Entra un abogado a un cajero automático (ATM) de ésos que tienen un sofisticado sistema de alarmas, y de pronto se dispara una estruendosa alarma de voz que, acompañada de luces, decía a tremendo volumen:
—¡¡Ladrón!! ¡¡Ladrón!! ¡¡Ladrón!!
El abogado retiró la tarjeta de la ranura del ATM, la examinó y exclamó:
—¡Oh, nooo! Me equivoqué: ¡¡introduje mi tarjeta profesional!!”