26-10-2009
Estela Hernández Rodríguez
El alba nace temprano, y con ella un nuevo amanecer. Todo duerme, y en las ciudades despierta de la tranquilidad al bullicio, pero en nuestros campos la belleza y tranquilidad despiertan con el canto de los gallos y los primeros rayos del sol que se dejan ver por el Este cubano.
De esta forma resplandece el bohío, cuando la luz solar toca a su puerta y despierta al guajiro que sale a ordeñar sus vacas, como es la costumbre, para traer el alimento a su familia.
Los que estemos de visita en la campiña sabemos que nada distingue más al campesino que brindar un jarro de leche acabada de ordeñar. Para el visitante, caminar bien temprano por debajo de las matas de mango y recoger el bendito fruto, respirar el aire puro y jugar a echarle maíz a las gallinas, que también esperan su alimento, es disfrutar de esa belleza aún salpicada del rocío de la noche en la yerba que pisamos.
Entonces vemos al canario Manuel que ensilla su caballo y lo monta, luego de tomar su buchito de café.
Es la hora de dirigirse a las vegas, o al conuco donde tiene sembradas matas de plátanos, maíz y otras viandas. Allí lo esperan los bueyes a los que él mismo les ha puesto de nombre: Carretero y Venancio. Mientras, las mujeres de la casa se dedican a sus labores hogareñas y, además, dan de comer a los cerdos. Otras van detrás de la casa, al río, que a esa hora aún duerme tranquilo, a cargar el agua para llenar las tinajas.
Recopilar cada momento en ese lugar es como pintar uno de esos cuadros que muestran la campiña cubana. Y hablar de ella es pensar en los canarios y sus descendientes como fieles ejemplos de estas regiones, de su trabajo y de su constancia.
A lo lejos se divisan las casas de curar tabaco, sello distintivo de las manos laboriosas de mujeres y hombres isleños conocedores de ese ramo. Son muchos los cubanos que pueden dar fe de esas labores en algunas provincias de Cuba.
Así son nuestros campos, llenos de sorpresas naturales entre las que destacan sus amaneceres, que con el canto de los pájaros constituyen un verdadero regalo de la naturaleza que se convierte en poesía.
Estela Hernández Rodríguez
La Habana, Cuba.
