también jugaba, pasaría, pero no fue así, y… Juana no pudo gritar “¡Gané, gané!” como le gustaba hacer.

Ante esto, Juana montó en cólera y, maldiciendo su mala suerte, tomó fuertemente en sus manos la ficha del doble tres… ¡y murió de un infarto!

En homenaje a Juana, sus hijos depositaron —en la parte superior de su tumba del cementerio de Colón, en la capital cubana— una lápida de mármol blanco y negro en la que, en relieve, de manera simbólica y en alusión a la partida que perdió Juana aquella triste noche, aparece el doble tres, que también sirve como florero para cuando la visitan en el cementerio.

De esa forma y desde entonces, Juana Martín mantiene a su lado la ficha que le llevó a la muerte el 12 de marzo de 1925.

Al morir tenía 77 años.

Estela Hernández Rodríguez
La Habana (Cuba). Marzo/2011

[*MiIT}– Otra mala pasada de mis ciberbrujas,… o tal vez sólo mala suerte.

Carlos M. Padrón

En el envío del último resumen semanal dije que el próximo envío de resumen diario de titulares lo haría, si todo iba según lo planeado, desde Canarias.

Pero como las cosas no fueron según lo planeado sino que mis archiconocidas ciberbrujas se han cebado conmigo creándome inconvenientes a placer, no he podido cumplir con lo ofrecido.

Desde 2006, cada vez que viajo llevo conmigo una laptop del año 2005 a la que —y creo haberlo dicho antes— detesto profundamente, como a todas las de su estirpe, por lo pequeño del teclado, el apiñamiento de componentes, la fragilidad, los problemas de sus baterías, etc.; de hecho, la llamo Mierdaptop. Además, no me gustan las miniaturas.

Como su disco duro interno es apenas de 40 GB, desde 2006 uso para esa laptop un disco externo de 100 GB en el que llevo los archivos de Outlook, Mis Documentos, etc., dejando el interno, el de 40 GB, sólo para el Windows XP y los programas en él instalados.

El primero de tales inconvenientes fue que al llegar a mi casa natal, en El Paso, encontré que MocoStar (antes Telefónica) no había entregado aún el router ADSL que mi familia les había pedido desde el pasado día 11.

Lo entregaron el martes 22, pero cuando lo instalé descubrí que, aunque mi laptop lo “veía”, no había conexión a Internet.

En mi reclamo a MocoStar me dijeron que el motivo era que, por parte de ellos, ese router no estaba totalmente instalado todavía, y que el plazo máximo para que lo estuviera era el 31 de marzo. ¡Que viva el sentido de la urgencia en la era de las comunicaciones instantáneas!

Ante esto, en la familia me prestaron un módem USB, también de MocoStar, que luego de casi una hora de cortes y reconexiones me permitió postear en el blog la «cosecha» del lunes, y luego no trabajó más por, según dijo, no había cobertura.

Probé después con otro módem de ese tipo, esta vez de Vodafone, y el resultado fue igualmente negativo y frustrante: no cobertura.

Pero el mayor de tales inconvenientes ocurrió cuando traté de irme a otro rincón de la casa a ver si alguno de esos módems lograba conexión,…. y el disco duro externo cayó al suelo y pasó a mejor vida,… a menos que yo pudiera recurrir a los expertos de CSI o NCSI para que recuperaran los datos en él guardados.

Desde entonces no he podido abrir mi correo ni hacer nada que requiera contraseña (password) porque las contraseñas estaban también en el disco difunto. Ergo: no he podido postear en el blog nada nuevo, ni siquiera dar curso a los comentarios, y tampoco he podido, ni puedo aún, enviar el Resumen Diario de Titulares a las personas a quienes acostumbraba enviárselos yo, no FeedBlitz, cada día.

Como mejor opción pedí a un técnico que hiciera una imagen del disco interno —o sea, del Windows XP con sus programas, tal y como estaba—, instalara en la laptop un disco interno de mayor capacidad (resultó que, dada la edad de esa maquinita, su BIOS sólo aceptó uno de 160 GB, y de ése sólo reconoce 128 provecha), lo particionara y pusiera en la primera de esas particiones el Windows XP y sus programas.

En las otras particiones irán los datos antes mencionados que, por vía de un courier, me llegarán de Caracas —si todo va según lo planeado— la semana que viene, pues, por supuesto, en Caracas dejé respaldo de todos ellos.

