[*Opino}– El estigma de ser portugués en España

20-10-14

Carlos M. Padrón

En los artículos José Mourinho me ha dado la razón y El Real Madrid, Mourinho, los jugadores portugueses, y la prensa española dije que los problemas de Mourinho en el Madrid —así como los que su hijo tenía en el colegio— venían de que eran portugueses.

Eso de que Mourinho era arrogante, jactancioso y demás eran pretextos para ocultar el verdadero motivo de la inquina que se le tenía, pues a él se le escogió para hacer ganar al Madrid, no para ganar un concurso de popularidad.

Y, ¡por fin!, en el artículo que copio abajo, su autor —que de fútbol, de la Liga BBVA, de España y demás, sabe mucho más que yo— pone el dedo en la llaga al denunciar textualmente «un ambiente hostil que al final degeneró en xenofobia pura y dura hacia todo lo que viniera desde Portugal».

No andaba yo muy descaminado en el origen de esa xenofobia, como tampoco en lamentar la ida de Mourinho, quien —simpático o no, arrogante o no— ya tiene a su equipo, el Chelsea, liderando la tabla de posiciones de la Premier League.

Otro asunto que va resultando cierto es que el Barcelona no tiene a Messi, sino que Messi tiene al Barcelona. Otra prueba de esto es lo que, al final, dice el artículo que sigue y que, en opinión de su autor, merece el calificativo de messidictadura.

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20 de Octubre de 2014

Juan Manuel Rodríguezclip_image001

Cristianodependencia y messidictadura

Cuando llegó Mourinho al Real Madrid todo el mundo daba por hecho que el Barcelona ganaría de calle las siguientes diez Ligas, ocho Copas y cinco Champions. Y si Mou tuvo tantos problemas en España fue, entre otras cosas, porque el portugués osó discutir uno de los recientes mandamientos instaurados por el periodismo deportivo español: «El Barça ha sido, es y será el mejor equipo de todos los tiempos».

Una cosa llevó a la otra y, al final, los rivales se apartaban de los jugadores azulgrana, ni se atrevían siquiera a mirarles, y la superioridad acabó siendo también moral y hasta estética.

Cuántas idioteces hemos tenido que escuchar a lo largo de estos últimos años, ¿a que sí?… Los Messi, Xavi, Iniesta y compañía retozaban sobre el césped con absoluta libertad como si en vez de competir estuvieran disfrutando de un soleado domingo de picnic en la campiña. Mourinho —que lo que quiere es ganar y que, como ha declarado recientemente, no cree en los modelos— demostró que a aquel Barcelona se le podía derrotar jugando de otro modo: aquello fue su perdición.

Cristiano Ronaldo llegó un año antes que Mourinho y, a la situación general de la rivalidad existente entre Real Madrid y Barcelona, sumó la suya particular. Como el club azulgrana, Messi también había sido, era y sería en el futuro el mejor jugador de la historia. Y si Messi era mejor que Di Stéfano, Pelé y Maradona, ¿cómo podía pensar Cristiano, siquiera ni por un minuto, que él podía darle la vuelta a la situación?

Pero, como Mou, Cristiano, a quien insultaron personalmente y trataron de hacer la vida imposible oponiendo su prepotente figura a la angelical del humilde Leo, ha demostrado que ahora mismo es mejor futbolista que Messi, más decisivo para su equipo. Cristiano no se dejó intimidar por un ambiente hostil que al final degeneró en xenofobia pura y dura hacia todo lo que viniera desde Portugal.

Claro que existe la Cristianodependencia, pero , y a las pruebas de lo sucedido en el último partido del Barça en Liga me remito, a la dependencia de Leo añaden en el club catalán la Messidictadura. Luis Enrique ha quedado definitivamente retratado después de lo sucedido en el partido contra el Éibar.

El asturiano se atreve con Piqué, pone en su sitio a Xavi y le da una patada en el trasero a Deulofeu… pero cuando se trata de sustituir a Messi tan sólo unos minutos se convierte en el Botones Sacarino. Eso fue el sábado Luis Enrique, el botones de Messi, su empleado, el ayuda de cámara, un mero comparsa.

Cuando Leo se canse de él le enseñará el camino de salida como hizo con Guardiola, Martino, Ibrahimovic o Villa. Es cuestión de tiempo y también de resultados pero, al final, Sacarino se irá y Messi seguirá aquí. Pero de esta dictadura no hablarán en TV3.

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[*Opino}– El fútbol, la FIFA y Messi

18-07-14

Carlos M. Padrón

En El cierre del Mundial 2014 hablé sobre la FIFA y sobre Leo Messi, y acerca de algo de lo que sobre éste dije me ha hecho recapacitar el artículo que copio abajo, que me ha llegado por cortesía de Oscar del Barco.

Si Ernesto Morales, autor de ese artículo tiene razón, Messi es una pobre víctima, no sólo de una enfermedad sino de su propio virtuosismo; un niño, con cuerpo casi de hombre, que más que crítica merece comprensión, por no decir compasión.

