[LE}– Origen de dichos y expresiones: María Sarmiento, que se fue a cagar y se la llevó el viento

15/10/2014

Mónica Arrizabalaga

Como la protagonista del cuento se llamaban también la nodriza de Felipe II, una de las meninas de Velázquez, y una dama gallega que tiene una calle en su honor en Viveiro.

«¿Os cuento un cuento?» «Sí», responden los niños que callan durante unos instantes para escuchar con expectación el relato. Pocos se pueden sustraer a la curiosidad que despierta una historia. «¿Cuál?», preguntan impacientes. «El cuento de María Sarmiento, que se fue a cagar y se la llevó el viento».

Tras unos instantes de espera, incrédulos aún, estallan en carcajadas… o en protestas: «¿Y ya? Venga, hombre». Entonces el narrador a veces continúa: «Cagó tres peloticas: una pa Juan, otra pa Pedro, y otra pal que hable primero», según la versión popular que recoge la Fundación Jiménez Díaz.

A quién no le han tomado el pelo alguna vez con el cuento de María Sarmiento, es el más breve y conocido de la tradición hispánica al que, como tal, no le falta su aderezo escatológico. Nada describe el relato de quién o de cómo era esa desgraciada mujer a la que el viento se llevó en tal trance. ¿Se inspiró la broma en una María Sarmiento real?

Luis Cejador dice en su «Fraseología» que antiguamente Mari-Sarmiento era sinónimo de «mujer delgada, flaca y seca como un sarmiento». Tal vez sea sólo un personaje proverbial, que rima con cuento, o un nombre genérico como Marimacho, señala José María Iribarren. El autor de «El porqué de los dichos» dice, sin embargo, que sí existió al menos una María Sarmiento célebre en la historia de España.

Así se llamaba una mujer natural del Valle del Pas (Cantabria), que fue la nodriza de Felipe II. Como tal asistió el 05 de junio de 1527 al bautizo del futuro Rey en la iglesia de San Pablo de Valladolid, una ceremonia que se recuerda por una curiosa anécdota.

Según la tradición, el recién nacido debía ser bautizado en la iglesia más cercana, que en este caso era la de San Andrés, pero la Familia Real quería que la ceremonia se oficiara en la de San Pablo. El problema se resolvió rompiendo una de las rejas de una ventana y sacando al bebé por ahí.

Los Reyes y el resto de la comitiva salieron del Palacio de Pimentel, donde había nacido el príncipe, por un pasadizo de madera adornado con flores y caminaron después hasta la iglesia de San Pablo.

En el cortejo figuraba su ama de leche, que, según una relación manuscrita desconocida que recoge José M. March en «Niñez y juventud», era entonces viuda y vivía en la aldea de Mojados.

«Aunque el anónimo cronista flamenco da el nombre de María a esta nodriza, es probable que se trate de un error, pues en los Archivos de Simancas figura cierta “doña Beatriz Sarmiento, Ama del Príncipe don Felipe nuestro señor” a la que el 21 de enero de 1528 concedía Carlos V la merced de que no se cobrara derecho alguno sobre el juro de 100.000 mrs de por vida que se le había otorgado», según señala José Luis Gonzalo Sánchez-Molero en su tesis sobre «El Erasmismo y la educación de Felipe II (1527-1557) .

«La latina gallega» y la menina

En el mismo siglo vivió otra María Sarmiento, esposa del capitán general de Filipinas, Gómez Pérez das Mariñas. María Sarmiento de Ribadeneira, «la latina gallega», legó sus bienes para la creación de una escuela de gramática en Viveiro. Una calle recuerda en esta localidad de Lugo a esta acaudalada dama del siglo XVI que creó uno de los primeros colegios seglares en 1597.

En Palencia se recuerda a otra María Sarmiento, quien junto a su esposo, García López de Ayala, construyó la parte principal del actual castillo de Ampudia (1461-88), y litigó años después con su hijo por el señorío.

Otra María, aunque también Agustina, Sarmiento fue retratada en 1656 por Diego Velázquez en «Las Meninas». María Agustina Sarmiento de Sotomayor, hija del Conde de Salvatierra, ofrece una bebida a la infanta Margarita en el célebre cuadro que se pintó en el Cuarto del Príncipe del Alcázar de Madrid. Se sabe que estuvo casada con Juan Domingo Rodríguez de Arellano, conde de Aguilar, y tras la muerte de éste en 1668 con Diego Felipe Zapata, conde de Barajas.

El nombre de María Sarmiento ha acompañado a mujeres de todos los tiempos, y basta buscar en Google para ver que aún hoy a más de una le repetirán el dicho. «María Sarmiento» es también una divertida comedia de Ernesto Caballero dedicada a Federico García Lorca que se estrenó en 1998.

