18/12/2007
Naila Vázquez
¿Por qué sufrimos por amor? ¿Qué nos aporta el arte? Éstas son preguntas frecuentes contestadas desde muchos ámbitos pero que hallan su síntesis en algo muy concreto: el cerebro humano.
Acercando ciencia y arte, sentimiento y química, sociedad y biología, el neurobiólogo Samir Zeki intenta responderlas aunque el estudio de este complejo entramado que es el cerebro esté aún en pañales.

Samir Zeki durante su última visita a Barcelona
—¿El cerebro sigue siendo un gran desconocido?
—Sí, seguimos conociendo sólo el 10%. Hay muchas cosas que desconocemos, incluso de aquellas partes que hemos estudiado más, por ejemplo, el cerebro visual. Podríamos decir que el estudio del cerebro se encuentra aún en la infancia. Sabemos que las formas, los colores o el movimiento están regulados por distintas partes, pero no sabemos cómo se combina todo esto para que lo percibamos como una sola cosa. Tampoco sabemos qué es la conciencia. Decimos que somos seres conscientes pero no podemos determinar con exactitud qué es eso.
—¿Y si hablamos de sentimientos…?
—Estamos empezando a saber de ellos. La típica pregunta que se hace la gente, ¿por qué una pieza de música me emociona? Estamos empezando a saber la respuesta y, aunque aún no la tengamos, soy optimista, creo que la tendremos algún día.
—Usted ha estudiado cómo el arte afecta a nuestro cerebro. ¿Qué es lo que una pintura o una escultura nos pueden producir?
—La función básica del cerebro es obtener conocimiento sobre el mundo. Esto se lleva a cabo a través del lenguaje, del olfato, del oído… El arte es una extensión de esta función del cerebro, es decir, el arte nos da conocimiento sobre las cosas, porque en las grandes obras de arte, lo que el artista hace es incluir en una sola obra todas las posibilidades. Por ejemplo, el retrato de Velázquez de Juan de Pareja no es un retrato de Juan, ese mulato ayudante de Velázquez, sino de su carácter. El arte nos produce dos cosas: la primera, nos da conocimiento, y la segunda nos mueve, nos conmueve. De hecho, los sentimientos, las emociones son una forma de cocimiento, nos dan pautas para saber reaccionar. Por tanto, el arte nos da conocimiento y conocimiento emocional. Pero además tiene una tercera función: nos permite expresar nuestros conceptos. Cuando hago un retrato de una mujer, pinto mi concepto de esta mujer. Tiene pues un valor terapéutico en tanto que me permite vivir a través de él lo que no puedo vivir en la vida.
—Pero no todo el mundo es capaz de realizar un retrato…
—Sí, es cierto. No todo el mundo es capaz de realizar un retrato, por no tener las habilidades para hacerlo, pero incluso no todos los artistas pueden hacer un retrato. Michelangelo nunca pintaba retratos —lo hizo sólo de dos personas— y no lo hacía porque no se veía capaz de transformar la belleza en su cerebro. De todas formas, aunque mucha gente no tenga la habilidad para crear una obra de arte, sí la tiene para apreciarla. Apreciar una pintura es un proceso activo no pasivo.
—Usted comenta que los artistas son “neuropsicólogos intuitivos” ya que captan los conceptos del cerebro en su pintura. ¿El artista nace pero no se hace?
—Hay que tener el gusto o la sensibilidad, pero para ser un artista hay que aprender. Hay que pintar con el cerebro, claro, sin cerebro no se puede pintar, pero lo que quiero decir es que la pintura debe obedecer a las órdenes del cerebro. En este sentido, los artistas explotan el potencial de su cerebro.
—¿De alguna forma podemos decir que el arte nos hace mejores…?
—No, no lo creo, no creo que nos haga universalmente mejores. Creo que nos da sentimientos y conocimiento pero no tiene nada que ver. Gente con muy malos sentimientos ha apreciado el arte, son cosas compartimentadas.
—¿Por qué los humanos hemos usado siempre el arte, que, aunque nos aporta conocimiento, éste no es de tipo práctico como la medicina?
—Cierto. El arte, según en qué sentido, no nos da un conocimiento útil, pero a la vez es útil en el sentido que tipifica y clasifica cosas. Por ejemplo, nos ayuda a entender las formas. Mondrian decía que la clave está en las líneas rectas. De esto hace más de 50 años, y ahora algunos científicos han descubierto que el cerebro responde a líneas rectas, que son la arquitectura primaria para todas las formas.
