[*ElPaso}– El calendario de la discordia

10-04-2007

Carlos M. Padrón

NotaCMP.- De todas las historias que de El Paso he contado aquí y contaré, ésta es, hasta ahora, la única que he escuchado en boca de una sola persona; a nadie más le oí hablar de ella. Esto podría indicar que la historia es falsa, parcial o totalmente, o que, por lo delicado de los sucesos que describe y de la posición de una de las personas involucradas, se optó por no darle publicidad.

En todo caso, y como decía mi amigo Juancho (el de Bailando con máscaras) “Lo cuento como me lo contaron; si miento es por boca de otro”.

***

Como ya dicho, las barberías de El Paso tenían un solo sillón, un solo barbero (su dueño), y la afición de éste a hablar de política light por cuanto en plena dictadura de Franco el tema era delicado, o hasta intocable. Y también en ella se reunían varios hombres para usar los servicios del barbero o simplemente para matar el tiempo dándole a la lengua sobre diversos temas, chismes incluidos, como ya referí en Olga y el tenorio.

Uno de los indianos recién llegado de Venezuela había traído un calendario en cuya portada aparecía una dama desnuda, calendario que causó sensación en el pueblo porque, en aquellos tiempos, allí, ni en fotos públicas y menos en cine, se veía un desnudo; es más, no se veía ni siquiera un muslo, aunque fuera de pollo, pues eran los tiempos en que la dictadura y la Iglesia habían impuesto una férrea censura, y los curas se creían con autoridad y derecho a dictar normas, no sólo morales sino también sociales, y esperar que todos dijeran amén a ellas.

El cura de turno en el pueblo supo que el indiano había dejado el calendario “en consignación” en una de las barberías, para deleite de quienes la frecuentaban o de cualquier hombre del pueblo que quisiera ir a verlo, así que un buen día se presentó en esa barbería causando el consiguiente asombro ya que nunca antes había entrado en ella.

Todos hicieron un silencio respetuoso y un tanto ominoso porque tal inesperada visita no auguraba nada bueno.

El cura, después de saludar con aire desenvuelto, como si fuera un cliente habitual —pues se las daba de simpático y persuasivo—, se dirigió al barbero, con sonrisa de buenos amigos, y entre ellos tuvo lugar este diálogo:

—Entiendo que usted tiene aquí un calendario que le trajeron de Venezuela. Yo quisiera verlo.

—No, eso no es para usted—, contestó el barbero, sin siquiera mirar al cura, mientras, impertérrito, siguió manejando su navaja para afeitar al cliente sentado al momento en el sillón.

—¿Por qué no, si sé que todos aquí y muchos otros lo han visto ya, y que van a venir más a verlo?.

—Porque como el calendario no es mío ni es cosa que a usted le vaya a gustar, si yo se lo muestro usted podría o romperlo o querer llevárselo, y eso tendría resultados muy desagradables.

—¡Yo sólo quiero ver ese calendario!—, replicó de inmediato el cura, pasando de la sorna inicial al tono autoritario, pues, como cura de aquellos tiempos, no estaba acostumbrado a ser desobedecido.

Tal vez cansado por la insistencia, o irritado por el cambio de tono, y habiendo ya advertido de posibles malas consecuencias si el cura atentaba contra el calendario, el barbero, aún navaja en mano, se dirigió a un rincón de la barbería, tomó el calendario, que estaba enrollado en forma de tubo, y, sin decir palabra, se lo entregó al cura,… y siguió dado a la tarea de afeitar a su cliente.

El cura desenrolló el calendario, y a la primera ojeada palideció, luego enrojeció y de inmediato lo estrujó con claras intenciones de romperlo.

No bien había iniciado ese movimiento cuando el barbero, moviendo su mando derecha a velocidad de rayo, apoyó el filo de la navaja contra la yugular del cura mientras lo miraba fijamente a los ojos con una determinación que no dejaba lugar a dudas.

Atónito, el cura se paralizó, congeló todo movimiento y se tornó rígido y pálido como un cadáver. Luego arrojó con rabia al piso el maltrecho calendario, dio media y se fue sin decir palabra.

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