[LE}– Palabras en busca de diccionario

05 OCT 2014

Álex Grijelmo 

Estaribel, viejuno, cotolengo, vallenato, ojiplático, cabreante, pifostio…

Miles de palabras seguirán existiendo aunque no figuren en el nuevo diccionario, que ya llega, pero casi todos hemos caído alguna vez en la calamidad de decir “esa palabra no existe”, cuando el mero hecho de haberla oído certifica lo contrario.

El lexicón académico dejará fuera muchos términos cuyo uso, sin embargo, no suena extraño. Si alguien dice “esto es cabreante” no se nos ocurrirá corregirle: “Cabreante no está en el Diccionario”, aunque no esté (que no está). Se trata de una creación legítima, igual que “ilusionante” o “escuchante” (ambas entran ahora), o “murmurante” (que sigue fuera); formas todas ellas derivadas de “cabrear”, “ilusionar”, “escuchar” y “murmurar” (y que se han llamado “participios presentes”, “participios activos” o “adjetivos verbales”).

No estarán algunas en el Diccionario, pero sí en la gramática. Porque la lengua tiene recursos creativos. Si de “anónimo” deriva “anonimato”, ¿cómo no dar validez a “seudonimato” a partir de “seudónimo”?

El idioma nos sirve para comunicarnos, y todas sus herramientas son buenas o malas en función de los interlocutores. Muchos vocablos expresan lo que tanto el emisor como el receptor entienden; y su ausencia del Diccionario no les resta eficacia.

El director del diario As, Alfredo Relaño, se refería en su periódico el 24 de agosto de 2013 al “estaribel” montado en el estadio Bernabéu (y luego desmontado) para la presentación del galés Gareth Bale.

Muchos lectores se estarán extrañando ahora al saber por estas líneas que la voz “estaribel” no ha sido bendecida por la Academia como instalación provisional que se destina a un fin perecedero: por ejemplo, los tenderetes de feria, el escenario del grupo verbenero o el tingladillo que se monta en el estadio madridista en días de fichaje. Sin embargo, otros no la habrán oído nunca, porque no ha logrado un uso muy amplio.

Han escrito “estaribel” autores como Pérez Galdós, Valle-Inclán, Luis Mateo Díez, o Juan Madrid, pero ni siquiera los significados que le otorgan todos ellos parecen coincidentes, pues el vocablo puede interpretarse en unos casos como referencia a una instalación provisional, y en otros como un lío o un embrollo.

El sentido que le dio Relaño quizás sea el más extendido, y no resultaría mala alternativa esa palabra ante el anglicismo stand que se va colando en las distintas ferias comerciales.

“Pifostio” tampoco ha entrado en el nuevo Diccionario, y sin embargo miles de lectores entenderán la oración “se montó un pifostio”. Y no figuran igualmente “trantrán” (“ese camarero trabaja al trantrán”, es decir, sin correr demasiado, dejándose llevar) o “bocachancla”, expresión inventada para definir a la persona charlatana, indiscreta, cuya boca se abre y se cierra como la chancla en su chasquido contra el pie.

Otras palabras que siguen en su busca de diccionario pueden sorprendernos también desde sus rinconcillos: “Rompesuelas” (amante del senderismo), “vallenato” (género musical colombiano), “cotolengo” (asilo), “ojiplático” (sorprendido), “escaldasono” (calientacamas, palabra ésta que tampoco ha sido recogida), “analema” (fotos hechas desde un mismo punto para reflejar el movimiento del Sol), “viejuno”…

García Márquez lamentaba en 1997 que la voz “condoliente” (el que sufre junto a otro) aún no se hubiera inventado. Y tenía razón; no estaba documentada entonces, según se verifica en los bancos de datos académicos; pero era una palabra posible. De hecho, el corpus del siglo XXI ya registra cinco usos literarios (en autores de España, Ecuador, México, Guinea y Colombia).

El Diccionario, pues, no debe ser la única referencia para criticar el empleo concreto de una palabra. También se ha de analizar si las personas a quienes nos dirigimos la entenderán o no. Y eso resulta más fácil cuando el neologismo lo forman cromosomas reconocibles. Por ejemplo, en esta expresión oída a un adolescente: “Jo, tengo la pantalla de la tableta muy dedoseada”.

Tal sentido de “tableta” ya ha sido consagrado por la Academia. El verbo “dedosear” quizás deba acreditar todavía un mayor uso. Pero se entiende de maravilla.

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[LE}– Arqueología de palabras olvidadas

2014-10-06

Amando de Miguel

Un idioma es un ser vivo.

Se nutre de neologismos, que irrumpen para designar nuevas realidades, al tiempo que se va desprendiendo de los arcaísmos que ya no sirven.

El problema reside en que muchos neologismos son inútiles, se introducen sólo por figurar, mientras que otros tantos arcaísmos se desvanecen por ignorancia.

Conviene establecer un criterio racional para que ese trasiego se realice con la mayor utilidad posible. Algunos arcaísmos merecen ser reanimados, aunque sea practicando el boca a boca.

La recuperación de viejas palabras puede equivaler al descubrimiento de pequeños tesoros ocultos. En el campo lingüístico son abundantes y no se necesita más que un instrumento sencillo: la curiosidad.

Si restauramos con cuidado objetos y muebles antiguos, no se entiende por qué no vamos a hacer lo mismo con algunas palabras o giros que utilizaban nuestros mayores.

En esta seccioncilla he dedicado mucho espacio y tiempo a la labor de demolición de algunos neologismos del politiqués. Me voy a concentrar ahora en una labor complementaria y constructiva: recobrar algunas voces del pasado.

