[*Opino}– La pérdida del deseo en los hombres

30-12-14

Carlos M. Padrón

No creo que, según dice el artículo que copio abajo, la liberación sexual de la mujer sea el motivo de esto.

Al contrario: gracias a esa liberación, ya en las mujeres no hay hacia el sexo el tabú, el puritanismo, la pacatería e hipocresía que antes había y, sobre todo, el vergonzoso débito conyugal.

Para mí, el motivo principal de la supuesta pérdida de deseo del hombre es la pérdida de feminidad de la mujer, que nada tiene que ver con la liberación sexual, pero sí con la feminidad, pues las feministas que he conocido son poco femeninas.

En muchos casos, la pérdida de feminidad se debe a eso, a que la mujer ha adoptado modelos proclamados por el feminismo, a que trata de machista al hombre por cualquier cosa que él haga y que a ella no le guste, y a que exhibe rasgos de su carácter que, según se dice en Venezuela, «le enfrían el guarapo a cualquiera» (= le anulan las ganas o el deseo, lo desaniman), como aspereza al hablar (por ejemplo, estilo castizo vs. estilo hispanoamericano), ausencia de cariño en la palabra y en la acción, actitud desafiante, tono altanero, búsqueda de la confrontación, preguntar de forma tal que la pregunta es una acusación,…

Ante una mujer así, se entiende que un hombre pierda las ganas, o sea, «se le enfríe el guarapo».

Además, la mujer tolera muy mal el rechazo, y si ella se insinúa —sobre todo si lo hace de forma insípida, puritana, poco explícita, etc., o, por el contrario, de forma seca y agresiva— y él, cansado ya de tener que adivinar, o de tanta falta de feminidad, no responde como ella espera, ahí nace un problema.

Espero tener razón, y que esa pérdida de deseo no se deba a lo que un médico me dijo hace poco («Antes el semen tenía 50 millones de espermatozoides, y ahora tiene 20 millones». ¿Declive de la virilidad?), a lo que dijo la Thatcher («En cuanto se concede a la mujer la igualdad con el hombre, se vuelve superior a él»), que es, pero en otros palabras, lo que decía mi padre («Si se le da la oportunidad, toda mujer se encarama«). ¿Es que vamos hacia un mundo de varones domados? ¿Se debe a esto el aumento de la homosexualidad?.

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26/12/2014

Beatriz G. Portalatín

Cuando a los hombres les faltan las ganas

Los viejos mitos siguen sonando con fuerza: los hombres siempre tienen ganas, siempre están dispuestos y siempre son ellos los que empiezan seduciendo.

Sin embargo, según avanzan las investigaciones científicas, a la par que la propia realidad, estas ideas empiezan a desplomarse con fuerza. El bajo deseo sexual es una disfunción que afecta tanto a hombres como a mujeres, a pesar de que sean ellas quienes tengan la fama.

Según diferentes estudios, la prevalencia europea de esta alteración en mujeres es de un 30%. En hombres, según datos generales —no europeos—, está entre un 5% y un 15%. El bajo deseo sexual en varones existe, y cada vez más.

Una investigación, publicada en 2013 en la revista científica ‘The Journal Sexual of Medicine’, mostraba resultados llamativos. Tras preguntar por internet a más de 5.000 hombres heterosexuales de tres países (Portugal, Croacia y Noruega), se confirmaba cómo después del estrés y del cansancio, los problemas de pareja eran la causa más frecuente detrás del bajo deseo.

Sin embargo, los especialistas destacan otro motivo, y para ellos de los más importantes, que se vincula con la falta de deseo en los hombres, y que es el cambio en la posición de la mujer en cuanto al sexo. Hace años la mujer en las relaciones sexuales se comportaba como un sujeto pasivo, ahora las cosas han cambiado, y mucho, lo que influye directamente en el comportamiento del hombre.

Cuando antes la mujer estaba sexualmente al servicio del hombre, éste no sentía la necesidad de estar a la altura. Sin embargo, y desde hace décadas, desde que la mujer reivindicó su propio placer y satisfacción, el hombre tiene miedo de no estar a la altura. Se preocupa de hacerla disfrutar. Esto es, para los hombres no se trata sólo de disfrutar ellos sino de hacer disfrutar a ellas.

