[*Opino}– El amargo sabor de la percepción del tiempo

24-12-14

Carlos M. Padrón

Como ya dije en Reflexiones sobre el TIEMPO, el tema de cómo cambia la percepción que acerca de él tiene uno durante su vida es algo que se me antoja de suma importancia, y tanto que, repito, debería ser de enseñanza obligatoria desde la Secundaria, aunque sólo sea por aquello de que «guerra avisada,…».

La explicación que al respecto da el artículo que copio abajo —eso de que el cerebro gasta más en memorizar cosas nuevas— no me satisface, pues muchas de las cosas que ahora veo pasar a enorme velocidad no las había visto yo antes. Adempás, lo que noto que pasa a gran velocidad es el tiempo en sí, no las cosas, hechos, eventos, etc. a él asociados; noto la tal velocidad la noto en trozos de tiempo, como, por ejemplo, un año, 5 años, 10 años,…

Y lo peor es que si noto que los últimos 10 años pasaron a gran velocidad, debo concluir que los 10 próximos, si es que alcanzo a vivirlos, pasarán aún más rápido. El desagradable sentimiento que eso produce podría no serlo tanto si desde mi juventud estuviera yo consciente de que eso es parte de la vejez.

Así que ahora sólo me queda aferrarme a lo que escribí cuando aún tenía yo 19 años:

El tiempo corre, se aleja,
y en su veloz transcurrir
tristes recuerdos nos deja;
trozos de la vida vieja
que se resiste a morir.

Recuerdos que al revivir
lastiman el corazón
y duelen con un dolor
que nos mueve a sonreír.