La entrevista de Tip y Coll a María Sarmiento

ABC publicaba en 1989 una divertida «entrevista con María Sarmiento» de los hoy ya fallecidos Luis Sánchez Pollack «Tip» y José Luis Coll: «Sorprendemos a doña María en cuclillas, leyendo una novela. Nos acercamos a ella como podemos, tratando de conservar la serenidad.

-Doña María… (Hay una pausa)

-Señora Sarmiento…

Ella se vuelve abochornada y, haciendo un extraño ademán, al tiempo que arranca una hoja de la novela, tras otra pausa, nos dice:

-Esperen. Enseguida les atiendo; es cuestión de minutos.

Esperamos, y, efectivamente, a los pocos minutos se levanta, con esa dulzura y esa expresión de placidez en el rostro de quien acaba de cumplir con su deber.

—Señora Sarmiento, ¿cómo fue dedicarse a esto?

—Desde pequeña. Apenas recién nacida. Al principio mis padres me regañaban. Eran muy duros conmigo.

—Vemos que es usted aficionada a la literatura. ¿Cuál es su novela preferida?

—«Lo que el viento se llevó»

—¿Por qué?

—Porque es la historia de mi vida.

—¿Qué consejo daría usted a la juventud?

—Paciencia, mucha paciencia, porque hay que obrar1 con calma. No olviden que obras son amores, y que el amor todo lo puede.

Vemos que se le llenan los ojos de lágrimas, se pone pálida, luego se sonroja, y vuelve a su primitiva posición.

—Disculpen —nos dice—. Hoy estoy tremenda.

Y nos despedimos de ella, de esta famosa doña María, doña María Sarmiento que, aunque parezca leyenda, un día se la llevó el viento».

Fuente

(1) NotaCMP.- ‘Obrar’ es un eufemismo para evitar decir ‘cagar’.

[LE}– Origen de dichos y expresiones: Escribir más que El Tostado

14/10/2014

Mónica Arrizabalaga

Parece imposible que alguien pudiera saber y escribir tanto como demostró Alonso de Madrigal, un prodigio de sabiduría del siglo XV.

«Es muy cierto que escribió, para cada día tres pliegos, en los días que vivió; su doctrina así alumbró, que hace ver a los ciegos», reza el epitafio de Alonso Fernández «El Tostado», el eclesiástico español del siglo XV al que se le recuerda en el dicho «escribir más que el Tostado».

Si el epitafio no exagera, El Tostado llegó a redactar unos 53.880 pliegos, según el recuento que hizo Francisco Rodríguez Marín en sus «Quinientas comparaciones andaluzas» y hasta 70.225 pliegos a juicio de Julio Cejador.

El Tostado, también llamado Alonso de Madrigal por haber nacido en este pueblo de Ávila, o «el Abulense» por haber sido obispo de Ávila, fue considerado el máximo prodigio intelectual de su tiempo.

A los 18 años era filósofo, jurisconsulto y teólogo con tales conocimientos que a los 25 ya tenía fama de ser una de las personas más sabias en aquella España de Juan II de Castilla.

En Salamanca, donde Eugenio IV le nombró Maestrescuela de la Catedral, «llegó a hacerse dueño por sorpresa de todas las ciencias que allí se enseñaban», según recoge José María Iribarren. Cuentan que nunca olvidaba lo que leía, y recitaba de memoria pasajes enteros de la Biblia y toda la «Summa Teológica» de Santo Tomás de Aquino.

Su juventud, su fama y su sabiduría despertaron envidias de otros que le acusaron de hereje, y fue llamado por esta causa a Roma. «El Tostado» escribió un «Defensorio» en el que mostró su erudición, asombrando al Papa y a cuantos le oyeron.

José de Vieira y Clavijo, en su «Elogio de don Alonso Tostado» describe cómo fue para Italia un espectáculo singular el enfrentamiento teológico entre El Tostado y Juan de Torquemada, que sostenía la acusación: «Torquemada tenía mucho de aquel ardor polémico que con su nervio y sequedad aterroriza; El Tostado, aquella luminosa amenidad y varia riqueza que persuade y agrada».

Alonso de Madrigal asistió al Concilio de Basilea y fue consejero de Juan II, el padre de Isabel la Católica, que le nombró canciller mayor y abad de la Colegiata de Valladolid, agraciándole posteriormente con el obispado de Ávila que ocupó hasta su muerte el 03 de septiembre de 1454 en la localidad de Bonilla de la Sierra, donde acostumbraba a retirarse para estudiar y escribir. Acababa de cumplir los 55 años, aunque según otros contaba sólo 40 a su muerte.

Fue tal volumen de páginas que dejó escritas que parece imposible que alguien pudiera estudiar y escribir tanto. Sus obras en latín constan de 24 tomos en folio a los que se suman otras muchas en castellano.

«Sólo el catálogo razonado de sus obras que realizó el doctor Pontano consta de dos gruesos volúmenes», señalaba ABC en 1900. No es extraño que en el habla popular aún se aplique la frase «escribir más que El Tostado (o Tostao)» para decir de alguien que trabaja más de lo normal, o indicar que una persona sabe mucho.