Se trata de una inhibición psicológica o de deseo. Es decir, se trata de estar sólo ante al peligro, lo que se produce como consecuencia del desarrollo sexual de la mujer. Cuando el hombre ve en la mujer que le gusta mucho, que además aparenta ser una mujer segura y cuando la considera muy atractiva, en este caso, mayor será aún su síndrome de miedo al desempeño.

Mala adaptación a los cambios

Los factores que pueden desencadenar esta disfunción son varios: estrés, depresión, problemas de tipo hormonal o incluso como causa desencadenada de la disfunción eréctil (DE), trastorno que afecta en España a más de dos millones de hombres. El bajo deseo sexual en varones suele aumentar con la edad, y con frecuencia acompaña también a otros trastornos sexuales.

Los hombres con disfunción eréctil pueden experimentar pérdida de la libido como consecuencia secundaria. Pero esto, generalmente, se determina a partir de una historia sexual detallada, incluyendo la cronología de la enfermedad. Sin embargo, la mayoría de los pacientes que se quejan de impotencia no se quejan de la disminución de la libido o del deseo sexual. Es por ello que los factores psicológicos toman un papel muy destacado. Y, de nuevo, el cambio social de las mujeres tiene mucho que ver.

El cambio sustantivo de esta dificultad sexual masculina aparece como consecuencia de una mala adaptación al cambio en el rol sexual femenino que tuvo lugar en la llamada revolución sexual femenina. La mujer pasa de vivir el sexo como una fuente de recompensa o castigo a la pareja, como una manera de cumplir con sus obligaciones, a descubrir la sexualidad como un derecho propio.

La mujer desea, por supuesto, pero es que, además, ahora se lo puede permitir, y si le apetece ya no tiene por qué esperar sentada a que él dé el paso. Estos cambios, a todas luces positivos, le han supuesto a muchos hombres un reto de adaptación. Por eso, y tal como se comentaba en este periódico hace casi dos años: «Los hombres necesitan hacer su propia revolución sexual».

Pero también puede incluso suceder lo contrario: el tener que tomar siempre la iniciativa puede ser motivo de cansancio. Ellos también quieren ser deseados y que se les busque.

Otro de los peligros de esta disfunción es la similitud entre las personas. Hay parejas que son tan parecidas y hacen cosas tan similares, que pierden la empatía y la atracción sexual, y, por ende, el deseo hacia el otro.

Un factor relevante es también la repercusión de la disfunción. Se vive mucho peor que el hombre tenga este problema que no que lo tenga la mujer. Y esto corresponde, de nuevo, a la mala adaptación de los cambios sociales. Se sigue teniendo la idea de que el hombre siempre está dispuesto, y, si no es así, es porque no hay atracción, sin contemplar otros factores externos que muchas veces son determinantes.

Cada vez son más las parejas que acuden a consulta por problemas relacionados con el deseo de él. Muchas veces, el motivo principal de consulta es una disfunción eréctil, pero, al profundizar, se descubre que lo que sucede en realidad es que él se fuerza a tener sexo sin tener ganas, y eso, al final, acaba por pasar factura.

Es importante tomar una actitud activa en el problema y no sentirlo como el mayor de los problemas. Es una disfunción que se puede tratar. Además, muchas veces el bajo deseo sexual se remedia con la actividad compartida. Por ello, es importante, trabajar fantasías y estimulaciones eróticas, y dedicar tiempo a recuperar la atracción erótica y el placer compartido.

Fuente

[*Drog}– Reglas clave para vivir en pareja

18-05-14

Carlos M. Padrón

Buena parte de lo que he publicado en la sección Drogamor habla de las reglas que menciona el artículo que copio abajo, reglas todas ellas acertadas y muy saludables.

Entre las observaciones hechas en ese artículo se me ocurre destacar las que se refieren a los «pecados» más frecuentes, como

  • Creer que si hay verdadero amor, los miembros de la pareja no pueden vivir el uno sin el otro. Eso es necesidad y dependencia, no amor.
  • El que las películas, novelas, canciones, etc. nos venden el enamoramiento y el amor romántico —o sea, el drogamor— como camino a seguir. Ya dije, y repito, que eso es más pornográfico que lo que se tiene por porno. Por ejemplo, la película «Pretty girl» es pornografía pura; algo que debería usarse para ilustrar lo que es preprar el desastre de una relación, lo que NO debe hacerse.

