La fealdad del príncipe de Conti era notoria, y debido a esto su mujer le engañaba sin vergüenza alguna. Un día al irse de viaje el príncipe de le dijo a su esposa:
«Señora, le recomiendo que no me engañe durante mi ausencia».
Y su esposa le susurró:
«Señor, puede irse tranquilo: sólo tengo ganas de engañarle cuando le veo».