El Tostado, de quien dicen que era de mediana estatura, cuello ancho y cabeza voluminosa, fue sepultado en la catedral de Ávila en un magnífico mausoleo de Vasco de la Zarza, una de las joyas de Ávila. Sobre su sepulcro reza la inscripción: «Hic stupor est mundi, qui scibile discutit omne» (Éste es el asombro del mundo, que se aplicó a todo conocimiento [que se puede saber]).

El grupo de Salamanca

José de Cora incluye una referencia a Alonso de Madrigal en su «Guía de Lugo (Visible e invisible)», que acaba de publicar en la que sitúa a El Tostado en el grupo de Salamanca que habría formado junto a Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, Pedro de Munóbrega y Pedro de Ribera.

«Aunque no todos ellos son coetáneos, sí trazan líneas de conexión —estima De Cora— que les relacionarían con investigaciones de tipo ocultista, la Mesa de Salomón, el estudio de la cábala, tesoros ocultos y herejías».

Fuente

[LE}– Origen de dichos y expresiones: El baile de San Vito

13/10/2014

M. Arrizabalaga

A este mártir, que siendo un niño fue torturado en aceite hirviendo, se le invocaba en la Edad Media contra la epilepsia.

A quien se mueve sin cesar en su silla, o espera apurado para entrar en un servicio, se le dice popularmente que tiene «el baile de San Vito». Pero, ¿qué tuvo que ver con tal dicho este santo de la época de Diocleciano?

La leyenda cuenta que Vito apenas tenía siete años —doce, en otras versiones— cuando murió mártir en el año 303. Hijo, según algunos, de un rico de Sicilia llamado Hylas, y según otros, de un senador romano de Lucania, Vito fue torturado junto a su nodriza Crescencia y a su tutor Modesto, ambos cristianos, por no renegar de su fe.

«La iconografía representa al santo con una caldera al hombro, aludiendo a la muerte en aceite hirviendo que Diocleciano le había preparado como premio al haber curado a su propio hijo de unos horribles ataques epilépticos que padecía desde niño. Pero cuando todos esperaban verle morir achicharrado como un boquerón, lo que vieron fue que el santo se arremangó la capa y empezó a bailar una especie de rock-and-roll que contagió a toda la corte imperial empezando por el emperador», señala Miguel Fernández Garmón en «Con la cruz y los faroles (Origen y picaresca del dicho religioso)».

José Luis Rodríguez Plasencia, que recoge el relato de Garmón en su libro «De Tomo y Lomo», se pregunta escéptico el porqué de esa afición tan repentina del santo por el baile.

A su juicio, «más plausible es suponer que al curar la epilepsia al hijo de Diocleciano, los movimientos espasmódicos, involuntarios, desordenados, amplios y desprovistos de ritmo (semejantes a un baile alocado), que caracterizan esa enfermedad, quedaran asociados con quien logró hacerlos desaparecer y se identificaran con él en su aspecto externo o de baile».

Otros señalan que fueron las terribles convulsiones que sufrió san Vito en su martirio las que asociaron al mártir después con la enfermedad convulsiva llamada Corea o «Chorea sancti viti» (del latín Baile de San Vito), que se caracteriza por movimientos involuntarios anormales de las extremidades.

Sea como fuere, ya en la Edad Media se invocaba a San Vito contra la epilepsia y las convulsiones neurológicas.

La plaga de 1518

Con el baile de San Vito pasó a la Historia también un extraño fenómeno ocurrido en Estraburgo en julio de 1518.

Una mujer conocida como Frau Troffea comenzó a bailar sin parar en una calle de esta ciudad francesa, y así continuó sin descanso entre cuatro y seis días, mientras decenas de personas se sumaban a ella en una semana en una plaga de baile que afectó a 400 personas en un mes.

En su pico, la epidemia se cobró la vida de hasta 15 personas al día entre las que bailaban hasta la muerte. No era el primer brote compulsivo de baile en Europa.

El primero había tenido lugar en la Nochebuena de 1021 en la ciudad de Kölbigk (Alemania), y hay noticias de otras en 1237, 1247, 1278, 1374, 1438, aunque el de 1518 es el mejor documentado de esta extraña epidemia que se conoció durante siglos como «el baile de San Vito» o el «baile de la peste», entre otros numerosos nombres.

Se pensó que el origen podría estar relacionado con la ingestión de cornezuelo, que podría causar alucinaciones, pero éste produce gangrena en las extremidadesm por lo que no habrían podido bailar durante tanto tiempo.