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05/05/2014

Carlota Fominaya

Tres reglas básicas (pero muy básicas) para estar en pareja

Con una buena base de pareja, lo que construyamos será sólido y, si es necesario hacer modificaciones en el futuro, podremos realizarlas sin que tiemblen los cimientos de nuestra afectividad.

Pero para ello es necesario tener muy claras tres pautas básicas para entender la efectividad. Son muy obvias, pero demasiado a menudo nosotros nos encontramos en consulta con personas que las obvian.

Una pasa por entender que el propio bienestar o felicidad dependen de uno mismo, no de segundos, ni terceros, o cuartos.

Otra, que el objetivo de estar en pareja es el bienestar afectivo de los dos, no sólo de la otra persona, y

Tercera y última, que el amor no tiene nada que ver con el sufrimiento y el dolor.

Regla número 1. El propio bienestar o felicidad dependen de uno mismo.

Esta regla permite romper con la lacra de la dependencia emocional, según la cual sólo se puede ser feliz en función de que alguien nos ame. Uno de los «tufillos» que todavía colean del amor romántico es la idea, muy arraigada, de que uno no puede vivir sin el otro.

Películas, novelas, canciones, etc., nos inoculan a diario esta actitud inmadura condimentada con unas gotas de masoquismo. Hoy en día todavía muchas personas lo denominan «amor verdadero», cuando en realidad se trata de una conducta que se encuentra a punto de superar el límite de lo patológico o que incluso ya lo ha rebasado».

Las pautas esenciales que esta psicóloga nos ofrece para sintetizar esta regla son las siguientes:

  • No dejar en manos de otra persona la decisión de lo que a uno le hace feliz.
  • No cargar con la responsabilidad de tener que decidir sobre la felicidad de otro.
  • Yo estoy bien. Tú estás bien. Estamos bien… y juntos.

Regla número 2. El objetivo de estar en pareja es el bienestar afectivo de ambos.

Demasiado evidente, ¿verdad? Podría serlo, pero hay que profundizar en ello porque otra de las señales que encuentran los psicólogos es que la mayoría de la gente que inicia una relación en pareja tiene el objetivo prioritario, probablemente inconsciente, de irse a vivir juntos.

A veces parece la consecuencia de una improvisación sobre la base de «primero nos vamos a vivir juntos y luego… ya veremos», que de un proyecto analizado, planificado, y consensuado entre los dos. La gente debe saber que vivir juntos no es indicativo de estabilidad emocional ni de calidad en la relación. La convivencia no necesita de urgencia, sino de intimidad psicológica y compatibilidad.

Por todo esto, antes de irnos a vivir con una pareja conviene hacer lo siguiente:

  • Darse tiempo para conocerse más a fondo.
  • Saber si somos compatibles en la convivencia.
  • Saber qué lugar ocupan las familias de origen, los ex, los amigos, las aficiones o el trabajo en su nueva vida.
  • Trazar proyectos comunes o metas consensuadas.

En esta segunda regla, un segundo objetivo que se encuentra entre las parejas es el de querer tener hijos. ¿Cuántos niños son el producto de un intento de recomponer una relación deteriorada o finiquitada entre los padres? ¿Nos tomamos el tiempo necesario para arreglar una relación afectiva antes de vernos involucrados en compartir la responsabilidad de traer a alguien a este mundo, y educarlo para que sea feliz? ¿O más bien pensamos, «como estamos juntos, ya toca tener hijos en algún momento»? Conviene más bien reflexionar sobre si la calidad afectiva no existe, mediante el planteamiento, en voz alta, de las siguientes preguntas: «¿Qué contexto estamos preparando para todos los hijos? ¿el de la inevitable separación? ¿el de la gélida convivencia?.

Éstas serían las pautas esenciales para sintetizar esta regla:

  • Para que exista una intimidad afectiva de calidad debe haber un espacio de bienestar en el que cada uno se encargue de su propia felicidad.
  • Ambos miembros de la pareja han de saber pronunciarse mutuamente acerca de experiencias felices.

