– XIII –
¿Recuerdas —un amigo me decía—
lo que lloré al dejarme aquella hermosa
que, con aire soberbio do alta diosa,
en hacerme sufrir se complacía?
Y cuando en tu amistad me consolabas,
disipando de mi alma las heridas
que sangraban amor, penas sentidas,
por desengaño vil cicatrizadas?
Pues la bella mujer que por ventura,
mi pasión despreció con despotismo,
entre otras mil, del vicio en el abismo,
para siempre cayó. ¡Triste hermosura!