Sinceramente, si lo del artículo es cierto —repito— el fin de Messi podría ser más triste que el otros futbolistas brillantes que han terminado arruinados o en manos de la droga porque su estructura moral no estaba preparada para lidiar adecuadamente con el dinero, la fama y la presión de los medios y del público.

Entre otras cosas, lo que Ernesto Morales cuenta explica —al menos para mí— por qué Messi no respondió al gesto de un niño que le extendió la mano, ni a ninguno de los muchos gestos similares que en la final del Mundial le hicieron personas apostadas a ambos lados de la escalera por la que él subió para recoger, en mala hora, el Balón de Oro.

Siempre dije que yo le veía a Messi expresión rara, como de medio loco; por lo visto, el motivo de tal expresión es otro.

Lo que de la FIFA dice el artículo creo que ya es no sólo sabido sino aceptado como cierto. El punto a debatir es si hay modo de acabar con eso, y cuándo.

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15 julio, 2014

Ernesto Morales

El obediente Lionel Messi y su autismo Asperger

La única vez que vi a Lionel Messi en persona, delante de mí, dos cosas me llamaron poderosamente la atención.

Primero: era mucho más frágil de lo que me yo imaginaba. Exceptuando sus piernas, desde luego, todo en él me recordaba a un niño. Si su estatura es 8 centímetros más baja que la mía, su torso es la mitad de estrecho que el de un adulto promedio, como si se tratara de un adolescente cuyo tórax no se terminó de desarrollar.

Segundo: Lionel Messi no disfrutaba aquel espectáculo de luces, flashes, autógrafos pedidos y cámaras de televisión con reporteros que, como yo, intentaban obtener una reveladora entrevista suya. Recuerdo haber pensado: «Este chico sólo quiere jugar, y lo han traído de la mano a esto».

Era el año 2012, acababa de ganar su tercer Balón de Oro, y estaba en Miami como parte de esa gira esperpéntica llamada “Messi & Friends”, organizada por la fundación que lleva su nombre, donde se desarrollaban partidos entre dos equipos «frankenstein», armados a como diera lugar con jugadores estelares, para exhibición y recaudaciones benéficas.

La lectura del marketing podría ser ésta: “El mejor jugador del mundo dedica sus vacaciones a jugar fútbol para recaudar dinero con fines benéficos”. La lectura un poco más profunda sería otra: “Un chico que sólo quiere jugar al fútbol, debe cumplir también en sus vacaciones con obligaciones, sin descanso, porque la maquinaria de dinero, de publicidad, exige fundaciones como la suya, benéficas, para paliar los impuestos millonarios a sus ingresos”.

De repente debía ganar más dinero para que le quitaran menos de su dinero, y del dinero de su padre, y del dinero que le generan Adidas, Head & Shoulders, y Doritos, y la retahíla de transnacionales que pagan por su imagen. Y cuando empezó todo esto, Leo Messi, con cinco añitos, sólo quería jugar al fútbol. Esa linda y sobrecogedora palabra: jugar.

Cuando aquella tarde, en los vestuarios del Sun Life Stadium, Lionel Messi me firmó el tenis que guardo en una vitrina de mi casa, apenas me miró. No miraba a nadie; no podía. Sus pupilas no tenían forma de fijarse en ningún punto concreto: tenía cien flashes encima, ocho cámaras de televisión, y un cordón de guardaespaldas liderado por su tío, que no por ser su tío tenía la complexión del sobrino. Es bajo, como él, pero es un pequeño Neandertal con brazos de orangután.

Tengo el recuerdo grabado en la memoria con espantosa fijación: aquel chico, tres años menor que yo, literalmente no podía dar un paso con libertad. Su cara era una manifestación de la angustia sobrellevada.

En los vestuarios del stadium de Miami conversaban y se cambiaban esa tarde, con total naturalidad, futbolistas de élite, como Radamel Falcao, Didier Drogba, Fabio Cannavaro y Diego Forlán. Ellos podían, aunque fuera a trompicones, tener una vida normal: se tomaban un par de fotos, hablaban entre ellos, y socializaban incluso con nosotros los periodistas. Pero Lionel Messi, no, pues Adidas le exigía, como parte de los acuerdos contractuales de esta gira benéfica, seguridad personalizada a toda hora y en todo sitio. Y a toda hora y en todo sitio incluía también las duchas, por lo que Messi no podía bañarse y cambiarse en el mismo vestuario que el resto.

Y todo esto había empezado en un barriecito de Rosario, Argentina, veinte años atrás, con un chiquillo que sólo quería jugar al fútbol.

Messi no nació normal. Además de la deficiencia hormonal que le obligó a mudarse a Barcelona en su infancia para recibir tratamiento durante años, nació con una forma leve del autismo descubierta por el psiquiatra y pediatra austríaco Hans Asperger.

