[*Opino}– Los hombres, las mujeres y Darwin. Entrevista con el neurobiológo Gerald Hütter

19-05-2015

Carlos M. Padrón

No soy científico ni he leído completa la teoría de Darwin.

Sin embargo, el artículo que copio abajo contiene varias afirmaciones que en este blog, y de mi cosecha —en las secciones Opino y Drogamorhe escrito varías veces, como éstas:

  1. Los hombres somos, y en varios campos, el sexo débil.
  2. Son las mujeres las que eligen pareja.
  3. Salvo que estén dedicadas a la caza de algún varón, se arreglan y emperifollan para presumir ante a otras mujeres, no para deslumbrar a los hombres.
  4. Como, además y a diferencia de los hombres, cuentan con un órgano —el clítoris— cuya única función es dar placer, y son multiorgásmicas, para el sexo pueden arreglárselas entre ellas mucho mejor que los maricones entre sí.

O sea, que hay que tenerles miedo porque, además, son marionetas del más fuerte de los instintos: el maternal. Por eso es que, en su sabiduría ancestral, muchos pueblos, algunos de origen árabe o ligados al Islam, las tienen anuladas: poder para compensar la debilidad, como establece el artículo de abajo. Y con la ablación anulan el punto 4.

También he dicho que a la Naturaleza no le importa para nada nuestra felicidad; sólo le importa la perpetuación de la especie.

En lo que sí no estoy de acuerdo es en eso de que, cuando un padre dedica tiempo a las tareas que han sido por siempre responsabilidad de la madre, como son las de cuidar a sus bebés, aprenderá a tratar mejor a las personas. Si eso fuera cierto, las mujeres que han sido madres deberían dar demostraciones de ese buen trato, peeroooo……

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18/05/2015

Pilar Quijada

«Para compensar su debilidad frente a las mujeres, los hombres buscan el poder»

Así lo asegura el neurobiológo Gerald Hütter, de la Universidad de Gotinga, que de la obra de Darwin se ha hecho una lectura sólo parcial.

“Se ha adoptado la idea de que la competencia es el motor esencial en el desarrollo de todas las formas de vida. Y, dado que la competencia coincidía con la forma de pensar analítica y diseccionadora de las ciencias naturales clásicas y con las nociones de una buena parte de la población [de la Inglaterra del XIX], no hubo para los herederos de Darwin ninguna razón de peso para salir en busca de otro principio evolutivo de los sistemas vivos”.

Sin embargo, asegura, se ha desatendido la parte de la obra de este naturalista inglés que proporciona una fuerza no competitiva, una fuerza que une: el amor. Lo explica en su libro “La evolución del amor”, editado por Plataforma actual, un ensayo que da cuenta de “lo que Darwin ya sospechaba, y los darwinistas se niegan a aceptar”.

Hütter visitó Madrid invitado para dar una conferencia sobre el papel del amor en la investigación evolutiva.

—¿Qué sospechaba Darwin sobre el amor?

—Darwin tenía la intuición de que debería existir una segunda fuerza, además de la selección natural, que contrarrestara ésta y permitiera que las formas de vida se puedan encontrar y fusionar. Y escribió sobre la selección sexual y su importancia para la perpetuación de la especie. Proponía que en la mayoría de las especies eran las hembras las que elegían a su pareja, y esto no fue apreciado en un mundo gobernado por hombres, era algo inaceptable, por lo que esta idea cayó en el olvido.

—Ambas cosas siguen ocurriendo aún…

—Sí, los hombres creemos que elegimos, pero no es cierto… Y en el colegio se estudia la teoría de la evolución, y se enseña que va moldeando las especies. Pero el otro enfoque de Darwin, el de la selección sexual, se ha dejado de lado, el de la fuerza cohesión. Es un ejemplo que demuestra que el conocimiento científico lo utiliza la sociedad de manera selectiva, y lo que no encaja en los modelos imperantes simplemente se obvia. Eso no ha cambiado mucho desde entonces.

Para contextualizar, conviene recordar que, cuando recopilaba evidencias sobre su teoría de la selección natural y la evolución de las especies, Darwin observó que ciertos caracteres que aparecían en los machos de muchas especies, lejos de servirles para cazar mejor o escapar de sus depredadores, en definitiva servían para ayudarles a sobrevivir, podían hacerles más vulnerables.

Por ejemplo colores muy llamativos, apéndices o protuberancias, que resaltan su presencia, o comportamientos de exhibición o “pavoneo”, que les llevan a hacerse visibles en lugares abiertos y donde pueden convertirse en un bocado fácil. Por el contrario las hembras, más discretas en sus coloraciones y ornamentos, se limitaban a mirar el desfile “masculino”.

Darwin pensaba que estas estructuras y comportamientos no cuadraban con la “supervivencia del más apto”, sino que conferían una mayor vulnerabilidad. Fue entonces cuando cayó en cuenta de que en realidad lo importante no era la supervivencia del individuo, sino la de la especie, a través de la reproducción.