Pero como hoy me entregaron la laptop arreglada en la forma ya dicha, y también hoy funcionó por fin el router ADSL de la “bendita” MocoStar, ya pude conectarme a Internet, manejar correo desde los servidores, entrar a las entrañas del blog, dar curso a los comentarios, y publicar algo en ciertas secciones, pues lo que corresponde a otras lo tengo en las carpetas de Outlook.

Mis disculpas por los nefastos efectos de esta última maldición de mis conocidas ciberbrujas, y espero volver a la normalidad la semana que viene. Qué día, no lo sé.

[*ElPaso}– Eficaz alternativa al divorcio

21-03-2011

Carlos M. Padrón

Mientras duró el régimen franquista, el divorcio no existía en España, pero eso no era cura contra las disputas y desavenencias conyugales, ni podía evitar la separación de cuerpos, a la que, a pesar de la condena de la sociedad, llegaban algunas parejas para evitar males mayores.

Esa especie de prisión propició la búsqueda y ejecución de vías de escape —se dice que el deber de todo preso es escaparse—, que ante los críticos ojos de la sociedad del pueblo justificaran al menos la tal separación de cuerpos.

De las «soluciones innovadoras» que al respecto se usaron, sólo recuerdo la ideada y puesta en práctica por el marido de una tal Pepita, un hombre al que llamaré Juan porque, en realidad, ni lo conocí ni sé cómo se llamaba. A Pepita sí la conocí.

Juan, que además de mujeriego se daba a la bebida —tal vez por aquello de «ahogar en alcohol» los problemas que le causaba su matrimonio— solía llegar a su casa tarde y borracho, lo cual enfurecía a Pepita.

Una noche llegó no sólo más borracho que de costumbre, según parecía, sino, además, agresivo, e inició contra Pepita un ataque verbal al que ella replicó también de forma verbalmente agresiva.

Ante esto, Juan enarboló un cuchillo y se fue contra Pepita. Ella, aterrada, saltó de la cama matrimonial —que era alta, como las de entonces— mientras Pepita emitía los gritos a los que ya estaban acostumbrados los vecinos, corría por la habitación, esquivaba a Juan haciendo cabriolas sobre la cama, o pasaba por sobre ella para huir al otro lado.

Enardecido, Juan optó por separar de la pared la cabecera de la cama para poder aumentar las posibilidades de alcanzar a Pepita, quien entonces optó por huir circundando el lecho conyugal para que Juan no la alcanzara.

Cansada ya de las circunvalaciones, a veces en un sentido y a veces en el contrario, dependiendo de cómo atacara Juan, Pepita optó por la única alternativa que le quedaba, y en una ágil maniobra se metió debajo de la cama.

Apenas conseguirlo soltó un grito de un tono e intensidad tales que los vecinos, entendiendo que había ocurrido algo fuera de lo habitual y muy grave, corrieron hacia la casa para ayudar a Pepita.

Al llegar sacaron de la habitación a un Juan que ya no tenía cuchillo, y de debajo de la cama sacaron a una aterrorizada Pepita que al ser preguntada por el motivo de su horripilante grito, sin poder articular palabra señalaba hacia el lugar de donde la habían sacado.

Entendiendo que algo habría allí, uno de los vecinos se inclinó a mirar y encontró la explicación al terror de Pepita: bajo la cama había un féretro, forrado en negro y abierto, como listo para un «inquilino».

¿Cómo fue eso posible?

Juan y Pepita vivían cerca de la carpintería en la que, con madera de pino, se fabricaban los ataúdes usados en el pueblo, de los cuales tenía siempre el carpintero varios listos por cuanto hay muertes repentinas.

De alguna forma Juan se las ingenió para —sin que nadie lo viera, y mucho menos Pepita— sacar de esa carpintería uno de los ataúdes y meterlo bajo la cama.

Luego, con la llegada tarde y fingiendo estar borracho, propició la situación que obligó a Pepita a buscar refugio bajo la cama, donde encontró el «regalo» que allí había dejado Juan para ella.

Por supuesto, la opinión pública y legal fue que se separaran, y así Juan se fue a Tenerife y Pepita quedó en La Palma, llegando a un final como el famoso «Que era lo que se quería demostrar», usado en matemáticas, pero que en este caso fue «Que era lo que Juan quería».

[*ElPaso}– «Espejo de la Vida» / Poesías de Pedro Martín Hdez. y Castillo: En campaña

EN CAMPAÑA

Para el Batallón Cazadores La Palma, número 20.

I

Combatamos, españoles,
con fervor y bizarría,
con valor, con hidalguía,
con civismo hasta morir.