El médico y alquimista Paracelso (1493-1541), que ya en su escrito sobre el arte de la Medicina en 1599 se refiere a las «danzas patológicas», da una peregrina explicación del origen de esta epidemia de 1518:

«Existía en cierta ocasión una mujer llamada Trofea (Die Frau Troffea) de tan singular carácter, tal orgullo y tan empecinada obstinación en contra de su marido que cada vez que éste le ordenaba cualquier cosa o la importunaba de cualquier manera, comenzaba a bailar, achacando que estaba impelida de una fuerza sobrenatural. Gestos y actitudes, saltos, gritos, contorsiones y cantinelas asustaban al marido, que inmediatamente la dejaba en paz. Y, como tal estratagema no fallaba nunca, fue adoptada por otras mujeres, siempre con el mismo éxito. Entonces el fervor popular achacó tan estupendos resultados a San Vito, pero parece que un día el Santo se enfadó y todas acabaron bailando a la fuerza».

John Waller, autor del libro «Tiempo de bailar, tiempo de morir» (Hardcover, 2008), estudió este brote de histeria colectiva y concluyó que los bailarines entraron en un estado de trance por una angustia psicológica extrema causada por el hambre, la enfermedad y las supersticiones, miedos y creencias que rodeaban a los más pobres de la sociedad de aquel entonces.

«La epidemia fue el resultado tanto de la desesperación como del temor piadoso», señaló el historiador en la BBC.

Fuente

[LE}– Origen de dichos y expresiones: Como la carabina de Ambrosio

10/10/2014

M. Arrizabalaga

Un relato cuenta la historia de un cándido labrador que se hizo salteador de caminos, pero a nadie intimidaba con su arma.

«Nada sé, amigo mío, de Ambrosio el de la carabina. Nadie hasta ahora, por mucho polvo que haya tragado en archivos y bibliotecas, dio con la partida de bautismo de aquel personaje», dice en «Un paquete de cartas…» Luis Montoto, que se lamentaba en ABC de que «mucha diligencia» había puesto en averiguar quién fue Ambrosio el de la carabina famoso, «pero todo inútil».

Aunque no cejaba en su empeño: «Quizás algún día en la Alcana de Toledo o el mal baratillo del Jueves, en Sevilla, tope con polvorosos papeles que den noticias de ese personaje».

¿Qué clase de sujeto debió ser el tal Ambrosio, cuya carabina dicen las gentes que estaba «cargada con cañamones y sin pólvora»? Ser alguien o algo la carabina de Ambrosio, o lo mismo que ésta, ha pasado a formar parte del lenguaje como ‘no servir para nada’.

En la revista Por esos Mundos (Madrid 1900) aparece una versión sobre quién inspiró este dicho: «Ambrosio fue un labriego que existió en Sevilla a principios de siglo XIX. Como las cuestiones agrícolas no marchaban bien a su antojo, decidió abandonar los aperos de labranza y dedicarse a salteador de caminos, acompañado solamente por una carabina. Pero como su candidez era proverbial en el contorno, cuantos caminantes detenía lo tomaban a broma, obligándole así a retirarse de nuevo a su lugar, maldiciendo de su carabina, a la que achacaba la culpa de imponer poco respeto a los que él asaltaba. Es éste el origen verdadero de la popular frase».

De ser cierto este relato, que recogen con recelo en sus libros Montoto, José María Iribarren o Gregorio Doval, el tal Ambrosio habría vivido antes de la fecha que reseña M.V.Z. en «Por esos mundos» porque ya en 1791 la publicación «Espíritu de los mejores diarios literarios que se publican en Europa» recogía la expresión en la frase «importa lo mismo que la carabina de Ambrosio».

Wenceslao Fernández Flores recogió esta leyenda en su novela «El bosque animado». En ella el labrador Xan de Malvís, harto de las fatigas del campo y de los pocos beneficios que de él consigue, se echa al monte para convertirse en «Fendetestas».

Junto a la carabina de Ambrosio se han forjado otras armas proverbiales, como la espada de Bernardo («que ni corta ni pincha») o el yelmo de Mambrino, con las que poco se puede hacer.

Los «calepinos»

El periodista y escritor José de Cora cuenta cómo a los diccionarios de latín se les llamaba antiguamente «calepinos», por Ambrosio Calepino, autor de uno de los que alcanzaron más fama. También se conocía por calepino al trozo de tela que servía para ajustar el proyectil a las carabinas de avancarga, continúa De Cora antes de concluir: «De ahí a que Ambrosio tuviese una carabina y fuese complicada como el latín mediaba un paso».

Fuente

[LE}– Origen de dichos y expresiones: Rita la Cantaora

07/10/2014

Mónica Arrizabalaga

La famosa cantaora de flamenco se lamentaba en 1935 de que había «vivío como una reina» y dos años antes de su muerte era «más probe que las ratas».

«Se va a levantar temprano Rita la Cantaora», «que trabaje Rita la Cantaora» o cualquiera de las versiones de este popular refrán se dicen en España desde hace un siglo porque fue entonces cuando saltó a la fama la cantaora de flamenco jerezana conocida con tal nombre. 

Rita Giménez García (1859-1937), como realmente se llamaba, debutó en Madrid en el famoso Café Romero de la calle Alcalá después de que un agente teatral la oyera cantar coplas en su Jerez Natal y la contratara para actuar con Juana la Macarrona y el cantaor Antonio Ortega.