En este contexto, los objetivos que se propongan podrán desarrollarse con las ventajas del terreno fértil en el que cualquier cosa que se plante crecerá fuerte.

Regla número 3: El amor no tiene nada que ver con el sufrimiento y el dolor.

Esto lo tenemos que borrar de nuestro cerebro; no juguemos con fuego. No hay que confundir el dolor sano producido por la introducción de cambios saludables en nuestras vidas, con el dolor provocado por un daño inesperado, intencionado, y destructivo que es, precisamente, lo antagónico de lo que debe producir una relación amorosa.

Éstas son las pautas esenciales que ella aconseja para sintetizar esta regla:

  • La aparición del dolor nos está indicando que es el momento de hacer cambios.
  • Los cambios pueden ser de lugar, persona o pensamiento. No estar atentos a esta señal y continuar haciendo lo mismo de igual manera trae consigo el sufrimiento y la aparición de heridas profundas que, cuando sean atendidas, necesitarán con probabilidad una intervención profesional.

La buena noticia es que tiene tratamiento y que se puede curar. Simplemente, hay que escucharlo.

Fuente, del libro «Amor del bueno».

[*Opino}– Acerca de divorcios o rupturas de parejas

03-11-13

Carlos M. Padrón

Parodiando el comienzo del artículo que copio abajo, digo que lo poco que yo sé del matrimonio lo sé por experiencia propia y por los muchos años de observación de lo ocurrido en/a otras parejas.

En base a ese conocimiento me atrevo a decir que en la lista de los factores que en el artículo que sigue se dan como predictores de un fracaso conyugal faltan dos:

1. No ganarse el respeto del otro

2. No ser merecedor de la confianza del otro

Y la clase de respeto y de confianza a que me refiero no es la que la mayoría de lentores supondrá, sino la explicada en el post Bases de la Pareja.

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02/11/2013

Beatriz G. Portalatín

¿Hasta que la muerte nos separe?

«Lo poco que conozco del matrimonio procede de lo mucho que sé del divorcio», dijo en alguna ocasión el conocido productor de cine estadounidense David Brown.

Por mucho que pasen los años, y la cultura se extienda abriéndose a otras alternativas de ver y sentir la vida en pareja, aún no se ha conseguido una fórmula mágica que augure para siempre la felicidad o perdurabilidad de un matrimonio.

Sin embargo, existen algunos factores predictores que, aunque nunca con total seguridad, pueden anunciarlo.

Por ejemplo, desde el año 2007, en España se ha producido un descenso de matrimonios y divorcios del 21% y 17% respectivamentem y un claro porqué de estos datos es la difícil situación de crisis que atravesamos en los últimos tiempos.

Pero, sin duda, para que un matrimonio ponga el cartel de fin, hay otros muchos culpables.

Factores que llevan al fracaso

Según un informe de la Asociación Americana de Psicología (APA), refiriendo a datos del Centro Nacional de Estadísticas Sanitarias de EEUU, los factores predictores que pueden anunciar un fracaso conyugal son los siguientes:

  • el origen sociocultural,
  • el nivel educativo,
  • la edad a la que se contrae matrimonio,
  • el momento en que se decide ser padre, o
  • la existencia de problemas económicos.

«El matrimonio es un tercero que ambos miembros tienen en común, y necesita del continuo cuidado de ambos. Además, tiene su propio ciclo vital (las diferentes etapas por las que pasa el matrimonio que son diferentes según las necesidades del momento), que se tiene que ajustar al ciclo vital propio e individual de cada miembro de la pareja»,

asegura Eduardo Torres, director de la Unidad de Familia del centro psicológico ‘Instituto Centta’ de Madrid.

Por tanto, la pareja debe ir adaptándose a cada etapa y entender los cambios que cada una demanda, si no surgirán problemas.

Los conflictos que pueden aparecer dentro de una pareja como consecuencia de la diferencia sociocultural o educativa afectan al esqueleto de la pareja. Esto es, los problemas pueden venir cuando el concepto de marido y de mujer que tienen ambos miembros es diferente. Por ejemplo, «hay culturas muy machistas, y el machismo suele estar asociado a un nivel educativo bajo».