A luchar con decisión
por honra de nuestra España,
y el laurel de la campana
pronto habremos de lucir.

Obedientes, sin temor,
combatamos sin cesar;
pues bravura hay que mostrar
por la patria y el honor.

II

¡Guerra, guerra!, noble infante,
que la España que es tu anhelo,
la defensa de este suelo
entregó a tu abnegación.

¡Guerra, guerra!, noble hispano.
¡A luchar! ¡Iberia os llama!
Luzca enhiesto el oriflama
que es honor de la Nación.

Venceremos al bregar,
como en el tiempo mejor,
y de España el puro amor
nos sabrá recompensar.

[Col}> “Sueños de emigrantes”: Hilda Iluminada Díaz y Manuel Hernández / Estela Hernández Rodríguez

Estela

Hilda Iluminada Díaz, aunque no es nativa Canaria es la hija del Canario Don Manuel Hernández, quien fue dueño de la finca “Nueve hermanos».

En el portal de su casa, con agradable brisa y rodeada de flores —entre ellas la violeta, muy conocida en Canarias, y la que no falta en un hogar de isleños—, Hilda me habló de cómo su padre vino a Cuba.

Hizo en poco tiempo un recuento de su niñez, de cómo su padre nunca dejó sus costumbres Canarias, de comer las frutas oriundas de allá, así como que trabajaba de sol a sol, y que era un hombre honesto.

Hilda

En la finca “Nueve hermanos”, en Cabaiguán, se yergue el museo campesino, lugar donde se encuentra la más grande y hermosa carrilera de palmas del Caribe y del mundo. En total son 177 palmeras, y llama la atención la forma en que se hizo, pues allí estuvo también la mano de laboriosos Canarios quienes pusieron todo su esfuerzo y entusiasmo para sembrar esas palmeras.

Un dato curioso en esa labor fue que para ellos disponer de una medida perfecta para separar las palmeras unas de otras, colocaron una vela a tres o cuatro pasos, vela que era el punto de referencia para sembrarlas.

Este arte le da cierto aire de majestuosidad, primero a la que fuera la casa del Canario Manuel Hernández, y luego al que es hoy el Museo Campesino enclavado en el Consejo Popular Cuatro Esquinas, en Santa Lucía, en Cabaiguán.

Casa de Hilda

El lugar tiene como objetivo rescatar tradiciones de los campos toda vez que ayuda a las personas a la investigación del tema. En él se exponen y divulgan los valores patrimoniales de la cultura material campesina para el conocimiento de las nuevas generaciones, que a la vez preservan nuestra identidad. Las veladoras de la sala tienen a su cargo brindar toda la ayuda para conocer un poco más de la campiña cubana y de los Canarios que viven en ese lugar.

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Con este último testimonio concluyen estas historias de nativos y descendientes Canarios que, más que historias, son un reflejo de una pequeña parte de sus vidas.

Algunos ya han muerto y sólo viven en el recuerdo; otros continúan viviendo en esta isla que  los abrigó y les dio el amor y calor humano que necesitaban.

Historias contadas por ellos y que, a pesar de que en ocasiones dejaron ver la añoranza de su terruño, también expresaron su agradecimiento a la tierra cubana, la tierra de José Martí, que les dio la oportunidad de estudiar y trabajar, de ser útiles a esta sociedad, que convirtió en realidad sus sueños de emigrantes.

Estela Hernández Rodríguez
La Habana (Cuba). Noviembre/2010

[*Opino]– Ciencia para mejorar su vida amorosa

Dudé si poner esto en Humor o en Sociedad, y opté por colocarlo en Opino dada la evidente dualidad de consejos que tienen cierta consistencia, mezclados con otros que suenan a cursilería, por decir lo menos; o sea, que bien podría ser un ejempla de los que califico como «bromenserio».

Carlos M. Padrón

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13-03-11

Richard Wiseman

En la ciencia, como en el amor, demasiada concentración en la técnica puede llevar a la impotencia, decía el sociólogo Peter L. Berger.

Pero dado que el tema de las relaciones tiene un papel tan prominente en tantas vidas, BBC Focus pescó diez consejos comprobados científicamente para incrementar sus opciones de encontrar, y mantener, el amor de su vida.

Todos provienen del libro del psicólogo Richard Wiseman, «59 segundos. Piensa un poco, cambia mucho».

1. Amor a primera vista

Usted posiblemente cree que ir a un lugar romántico en la primera cita es la mejor opción, pero en realidad sería mejor escoger un lugar que dé miedo.

