– XXVI –
Recuerdo el bello día
que cerca de unas aguas cristalinas,
hablábamos de amor frases divinas,
henchidos de alegría.
Recuerdo aquel momento
en que los dos, cediendo a la belleza,
en las aguas mirabas la grandeza
del alto firmamento;
y yo, al querer hallar
lo bello por esencia, sólo a ti
entre las aguas cristalinas vi
como un astro rielar.
Del bosque, vagamente sentíase
el susurro en el follaje,
al agitar los vientos el ramaje,
y el eco de la fuente;
y en ritmos de armonía,
nuestras frases pletóricas de amores,
los trinos de las aves entre flores
y el encanto del día.
Cadencias delicadas
que sienten los espíritus sensibles;
efectos que en los hombres son tangibles
por almas elevadas.
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Recuerdo el Bello día
cuando ambos en la selva legendaria,
formábamos de amor una plegaria,
henchidos de alegría.
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Del éxtasis nos quita (no lo olvido)
la piedra que de un risco desprendida,
enturbió aquellas aguas. Su caída
produjo un eco de espantoso ruido.
Al ver que a ti y al cenit (cosa rara)
el agua no copiaba, con anhelo,
en pos de lo real, miraste al cielo.
Yo en pos de mi ilusión, mire a tu cara.
Mil veces, del amor en los antojos,
quedábamos absortos, sin cesar,
comprendiendo el lenguaje del mirar
que expresaban inquietos nuestros ojos.
Y en coloquios idílicos los dos,
panoramas de dichas concebimos.
En alas del querer los dos cumplimos
las leyes del amor, dadas por Dios:
Amar y ser amado, lo sublime
de la vida, lo excelso y misterioso;
amar y ser amado, lo grandioso
que del caos al mundo lo redime.
Y puro cual el alba, en un momento,
un ósculo sonó lleno de ardor.
Era de nuestras almas en amor,
que de amarse se dieron juramento…
Llegó el fatal instante de partir,
y, mirándonos llenos de tristeza,
marchamos: yo, soñando en tu belleza,
a la América en pos de un porvenir.
Tú, a esperarme en tu casa, me decías,
ambos, tal vez, de una esperanza en pos;
y, cual yo, desde lejos repetías:
«¡Soy tuya hasta la muerte! ¡¡Adiós, adiós!!».
En la ausencia pasáronse tres años
y al volver a mi patria, aquel lugar,
entusiasmado quise visitar,
hallando solamente desengaños,
Como el agua en vapores desprendida,
se fue a otra parte en nube nacarada,
a ti, ¡ingrata! que hasta mi elegida,
¡con otro joven te encontré casada!