La revista «El Enano» le dedicaba en 1885 unos versos en los que destacaba su belleza y su gracia cantando, que comenzaban así: «Del pueblo andaluz señora, todo el elogio merece, que su mirar enamora, que una rosa que florece, es Rita la cantaora».

En la biografía que publicó en el Tomo XXIII del Diccionario Biográfico Español María Luisa Rovira y Jiménez de la Serna, condesa de los Andes, relata su amistad con el bailaor Patricio el Feo, que la llevó a vivir a Carabanchel Alto, y su matrimonio con el viudo Manuel González Flores, que ya entonces era padre de una hija y cuatro nietos.

«Parece ser que Rita la Cantaora se hizo muy popular en el barrio del Cerro por su gracejo jerezano y su carácter alegre y dicharachero, pletórico de frases chispeantes, que fueron envolviendo su vida en la leyenda, quedando inmortalizada en el popular dicho de «eso a Rita la Cantaora», u otros parecidos», señala la condesa de los Andes.

Estas expresiones se acuñaron, según relata Rovira y Jiménez de la Serna, «debido a su disposición para arrancarse un baile o un cante cada vez que un espectador se lo pedía, y complacer así a su público» porque Rita no sólo era una gran voz sino que también bailaba con gracia, destacando por bulerías, malagueñas y soleares.

La frase, en su origen positiva, habría degenerado en algo peyorativo por «las envidias de sus rivales» precisamente por su popularidad en los cafés de la época, añade la condesa de los Andes, a la que le interesan «los orígenes del flamenco y el último tercio del siglo XIX y primer tercio del siglo XX, justo antes de la Guerra, que se corresponde con su auge, gracias en parte a personajes como el Conde de los Andes, bisabuelo de mi marido, que lo promovieron en una época que coincide con la Dictadura de Primo de Rivera».

«No es unánime la interpretación que deriva del dicho», señala a ABC Rovira y Jiménez de la Serna, pero estas frases hechas «debieron surgir gracias a la arrolladora personalidad de la cantaora que vivía en un barrio tan castizo como Carabanchel —que entonces era un pueblo— y a lo que se unía el mundo folclórico de los cafés cantantes».

«Una viejecita simpática»

En 1935, la periodista Luisa Carnes entrevistaba para «Estampa» a la cantaora, por entonces «una viejecita simpática» que vivía consagrada al cuidado de su humilde casa y al amor de sus cuatro nietos. «Rita La Cantaora vive, olvidada, en Carabanchel Alto», denunciaba la revista tras el encuentro con esta artista que «de tan famosa, llegó a ser para la nueva generación sólo un refrán».

«He vivío como una reina y ahora soy más probe que las ratas», afirmaba Rita la Cantaora. Hacía años que había dejado de cantar en público, aunque un año antes había probado sus facultades en el Café de Magallanes junto a otras antiguas glorias, como La Coquinera o Fosforito.

«Lo del año pasao no se me orviará mientras viva. Tos los viejos reuníos. ¡Aquello! Ahora no hay más que buena vose y fandanguillos, cosa fina, pero na… Se acabó la sabiduría der cante y del baile», aseguraba Rita antes de subrayar con nostalgia: «Lo púe ser tó».

«Tuve a mi vera a muchos hombres, que me hubieran elevao… y me casé con un vorquetero de Carabanché. ¡La vía! Si uno supera er fin que le aguarda en eya, ya vivivía de otro mo» (sic), se lamentaba la cantaora que recordaba una copla de su repertorio: «Males que acarrea er tiempo, quién pudiera penetrarlos, para ponerle remedio, ante que viviera er daño».

Con el inicio de la Guerra Civil un año después, las autoridades evacuaron a los habitantes de Carabanchel a Zorita del Maestrazgo. En este pueblo de Castellón vivió sus últimos días Rita la Cantaora, hasta su muerte el 29 de junio de 1937 a los 78 años.

«Sólo recientemente Rita la Cantaora ha logrado su reconocimiento en su tierra natal dando nombre a una calle», señala la condesa de los Andes, quien se lamenta de que la vía quede «ya casi al término del municipio, en la carretera de Cortes, justo al lado del cementerio» y de que aún no le hayan dedicado placa alguna.

Fuente

[LE}– Origen de dichos y expresiones: Acabar como el Rosario de la Aurora

03/10/2014

Mónica Arrizabalaga

«El hecho pasó en más pueblos, pero el sitio donde primero ocurrió fue aquí, en Espera», señala un historiador local.

El rezo de un rosario de madrugada acabó en tal trifulca en el siglo XVIII que desde entonces parece ser que corre el dicho popular de que «esto va a acabar como el Rosario de la Aurora». «El hecho pasó en más pueblos, pero el sitio donde primero ocurrió fue aquí, en Espera», señala Manuel Garrucho Jurado, director del colegio Antonio Machado de esta localidad gaditana.

