Al final de la tarde, un ginecólogo esperaba a su última paciente, que no llegó. Después de media hora de espera, supuso que ya no vendría y decidió tomarse un gin-tonic para relajarse antes de volver a casa.
Se instaló confortablemente en una poltrona, empezó a leer un periódico y, de pronto, sonó el timbre de la puerta: era la paciente que llega, toda sofocada, y pidió disculpas por el retraso.
—No tiene importancia—, le dijo el médico—. Yo estaba tomando un gin-tonic mientras la esperaba. ¿Quiere usted uno para relajarse un poco?
—Acepto con gusto—, respondió la paciente, aliviada.
El médico le sirvió el trago, se sentó frente a ella y comenzaron a conversar sobre temas banales.
De repente se oyó un ruido de llaves en la puerta del consultorio. El médico, sobresaltado, se levantó bruscamente y exclamó:
—¡Mi mujeeeeer! ¡Rápido, quítese la ropa y abra las piernas!
Moraleja: Einstein tenía razón: en la vida ¡todo es relativo!