Y no podemos huir
de ese dulce padecer.
Mejor, pues, es comprender
y dentro del pasado gris
recordar como feliz
lo que feliz pudo ser.

~~~

24/12/2014

¿Por qué el tiempo pasa más deprisa a medida que nos hacemos mayores?

En la infancia, las vacaciones se hacen interminables, y la Navidad parece que dure meses. En cambio, conforme avanzan los años, los meses empiezan a pasar volando… ¿Por qué ocurre?

Neurocientíficos y psicólogos han intentado encontrar una explicación con varias teorías, de las que este miércoles se hace eco «El Correo».

Al parecer, nuestro cerebro funciona como si fuera un computador que interpreta la realidad de forma distinta según las circunstancias.

Así, cuando la información es nueva, el cerebro gasta más energía en procesarla. Prestamos más atención y registramos más detalles que cuando la experiencia es repetida, y este esfuerzo mental nos produce la sensación de que el tiempo transcurrido es mayor.

La mayoría de las experiencias nuevas se acumulan durante la niñez, adolescencia y primera juventud. Por eso, durante esos años parece que el tiempo es más largo.

Lo mismo ocurre cuando realizamos un viaje, por ejemplo. Nuestro cerebro se esfuerza por memorizar cada detalle, lo que produce la sensación de que el tiempo se dilate. Cuando las vivencias se convierten en rutina, los recuerdos se diluyen en nuestra memoria.

Fuente

[*Opino}– Reflexiones sobre EL TIEMPO

En el artículo que copio más abajo, su autora, de nombre Elena García de Guinea, habla de la percepción del tiempo.

Pero no de la que me resulta realmente preocupante, que es la que uno comienza a tener cuando, después de cumplir los 65, nos parece que algo que ocurrió hace 40 años ocurrió ayer, y que, por tanto, lo que nos queda de vida es apenas un instante, dando así validez a lo que alguien dijo al respecto: «La vida es como un rollo de papel higiénico, que cuanto menos queda más pronto se acaba».

Y si tal percepción es subjetiva, también lo es la que tenemos de jóvenes, ésa que nos hace creer que un año es una eternidad.

Ninguna de las dos es correcta, pero así como la sociedad no nos enseña desde jóvenes —desde la universidad, a más tardar— a no caer en el drogamor, tampoco nos enseña a percatarnos de lo incorrecto de esa percepción, ni a usar una que sea más objetiva.

También se dice que el tiempo es oro, en lo cual estoy totalmente de acuerdo porque creo que está claro que el tiempo es el menos renovable de los recursos que tenemos. De hecho, no es renovable en absoluto.

Sin embargo, hay muchísimas personas que no tienen escrúpulo alguno en robar el tiempo de sus semejantes, y son impuntuales, no cumplen en fecha lo que ofrecieron cumplir, van por una autopista «paseando» en su auto, contestan los e-mails —si es que los contestan— cuando les parece, etc. Ya lo dijo Jacinto Benavente:

«Mucha buena gente que sería incapaz de robarnos el dinero, nos roba sin escrúpulo alguno el tiempo que necesitamos para ganarlo«.

De forma un tanto anecdótica, la autora analiza «los periodos que se otorgan a aquello que nos divierte o resulta placentero», como «tareas pesadas y poco gratas» entre las que incluye «10 años de media que estamos ocupados en trabajar».

Veamos. Generalmente, una persona trabaja 40 años de su vida, desde los 25 a los 65 años de edad:

65 – 25 = 40.

De las 52 semanas que tiene un año hay que rebajar al menos 5 por concepto de vacaciones, puentes, otros feriados, etc. Quedan 47:

52 – 5 = 47

Como generalmente se trabajan 5 días por semana, de lunes a viernes, 47 semanas de trabajo serían 11.045 días:

47 x 5 = 11.045

Si esa cantidad de días la dividimos entre 365, obtendremos la cantidad de años realmente trabajados:

11.045 : 365 = 30,26 años

O sea, 30,26 años trabajando sin parar.

Entonces, ¿de dónde sale lo de 10 años de media, o lo de una séptima parte de nuestra vida? Tal vez sería bueno vivir 210 años.

Creo que sale de que hay mucha gente a quien el trabajo no gusta, y ¡pobre de la persona que no encuentre satisfacción en su trabajo, que no busque hacerlo cada vez mejor, y que no trate de alcanzar la excelencia en su desempeño!

Carlos M. Padrón

***oOo***

¿En qué pasamos nuestra vida?

Elena García de Guinea

El tiempo es oro, nadie lo duda. Aún más, es la dimensión específica que dicta el ritmo de nuestras existencias. Instante a instante, minuto a minuto, hora tras hora,… inexorablemente, las agujas del reloj van marcando su transcurso.

Se nos gasta, por eso es tan precioso. Alguna batalla ya le hemos ganado: nuestra esperanza de vida se ha duplicado en este último siglo, pero él aún tiene la victoria final, pues sigue siendo limitado.

Y mientras avanza, lo consumimos con desigual frecuencia en mil y una actividades que, si calculáramos el intervalo que nos lleva cada una en el cómputo total de la vida, más de uno se sorprendería.

En esas tareas, breves e indispensables, en las que consumimos sólo unos pocos minutos pero que repetimos a diario, se nos va al final una gran cantidad de tiempo.

A cepillarnos los dientes, por ejemplo, dedicamos ¡un trimestre de nuestra existencia! Y unos cuantos días más, hasta 106, invierte el organismo en función tan esencial como hacer pis.

Pero si la mayoría de estas ocupaciones se nos pasan inadvertidas, hay otras en las que empleamos un buen pedazo de nuestra vida y que, al resultarnos pesadas o poco gratas, las consumimos mirando lo lento que se mueve a veces el minutero.

¿Cuántas colas hacemos, por ejemplo? A esperar turno en la fila del mercado o del autobús destinamos casi 2 años, ¡500 días! En rellenar formularios, se sacrifican 305 soporíferas jornadas.

Por no hablar de los casi 10 años de media que estamos ocupados en trabajar, lo que supone aproximadamente una séptima parte de nuestra vida consagrada a la jornada laboral.

Tabla de tiempos

  • Estar de pie, 30 años
  • Dormir, 23 años
  • Estar sentado, 17 años
  • Caminar, 16 años
  • Trabajar, 8-9 años
  • Comer, 6-7 años
  • Soñar, 4 años
  • Transporte urbano, 3 años
  • Ver televisión, 5 años + 303 días
  • Hacer la compra, 140 días
  • Afeitarse, 140 días
  • Lavarse (hombre), 117 días
  • Lavarse (mujer), 2 años
  • Hacer el amor, 110 días
  • Peinarse, 108 días
  • Hacer pis, 106 días
  • Cepillarse los dientes, 92 días
  • Depilarse (mujer), 72 días

Si analizamos esta tabla de tiempos, es triste pensar que, frente a los 3 años que gastamos en transporte, o el año y 195 días que empleamos en quehaceres como cocinar, los periodos que se otorgan a aquello que nos divierte o resulta placentero se quedan en una insignificancia.

Para disfrutar de la lectura sólo contabilizamos una media de 250 días; con aún más breve lapso, 110 días, contamos en la vida para hacer el amor.

Nos resta el consuelo de que, si el tiempo es oro, también es relativo, y su percepción ha variado en su transcurso.

En épocas pasadas en las que la existencia estaba marcada por la naturaleza, se tenía una noción cíclica del tiempo. Según Alvin Toffler en su libro «La tercera ola», no existían unidades temporales fijas —horas, años— sino la conciencia de fragmentos indefinidos que equivalían al intervalo necesario para realizar cierta tarea (ordeñar una vaca, recoger una cosecha,…).

Fuente: Microsiervos

Cortesía de Leonardo Masina