Las investigaciones muestran que un lugar que asusta produce un incremento en los latidos de corazón, que su pareja atribuirá al hecho de estar con usted, más que a las cosas que le dan miedo, lo que le convencerá de que usted es la persona que estaba buscando.

Por lo tanto deje a un lado las caminatas en el parque y, en su lugar, decídase por las películas de terror o por la montaña rusa.

2. Compartir sentimientos

Revelar información personal lleva rápidamente a tener sentimientos de intimidad, según afirman las investigaciones científicas.

Durante su cita, invite a su potencial pareja a que describa lo que siempre quiso hacer en su vida o cual fue el día más feliz de su existencia.

3. ¿Lujuria o amor?

La persona con la que usted se encuentra, ¿está interesada en su cuerpo o en su cerebro?

Los estudios muestran que si está interesada en usted como persona, inclinará ligeramente su cuerpo cuando estás hablando, cabeceará y sonreirá.

Sin embargo, si se trata sólo de lujuria es más probable que saque la lengua y se chupe los labios.

4. No ponerse de acuerdo para luego ponerse de acuerdo

La mayoría de las personas creen que si una persona asiste con la cabeza mucho es una buena señal, sin embargo las investigaciones muestran que este tipo de persona se siente más atraída hacia aquéllos con los que empiezan teniendo una relación tibia y que va mejorando en el transcurso de la cita.

5. Ponerse de acuerdo en no estar de acuerdo

Más que hablar sobre cosas que les gustan a los dos, trate de iniciar conversaciones sobre cosas que nos les gustan a ninguno.

Las personas se sienten más cerca de aqéellos con los que coinciden en lo que les disgusta más que lo que les gusta.

6. Finja una sonrisa verdadera

Aunque tanto las sonrisas falsas como las verdaderas elevan la comisura de los labios, sólo las auténticas hacen que la zona alrededor de los ojos se arrugue.

7. Déjelo con hambre

Investigaciones recientes muestran que los hombres que están hambrientos califican a una mujer rellenita como más deseable.

Si ese es su caso, vaya a tomarse una copa antes de la cena y no después.

8. Utilice a otros

Las mujeres califican a un hombre de más atractivo si han visto a otra mujer que le sonríe, o si ven a otra mujer que lo está pasando bien con él.

Por tanto, si quiere impresionar a una mujer en un bar o una fiesta, pídale a una de sus amigas que le acompañe, que se ría con ganas de sus bromas, y que después desaparezca silenciosamente.

9. El poder del tacto

Si quiere que alguien le encuentre más atractivo, tóquele ligeramente en la parte superior del brazo cuando le diga algo bonito. Pero recuerde, tiene que ser un toque corto, y limitado a esta zona del cuerpo, a la vez que se realiza un comentario halagador o una petición.

Y si está en una relación, recuerde…

10. Escríbalo todo

Los miembros de la pareja que reservan unos momentos cada semana para plasmar en papel sus pensamientos y sentimientos más profundos acerca de su relación incrementan sus posibilidades de permanecer juntos en un 20%.

Esta «escritura expresiva» resulta en que las parejas utilizan un lenguaje más positivo cuando hablan, lo que lleva a una relación más sana y feliz.

Fuente: BBC Mundo

[*FP}– Una «plácida» noche en Monte Carlo

Carlos M. Padrón

16 de mayo de 1995. El viaje de ese día, desde Madrid a Monte Carlo, comenzó mal, pues al llegar a Niza en el vuelo IB-5456 me dijeron que para ir a Monte Carlo tenía que abordar un helicóptero, aparato que siempre había yo evitado porque vuela muy bajo y se mueve demasiado. Pero siempre hay una primera vez.

Por suerte, la duración del viaje de Niza a Monte Carlo fue de sólo 6 minutos, y los bajones y subidas del helicóptero muy pocos, así que llegamos pronto, y yo sin dolor de cabeza.

En el hotel Loews Monte Carlo, al que entré a las 14:30, me asignaron la habitación 3234. Una vez instalado en ella fui a la reunión de trabajo que me había llevado a esa ciudad, y que se prolongó hasta bastante tarde.

De regreso al hotel luego de la cena inaugural del grupo de gerentes de IBM de diferentes países, cena que terminó muy tarde, deshice mi equipaje, me puse el pijama y me metí en la cama.