Cuando en este 2014 Messi dijo que no sabía nada de sus cuentas bancarias y deudas con Hacienda, que todo eso lo llevaba su padre, difícilmente no estuviera diciendo la verdad. No sólo porque su genio es para el fútbol, no para la economía y la mercadotecnia, sino porque él sólo ponía las piernas. Su síndrome de Asperger da para una concentración extraordinaria en un asunto (en su caso, el fútbol), y para nada más. Los cerebros que controlan los hilos de su nombre, su marca y su cotización, empiezan en su padre y terminan, quién sabe, en una red de abogados y firmas donde cada cual saca su apetitosa tajada.

A Messi, su padre le decía: “Tú juega al fútbol. Déjame el resto a mí”. El chico al que ni la escuela ni otros deportes ni la televisión ni los viajes le interesaban, el rosarino pequeñito de 10 años, al que sólo le interesaba inyectarse los muslos para poder jugar al fútbol, de repente se descubrió debiéndole 35 millones de euros a Hacienda.

Cuando Lionel ganó su primer Balón de Oro, en 2009, el escritor uruguayo Eduardo Galeano dijo que a Messi deslumbraba verlo porque no había dejado de jugar como un chiquilín de barrio. Era verdad, pues así jugaba Lionel, pero así no juega ya. Por el camino, en esa línea que debía ser recta entre un deportista fascinantemente talentoso y el deporte que él sólo quiere practicar, han entrado a jugar otras demasiadas variables que en nada son poéticas ni ingenuas como la palabra jugar.

De repente Messi se vio con un peso sobre sus hombros: ser el sustituto de Maradona. Él no lo pidió, él solo pidió jugar al fútbol. Pero su país y nosotros, los hinchas, le otorgamos esa empresa como quien envuelve el mapa del tesoro en la piel de un animal, y lo pone en manos de un héroe que debe partir.

De repente se vio, además, como una industria de hacer euros. Lo mismo posando en calzoncillos, que vistiendo los carnavalescos trajes de Dolce & Gabbanna, que lavándose la cabeza con un champú que, de seguro, ni usa. Pero es lo que sus familiares y sus abogados le decían que debía hacer. Un rasgo distintivo de los síndromes de Asperger es su noble capacidad para obedecer, y Messi terminó siendo como todos quisieron que fuera.

Y después vinieron los Balones de Oro. No importaba que él sólo balbuceara una y otra vez que sólo quería jugar al fútbol; nada de eso. Tenía que ser la estrella del circo, tenía que exhibirse como el principal gladiador del coliseo romano. Uno tras otro, los Balones de Oro que la FIFA le arrebató a una revista francesa, madre de la iniciativa. Toma: ahí los tienes porque eres el mejor del mundo. No nos basta con tu juego hermoso, divertido, de fantasía. No es suficiente con que hagas más bello este deporte todavía. Tienes que ser nuestra cabeza de turco, nuestro fantoche, algo que vender, porque te van a comprar ya que eres demasiado bueno.

¿Sería porque él los quería? No, casi de seguro, es porque nosotros los queríamos. Nosotros, los consumidores adictos al fútbol, los que exigimos cada vez más torneos, aunque los futbolistas tengan cada vez menos piernas. Y nosotros pagamos por eso. Pagamos por camisetas, por membresías de clubes, entradas a stadiums, juegos de Playstation, posters. Nosotros pagamos, la industria pone luces, cámaras y acción; los futbolistas, llámense Messi o Cristiano, que pongan sus piernas y sonrían.

Y uno termina preguntándose si aquel chico se acordará, entre tanta vorágine y tanta podredumbre, de que él sólo quería jugar al fútbol. Como otros queríamos ganarnos la vida escribiendo, otros bailando, y otros pintando cuadros. Divertirnos, sólo eso.

El primer gran enemigo de la FIFA, casualidad macabra, es el hombre cuya historia ha atormentado al rosarino Messi, sin ninguno de los dos quererlo. Es un atorrante incontenible, un comunista vomitivo y futbolista sin comparación posible, llamado Diego Armando Maradona.

Maradona se ganó la animosidad de la FIFA por hacer algo impensable, digamos: denunciar a los cuatro vientos que esa banda de rufianes que había organizado al fútbol alrededor de cuatro letras, se comportaba como una mafia sonriente con todo el poder del mundo, sin oposición o control posible.

Muchos se preguntan si, de no haber sido Maradona el enemigo declarado de la FIFA, su carrera habría sido truncada de forma tan escandalosa por aquel positivo a la endorfina, en 1994. No era el primero, y no sería el último en dar alterado en un test de doping. Con Maradona, el bocón, el bastardo, no hubo atenuante posible. La FIFA sonreía.