Los espereños, ironías de la Historia, no esperaron a resolver pacíficamente sus diferencias, y aquella sonada madrugada perdieron la paciencia y los estribos.

La bronca surgió por la fuerte rivalidad que existía entre las dos hermandades importantes de Espera, la de la Vera Cruz y la de las Ánimas.

«Espera era un pueblo muy religioso, y había mucha competencia entre las dos hermandades. La localidad, que tendría entonces entre 1.500 y 2.000 habitantes, estaba dividida», señala a ABC este licenciado en Historia y autor de cinco libros sobre la historia local que añade cómo «ya había antecedentes de broncas entre hermandades desde antes de 1773».

De la tensión entre las dos hermandades da cuenta Fray Baltasar de San José, un religioso jerónimo del monasterio de Bornos autor del Retablo de las Ánimas de la Iglesia de Santa María de Gracia de Espera.

Según relata Garrucho Jurado, la muerte en 1749 de un vecino de Espera miembro de las dos hermandades estaría en el origen de la bronca posterior. Al entierro de un hermano acudía tradicionalmente la hermandad con su cruz, y en éste ambas se disputaban la prioridad. La tensión entre ambas a raíz de este fallecimiento habría estallado después en el rosario de la aurora.

A ello habría contribuido también el presbítero Domingo Antonio Pérez, quien «intentó suprimir la hermandad de la Vera Cruz», continúa Garrucho.

El rosario, que por aquel entonces celebraban de madrugada ambas hermandades por separado, acabó según parece a farolazos. José María Iribarren, académico de la RAE, así lo señala en «El porqué de los dichos»:

«En Andalucía dicen: Acabará como el rosario de Espera, pueblo de la provincia de Cádiz, diócesis de Sevilla, en donde suponen acaeció la escena de los farolazos. Es muy posible que el final de los farolazos ocurriese en otros pueblos, si tenemos en cuenta que, a la hora de salir el rosario, solían andar por las calles las rondas de mozos pendencieros, y que hasta fecha reciente eran frecuentes las colisiones por motivos políticos o religiosos».

Garrucho Jurado cree que Iribarren tomó estos datos del «Florilegio o ramillete alfabético de refranes y modismos…» de José Sbarbi (1873), donde se dice que «alude a cierto choque que hubo entre los que acompañaban al rosario que en muchos pueblos, particularmente de Andalucía, se canta y lleva procesionalmente por las calles los domingos al asomar la aurora; y, tanto es así, que se cree que tuvo tan mal fin aquella contienda, que muchos suelen añadir al refrán el enunciado «que acabó a farolazos». Otros dicen: Acabará como el rosario de Espera (…) en el cual suponen se verificó aquel funesto desenlace».

La misma versión sostiene el paremiólogo sevillano Luis Montoto en «Un paquete de cartas de modismos, locuciones, frases hechas, proverbiales y familiares» (1888), donde nada se dice tampoco de la historia que señaló Juan Candil, párroco de la Iglesia de Espera a finales de los años 60.

Este sacerdote aficionado a la Historia encontró en los archivos diocesanos la nota del fallecimiento del presbítero Juan José Valverde, de 82 años. El religioso murió en 1845 por los golpes recibidos por parte de un buey que se escapó sobre la calle Caraza de Espera (la actual calle Verónica), durante la procesión de la Cofradía del Cristo de la Expiración y Nuestra Señora de la Esperanca y acometió contra varios de los feligreses, según recoge Garrucho Jurado en su artículo «El Rosario de Espera o de la Aurora» publicado en septiembre de 2013 en la web del Ayuntamiento.

A la versión de los bueyes evoca la imagen representada en un azulejo del monolito inaugurado en Espera en 2007, «aunque más parecen miuras que bueyes», añade el director del colegio Antonio Machado de Espera.

Sin embargo, el suceso de los bueyes nada tuvo que ver con el origen del dicho, según ha podido comprobar Manuel Garrucho. «El Corrector del disparate» ya recoge la expresión en 1820, un cuarto de siglo antes del incidente por el que falleció Valverde. «¿Hay necesidad de exponernos a que decida la disputa quien no la entiende, o a que se acabara, según dicen, como el rosario de Espera?», señala la revista sevillana y «La Posdata» publicada en Madrid también se refiere a ella en 1843 cuando refiere que «los ayacuchos y los hermanos de la orden mendicante tratan de establecer una compañía de servicios mutuos en la que cada cual pondrá su parte: pero como estas son heterogéneas (sic), la compañía acabará como el rosario de Espera».

La chispa que encendió la mecha

José Luis Rodríguez Plasencia en «De Tomo y Lomo» (1997) recoge otras versiones sobre el motivo que provocó la descompostura procesional:

«Según uno, fueron los quintos de aquel año, trasnochados y beodos, los que promovieron la discusión con los píos penitentes que, no tan sumisos, arremetieron contra los provocadores y organizaron la tángana que dio lugar al dicho. Otros aseguran que el causante del tumulto fue un tiesto o maceta, lanzado desde un balcón por alguien a quien los cánticos y letanías a horas tan intempestivas no agradaron en absoluto».

