Una pareja de recién casados en su noche de bodas. Dulcemente, ella dice:
—Cariño, vamos a tener tres hijas.
—Y tú, ¿cómo lo sabes?
—Porque están viviendo en casa de mi madre.
Una pareja de recién casados en su noche de bodas. Dulcemente, ella dice:
—Cariño, vamos a tener tres hijas.
—Y tú, ¿cómo lo sabes?
—Porque están viviendo en casa de mi madre.
En aquellos tiempos —que hoy parecen prehistóricos y propios de ciencia-ficción— en que era norma que las mujeres llegaran vírgenes al matrimonio, tres jóvenes que vivían en una misma ciudad, que habían crecido juntos y eran amigos de toda su vida, se echaron novia, y las tres parejas llegaron a ser muy amigas.
Luego de un tiempo prudente de noviazgo, decidieron casarse y, como un reconocimiento a su larga amistad, los tres amigos acordaron que los tres matrimonios se celebrarían en la misma ceremonia, y la noche de bodas sería en el mejor hotel de la ciudad.
Una vez obtenida la aprobación de las novias, los tres amigos añadieron al acuerdo un punto más: a la mañana siguiente a la noche de bodas, los tres se reunirían en el bar del hotel para contarse sus experiencias.
Y así lo hicieron.
Pedro, el primero en llegar al bar, fue el más extrovertido de los tres, y, una vez que llegaron los otros dos, tomó la palabra y dijo:
—¡Soy un paciente artista! Como ustedes saben, Olga, mi ahora mujer, es muy tímida, así que no había forma de que se entregara. Que si tenía miedo, que si le daba vergüenza,… Con mucha paciencia, cariños y palabras suaves logré que se dejara hacer, y al fin lo hicimos cuando ya había amanecido. Luego ella, avergonzada, no quiso ni mirarme, se tapó hasta la coronilla con las sábanas y no dijo palabra, así que aproveché para bar al bar.
Pepe, el segundo dijo:
—Pues Remedios es también tímida, pero anoche sacó a relucir una característica que yo no le conocía: lo pragmática. Después de un rato de pretextos y evasivas, me miró y dijo: «Como esto hay que hacerlo tarde o temprano, cuando antes, mejor». Y lo hicimos.
Le tocaba el turno a Paco, pero éste permaneció en silencio y con la mirada fija en la taza de café. Después de unos minutos de silencio, Pedro le dijo:
—¿Qué pasó, Paco? ¿Metiste la pata?
—No—, contestó compungido Paco —, ¡pero cabía!
Cortesía de Fernando Lacoste