Hoy, rebelarse contra la FIFA es prácticamente imposible si quieres patear balones de manera profesional. El organismo tiene impunidad para, por ejemplo, no pagar impuestos y derogar leyes vigentes en los países donde celebra sus torneos si éstas afectan sus intereses económicos. Y desde hace 16 años está dirigida por un señor mayor llamado Joseph Blatter. Blatter es sólo 10 años más joven que Fidel Castro, y, para mí, oriundo de un país donde las entronizaciones del poder han sido cosa de más de medio siglo.

Me aterra cualquier mandato demasiado extenso, y más si el organismo dirigido se autodefine como «sin fines de lucro» y tiene fondos de reserva en bancos suizos (la casa natal de Blatter) por mil millones de dólares.

Y ésa es la organización que decide las vidas de chicos como Lionel, como James, como Suárez, como Cristiano. Jóvenes de entre 20 y 28 años que comenzaron viendo el fútbol no como un empleo, no como una forma de hacer dinero, no como mira un lobo de Wall Street los indicadores del Dow Jones, sino apenas como niños que querían divertirse jugando al fútbol.

Las lágrimas de Cristiano Ronaldo al recoger su segundo Balón de Oro no tienen falla: eran lágrimas de presión; lágrimas de tensión acumulada. De miedos impuestos por una industria donde todos, sus seguidores y detractores, le exigimos cada vez más, cada vez mejor, cada vez más espectacular.

El colmo de lo grotesco: Cristiano Ronaldo debió jugar la final de la Champions League con una orden comercial en su cabeza: “Si marcas un gol, te quitas la camisa, vas hacia la esquina del córner, y gritas y sacas músculos, lo más fuertemente que puedas”. ¡Filmaban una película sobre él! ¡Había que lanzar más carne al hambre del espectáculo!

Cristiano, como Messi, sólo quería en un principio jugar al fútbol. Hoy, ambos, son los gladiadores que ganan millones despedazándose en medio del coliseo, mientras nosotros decidimos, en las gradas, si con un pulgar arriba o un pulgar abajo, se les perdona o si se les salvan sus vidas. Nosotros los hemos puesto a pelear entre sí. Probablemente sin nosotros, sin la industria que nos satisface el morbo de la rivalidad malsana, ellos serían amigos o poco menos.

Admitámoslo: esto es grotesco. Esto es una mierda.

Alguien depositó en las neuronas de Lionel Messi una responsabilidad: tienes que ser el mejor de todos los tiempos. No basta con que juegues maravilloso. Tienes que ganar el Mundial, de lo contrario, no serás el mejor de todos los tiempos.

Y así llegó este chico a Brasil. No como quien viene a una fiesta, lo que debería ser. No como quien va a competir con dedicación, pero con disfrute. No. A él se le exigía golear, correr, y ganar.

Se lo exigía Adidas. Se lo exigía el contrato de mejor pagado del mundo que firmó con el Barcelona. Se lo exigía su mercantil padre. Se lo exigía la separatista Catalunya. Se lo exigía una Argentina donde ni siquiera tuvieron a bien ponerle inyecciones de crecimiento cuando chico. Se lo exigía una legión de detractores que, crueles como somos los hinchas futboleros, emplea adjetivos mordaces y destructivos, adjetivos que vendrían bien a asesinos seriales o a dictadores de pueblos, no a jóvenes que corren detrás de un balón. Se lo exigía yo. Sí: también se lo exigía yo mientras veía hoy el partido, con mi hijo de seis meses sobre mis piernas.

Messi ha fallado. Messi miraba al cielo en el momento de mandar a las nubes ese tiro libre. El mismo tiro que otras veces se clavó en la red, hoy fue a parar al cielo de Río a donde doscientos mil argentinos ponían sus rezos para que el equipo no se fuera así, sin más. Y Messi era el culpable. Era culpable de no estar ya a su mejor y más rutilante nivel, y, ¡oh, pecado!: era culpable de no ser ya el mejor de la Historia.

De repente lo recordé caminando delante de mí, dos años atrás, firmándome aquel zapato, mientras exhibía unas pupilas dilatadas por tanto bullicio y luces alrededor de él. Recordé su cara de angustia, de quien quiere desaparecer y tumbarse en el sofá como hace un tipo simplemente normal: la misma cara con la que recogió, en el sopor de la máxima humillación, el último premio que todavía hoy le tenía la FIFA listo, contra toda lógica y toda comprensión.

Yo vi a Messi esta tarde y, de repente, sentí lástima por él, y por la tragedia silenciosa que es toda esta profesionalización, esta industria de circo, descarnada, indolente, donde tantos futbolistas se han suicidado, y a otros tantos les ha explotado en la cancha el corazón; esta industria donde se corona a héroes y se desguaza a derrotados; esta cultura despiadada donde miles de periodistas como yo escribirán hoy sus crónicas de la derrota, y con un dedo señalarán —señalaremos— todos a Lionel Andrés, un muchachito de un metro sesenta y nueve centímetros, medio autista y medio genio, que no pidió ser el mejor de nada, que no soñaba con Balones de Oro ni cláusulas de 250 millones en el Barcelona, y al que sólo, en realidad, le interesaba poder divertirse un poco jugando al fútbol.