El autor de la «Gran Enciclopedia del Disparate» relata también una divertida versión, sobre la que no hay constancia, acerca de la sonora ventosidad que habría soltado un monaguillo y que le habría costado un soberbio puntapié en el trasero por parte del sacristán.

«El mozuelo no se arredró. Dolido por el golpe se revolvió y dio con el cirial en la cabeza del sacristán, que repelió la agresión usando la cruz procesional. Y así, unos que apoyan a éste y otros al otro, todos acabaron enzarzándose en una pelea que no parecía tener fin…».

Fuera como fuere, acabar como el Rosario de la Aurora ha llegado a nuestros días, ya sí lo recoge el Diccionario de la Real Academia, como «desbandarse descompuesta y tumultuariamente los asistentes a una reunión, por falta de acuerdo».

Fuente

[LE}– Origen de dichos y expresiones: Del tiempo de Maricastaña

23/09/2014

Mónica Arrizabalaga

Una brava gallega del s. XIV que lideró una revuelta contra el obispo de Lugo dio origen al refrán «¡Si se nos ha vuelto el tiempo de Maricastaña, cuando hablaban las calabazas (…)!», decía el licenciado de «El casamiento engañoso» de Miguel de Cervantes.

Ya a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, cuando el autor de El Quijote escribió sus «Novelas ejemplares», los tiempos de Maricastaña era una frase hecha con la que remontarse a una antiquísima época diluida en el recuerdo que quizá nunca existió… ¿O quizá sí?

El diccionario de la Lengua Española la presentaba hasta hace unos años como «personaje proverbial, símbolo de antigüedad muy remota», pero cada vez son más los investigadores que sostienen que «María Castaña» o «María Castiñeira» fue real y vivió en Galicia hace seis siglos, concretamente en el coto de Cereixa, en lo que sería el actual concejo de Puebla del Brollón (Lugo).

La «España Sagrada» del Padre Manuel Risco la menciona en el tratado 77 (Cap. I, pág. 126) por un documento del siglo XIV que se conserva en la catedral de Lugo: «El 18 de junio de 1386 María Castaña, mujer de Martín Cego, Gonzalo Cego y Alfonso Cego, confiesan haber hecho muchas injurias a la Iglesia de Lugo, y haber matado a Francisco Fernández, mayordomo del Obispo. Para satisfacción de estos delitos, hicieron donación a la Catedral de todas las heredades que tenían en el coto de Cereixa y se obligaron a pagar mil maravedíes de la moneda usual».

María Castaña «tomó parte activa en las luchas que los plebeyos libraban contra los señores feudales que querían despojarlos de sus tierras», según el autor argentino Héctor Zimmerman («Tres mil historias»), y «en una de esas guerras fue acusada de intentar dar muerte al mayordomo de un obispo —otros afirman que al propio obispo de Lugo—, con la ayuda de su marido y de sus dos cuñados».

También el «Episcopologio Lucense», de Amador López Valcárcel, menciona a comerciantes, artesanos y hacendados de la parroquia de Lugo «enfrentados al señorío episcopal, provocando episodios de especial violencia como los ocurridos en los siglos XIV y XV y que han pasado a la leyenda local a través de figuras como la popular María Castaña».

Una calle en Lugo

A mediados de los años 80, el entonces alcalde de Lugo, Vicente Quiroga, bautizó una calle con el nombre de esta brava gallega que se enfrentó al obispo Pedro López de Aguiar, pero se encontró con el rechazo de los vecinos.

«Fueron a protestar diciendo que la suya era una calle muy digna», recuerda Isidoro Rodríguez Pérez, que se encontraba entonces en el Ayuntamiento y que, intrigado, comenzó a indagar en la historia de María Castaña. «Me parecía increíble que los lucenses no conociéramos la historia de esta mujer», dice a ABC este investigador de cultura popular lucense.

En 1993 formó un grupo, junto a otros interesados en el folklore popular, llamado «María Castaña» para reivindicar esta figura histórica, y descubrió cómo el dicho llegó a Latinoamérica ya con los primeros españoles. «Debió de ser un acontecimiento muy importante este levantamiento que se produjo en Lugo para que ya en la colonización traspasase las fronteras», considera.

Recientes investigaciones sobre María Castaña apuntan la posibilidad de que no fueran los abusivos tributos del obispo los que motivaran su levantamiento. «Parece ser que era una cuestión territorial», indica Rodríguez. María Castaña apoyaba, según esta teoría, las aspiraciones portuguesas sobre esas tierras frente a Juan I de Castilla, a quien apoyaba López de Aguiar. «Cuando el obispo llegó a un acuerdo con el rey portugués, María Castaña quedó desamparada y la revuelta fracasó», continúa el investigador.

