Un pobre tendió la mano
a un rico, y con débil voz
le dijo: «Dame, por Dios,
una limosnita, hermano».
Aquel señor, sin piedad,
la espalda al pobre mostrando,
pronto de él se fue alejando
con visible vanidad.
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Sólo un lustro había pasado,
y el rico, gran jugador,
sufrió, por serlo, el rigor
que mala suerte le ha dado.
Trabajando con aliento,
y siempre en pos del saber,
ya era un hombre de valer
el pobre de nuestro cuento.
Y al encontrarse los dos,
pobre el rico y rico el pobre,
una moneda do cobre
aquél le pide por Dios.