[*Opino}– El cierre del Mundial 2014

14-07-14

Carlos M. Padrón

El que copio abajo es otro excelente artículo de Juan Manuel Rodríguez; uno que desnuda las manipulaciones de la FIFA, y pone en perspectiva lo que realmente es Leo Messi.clip_image001

Sobre los errores arbitrales —tras los cuales está sin duda la FIFA— ya he hablado, pero ahora que ya terminó el Mundial 2014 debo expresar mi acuerdo con las muchas voces que dicen que dar a Messi el premio al mejor jugador fue un mayúsculo descaro, y tanto que, en mi opinión, si él lo hubiera rechazado habría mejorado mucho una imagen personal que entre líos con Hacienda, rumores de manejos con dinero negro, y falta de altruismo (¿tal vez por soberbia?), va cada vez a peor.

He de reconocer que, como no me gusta ver al Barça, casi no he visto jugar a Messi en ese equipo, pero sí en los partidos que en torneos que, como la Copa Libertadores, ha jugado con la selección de Argentina y, sinceramente, no he visto que haya hecho nada extraordinario.

Sin embargo, por lo que acerca de él he escuchado y leído, está claro que, como futbolista, es un fuera de clase, pero, para mí, no el mejor de la Historia, título que reservo para Di Stefano (q.e.p.d.). Sin embargo, creo que como persona podría mostrarse mejor, pues, además de lo arria indicado, ha dado muestras de falta empatía y de desprecio hacia quienes lo admiran. Y por lo que hizo en el Barça en la pasada temporada, y ahora en este Mundial, creo que va ‘palo abajo’, y que sus mejores tiempos quedaron ya atrás.

Apenas minutos después del vergonzoso reconocimiento que ayer recibió, alguien hizo circular por internet esta acertada observación: «Si Messi merece el Balón de Oro, entonces Julio César merece el Guante de Oro, y Luis Suárez el ‘Diente de Oro’ en premio al fair play«.

Está claro que los de la FIFA son, además de corruptos, caraduras. El mejor jugador del Mundial, aunque su selección no haya llegado a la final, fue James Rodríguez, y también James fue el jugador revelación de ese torneo.

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14 de Julio de 2014

Juan Manuel Rodríguezclip_image001[1]

El tongo de Messi

Público o privado, conocido por unos pocos o sabido por todos, al final el tongo acaba por no reconfortar a nadie, tampoco a su momentáneo y circunstancial beneficiario.

Si el tongo es íntimo, salvo que seas un auténtico crápula, tu conciencia te impedirá mirar a los ojos de la gente; y si es público, el ridículo será aún mayor.

Hay dos ejemplos de tongos deportivos uno público y de ficción, y otro privado pero real y que, con el paso del tiempo, acabó saliendo a la luz para descrédito y vergüenza de sus autores intelectuales.

Un tongo público (tan público que únicamente lo desconocía su protagonista) es el que Mark Robson nos cuenta en la magnífica película «Más dura será la caída», película basada en la novela de Budd Schulberg; en ella se nos cuenta la historia de Toro Moreno, un gigantesco pero torpe boxeador a quien, con la ayuda del periodista deportivo Eddie Willis, interpretado por Humphrey Bogart, y del dinero del mafioso Nick Benko, a quien da vida en la gran pantalla Rod Steiger, pretenden convertir a base de amaños en el gran campeón que no es.

Toro Moreno es una buena persona, pero un púgil desastroso, y el tongo que hay montado a su alrededor es conocido por todos menos por él. De lo que nos habla Schulberg en su best seller no es por supuesto de boxeo, que vuelve a ser en el cine una excusa, sino de la mentira, de la manipulación, del dinero como elemento corruptor del deporte.

La mentira convierte en un pelele al boxeador, pero radiografía a quienes pululan a su alrededor, ya sean malas personas o bien, como es el caso del periodista Bogart, gentes que se ven en circunstancias vitales poco deseables para nadie.

Un ejemplo de tongo privado y que, al final, ha salido a la luz, es el del partido que enfrentó durante el Mundial de 1982 —el que se celebró en España— a las selecciones de Alemania y Austria.

Alemania venció a Austria por 1-0, y aquel marcador, pactado entre ambos rivales, dejó fuera a Argelia. En realidad todo el mundo conocía el tongo, pero nadie estaba en disposición de demostrarlo hasta que hace poco Hans-Peter Briegel —el extraordinario defensa central, lateral, centrocampista, interior y hasta ocasional delantero que jugó en el Kaiserslautern, y más tarde acabó haciéndolo en la Sampdoria—, reconoció, un cuarto de siglo después, que sí, que se pactó aquel marcador.

Alemania y Austria consiguieron clasificarse, pero el descrédito les sigue persiguiendo y, de lo acontecido hace más de 30 años, continúa hablándose hoy. ¿Mereció la pena? Sin duda alguna, no.

