– XXIV –
Cuántas veces un ser en la pobreza
te ha pedido limosna, y tú, ¡inhumano!
le has dicho con insólita presteza:
«Perdóneme por hoy. Váyase, hermano».
Hambriento ha vuelto el pobre un nuevo día,
y a tu puerta llamó, mas al portero
has díchole con aire de ironía:
«Que se vaya ese pobre majadero».
Por vivir en constante ambicionar,
no has querido cumplir con tu deber,
ni comprendes, avaro, el gran placer
que siente el alma, una limosna al dar.
No has saciado la sed del egoísmo
y, por eso, en tu loca vanidad,
no conoces lo que es el Cristianismo,
ni comprendes lo que es la Caridad.
La Caridad, emanación del Cielo,
que alivia de la vida los pesares.
Practiquémosla todos y, con celo,
visitemos los míseros hogares.
La Caridad, esencia del amor,
que embellece a las almas candorosas;
la Caridad, alivio del dolor,
sendero de azucenas y de rosas.
La Caridad, lo excelso, lo sublime
que al Cielo vinculiza con la Tierra;
virtud la más grandiosa que redime
y liberta a los hombres de la guerra.
Socorre siempre al mísero infelice,
y, por lo poco que le dé tu mano,
contesta lo que ayer tu afán te dice:
«Perdóname por hoy. ¡Adiós, hermano!»