Cuando apenas comenzaba a conciliar el sueño me sobresaltó el ruido que en la habitación que estaba encima de la mía hacía el movimiento de un mueble que alguien estaba cambiando de lugar,… a la 01:30 de la madrugada.

Pensé que ese alguien tuvo alguna necesidad que le obligó a proceder así una sola vez, pero los ruidos de sillas que caían al suelo y de muebles, algunos más pesados que otros, siendo arrastrados por sobre el piso continuaron a intervalos como de 5 minutos, impidiéndome dormir.

Ante la necesidad de madrugar para asistir a la reunión de las 08:00 de la mañana, llamé a la recepción y presenté mi queja.

Para mi sorpresa, el empleado que me atendió me dijo que la habitación ubicada encima de la mía estaba desocupada, y que los ruidos, cuyo origen él desconocía, no deberían molestarme más por cuanto en ese hotel se respetaba mucho el descanso de los huéspedes.

No habían pasado 10 minutos de terminaba esta conversación cuando los ruidos volvieron a sonar, una y otra vez, y hasta me pareció que con menor espacio de tiempo entre ellos.

Unos veinte minutos después, cansado ya de aquel extraño concierto llamé de nuevo a la recepción.

Creo que deliberadamente dejaron que el teléfono repicara sin atenderlo, pero insistí y al fin contestó el mismo empleado de la vez anterior, y al recitarle de nuevo mi queja no tuvo mejor ocurrencia que decirme que el hotel estaba lleno y no tenían otra habitación que darme.

Molesto argumenté que eso no era consistente con lo que me había dicho antes, o sea, con que la habitación encima de la mía estaba vacía. Entonces, a falta de mejor explicación el tipo, como queriendo convencerme, me dijo, con cierto toque jocoso, que no eran horas para entrar en paranoia. Ahí exploté y le dije:

—Escúcheme bien, por favor. Soy uno de los gerentes de IBM que asisten a la reunión internacional que tiene aquí nuestra compañía, una que es muy buen cliente de esta cadena de hoteles. Si usted no quiere que mi queja, por su falta de atención y su respuesta ofensiva, vaya a niveles mayores, páseme con el gerente de turno.

Silencio al otro lado de la línea, tal vez porque el tipo estaba revisando mi ficha, y a los pocos segundos me atendió otra persona que se identificó como «manager on duty«. A éste le dije:

—Señor, mi nombre es Carlos M. Padrón y soy gerente de IBM. Durante la última hora he llamado dos veces a su empleado para pedir que me cambien de habitación porque sobre la mía hay unos ruidos que me impiden dormir, pero él no sólo no me ha hecho caso sino que me ha sugerido que lo mío es paranoia, así que le ruego a usted que suba para que compruebe la validez de mi queja y, si no puede hacer que los ruidos cesen, me cambie de habitación. Pero suba pronto porque a las 08:00 de mañana debo estar en una reunión.

El hombre dudó por un segundo y luego dijo,

—Como a esta hora no hay mucho trabajo, voy a subir. Deme unos minutos.

Durante los 6 ó 7 minutos que tardó en llegar, los ruidos se repitieron dos veces más.

Por fin tocaron a la puerta de mi habitación, abrí, vestido con el pijama con que yo estaba desde hacía una hora, y un individuo con cara de francés y acento de ídem se paró en el dintel y después de darme las buenas noches me preguntó en qué podía ayudarme.

—Pase, por favor, y sea usted ahora quien me conceda unos minutos de su tiempo.

Dudó, pero al final entró aunque dejando abierta la puerta.

Le pedí que, por favor, se sentara en la silla del pequeño escritorio que allí había. Mientras, yo fui a sentarme en la cama.

En cuanto me senté y quedé mirando hacia él, el supuesto gerente comenzó a decirme algo, pero apenas abrió su boca el ruido de un pesado mueble que se desplazaba, ahora más rápido que nunca antes, por el piso de la habitación de arriba lo cortó en seco, y no bien el hombre miró hacia el techo, el mueble se estrelló con tal violencia contra la pared justo encima de su cabeza que la vibración hizo temblar hasta la cama en que yo estaba sentado, y casi derriba el pequeño florero que había sobre la mesita junto a la cual se había sentado el francés, que tenía un brazo apoyado en ella.

Como empujado por un resorte se levantó aquel hombre de su asiento sin dejar de mirar hacia el techo, y cuando por fin bajó la vista sus ojos estaban desorbitados y su rostro muy pálido.