Y esos elementos que no encajaban en su teoría eran los que incrementaban el éxito en la búsqueda de pareja. De ahí que pensara en la selección sexual como fuerza que contribuye al mantenimiento de las poblaciones.

—Aunque la sociedad está gobernada por los hombres, en general, usted sostiene que son el sexo débil…

—El mayor problema de los hombres es que, en efecto, son el sexo débil. Ser hombre significa tener una constitución corporal en desventaja porque, a diferencia de la mujer, les falta el segundo cromosoma X. Por eso nacen como promedio con peor constitución corporal.

—Pero son más fuertes y más corpulentos…

—Pero al nacer no, por eso los bebés prematuros mueren con más frecuencia si son niños. Y las mujeres saben que criar un niño es más difícil, porque son más delicados en los primeros años. Para compensar esa debilidad, los hombres buscan la estabilidad en el mundo exterior, y por eso buscan el poder. Y tienen en mente esta lucha por el poder.

—¿Y eso es difícil de cambiar?

—En algunos países, como Suecia, está cambiando ya. Se pueden ver muchos padres paseando a sus hijos por la calle en horario laboral, más hombres que mujeres. Porque tienen la posibilidad de obtener una baja durante el periodo de crianza y reciben parte de su salario, igual que las mujeres, durante un periodo de tiempo que oscila entre seis meses y un año. Y muchos padres son los que se acogen a esa posibilidad.

En Alemania también lo tenemos, pero no se utiliza tanto. En Suecia las empresas lo aprecian porque saben que, después de este periodo, el padre tendrá una nueva mentalidad, y habrá aprendido lo que puede exigir a los demás, y a ser tolerante con su hijo. Y en la compañía valoran que sabrá tratar mejor a las personas.

—Visto así, parece que los hombres son expertos en sacar ventajas de situaciones que desfavorecen a las mujeres, como tomar una baja por maternidad, que las lleva a perder oportunidades en su trabajo.

—Es porque nuestra sociedad sigue funcionando con los antiguos modelos, a diferencia de la sociedad escandinava, que ya ha aprendido que hacen falta otros tipos de relaciones para tener éxito.

Hoy en día, la vida en las empresas y en la Universidad es tan compleja que todo el mundo tiene que sentirse muy motivado para asumir responsabilidades. Para tener éxito hoy en día no se puede actuar sobre ese antiguo modelo, y la sociedad escandinava lo ha entendido antes que los demás. Las compañías con más éxito animan a los trabajadores a tener ese tipo de iniciativas.

—Habrá que cambiarse país….

—Sí, tarda en llegar, sobre todo en los que han funcionado con una estructura piramidal muy fuerte, y España es un ejemplo de ello.

—Volviendo al amor, que es el tema de su libro, ¿es una invención humana para definir esa selección sexual que planteaba Darwin?

—Las ideas que tenemos sobre el amor sí son muy humanas, lo llamamos amor pero en realidad nos referimos a un estado: el enamoramiento. Pero esta fase no tiene nada que ver con el amor.

—Entonces, ¿cómo lo definiría?

—El amor es el principio que permite desarrollarse a las distintas especies en coevolución. Para los humanos, el amor es un estado mental. Primero tenemos que sentirnos felices con nosotros mismos, y no deberíamos tratarnos como objetos cuando nos autoevaluamos; nos tenemos que querer. Y si uno tiene una buena relación consigo mismo tendrá la mente suficientemente abierta para ofrecer a otras persona ese tipo de relación amorosa, que se caracteriza porque dos personas tratan de animarse e inspirarse mutuamente para desarrollar todo su talento y su potencial de forma individual y en pareja.

Hay otras expresiones para el amor. La más científica es que el amor se produce si dos personas dejan de tratarse como objetos y se tratan como sujetos. Y en la educación de los niños el amor aparece si los padres ejercen el liderazgo, se sienten responsables y les ayudan a abrirse al mundo, sin marcarles el camino que, como padres, tienen en mente para sus hijos.

—Esa definición tan amplia de amor, ¿tiene cabida en nuestra sociedad?

—Se está perdiendo, porque nuestra sociedad estaba basada sobre pensamientos económicos, y el principio básico de la economía es la competencia. Por eso he escrito este libro. Estamos en un punto de transición y nos vamos dando cuenta de que, empujados por la competitividad, no podemos seguir mejorando lo que hemos construido. La competencia no nos permitirá llegar a muchas innovaciones, sólo iremos mejorando algo lo que ya existía.

—¿Y entonces?

—En la sociedad actual necesitamos inventar otro modo de vida, algo nuevo. Y eso es lo que sienten los jóvenes, que están cada vez más hartos de este egocentrismo y entorno competitivo en el que vivimos hoy en día, regidos por la economía. Intentan encontrar nuevas formas de estar en contacto con las nuevas tecnologías; en definitiva, intentan crear otro mundo.

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