Fue cierto, aunque no lo creas
Un tipo estaba parado a la orilla de la carretera, en medio de una oscura noche, calado hasta los huesos por el intenso chaparrón que acompañaba a la tormenta que se había desatado media hora antes.
El tiempo pasaba y los vehículos también, pero ninguno se detenía para llevarlo. La tormenta era tan fuerte que apenas si se alcanzaba a ver a unos tres metros de distancia. De repente, el tipo vio que un coche se acercaba lentamente y, ya frente a él, casi se detuvo. Contento y sin dudarlo ni un segundo, se subió enseguida al coche y cerró la puerta tras de sí, pero al volver la mirada hacia el asiento del conductor se dio cuenta de que estaba vacío, ¡nadie iba manejando!
Antes de que se recuperara del susto, el coche comenzó a moverse, lenta y suavemente, por la oscura y húmeda carretera, pero, cuando pocos metros más adelante apareció una curva, el tipo, asustado, comenzó a rezar, y no bien había terminado su primer padrenuestro cuando, justo antes de llegar a la curva, se abrió sin más la puerta del chofer, entró una mano musculosa y peluda, agarró el volante y lo movió lo necesario para que el coche tomara la curva sin problema alguno.
Paralizado del miedo y sin aliento, nuestro tipo se aferró al asiento con todas sus fuerzas, y el miedo se volvió pánico al notar que, curva tras curva, ocurría lo mismo con la mano misteriosa.Tan grande fue su pánico que, aunque la tormenta había duplicado en intensidad, el tipo, sacando fuerzas de donde ya no le quedaban, se bajó del coche y se fue corriendo como loco por la oscura carretera hasta que, al doblar un recodo, divisó, muy cerca, las luces de lo que parecía ser un pequeño pueblo.
Respirando aliviado hizo un último esfuerzo en su carrera, hasta que, por fin, llegó al pueblecito. Buscó desesperado y, a pesar de la tormenta, encontró abierto el que parecía ser el único bar del lugar. Entró, pidió dos tragos, y, temblando aún y hablando con aliento entrecortado, sin poder contenerse comenzó a contarle a los parroquianos, con lujo de detalles, todo lo que le había ocurrido con el coche fantasmal.
Como a la media hora llegaron al bar dos hombres todos mojados, y, reparando en nuestro tipo y en la historia que contaba, uno de los hombres le dijo al otro:
—Mira, Juan, ¡allá está el hijo de puta que se subió al coche cuando veníamos empujándolo!