[LE}– Palabras precisas: suripanta, farfolla, pelafustán

2014-11-04

Amando de Miguel 

José Luis García Valdecantos alude a la magnífica expresión «se jodió la marrana» para indicar disgusto o contrariedad cuando se echa a perder un asunto.

Don José Luis precisa que no se trata de una frase obscena y graciosa, ya que la marrana es aquí el eje de la noria. Se trata de una rotura que debía de ocasionar graves trastornos a los campesinos de antes. Hoy nadie sabe qué sea eso de la marrana, ni siquiera la noria movida por un paciente borrico.

Hablando de obscenidades graciosas, don José Luis propone revitalizar dos viejas palabras:

Sicalipsis (= referido a lo pornográfico, erótico o picante, principalmente de un espectáculo), y

Suripanta (= corista, putilla, normalmente relacionada con un espectáculo erótico).

Son dos voces que se inventaron hace más de un siglo, precisamente para referirse a la nueva realidad de entonces: los espectáculos eróticos para caballeros. Hoy son tan comunes que ya no necesitan términos un tanto secretos o pícaros. Me remito a mi libro «El sexo de nuestros abuelos» para una exposición del carácter sicalíptico de las suripantas.

Don José Luis opina que deberíamos sacar más partido de la palabra farfolla. Es la hoja que cubre la mazorca de maíz y, por extensión, algo inútil, insustancial.

Un pariente es farfulla (= algo confuso, engorroso). Está claro el sentido onomatopéyico del sonido repetido <f>.

Otro término reivindicado por don José Luis es pelafustán. Se dice también pelagatos, referido de forma despectiva a una persona insignificante, anodina, mediocre. Me parece que son descripciones útiles.

Ángel Fajardo me envía una lista larguísima de palabras olvidadas, que habría que poner otra vez en circulación. Antes de proceder a esa labor redentora, tendríamos que explorar por qué se han ido arrinconando. Veamos algunas:

— Alacena: armario de la cocina o comedor para guardar alimentos y utensilios de cocina. Ha sido sustituida por el frigo y los varios muebles y cajones que existen en las cocinas actuales. Ya no hay lugar para la fresquera, un armario con respiradero exterior para conservar frescos los alimentos.

— Lumbre: fuego de la cocina o la chimenea. En su día se asoció a la función de cocinar o calentar la comida, hoy superada por otros procedimientos. También es el dispositivo para encender un cigarrillo, una pipa o un puro, más allá de las cerillas.

Por cierto, las cerillas ya no son de papel encerado. El fuego de la chimenea proporciona un sentimiento de intimidad, pero su uso ha decaído mucho. El presidente de los Estados Unidos se deja fotografiar junto a sus nobles invitados delante de la chimenea de la Casa Blanca, pero ya ni se enciende, supongo que por estúpidas razones de seguridad.

Almorzada 1: medida de capacidad, la que cabe aproximadamente en el hueco de las dos manos juntas. Se trata de una medida tan poco precisa que ha perdido vigencia. Pasa lo mismo con 

— Jeme (= distancia entre el pulgar y el índice con la mano extendida). Nadie se acuerda ya de la pulgada (una duodécima parte del pie, unos 2,5 cm.). Equivale a la distancia que abarca la primera falange del dedo pulgar.

Por cierto, se llamaba así porque servía para matar pulgas. Hoy ha descubierto una nueva función: marcar el teclado de los teléfonos celulares.

(1) NotaCMP.- En El Paso decíamos almozada.

Fuente

[LE}– Polisemia

04-06-14

Amando de Miguel

No hay nada más divertido que jugar con las palabras: todos ganan.

José Luis García-Valdecantos recuerda que la polisemia, ese gran entretenimiento, también alcanza al inglés. Así, el famoso cuento «El asno de oro», de Apuleyo, no se tradujo como donkey sino como ass, que parece más culto, pero que también indica el trasero.

Añade don José Luis que una cosa es la polisemia y otra la invención caprichosa de nuevos significados. Aduce este titular de El Mundo: «No se ha producido la abstención que preconizaban las encuestas». (De paso digo que en esta misma página, antes de las elecciones, yo advertí que podía darse el caso de la «profecía autoderrotante» y que la abstención no caería como se venía diciendo). ¡Con lo fácil que hubiera sido escribir que las encuestas pronosticaban, predecían, preveían o auguraban! Cierto es, las encuestas no pueden preconizar nada. Aunque a veces preconizan o encomian indirectamente cuando se levantan para agradar al cliente o al medio donde se publican.