Según el especialista, al formarse la pareja hay un reparto de poder que se espera equilibrado, pero si un miembro de los dos toma el rol de dominante, pueden surgir problemas.

Cuando los problemas de pareja son estructurales, lo normal es que se acabe rompiendo. Pero esto no quiere decir que, por ser de un nivel educativo diferente o de dos culturas distintas, no pueda fundarse un matrimonio, aunque las exigencias comunicativas, negociaciones o renuncias a nuestros esquemas mentales son mucho mayores ya que serán mucho mayores nuestros choques o conflictos.

Por otro lado, hay que tener en cuenta también la edad en la que se hayan dado el ‘sí quiero’.

En caso de hacerlo muy jóvenes, el ciclo vital individual entra en conflicto con el ciclo vital de la pareja, ya que el objetivo de una persona joven (aprender, encontrar un trabajo, conocer gente) dista mucho de las necesidades de un matrimonio, como la crianza de los hijos. Si ambas chocan pueden generar problemas.

Otro de los factores son las cuestiones económicas, ya sea por escasez o incluso en las diferencias que puedan surgir a la hora de manejar la economía matrimonial.

La crisis es un agente contextual muy poderoso que obliga a todas las parejas a adaptarse, y afecta de forma directa a la manera de relacionarse.

Además de ser uno de los factores que está retrasando la edad de contraer matrimonio, conmoviendo de esta forma al ciclo vital, también afecta a la estructura.

Si hay problemas económicos, el matrimonio tiene que volcarse en solucionarlos de cara a establecer un proyecto común, y eso conlleva ciertos sacrificios: horas extras, modificar expectativas, ahorrar, etc.

Comunicación, proyectos y sexo

Pero, pese a todos estos factores, cada pareja es un mundo, y hay matrimonios que duran hasta que la muerte los separe, y otros que, más tarde o más temprano, pondrán su punto final.

En terapia te das cuenta de qué parejas con todo en contra salen adelante, y qué parejas con todo a favor, no. Realmente, no existen recomendaciones para un matrimonio perfecto, pero sí claves para tener una buena salud marital.

Las relaciones sexuales, y todo lo que ellas conllevan, son indispensables dentro de la pareja. Entender una sexualidad amplia, jugar, romper con la monotonía y entender que cada etapa, también en el sexo, es diferente.

También puede ser tanto un síntoma como una causa. Por eso es importante la comunicación entre ambos, que es lo fundamental de todo.

La transparencia, el no evitar los conflictos, hablar, aunque a veces sea doloroso, y resolverlos. Toda discusión que no se cierre, se guarda y sirve de metralla para el siguiente encontronazo.

El conflicto es lo normal, el conflicto es sano, la discusión es el camino para crecer y avanzar, y mostrar opinión o emociones, es lo que garantiza que estoy en un matrimonio donde puedo expresar lo que pienso y lo que siento. Pero igual de importante es discutir como resolver el problema.

Y, por último, tener un proyecto de vida en común. Un proyecto vital en pareja, aunque en éste haya algunos desencuentros, tiene más posibilidades de alcanzar éxito.

Además, esto es sinónimo de pertenencia, de sentirte partícipe en lo que los dos tenemos, y hace que mantengas la ilusión y las ganas de compartir tus esfuerzos para conseguirlo.

Fuente

[*Drog}– Mentiras que causa el drogamor

27-09-13

Según el artículo que copio abajo, pareciera que el malo (que no cambia), o la víctima, es siempre el hombre.

Pero ¿y qué pasa con las mujeres, ésas a las que va dirigido el libro que el tal artículo promociona? ¿son ellas criaturas santas, inofensivas, inocentes e incapaces de matar una mosca?

No, no lo son. Así que, los comentarios que siguen los hago desde el lado de los hombres.

El drogamor hace que una persona crea en utopías, como ésa del cambio. Y quienes se aferran a esas creencias son, generalmente, quienes no quieren ir a terapia,… porque eso es para locos, dicen.

