[*Opino}– Siéntate aquí, chaval / Arturo Pérez-Reverte

12-08-12

Carlos M. Padrón

Aunque nunca fui aficionado a leer periódicos, tal vez porque la tinta de su papel me causaba un cierto tipo de alergia, sí puedo establecer la clara y abismal diferencia entre cómo se escribía antes y cómo se escribe ahora; entre el interés que antes se tenía por escribir bien, y la ausencia de interés que ahora hay por eso.

Durante los cuatro años que viví y trabajé en Santa Cruz de Tenerife, conocí gente que compraba a diario el periódico principalmente para leer una sección sobre lengua española (significado de palabras, uso de expresiones, formas correctas de redactar, denuncia de gazapos, etc.), y de ahí me viene mi aplicación por ese tema y el que yo tenga en este blog una sección dedicada sólo a él.

Sin embargo, el interés actual es tan poco que ésa es la sección menos visitada de este blog. Por eso, y aunque nunca fui periodista, entiendo muy bien la queja implícita, y la denuncia explícita, en este excelente artículo de Arturo Pérez-Reverte.

Tal vez yo no llegue a verlo, pero, de seguir esto como va, se llegará al español escrito sin acentos y con una reducción en las letras del alfabeto y su forma de pronunciarlas:

  • La ‘s’ sustituirá a la ‘c’ suave, y desaparecerá la ‘z’
  • La ‘k’ se usará en lugar de ‘c’ fuerte y de ‘q’
  • La ‘b’ será válida también para ‘v’, que desaparecerá
  • La ‘g’ será siempre fuerte, y no hará falta la diéresis
  • La ‘j’ sustituirá a la ‘g’ suave
  • Etc.

cambios éstos que tal vez hasta sean útiles, pero también desaparecerán las normas sobre el uso de signos de puntuación, y muchos de ellos (como el punto, la coma, y el punto y coma) vendrán a resumirse, como se vislumbra ya en inglés y en muchos que dicen escribir en español, en los puntos suspensivos y el guión.

Me pregunto cómo se haría entonces en casos como los ejemplificados en este archivo que me llegó por cortesía del amigo Juan Antonio Pino Capote.

Para verlo en formato PPS, clicar en File (Archivo) —arriba, a la izquierda— y después en Download (Descargar), que está al final del menú resultante.

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12 de agosto 2012

Arturo Pérez-Reverte

Cuando el periodismo aún se parecía al Periodismo

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Cuando el periodismo aún se parecía al Periodismo, y eras un redactor novato que pisaba por primera vez la redacción, había dos personajes a los que mirabas con un respeto singular, mayor que el que te inspiraban los redactores jefes en mangas de camisa con tirantes y una botella de whisky metida en un cajón de la mesa, o los grandes reporteros con firma en primera página, a cuyas leyendas soñabas con unir un día la tuya.

Los dos personajes a los que más podía respetar un joven periodista eran el corrector de estilo y el redactor veterano.

El primero solía ser un señor mayor con la mesa cubierta de libros y diccionarios, encargado de revisar todos los textos para detectar errores ortográficos o gramaticales antes de que se convirtieran en plomo de linotipia. A veces, a medio redactar un artículo, te levantabas e ibas a plantearle una duda.

Solían ser cultos, educados y pacientes. A uno del diario Pueblo —lamento no recordar ya su nombre— debo desde 1973 un truco para no equivocarme nunca, después, al manejar debe y debe de.

Cuando es obligación, me dijo, pon siempre debe; cuando es suposición, debe de. Tampoco he olvidado su aclaración sobre leísmo y loísmo: Lo violó a él, la violó a ella, les violó la correspondencia.

El otro personaje era el redactor veterano. El primer día de trabajo, cuando te internabas entre aquel incesante tableteo de máquinas de escribir y teletipos mirando en torno con aire de parvulito desamparado, siempre había un fulano de cierta edad, sonrisa fatigada y ojos vivos, que señalaba la mesa que tenía al lado y decía: «Siéntate aquí, chaval». Así lo hacías; y de él, en los siguientes días y meses, aprendías sobre tu oficio más que cuanto escuelas de periodismo y universidades podían enseñarte jamás.

Solía tratarse de periodistas curtidos en la redacción; hombres en su mayor parte, aunque no faltaban mujeres. Anónima infantería, toda ella, sin demasiado futuro. Veteranos maduros, desprovistos ya de ilusiones o esperanzas, seguros de que su carrera profesional no iría mucho más lejos de aquella mesa y de la desvencijada Olivetti que había encima. Conscientes, a esas alturas, de que nunca llegarían a redactores jefe, y tal vez ni siquiera a jefes de sección.

Ese periodista veterano solía ser poco gregario, vagamente cínico, con un punto de simpática misantropía. Respetado por todos, aunque a menudo se mantuviera algo aparte de los compañeros que aún tenían ambición y esperanza.

Y tú, intuyendo que era precisamente él quien poseía las claves del oficio, la experiencia y las certezas que te faltaban, te dejabas adoptar con aplicación y respeto, procurando hacerte digno de su estima. Aprendiendo a la vez de sus conocimientos, su cinismo y su ternura. Yéndote luego de madrugada, al cierre de la edición, a tomar con él una copa -—ese personaje solía beber hasta el amanecer— y formular las preguntas oportunas para hacerlo hablar, y contarte, para escuchar de su boca los secretos fundamentales del oficio y de la vida.

Y él lo hacía con gusto, cómplice, generoso como si tu futuro empezase exactamente allí donde terminaba el suyo. Contagiándote el amor por el oficio, la fiebre que en su juventud tuvo, y que al hablar le afloraba todavía, pese a los desengaños, en las palabras y la sonrisa.

Y el día que, al fin, firmabas en primera página, te miraba orgulloso como un padre miraría a un hijo, o un maestro a un alumno aventajado. Sabiendo que tu triunfo también era suyo.

Ya no hay gente así en las redacciones. Ni corrector de estilo, ni viejos maestros con la clave del gran periodismo en los ojos cansados. Ni siquiera quedan apenas redacciones. Los tiempos cambiaron mucho las cosas, los periódicos de papel mueren despacio, las ediciones digitales sustituyen a los grandes rotativos que antes se apilaban en los quioscos —edición especial: Franco ha muerto— y los propietarios de medios informativos, prensa, radio y televisión, hace tiempo jubilaron a esa clase de gente.

Nadie quiere correctores de un estilo que no importa un carajo, y que, además, se consigue gratis, aunque de manera torpe e imperfecta, con los correctores informáticos. Tampoco hacen falta, ni conviene tenerlos cerca, molestos veteranos que abran los ojos a la carne de cañón barata que ahora exigen las empresas: jóvenes becarios mal pagados, pendientes de una pantalla de computador, nutridos con notas de prensa y mediante Internet, que ni siquiera duran allí lo suficiente para enseñar al joven que los sustituirá en el periodismo superficial e irresponsable, al que nuestro tiempo nos condena.

Sin nadie que el primer día de trabajo, al señalar una mesa cercana y decir «siéntate aquí, chaval» le abra generoso, desinteresado, las puertas del que en otro tiempo fue el oficio más hermoso del mundo.

Fuente: Finanzas.com

Cortesía de Leonardo Masina

Un comentario sobre “[*Opino}– Siéntate aquí, chaval / Arturo Pérez-Reverte

  1. ¡Menos mal que queda aún gente como Pérez-Reverte dando campanazos de atención sobre la mala escritura, estimulada por el twiteo (?), los SMS y los Chats¡ Y con qué sabor lo hace…

    Es un consuelo por aquello de «escribe, que algo queda».

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