[*IBM}– Del baúl de los recuerdos: Más a la memoria de Henry Meza / Leonardo Masina

02-01-2012

Leonardo Masina

Carlos, ya que las cosas han «coincidido» así, voy a escribir algo en recuerdo del compañero y amigo Henry Meza.

Entré en IBM en abril de 1969. Entonces IBM tenía dividida Caracas en dos branches de técnicos: Urapal (en el Centro), y Mene Grande (en el Este), en el que estaba yo.

Hacia final de ese año, el departamento técnico se fusionó en un solo branch con base en Torre Capriles.

Yo prácticamente no conocía a casi nadie del branch de Urapal, y cuando uno iba a un cliente podía encontrarse a otros técnicos, también de IBM pero que uno no conocía.

Eso me pasó un día en CNC, donde yo, arreglando la 1130, vi del otro lado de la pecera —que era el cristal que separaba la computadora de la sala de perforistas— a un técnico peleando con una perforadora, y en cuanto me desocupé me acerqué a él a saludarlo, me presenté, y ése era Henry; fue ahí donde nos conocimos.

La perforadora tenía un problema raro, y con Henry me puse a averiguar qué podía estar pasando, pero en eso me llamaron porque la computadora había empezado a fallar y tuve que dejarlo.

Al rato, Henry se me acercó, para saludarme y despedirse, pues había resuelto el problema de la perforadora (recuerdo que me comentó que era un diodo que no estaba en corto pero conducía también de retorno) y tenía que ir a otro cliente.

Un día, hablando en la oficina con mi jefe Uwe Petersen, le comenté que había conocido en el cliente a un técnico, de nombre Henry Meza, que me había parecido bastante bueno. Uwe me preguntó si yo creía que ese técnico podría hacer un buen papel en la 1130, y le dije que seguramente sí.

Entonces me dijo que Henry era candidato para ir a Méjico a estudiar la 1130, y así en el verano de 1970 fue Henry a Méjico a tomar el curso básico.

Como un mes después de que se había, me dijeron que también iría yo al curso en que él estaba, pero a la segunda fase.

Un par de días antes de viajar a Méjico, Eladio Oliva —que era también técnico y amigo de Henry— me dijo que, posiblemente, en el mismo vuelo viajaría Trina, la esposa de Henry, que viajaba sola y que, como nunca había volado, tenía un poco de miedo, por lo que Eladio sugirió que, si yo podía, intentara ubicarla para ayudarla sobre todo en lo referente a la aduana. Y me dio una descripción de Trina.

Una vez en el avión, empecé a fijarme en todos las pasajeras pero no ubicaba a nadie con las descripciones que Eladio me había dado.

A mi lado se sentó una señora que en su regazo llevaba un bolso y una caja con una torta. Le dije que era mejor poner todo arriba, donde se guarda el equipaje de mano, para que ella pudiese viajar más cómodamente, y así lo hizo.

Empezamos a hablar y me comentó que la torta era para su marido, que pronto cumpliría años y era muy goloso. Y así, hablando, al rato me enteré de que la señora sentada a mi lado era justamente Trina.

Al llegar a Méjico, Henry estaba en el aeropuerto para recibir a su esposa y me pidió que, antes de ir al hotel que me habían asignado, fuese con ellos al apartotel donde estaban la mayoría de los asistentes al curso, entre ellos algunos técnicos venezolanos, a ver si tenían un apartamento disponible para mí, de modo de estar todos cerca.

En efecto, me dieron uno, y para mí fue muchísimo más cómodo ya que así aproveché de los conocimientos que de la ciudad tenían mis compañeros y, además, podíamos desplazarnos en grupo e ir todos juntos al curso.

Me tocó el apartamento justo frente al de Henry, y todas las mañanas, antes de irme, Trina me tenía preparada mi taza de café ya que, al igual que Henry, yo también era muy cafetero.

Con el tiempo y la convivencia con la 1130, mi amistad con Henry fue creciendo.

Él me contaba anécdotas de su infancia en Caracas. Vivía entonces por La Pastora y, en verano, cuando iba a pasar sus vacaciones en Chacao, su abuela le decía: “¡Ay, mijito, cuídate mucho que vas a ir tan lejos!», y eso me hizo mucha gracia.

Como dije, Henry era muy goloso y cafetero, además de que las horas de la comida nos las perdonaba. Sobre todo en Cypeca, que estaba en la Torre Phelp, que era donde pasábamos más tiempo, cuando iba a ayudarle por un problema importante, ya tenía hecha él su reserva de unas almendras recubiertas de chocolate y una jarra de café que compraba en la planta baja del edificio.

Sólo una vez lo vi arrecharse conmigo. Estábamos justamente en Cypeca y recuerdo que dijo: “Ya basta, no te aguanto más, ¡TENGO HAMBRE!», y apagó la máquina.

Lo único que pude hacer fue reírme y seguirle para ir a comer.

Otra vez recuerdo que lo habían mandado a Cumaná, a la UDO, a reparar una 1130. Ya era viernes y me comentó que ese sábado era su aniversario de boda.

Le dije que no se preocupara, que regresara a Caracas porque, aunque yo tenía ese fin de semana una boda, después de la boda iría directamente a Cumaná, cosa que hice.

Desafortunadamente para él, el día que llegó a Caracas, en la zona donde él y Trina vivían hubo un problema con la electricidad, y como ellos vivían en un piso alto de un edificio en el que no funcionaba el ascensor, no pudieron celebrar su aniversario.

Para el día de mi boda, Henry llevaba como una semana de reposo por un problema en una rodilla y no pudo asistir, pero me dijo que me quedara tranquilo porque, aunque fuese en silla de ruedas, él atendría las llamadas destinadas a mí.

Y justamente a última hora me llamaron del IVIC por un problema. Les expliqué la situación y me dijeron que no me iban a estropear el día, que ya el lunes alguien proveería.

En unos años, Henry fue nombrado Field Manager y supo crear un grupo de técnicos excelentes. Daba gusto ver lo unida y lo bien que trabajaba su zona.

Instituyó la costumbre de celebrar por Navidad una reunión en su casa. Vivía entonces en La Boyera, y a esa reunión iban sus técnicos con sus familias e invitaba a otros, entre los cuales siempre me incluía.

Los recuerdos que podría contar de Henry son todos sobre un excelente compañero y mejor persona.

[*ElPaso}– «Espejo de la Vida» / Poesías de Pedro Martín Hernández y Castillo: Parte 2-XIV

– XIV –

Te he visto tan amble en ocasiones,
que sincero en verdad me parecías;
mas pude comprender que así fingías,
halándote en periodo de elecciones.

Has hecho por tu mal que nunca crea
en cariño que nace en un instante:
yo quiero la amistad perseverante,
no al necio en quien se engendra falsa idea.