[*Opino}– El vínculo de las madres con sus hijos

29-02-2016

Carlos M. Padrón

Si, según dice el artículo que copio abajo, el deseo de ser madre no es instinto, ¿qué es entonces el desaforado deseo que tienen las más de las madres de vivir en casi permanente contacto con sus vástagos, incluso cuando ya éstos se han independizado, queriendo saber qué hacen, qué piensan hacer, qué comieron, qué película vieron… y necedades de este corte?

¿Es eso algo racional? No lo creo.

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27 FEB 2016

Javier Sampedro

A vueltas con el instinto maternal

El titular tiene una trampa: el concepto de “instinto”; intentemos escapar de ella.

Instinto es una palabra fea en nuestros días. Nos parece bien si se aplica a los animales, esas criaturas de Dios que se pasean crudas por el campo y no piensan más que en comer, dormir y copular. Pero en cuanto alguien la extiende al comportamiento humano se gana los rayos y truenos de psicólogos y pensadores, corruptos y perroflautas, tragasantos y ateos profesionales que, según parece, están dispuestos a perdonarle a su propia conciencia cualquier cosa menos un sesgo genético.

El hecho, sin embargo, es que nacemos condicionados por estrato sobre estrato de sesgos genéticos, estructuras cognitivas innatas que nos predisponen a uno u otro comportamiento, y a menudo por nuestro propio bien.

Las matemáticas son un gran legado de dos milenios de cultura, pero se basan en una capacidad innata para el álgebra y la geometría que compartimos con los monos, y quién sabe con quién más. La física newtoniana, sin menoscabo del genio de Newton, es más o menos la que llevamos programada de serie en nuestros circuitos neuronales, la que nos permite correr y saltar, tropezar y corregir o agarrar al vuelo las llaves del coche que nos acaban de tirar a traición y por la espalda. Entonces, ¿qué impide que las mujeres nazcan con un instinto maternal? ¿En qué disminuiría eso su condición humana?

El mejor ejemplo de instinto, en el sentido en que ese término maldito puede aplicarse a la especie humana, es el lenguaje. Es evidente que hablar español o chino no tiene nada que ver con los instintos o las capacidades innatas; depende por entero del entorno en que nazca uno. Es la capacidad de aprender a hablar, a hablar cualquier lenguaje, lo que constituye una habilidad grabada a fuego en nuestro genoma. Por eso todos los seres humanos son capaces de aprender a hablar cualquier lenguaje, mientras que será inútil torturar a un gorila o a un perro para que lo hagan. Las capacidades cognitivas instintivas no afectan al debate del determinismo genético. En realidad, no tienen nada que ver con él.

No hay ningún problema de principio contra el instinto de tener niños, pero tampoco hay un dato sólido a su favor, y los indicios circunstanciales indican más bien lo contrario. Tomemos el famoso “reloj biológico” del que hablan muchas mujeres, que les haría desear tener niños al acercarse al final de su periodo fértil.

Hace medio siglo eso ocurría al frisar los 30, y ahora llega bien entrados los 40. Y eso en los países occidentales, porque hay culturas en que una mujer se convierte en una solterona si cumple los 20 años sin haber tenido un niño. Todo ello indica que el “reloj biológico” tiene muy poco de biológico, y que la ansiedad del calendario se debe más bien a condicionantes socioculturales.

Tendemos a pensar en términos de instintos cuando parece estar en juego la supervivencia de la especie. El hambre, ciertamente, es un instinto que compartimos con todo bicho viviente del planeta Tierra, y tiene la finalidad obvia de evitar nuestra extinción por inanición o ascetismo. ¿No debería existir entonces un instinto similar para la procreación?

Desde luego que sí, pero no tiene que consistir necesariamente en el deseo de tener niños. El mero deseo sexual ha cumplido esa función durante la inmensa mayoría de la historia de la especie. La píldora es un invento demasiado reciente para haber afectado a la genética humana.

Hay todo tipo de argumentos sociales, culturales, económicos y demográficos para tomar una de las decisiones más importantes de la vida de una persona: tener hijos o no tenerlos. Por una vez, haríamos mejor en dejar en paz a la biología. Busquemos otra excusa.

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[LE}– ‘La primera miembro’ y ‘el primer miembro’

26/02/2016

Tanto la primera miembro como el primer miembro?, y no la primer miembro,? son expresiones válidas? para aludir a la mujer que, en su condición de parte de un grupo, realiza? o participa? por primera vez en una determinada acc??ión.

De ambas expresiones válidas, el primer miembro? ?es la más adecuada para referirse a la primera persona de un grupo que, con independencia del género, realiza una acción, por lo que en ejemplos como

  • «La infanta Cristina será la primera miembro de la familia real en declarar como acusada en un juicio»,

habría sido más preciso escribir

  • «La infanta Cristina será el primer miembro de la familia real en declarar como acusada en un juicio»,

pues de esta manera no cabe interpretar que es la primera mujer, sino la primera persona, hombres incluidos, de la familia en hacerlo.?

El Diccionario de la Lengua Española recoge el sustantivo miembro como común en cuanto al género, y, aunque la variante miembra no estaría mal formada de acuerdo con el sistema morfológico español, se trata de una forma no recomendada por la Academia.

Respecto a la concordancia de los adjetivos, si miembro se interpreta como sustantivo común en cuanto al género (el/la miembro), lo adecuado es que los adjetivos que lo acompañen concuerden: la primera miembro (y la miembro más antigua), y no la primer miembro (ni la miembro más antiguo).

Teniendo en cuenta todo lo anterior, sería impropio escribir 

«Cristina es la primer miembro de la familia real», en lugar de

«Cristina es la primera miembro de la familia real».

En cambio, en «Nadine Coyle el primer miembro de Girls Aloud en tener cita con la comadrona», donde no hay ambigüedad posible, ya que el grupo del que el sujeto es miembro está exclusivamente formado por mujeres, lo más indicado habría sido optar por la primera miembro.

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