Todo lo que toca la FIFA acaba pudriéndose entre sus manos. Como con el Drácula de Francis Ford Coppola, que marchitaba las rosas a su paso, cuando el máximo organismo del fútbol mundial mete sus zarpas en algún asunto, acaba contaminándolo.

Pasó con el Balón de Oro, que mientras lo organizó en solitario France Football fue un premio prestigioso y que desde que lo apadrina Blatter es un circo en el que se pierden votos, se extravían votantes, se ponen en huelga en Correos, y en el que el conchabeo está a la orden del día.

La entrega ayer a Leo Messi, nada más finalizar el Alemania-Argentina, del premio al mejor futbolista del Mundial de Brasil 2014 pasará a los anales de la historia de los tongos deportivos más cutres y reprobables.

Es un tongo que, a diferencia de lo que puedan creer en FIFA, hace mucho daño a su receptor porque cuestiona otros títulos individuales recibidos por el argentino y que ya fueron motivo de agria polémica en su día. Salvo para un fanático, ese premio enturbia a quien lo entrega y mancha a quien lo recibe, porque Leo Messi no ha sido, ni de lejos, el mejor jugador del Mundial, y porque, a diferencia de Toro Moreno, a él no le hacen falta estos masajes que poco o nada tienen que ver con el juego y sí con los intereses comerciales.

A Messi, el gran fiasco de Brasil 2014, no le pesan sus problemas con Hacienda o los celos de Neymar, a Messi le pesa Maradona. Maradona, la sombra de El Pelusa, la «Mano de Dios», tira de Leo hacia abajo y, del mismo modo que un golpe al hígado te quita el aire, el hecho de que Diego ganara él solo un Mundial para Argentina ejerce sobre Messi una presión semejante a la que supondría llevar sobre la cabeza un sombrero con mil kilos de iridio.

Hasta que empezó el Mundial, pensamos que Leo había dejado en la estacada al Barça para centrarse en derrotar a Maradona; ahora sabemos que no, ahora sabemos que el asunto es peor.

El que haya tanta gente esperando a Messi a la vuelta de la esquina no es, por supuesto, un problema del jugador ni tampoco de quienes le acechan, sino, paradójicamente, de aquéllos que no acaban nunca de alabarle y sostienen que Leo ha sido, es y será el mejor futbolista de todos los tiempos, y amén.

Pero dee amén nada, nada de amén. Para calibrar con cierta exactitud el daño que esta panda de fanáticos y aduladores haya podido hacerle a este chico habrá que esperar aún un tiempo prudencial. Pero de lo que tuvimos certeza absoluta ayer es de dos cuestiones: del tongazo de la FIFA, por un lado, y de que Messi sigue estando varios escalones por debajo de su sombra, que es Diego Armando Maradona.

Entre que Messi es un futbolista fantástico y que es el mejor jugador de toda la Historia hay un término medio que algunos poetastros no saben distinguir. Y ayer la deidad se diluyó ante Alemania como un azucarrilo se deshace en una taza de café caliente.

Como, por cierto y cambiando de asunto, aunque ambos estén íntimamente relacionados, acabaron también por deshacerse las falsas prédicas de los valores y la cantera. La salvación para Messi pasaría por abandonar este microclima de peloteo en el que ha nacido y que le tiene tan engañado, un ecosistema que le está ahogando.

Pro no lo hará, y de ahí que, por primera vez, tema yo en serio por él.

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[LE}– ‘Penalti’, mejor que ‘penalty’

13/06/2014

Penalti es la adaptación gráfica del anglicismo penalty, ‘máxima sanción que se aplica a ciertas faltas del juego cometidas por un equipo dentro de su área’, de acuerdo con la definición de la RAE.

Sin embargo, en los medios de comunicación pueden encontrarse frases como

  • «Un penalty de escándalo permitió a Brasil iniciar el Mundial con una victoria»,
  • «Fred se deja caer y el árbitro se inventa un penalty inexistente» o
  • «Nishimura señaló un penalty que solo él vio».

De acuerdo con la Academia, «es ajena a la ortografía del español la presencia de -y a final de palabra precedida de consonante», por lo que lo apropiado es escribir penalti, con i latina.

Por otra parte, el Diccionario panhispánico de dudas señala que se trata de una palabra llana, por lo que se pronuncia /penálti/, no /pénalti/. Además, recoge como variantes penal, que es la forma extendida en América, o pena máxima.

Por tanto, en los ejemplos anteriores lo apropiado habría sido escribir 

  • «Un penalti de escándalo permitió a Brasil iniciar el Mundial con una victoria»,
  • «Fred se deja caer, y el árbitro se inventa un penalti inexistente» y
  • «Nishimura señaló un penalti que solo él vio».

El plural de este sustantivo es penaltis, no penalties ni penaltys.