—Mondrian, de hecho, fue pintor y teórico…
—Sí, sí lo fue. Estaba interesado en saber cuál era el constituyente de todas las formas, y encontró que era la línea recta. En breve publicaré un artículo acerca del tema.
—¡Vaya! No descubramos más por ahora. Usted también ha estudiado ampliamente el amor, y sostiene que nuestro cerebro tiene una idea abstracta de él y que se produce una confrontación con la experiencia real porque no se corresponden. ¿Estamos condenados a sufrir por amor?
—Sí, la idea y la experiencia no casan. Los conceptos cambian, pero hay unos abstractos en nuestras ideas, como lo que describía Platón; la diferencia es que no están en el exterior sino en nuestro cerebro, que permanecen. Con el amor hay un serio problema: si el amor real no satisface el concepto que tiene aquél que ama, hay un desastre. Y este desastre es tangible puesto que el 50 o 60% de los matrimonios acaban en divorcio. Y si unimos que un 50% no se divorcian por razones económicas o por los hijos, encontramos un número muy significativo de gente —no todo el mundo, claro— que es infeliz con el amor. Por muchas razones, pero entre ellas está el hecho de que nuestro sistema biológico tiene un concepto muy difícil de satisfacer: la unidad de los amantes, algo imposible ya que somos individuos. Si miramos a los grandes amantes de la historia de la literatura, la mayoría son infelices…
—O mueren. ¿Quizá nos hemos equivocado haciendo que nuestra sociedad se sustente en la pareja, en la familia tradicional?
—Yo mismo comenté hace unos años que deberíamos revisar el concepto de matrimonio, que debería ser un contrato renovable cada tres años, y así sucesivamente. De hecho, esto tiene sentido ya que si vemos cuánto divorcio y cuánta infelicidad hay… Creo que la sociedad no ha entendido bien nuestro sistema biológico. No obstante, sociedad y biología tienen en el fondo el mismo empeño: la biología tiende a crear más y más niños, y el empeño de la sociedad es proteger a esos niños. Son parecidos pero con distintos métodos. Y el método de la sociedad, tener una pareja para toda la vida, no responde a una realidad biológica.
—¡Buf! No parece muy optimista…
—(Ríe) Sí, soy optimista ya que si la sociedad logra entender esto, podrá cambiar y seremos más felices. Porque, desde luego, hay mucha gente infeliz en sus relaciones de pareja.
—Si partimos de la base de que todo depende de reacciones químicas y conceptos de nuestro cerebro, cuando nos enamoramos de alguien e intentamos enamorarle o que simplemente se fije en nosotros, ¿eso no está en nuestras manos?
—Locos, locos (en español) estamos cuando nos enamoramos puesto que nuestro lóbulo frontal está desactivado. Nos volvemos locos, no vemos lo negativo de estar enamorado de tal persona, vemos el resto de cosas —nuestro trabajo, una obra de arte— pero en lo que se refiere a juzgar a esta persona, en eso, no vemos nada. Cuántos padres dicen a sus hijos que no deben juntarse con tal persona, pero eso no funciona porque no somos razonables. Y querer que alguien se enamore de nosotros no está en nuestro control, igual que tampoco lo está decidir que no queremos enamorarnos de alguien. El problema ocurre cuando cambian nuestros conceptos del amor y pasan 5 años y nos preguntamos ¿ésta es la persona con la que me casé? (Ríe).
—¿Eso pasa porque al principio no éramos razonables, y luego lo somos?
—Sí, pero también porque hay cambios químicos en nuestro cerebro que nos hacen ver las cosas diferentes. La locura del amor se restringe a la primera fase pasional, después hay gente que sigue enamorada pero ya no es ese amor loco.
—Entonces, eso de la llama eterna del amor ¿es un cuento?
—Todo puede ocurrir en biología, incluso los extremos. Es decir, hay gente que sí conserva siempre esa llama pero, para la mayoría, se apaga.
La Vanguardia
NotaCMP.- Otro más que concuerda en que lo que llamo drogamor es una locura, por no decir una imbecilidad. Me llama mucho la atención su mención a que la sociedad debería hacer algo al respecto; tal vez estamos ya en camino de eso. Otro buen síntoma es que alguien ya dijo que el contrato de matrimonio debería durar siete años, y ahora este señor dice que tres.