No se trata del mero gusto por lo antiguo, sino de las voces lamentablemente perdidas que pueden ser de utilidad. No voy a pretender que los libertarios jóvenes se familiaricen con la palabra mancera (= el mango del arado), para mí muy noble pero perfectamente prescindible. Ya nadie ara a mano.

Otras veces serán palabras en desuso, pero que algunos las seguimos utilizando, más aún nuestros hermanos del otro lado del charco. Creo que sólo Federico Jiménez Losantos y yo recurrimos en España al hermoso vocablo dizque, concentración de la expresión dicen que, pero con un aire irónico.

Tengo leído que mis colegas mexicanos recurren a tal arcaísmo con toda naturalidad.

A la tríada famosa de «limpia, fija y da esplendor» de los académicos, habría que añadir otras varias operaciones con el prefijo re-: recuperar, rehabilitar, reconstruir, restaurar, remodelar, refinar.

Incluso la admisión de algunos neologismos debería pasar por tales operaciones reconstituyentes. Solo así se puede justificar el título de esta seccioncilla: «La lengua viva».

Solicito un esfuerzo adicional a los libertarios curiosos y pertinentes para que me envíen propuestas de palabras olvidadas, arrumbadas en la memoria colectiva o reducidas a un círculo familiar o local. La condición es que sean expresivas y válidas para el tráfico actual. Serán recibidas con alegría y tratadas con mimo en esta Academia Real Española.

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[LE}– Las personas mayores hablan mejor español que la gente joven

28/06/2014

Así lo revela un estudio en el que han participado 200.000 hablantes nativos de español, de 131 países

Un estudio sobre el grado de conocimiento del vocabulario español realizado por el centro de investigación vasco Basque Center on Cognition, Brain and Language (BCBL) y la Universidad de Gante (Bélgica) a través de un test, ha revelado que los hispanohablantes mayores conocen más palabras que los jóvenes, y que el conocimiento del lenguaje varía dependiendo del sexo.

La investigación —liderada en el BCBL por el investigador Jon Andoni Duñabeitia y Manuel Carreiras, director de la entidad, y el equipo de Marc Brysbaert en la Universidad de Gante—, se hizo mediante un test que podía realizarse en el sitio web, y que cumplimentaron 200.000 hablantes nativos de español de 131 países diferentes.

Estas cifras hacen de este estudio uno de los mayores realizado hasta ahora sobre este tema, siendo España el país que registró una mayor participación, seguido de Perú, México, Argentina y Colombia.

La prueba consiste en una sucesión de palabras, de las que el 80% son verdaderas (seleccionadas aleatoriamente de una base de más de 50.000 términos del español) y el 20% restante, inventadas, pero similares a otras existentes.

Los participantes tenían que decidir cuáles eran reales y cuáles falsas, y en menos de 5 minutos obtenían una calificación, en forma de porcentaje, de su conocimiento del vocabulario del español.

Del análisis de los resultados logrados por los participantes se desprende que los hispanohablantes de entre 15 y 24 años conocen como media un 60% de las palabras del español, mientras que entre los que tienen de 55 a 64 años, la media se situaba en un 75%.

Para Jon Andoni Duñabeitia de BCBL, estos datos sugieren que «la capacidad de adquirir palabras nuevas no desaparece con la edad, y que los hablantes de una lengua ven cómo su vocabulario aumenta en función de su experiencia con ella», lo que el investigador atribuye a que «las personas mayores han tenido un mayor tiempo de contacto con su idioma, y por tanto más tiempo para aprender palabras nuevas».

Este patrón se repite en otras lenguas, como el inglés y el holandés, según estudios previos realizados por la Universidad de Gante, «un hallazgo asombroso y revelador», en palabras de Duñabeitia, que apuntaría que hay un cierto grado de coherencia interna en la cultura europea respecto al vocabulario conocido por jóvenes y mayores, y por hombres y mujeres.

Diferencia por sexos

En lo que se refiere al dominio del lenguaje por sexos, aunque la puntuación media obtenida por mujeres y hombres hablantes nativos de español fue muy similar (67% y 68%, respectivamente) el estudio ha revelado diferencias entre el vocabulario que conocen los primeros y las segundas.

Así, los participantes masculinos mostraron un mayor conocimiento de términos relacionados con los deportes, los vehículos, la Física y la química, mientras que las féminas sabían más palabras relativas a ropa, Medicina, jardinería y botánica. Vocablos como ‘drapeado’, ‘asténico’ o ‘dismenorrea’ eran conocidos por el 70% de las mujeres, frente a menos del 50% de los hombres.

Sin embargo, más del 65% de los participantes varones manejaban términos deportivos como ‘testarazo’ o ‘driblar’ con los que sólo estaban familiarizadas menos de la mitad de las féminas.

Para Duñabeitia, «estos datos apuntan que la experiencia directa de las personas con ciertos campos moldea su conocimiento léxico, y que el conocimiento experiencial es diferente entre hombres y mujeres», lo que en su opinión podría ser consecuencia de “diferencias más profundas, arraigadas en la sociedad”.

Asimismo, los resultados de decenas de miles de hispanohablantes con el español como lengua materna han ofrecido multitud de datos sobre tiempos de reacción y grupos sociológicos en relación con el idioma, que los investigadores del BCBL analizarán en profundidad como base para diversas investigaciones científicas, que tendrán entre sus objetivos desarrollar modelos informáticos que emulen el lenguaje humano.

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