Lo de continuar abrazado al drogamor para impedir que la siguiente pareja (¿víctima?) que ella consiga disfrute de ese cambio —que, repito, nunca ocurrirá— suena a sentimiento 100% negativo, a arrebato de celos, a estupidez y a masoquismo.

Y es cierto: pensar que nunca jamás encontraré a nadie como ella es, una vez que uno ha logrado zafarse del drogamor, un motivo de alivio, de alegría, de aumento de la autoestima, de un renacer… o de escalofrío, pues eso es lo que se siente al pensar qué habría sido de uno de haber caído en la trampa de continuar —o, peor aún, de formalizar— aquella relación.

Aunque el artículo que sigue es del pasado 12/08, lo comento hoy porque el 27/09 es fecha aniversario de cuando logré zafarme del último episodio de drogamor en que quedé enganchado.

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12/08/2013

C. F. Carlota Fominaya

Las tres grandes mentiras del enganche emocional

Nos obsesionamos con el otro y nos humillamos hasta el extremo.

«No somos capaces de cortar una relación, aún cuando sabemos que es totalmente necesario hacerlo, y llevamos ya derramadas demasiadas lágrimas. Nuestra adicción nos genera una necesidad desmesurada e irracional del otro, que nos lleva a mantener esa relación a cualquier precio, aunque estemos sufriendo sin mesura. Nos obsesionamos con el otro, y nos humillamos hasta el extremo, a cambio de un poco de falsa ternura…».

Cuando la psicóloga, especializada en autoestima y dependencia emocional, Silvia Congost, habla de enganche emocional, no sólo habla desde su perspectiva profesional, sino también desde la personal.

Ella misma pasó por una historia de enganche que, una vez superada, le llevó a escribir “Cuando amar demasiado es depender”, un manual práctico, claro, fácil de leer y comprender, basado en los cientos de casos de personas a las que ha ayudado a recuperar su vida.

En sus páginas encontramos las tres grandes mentiras que en casi todos los casos se convierten en el principal alimento del enganche emocional. Son las siguientes:

1) Creer que va a cambiar

Si con todo el tiempo que ha pasado, ya desde el principio ha sido así, ¿por qué mantenemos esa creencia irracional?

«Es evidente que no va a dejar de ser como es, por mucho que en momentos de arrepentimiento jure y perjure que cambiará. En realidad, a no ser que viéramos que pide ayuda psicológica por sí mismo, sin que nadie se lo diga, podemos asegurar que no tiene ningún interés en cambiar. Y digo bien, ¡Ninguno!».

2. Pensar que cambiará, y que su siguiente pareja disfrutará esa transformación

Esta creencia también tiene una parte sorprendente.

Pensamos que todo el esfuerzo, la lucha y el sufrimiento que hemos vivido para conseguir que él cambie, todo lo que hemos tolerado, lo que le hemos ayudado… el hecho de haberle mantenido incluso, algún día servirá para algo. Queremos creer que llegado el momento nos lo agradecerá y nos recompensará por todo.

Esta creencia es, como la anterior, absolutamente ridícula. Cuando esté con la siguiente, reproducirá fielmente la misma relación que teníamos con él. A no ser, claro que encuentre a una mujer con una buena autoestima e independiente que, a la primera conducta extraña que vea, le diga que no le quiere ver nunca más.

3. Pensar que nunca jamás encontraré a nadie como él

Esto, en realidad, debería ser un motivo de alegría. El gran objetivo debería ser, precisamente, no encontrar a otra persona igual.

Para ello, Congost recomienda que cada día repasemos la lista de razones por las que sufrimos. Entonces quizá llegue un momento en el pensemos que mejor no encontrar a otro que sea así, y que lo bueno que tiene, lo que nos engancha, tampoco es tan difícil de encontrar.

Fuente: ABC

[*Opino}– Primero, tu pareja

De nuevo, alguien aporta una reflexión en la misma línea de lo escrito por el padre Ricardo Búlmez, y yo me hago eco de ella para recordar que son en particular las que llamo «madres bioanimales» las que colocan a sus hijos antes que a su pareja; en realidad, antes que a todo en el mundo.

Es bueno que se recalque a qué se exponen al practicar esa conducta, pero me temo que las en el artículo llamadas «Tres sencillas reglas» no les resultarán nada sencillas a estas madres.