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[*Opino}– Una magistral lección de vida

25-05-14

Carlos M. Padrón

Como muchos millones de personas ya saben, sean o no aficionadas al fútbol, ayer el Atlético de Madrid y el Real Madrid disputaron en Lisboa la final de la Champions de este año.

En este blog, y también en e-mails y conversaciones personales, había yo dicho que me gustaría que ganara el Atlético de Madrid porque, entre otras cosas, siendo un equipo humilde en todos los aspectos, había hecho una campaña admirable que le había llevado a ganar Liga Española. Ganar la Champions habría sido para el Atlético alcanzar la gloria, en especial para su entrenador, el argentino porteño Diego Pablo Simeone, artífice del milagro de haber recibido un equipo débil y desmotivado, y haberlo elevado a cotas que le permitieron, a base de tesón, coraje, entrega, convicción y entusiasmo permanentes, lograr lo que lograron.

Creo que Simeone, apodado ‘el Cholo’, es, además de uno de los mejores —si no el mejor— entrenador del momento, un excelente psicólogo. Sin embargo, ayer, en el último momento, la gloria se le escapó de las manos, a él y a todos los de su excelente equipo.

Según cuenta el artículo que sigue —basado en ese partido de fútbol, y que el autor, a quien de veras felicito, dedica a un hijo suyo, no sé si real o imaginario—, ante tal derrota, el porteño Simeone exclamó «Lo tenés todo, tenés nada«, frase que sirve de título a este excelente artículo que copio porque contiene una magnífica lección de vida aplicable a cualquier derrota, a cualquier revés o contratiempo que amenace con liquidar nuestras esperanzas y fuerzas para seguir adelante.

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25/05/2014

Lorenzo Silva

«Lo tenés todo, tenés nada»

Sabes, hijo, que no considero que el fútbol sea importante, o desde luego no tan importante como parecen creer todas esas personas, incluidos jefes de estado y de gobierno, que le dedican un entusiasmo tan sincero e intenso como no ponen en otras cuestiones, a lo mejor más dignas de su atención y entrega. Sin embargo, en cualquier aspecto de la vida, por insignificante que sea, te aguarda una lección. Y cualquier hombre, por poco que esperes de él, puede ser el maestro que te la imparta.

 

Fíjate, por ejemplo, en ese hombre de negro que comparece ante los periodistas, después de haber perdido en el minuto 93 una copa de Europa que lo habría catapultado a la gloria. Fíjate, en primer lugar, en cómo admite que su equipo falló en la segunda parte, en la que el rival lo arrinconó hasta hacerle encajar en el tiempo de descuento ese gol lacerante y demoledor.

Primera lección: no responsabilices de tus fracasos, jamás, a otro antes que a ti mismo; ni siquiera aunque tengas pretextos. No cargues contra los árbitros, aunque te parecieran adversos; no despotriques contra el rival, aunque la fortuna haya estado de su parte; no mires al cielo para quejarte de que en el momento decisivo no decidiera inclinar la balanza de tu lado sino del contrario.

Siempre pudiste hacer más, hacerlo mejor. Hazte dueño de tus derrotas, porque ellas, algún día, servirán para hacerte dueño de tus triunfos; si es que está en tu mano, tu condición y finalmente tu suerte llegar a alcanzarlos.

Es amargo, sí, tenerlo todo en la mano y, al instante siguiente, ver ese todo en las manos de otro, y las tuyas aferrando solamente el vacío. El hombre de negro, con el golpe recién encajado, lo resume a la perfección: «Tenés todo, y tenés nada».

Merece la pena que lo recuerdes, así, con su giro porteño, porque probablemente es la frase más trascendente y significativa de la noche. Mucho más trascendente y significativa, desde luego, que las declaraciones de los vencedores, que no aciertan a salir —tampoco hay que reprochárselo mucho— de los lugares comunes. Todo lo que un día creas poseer, todo lo que sientas que es tuyo, no es más que una ilusión que en cualquier momento se lleva el viento. Lo único que será tuyo de veras es el modo en que lo tengas, mientras te toque llevarlo, y la forma en que lo pierdas, ese día que, más temprano o más tarde, puedes estar seguro, acabará llegándote, tal y como el hombre de negro dice, sin transición ni previo aviso. Y entonces, afróntalo con serenidad. Un hombre es la contención que sabe aplicar a sus emociones.

Toma ejemplo del hombre que reconoce la amargura de haber perdido, mientras reivindica el orgullo de haber luchado, incluso cuando las fuerzas ya no estaban con los suyos y el oponente era superior. Que te venzan, pero que nunca te rindan.

Y, hablando de emociones y vencedores, tampoco dejes que te alteren las exhibiciones que puedan hacer quienes entre ellos no sepan contener las suyas, incluso quienes den en caer en la arrogancia. Piensa que quien se quita la camiseta para lucirse, aunque en ese acto pierda la elegancia en la victoria, hizo un esfuerzo y logró algo que tú no supiste impedir. Ofenderte por ello es mezquindad y resentimiento, algo en lo que no debes caer: el estilo consiste, también, en saber convivir con los excesos de los demás, sin hallar pie en ellos para los excesos propios.