Lugo cuenta desde el año 2000 con una calle dedicada a María Castaña aunque el Diccionario de Seres Míticos gallegos aún sostiene que es un personaje ficticio basado en la leyenda celta «The Battle of the Birds» (La batalla de los pájaros) que protagoniza Auburn Mary (María de color castaño, en su traducción literal).

«También es posible que ese nombre sea tan genérico como el de Maritornes, Marizápalos, Marisabidilla, Marimacho y, por supuesto, como el de María Sarmiento, tan delgaducha y desmembrada que fue a mear y se la llevó el viento», señalaba Jaime Campmany en 1993 en ABC.

Sea como fuere, de lo que no cabe duda es de que desde los tiempos de Maricastaña ha llovido… y mucho.

Fuente

[LE}> Origen de dichos y expresiones: Todos a una, como en Fuenteovejuna

19/08/2014

Se dice esta frase cuando algo se hace en equipo, es decir, cuando varias personas se juntan para hacer una misma cosa y lo hacen colaborando entre ellos.

Como relató Lope de Vega (1562-1635), en este pueblo cordobés la gente se unió para ajusticiar al Comendador, Fernán Gómez de Guzmán, quien era muy cruel con los ciudadanos de Fuenteovejuna, de modo que un día todos los ciudadanos de este pueblo se juntaron para matarlo.

Cuando llegó un juez, enviado por los Reyes Católicos, investigó quien había sido el culpable y preguntó: “Quien mató al Comendador?», y la respuesta que se hizo fue: “Fuenteovejuna, señor”.

De modo que todos los ciudadanos fueron considerados inocentes puesto que no era posible condenar a prisión a tantos ciudadanos al mismo tiempo.

Fuente

[LE}– Origen de dichos y expresiones: Eres más tonto que Abundio

22/09/2014

M. Arrizabalaga

Hay distintas hipótesis sobre el personaje que da origen a ese dicho, desde un campesino cordobés o navarro a un capitán de fragata.

A los más de 600 españoles que se llaman Abundio a buen seguro que no les hace ninguna gracia el dicho popular «ser más tonto que Abundio». Entre los miles de nombres que existen, ¿por qué tuvo que tocar el suyo? ¿Quién fue ese Abundio que les colgó el sambenito?, pensarán.

De Abundio dicen «que vendió los zapatos para comprarse los cordones», «que vendió el coche para comprar gasolina», «que vendió la vaca para comprar leche» o «que fue a vendimiar y se llevó uvas de postre». Así ha caído para muchos el nombre de origen latino que significa «abundante», «desbordante» o «copioso» y que llevaron diversos santos de la Iglesia Católica.

En España el nombre gozó de popularidad debido al culto a san Abundio, un presbítero cordobés martirizado por los árabes en el año 854 cuya fiesta se celebra el 11 de julio. Hay quien cuenta que este mismo santo estaría en el origen del dicho ya que hasta en once ocasiones le ofrecieron los musulmanes desdecirse de sus supuestas injurias al Corán, pero sin éxito.

En la misma Córdoba sitúa Pancracio Celdrán a otro Abundio susceptible de haber popularizado el refrán. En «El gran libro de los insultos» señala que, al , «el personaje existió entre los siglos XVII y XVIII en Córdoba, donde protagonizaría alguna solemne tontería».

A este Abundio se le achaca el haber pretendido regar un cortijo «con el solo chorrillo de la verga», es decir, con apenas agua. «Acaso nos encontremos ante el precursor del riego por goteo, y debiéramos levantarle un monumento», dice Celdrán, aunque «en su día pasó por loco insigne, diciéndose hoy de quien da muestras de imbecilidad que es «más tonto que Abundio, que en una carrera en la que corría él sólo llegó el segundo»».

José María Iribarren menciona en «El porqué de los dichos» a un Abundio navarro «que cuando iba a vendimiar se llevaba uvas para postre» del que cuentan que «una tarde de estío los dueños de una huerta le mandaron al pueblo por bolados y, a la vuelta, para que no se le calentasen los azucarillos, sumergía la cesta en las acequias del trayecto».

Otros apuntan, sin embargo, a un capitán de fragata llamado al parecer Abundio Martínez de Soria, que habría nacido en 1848.

Cuentan que, en 1898, en la guerra de Filipinas, se encontró de frente con la Armada estadounidense y, en lugar de huir, se enfrentó solo a ella, hundiendo la embarcación en su ataque. Esta supuesta hazaña, de la que no hay noticia en las hemerotecas, habría sido considerada en la Península como una tontería, dando pie al dicho.

La explicación más plausible la ofrece Roberto Faure en su «Diccionario de los nombres propios», donde constata que antiguamente fue nombre frecuente entre la gente del pueblo. «Probablemente por ser nombre considerado rústico y propio de labradores nació el famoso dicho de “Más tonto que Abundio, que cuando se fue a vendimiar se llevó uvas para el postre”».

Fuente