El genial escrito que sigue lo calificaría yo de “bromenserio” pues si bien es chistoso no puede ocultarse su impactante fondo social. Eso de que ya las famosas obras de la literatura clásica no tienen futuro es, cuando menos, preocupante; es una dramática prueba de cómo el celular ha cambiado nuestro mundo y nuestras vidas.
¿Cómo podría un muchacho de hoy entender a cabalidad lo que hace 40 años eran las comunicaciones? Si mi nieto se extrañó cuando por primera vez vio un teléfono de dial, ¿cómo podría entender que en 1963 esperé yo 4 horas en las oficinas centrales de la telefónica de Venezuela para poder hacer una llamada desde Caracas a Canarias, que fue poco menos que simbólica porque casi no se escuchaba nada?
¡Qué distintos habrían sido los entonces trágicos efectos de la emigración si los padres del muchacho que emigró a América hubieran podido comunicarse con él por vía de un celular en vez de tener que conformarse con, si había suerte, una carta al mes!
Al comparar la vida que yo tuve con la que tienen mis hijas me he sentido frustrado por no poder transferirles mis vivencias personales, pero ante esto se me ocurre que tal vez esa imposibilidad sea realmente un tipo de bendición.
Carlos M. Padrón
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27 de octubre de 2008
Hernán Casciari
Anoche le contaba a la niña un cuento infantil muy famoso, “Hansel y Gretel”. En el momento más tenebroso de la aventura los niños descubren que unos pájaros se han comido las estratégicas bolitas de pan para regresar a casa. Hansel y Gretel se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer. Mi hija me dice justo en ese punto: “No importa.
Que llamen al papá por el celular”.
Entonces pensé, por primera vez, que mi hija no tiene una noción de la vida que sea ajena a la telefonía inalámbrica. Al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la literatura si el teléfono celular hubiera existido siempre. Cuántas tramas habrían muerto antes de nacer, y qué fácil se hubieran solucionado los intríngulis más célebres de las grandes historias de ficción.
Piense el lector ahora mismo, en una historia clásica. Muy bien. Ahora ponga un teléfono celular en el bolsillo del protagonista. Un teléfono con cobertura, con conexión a correo electrónico y chat, con saldo para enviar mensajes de texto y con la posibilidad de realizar llamadas internacionales cuatribanda.
¿Funciona la trama como una seda ahora que los personajes pueden llamarse desde cualquier sitio, chatear, hacer videoconferencias y enviarse mensajes de texto? Nooo, no funciona un carajo.
Con un teléfono en las manos, por ejemplo, Penélope ya no espera con incertidumbre a que Ulises regrese del combate, y Caperucita alerta a la abuela a tiempo, y la llegada del leñador no es necesaria, y Tom Sawyer no se pierde en el Mississippi,…. gracias al servicio de localización de personas de Telefónica.
Un enorme porcentaje de las historias de veinte siglos atrás han tenido como principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Esas historias existieron gracias a la ausencia de telefonía celular.
Ninguna historia de amor habría sido trágica si los amantes hubieran tenido un teléfono en el bolsillo de la camisa. La historia romántica “Romeo y Julieta” basa todo su dramatismo en una incomunicación fortuita: la amante finge un suicidio, el enamorado la cree muerta y se mata, y entonces ella, al despertar, se suicida de verdad. Si Julieta hubiese tenido teléfono celular le habría escrito un mensajito de texto a Romeo en el capítulo seis:
M HGO LA MUERTA, PERO NO STOY MUERTA. NO T PRCUPES NI HGAS IDIOTCES. BSO. OK ?
Y las últimas cuarenta páginas de la obra no tendrían gollete, no se habrían escrito nunca si hubiera existido la promoción ‘Banda ancha celular’ de Movistar.
Muchas obras importantes habrían tenido que cambiar el nombre por otros más adecuados. Por ejemplo, la novela de García Márquez «Cien años de soledad» se llamaría “Cien años sin conexión” y narraría las aventuras de una familia en la quee todos tienen el mismo nick pero a nadie le funciona el Messenger (buendia23, a.buendia, aureliano_goodmorni g).
La famosa novela de James M. Cain “El cartero llama dos veces”, escrita en 1934 y llevada más tarde al cine, se llamaría “El g-mail me duplica los correos entrantes” y versaría sobre un marido cornudo que descubre (leyendo el historial de chat de su esposa) el romance de la joven adúltera con un forastero de malvivir.
En la obra “El jotapegé de Dorian Grey”, Oscar Wilde contaría la historia de un joven que se mantiene siempre lozano y sin arrugas, en virtud a un pacto con Adobe Photoshop, mientras que en la carpeta Images de su teléfono una foto de su rostro se pixela sin remedio, paulatinamente, hasta perder definición.
La bruja del clásico “Blancanieves” no consultaría todas las noches al espejo sobre ‘quién es la mujer más bella del mundo’, porque el costo por llamada del oráculo sería de 1,90€ la conexión y 0,60€ el minuto; se contentaría con preguntarlo una o dos veces al mes, y al final se cansaría.
Todo el cine romántico en el que, al final, el muchacho corre como loco por la ciudad porque su amada está a punto de tomar un avión, se soluciona hoy con un SMS de cuatro líneas.
La telefonía inalámbrica nos va a entorpecer las historias que contemos de ahora en adelante. Las hará más tristes, menos sosegadas, mucho más predecibles.
Y me pregunto, ¿no estará acaso ocurriendo lo mismo con la vida real? ¿Alguno de nosotros, alguna vez, correrá desesperado al aeropuerto para decirle a la mujer que ama que no suba a ese avión, que la vida es aquí y ahora? No. Le enviaremos un mensaje de texto. Cuatro líneas con mayúsculas. Quizá le haremos una llamada perdida, y cruzaremos los dedos para que la mujer amada no tenga su telefonito en modo vibrador.
Nuestras tramas están perdiendo el brillo porque nos hemos convertido en héroes perezosos.
Fuente: Puntadas de cuento