En esta noche de mayo de 2014, algunos han llenado un poco más sus ya repletas vitrinas. Otros, no han conseguido nada que poner en ellas, pero han sido dignos perdedores.

No es plato de gusto la amargura, y menos la derrota, pero sazonada así, no mengua sino que hace crecer. Siento que pierdas esta oportunidad. Siento que seas madridista. Con todo el cariño de tu padre, enhorabuena por esa merecida Décima.

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[*Opino}– José Mourinho me ha dado la razón

20-03-13

Carlos M. Padrón

En el artículo «El Real Madrid, Mourinho, los jugadores portugueses, y la prensa española» dije que el rechazo que a Mourinho se le tiene en España se debe a que es portugués.

Y ahora, y según el artículo que copio a continuación, es el propio Mourinho quien lo ha confirmado en una entrevista que ha dado a la cadena portuguesa de televisión RTP1, en la que ha dicho que ser portugués es difícil en España, pero no en Italia o en Inglaterra, países en los que ya ha vivido y en los nunca tuvo la sensación de que ser portugués fuese algo positivo o negativo.

No hacen falta más comentarios.

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19/03/2013

‘Ser portugués es difícil en España’

El entrenador del Real Madrid, José Mourinho, ha concedido una entrevista a la cadena de televisión RTP1 en la que no se ha mordido la lengua.

 

Siguiendo la misma línea que varios de sus jugadores, el técnico blanco aseguró que en España, «ser portugués es difícil». Además, ha desvelado que «políticamente, sigue siendo conservador» y que no «lee la prensa española ni ve la televisión, especialmente la deportiva».

El preparador de Setúbal aseguró que en Italia o Inglaterra nunca tuvo la sensación de que ser portugués «fuese algo positivo o negativo». Sin embargo, esa percepción ha cambiado durante estos años en Madrid. Un diagnóstico casi calcado al de Pepe, que hace unos meses, sorprendió con unas declaraciones muy similares.

Mourinho ha afirmado que «no lee la prensa ni la televisión española, especialmente los programas deportivos». «Nada me afecta, nada me perturba, nada me motiva más que mi motivación intrínseca. Ganar no me vuelve loco y perder no me deja deprimido», aseguró en RTP1.

En esta misma entrevista, Mou ha calificado de «disparate» las informaciones que apuntan a que ya tiene un acuerdo para abandonar el Madrid en junio. «No he firmado nada para salir del club», ha asegurado el técnico de Setúbal. En los últimos días, se publicó una noticia que relacionaba a su agente, Jorge Mendes, con el Paris Saint Germain, uno de los equipos que estaría interesado en sus servicios. Eso sí, con una imagen del Bernabéu como fondo, el luso ha asegurado que «si deja el Madrid, él no se tomaría un año sabático» pues eso sería «impensable». De esta manera, se distanció de la decisión de Pep Guardiola.

Fuente: El Mundo

[*Opino}– El Real Madrid, Mourinho, los jugadores portugueses, y la prensa española

27-12-12

Carlos M. Padrón

Desde que supe que Mourinho sería el entrenador del Real Madrid, dije que sufriría una acérrima oposición porque, según comprobé cuando viví en Madrid, al menos para muchos madrileños los portugueses son, como decíamos en Canarias, «la última carta de la baraja».

Y no me equivoqué, ya que si bien al comienzo eran sólo algunos órganos de prensa los que opositaban a Mourinho, ahora son casi todos, pues en la derrota sufrida por el Madrid ante el Málaga han encontrado un pretexto tan bueno que, si bien hasta ahora sólo una periodista, que yo sepa, se había atrevido a decir lo del desprecio por los portugueses, hoy ya se deja entrever con claridad en artículos como éstos:

Repito: a Mourinho no lo quieren en España —y, sobre todo, en Madrid— porque es portugués y, para colmo, políglota. Por extensión, tampoco quieren ni a Cristiano ni a Pepe ni ni….

Y sí, creo que el periodista deportivo Juan Manuel Rodríguezclip_image001tiene razón cuando dice que Pepe ha dado en el clavo, y denuncia lo del complejo de inferioridad, algo que ya han denunciado también voces muy autorizadas como la Rafael Sánchez Ferlosio.

Creo que los aficionados al fútbol que siguen la liga española no pueden dejar de preguntarse quién tiene el peso suficiente para reemplazar a Mourinho en el Madrid, y también, al menos en forma virtual, a Pepe y a algunos otros como Cristiano que, según se dice, no quiere firmar la renovación de su contrato.

Ante una situación así cabe también preguntarse si esos jugadores pondrán entusiasmo al tener que jugar en un Madrid sin Mourinho y sufriendo esos permanentes ataques.