Es reconfortante ver que tanto acerca de esto como acerca del drogamor se alzan, cada vez con más frecuencia, voces de alerta. Yo aporto mi granito de arena dándoles espacio en este blog.

Carlos M. Padrón

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07-09-2009

Primero, tu pareja

Un día acudí a una clase con mi novia Norma. No recuerdo mucho del tema de la clase, pero lo que sí recuerdo bien es la dinámica con que se realizó.

Nos sentamos todos formando un círculo en el que había más sillas que alumnos, y nos pidieron a Norma y a mí que nos sentáramos juntos en un punto del círculo en el que teníamos sillas vacías a ambos lados.
La instructora dijo:

—Supongamos que Juan y Norma acaban de casarse. Han construido su hogar y establecido sus normas; son felices. Con el tiempo viene el primer hijo.

Entonces la instructora llamó a uno de los jóvenes y le pidió que se sentara entre nosotros.

—Norma y Juan le dan la bienvenida a su hogar. Y viene entonces el segundo hijo.

Y pidió a otro de los jóvenes que se sentara al lado de su «hermano», entre nosotros.

—La familia va creciendo, Norma y Juan son muy buenos padres y literalmente dedican su vida a ello.
En la dinámica tuvimos tres o cuatro hijos más, y en cada ocasión la instructora pidió a alguno de los jóvenes o jovencitas que se sentara en medio de nosotros.

—El tiempo pasa—, continuó la instructora— y llega el día en que los hijos hacen su propia vida. Primero, Julio, el mayor, se casa y forma su propio hogar.

«Nuestro primer hijo» se levantó y ocupó su nuevo lugar, lejos de nosotros, y así sucesivamente todos los demás «hijos». Cuando todos ellos terminaron de irse, la instructora hizo una pausa y dijo:

—Ahora miren la distancia que existe entre Juan y Norma.

Efectivamente, había entre nosotros una distancia de 4 ó 5 sillas vacías. Y la instructora continuó:

—¿Qué pudo haber causado ese hueco enorme? Juan y Norma han cometido un gran error: han permitido que sus hijos se interpongan entre ellos, y por eso están ahora de nuevo solos; si acaso, tendrán que empezar a conocerse.

La instructora nos explicó el error de darlo todo por nuestros hijos. Explicó que la base del fundamento del hogar no son los hijos, sino la pareja, y que ésta debe permanecer unida contra viento y marea.

De hecho, el mejor regalo que se puede dar a los hijos es saber que sus padres se aman y que permanecerán unidos, y así los hijos aprenderán a amar en función de cómo se aman sus padres.

Si los padres no salen juntos, no se siguen cortejando, no se hablan con ‘tiernos acentos’ y no se comunican entre ellos de manera frecuente y especial, es escasa la probabilidad de tener hijos espiritual y emocionalmente estables. Y cuando ellos partan de casa, nosotros, los padres, nos encontraremos incomunicados.

No es egoísmo, por el contrario, es un seguro de vida para nuestros hijos y para nosotros mismos.

Primero, la pareja

Son los hijos los que deberán acomodarse. La vida familiar no tendrá que girar en torno a ellos, sino en torno a los padres.

Tengamos el valor de decir «Primero mi pareja» o, de lo contrario, irnos preparando para, muy posiblemente, pasar una vejez solitaria por no haber aprovechado la oportunidad que tuvimos para construir una vida en pareja.

Sigue estas tres sencillas reglas y tendrás éxito:

1. Soltero/a: Primero tus padres.

2. Casado/a: Primero tu pareja; en segundo lugar, tus padres.

3. Casado/a y con hijos: Primero tu pareja; en segundo lugar, tus hijos; en tercer lugar, tus padres.

SI CAMBIAS EL ORDEN EN CUALQUIERA DE LOS PUNTOS PROBABLEMENTE TENDRÁS UNA VEJEZ SOLITARIA.

P.D.: El respeto es lo más importante en una relación; si se pierde el respeto, aunque haya afecto se termina la relación.
No olvidemos conquistar a nuestra pareja día a día.

Cualquiera.com

Cortesía de Silvia Navarro.