Sin decir palabra, a toda prisa se encaminó a la salida, y cuando estaba a punto de cerrar la puerta tras de sí, la entreabrió un poco, metió la cabeza y me dijo:

Monsieur, prepare su equipaje que ya le envío a alguien que lo llevará a otra habitación.

Cerró dando un portazo y se fue.

Encima del pijama me puse pantalón y camisa, recogí los enseres del baño y demás, y al rato llegó un mozo con uno de esos carros altos que usan para transportar maletas, carro que en este caso era totalmente innecesario porque yo tenía sólo un portatrajes.

Cuando el mozo entró en la habitación noté que estaba nervioso, y mientras se dirigía a recoger el portatrajes, que ya listo había puesto yo sobre la cama, de nuevo sonó el bendito mueble que ahora se desplazaba en dirección contraria.

Lejos de alterarse y mirar hacia el techo, como habría sido lo lógico ante algo tan anormal, aquel hombre cogió el portatrajes, lo puso sobre el carro, al darse vuelta bajó la cabeza en un claro gesto de evitar mirarme, y, sin perder la compostura, como si nada hubiera pasado, se mantuvo en silencio y comenzó a empujar su carro fuera de la habitación.

Intrigado ante tal actitud, me planté ante el carro, obligando a que se detuviera, y pregunté:

—¿Quiere usted decirme qué fue eso?

Sin alzar la vista del piso se limitó a contestar:

—Yo no sé nada; a mí no me pregunte.

Respuesta que traduje como «No estoy autorizado a hablar del asunto».

Me hice a un lado. El mozo, empujando el carro con mi portatrajes a bordo, salió de la habitación y me guió hasta la 3055, ubicada en el mismo piso pero a bastante distancia de la de los ruidos.

Al llegar a ella, la abrió y, sin decir palabra ni esperar por propina alguna, puso sobre la cama el portatrajes, me entregó la llave, salió con su carro y cerró la puerta. Y en esa nueva habitación pude dormir esa noche unas tres horas.

En la reunión de la mañana siguiente conté a mis compañeros el incidente. Algunos rieron de buena gana, pero tuve la impresión de que otros creyeron que yo me había de tragos después de la cena de la noche anterior y me había emborrado.

Todas las veces que a partir de esa noche pasé frente a la recepción del hotel, los empleados de turno me miraban raro. Yo no dejaba de preguntarme el origen de los extraños ruidos, el por qué de las explicaciones contradictorias («la habitación de arriba está vacía» vs «el hotel está lleno»), por qué los huéspedes de las habitaciones a ambos lados de la mía no se quejaron (tal vez estaban vacías), y, sobre todo, por qué el supuesto gerente se asustó tanto al escuchar los ruidos y reaccionó como quien cae en cuenta de que está de regreso algo malo que se consideraba desaparecido, o algo de lo que no está permitido hablar a los huéspedes, aunque parece que los empleados del hotel, al menos los de la recepción y uno de los maleteros, sí sabían lo de los ruidos pero tal vez no conocían su origen.

Encima de un apartamento de playa que tuve una vez en Caraballeda (Venezuela) estaba el pent-house del edificio, y una noche tuve que llamar a los de ese pent-house y pedirles que dejaran de rodar las sillas de su terraza porque el ruido que hacían no me dejaba dormir. Me pidieron disculpas y el ruido cesó.

Al día siguiente, cuando todos o varios de ellos bajaron a la piscina, vi que un miembro del grupo era, a todas vistas, retrasado mental, y supuse que tal vez se dedicaba a rodar sillas cuando no podía dormir.

Así que mi conclusión en el caso del hotel Loews Monte Carlo fue que en la habitación encima de la mía había alguien importante que o bien era anormal, o se había emborrachado o drogado, y le dio por botar sillas, rodar muebles y estrellarlos contra las paredes de su habitación. Pero era alguien «intocable» a quien no convenía, o no se podía, llamarle la atención.

Cuando poco antes de las 13:00 del viernes 19-05-1995 fui a hacer el check-out, al llegar frente al mostrador vi que dos mujeres que estaban en una oficina al fondo comenzaron a mirarme y a cuchichear entre ellas.

Al notar mi presencia, el único empleado que al momento había en el mostrador de la recepción y que estaba atendiendo a otro huésped, le dijo a éste algo en francés, lo dejó esperando y vino a atenderme a mí. Me pareció que los del hotel querían que yo me fuera de allí lo antes posible.

Pagué, recogí la factura y me fui sin que nadie me pidiera disculpas ni mencionara más el incidente para el cual sigo sin encontrar una explicación lógica y cabal.