David Sequeira hace un loable ejercicio de imaginación al utilizar las repeticiones como motivo retórico. Así, «vivir la vida, sentir un sentimiento, aprender el aprendizaje, recordar el recuerdo». Añado que es ingenioso el ingeniero o socialista el sociólogo.

Luis Cáceres, a propósito de los «cuartos de baño sin baño», amplía la lista: «caballeros sin caballo, mecheros sin mecha, braseros sin brasas, neveras sin nieve, plumeros sin plumas, plumillas sin pluma». Es una estupenda ilustración de cómo las palabras se desprenden de la imagen original y adquieren vida propia. Se podrían añadir muchas más: coches sin caballos, cafés sin cafeína, profesores que no profesan, tejados sin tejas, carteras sin cartas, bomberos sin bombas.

Ignacio Frías me recuerda la riqueza léxica de las letrinas: «trono, retrete, excusado, garita, jardín, tigre, ciento, felipe». (Las dos últimas versiones son de Cataluña, por la guerra de 1714). Se podría añadir: aseo, servicios, lavabo, wáter, urinario, evacuatorio, w. c.

Fuente

[LE}– Curiosidades estadísticas de las palabras

23-03-13

A. de Miguel

  • El término arte es masculino en singular y femenino en plural.
  • En la voz centrifugados todas las letras son diferentes y ninguna se repite.
  • El número cinco tiene cinco letras, coincidencia que no se registra en ningún otro número.
  • La palabra corrección tiene dos letras dobles.
  • Las voces ecuatorianos y aeronáuticos poseen las mismas letras pero en orden diferente.
  • Con 23 letras, la palabra electroencefalografista es la que tiene más letras del diccionario.
  • La voz estuve contiene cuatro letras consecutivas por orden alfabético (s, t, u, v).
  • Con nueve letras, la palabra menstrual es la más larga con sólo dos sílabas.
  • El vocablo pedigüeñería es un prodigio ortográfico: tiene la virgulilla de la ñ, la diéresis de la u, y la tilde del acento en la i.
  • La voz reconocer es un palíndromo, es decir, se lee lo mismo de izquierda a derecha que al revés.
  • La palabra euforia tiene las cinco vocales.
  • El término argentino puede combinar las letras de otra forma y dar ignorante.
  • Dificilísimo contiene cinco íes.

Fuente: Libertad Digital

[*Opino}– El cuidado de las palabras

27-02-12

Carlos M. Padrón

El que copio más abajo es un artículo que deberían leer y asimilar quienes hablan como les parece, con total descuido, y escriben con total irrespeto por el lector, alegando muchas veces el manido «Tú sabes lo que quiero decir».

Son ésos para quienes parecen no existir los signos de puntuación, excepto los puntos suspensivos, y todas las frases las terminan con ellos en una procesión de aparentes «gotas» que, generalmente, reflejan la falta de estructura que tienen en su pensamiento y en su forma de proceder.

Siendo como son tan importantes las palabras, está claro que merecen un trato acorde, según explica muy bien el artículo que sigue.

***

24 de febrero de 2012

El cuidado de las palabras

Ángel Gabilondo

“Son sólo palabras”. De este modo parecemos despachar el asunto anunciando (por cierto, con palabras) que ellas son secundarias.

Pero no estará de más detenernos ante tanta contundencia y desatención para con su importancia.

“Sólo el ser humano, entre los animales, posee la palabra. La voz es una indicación del dolor y del placer; por eso la tienen también otros animales. En cambio, la palabra existe para manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto”.

Aristóteles sitúa de este modo el asunto con todo su alcance. Somos seres de palabra, que necesitamos vivir en sociedad. Quien “no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de la ciudad, sino como una bestia o un dios”.

La palabra no es un adorno, ni un ingrediente o complemento, ni un sustitutivo de lo que existe; es real y crea realidad. Produce efectos. Las palabras hacen, las palabras dicen, y decir es más que hablar.

Baste esta indicación para subrayar hasta qué punto es decisivo que cuidemos nuestras palabras.

No hay cuidado de uno mismo sin cuidado del lenguaje. Es sintomático y delator que no falten quienes estiman que eso no es determinante, y con ello no sólo se descuidan a sí mismos sino que descuidan a los otros.

Su insensibilidad para el detalle de lo que dicen, y de cómo lo dicen, suele ir acompañada, en ocasiones, de una gran atención por lo que se les dicen o por lo que se dice de ellos.

En definitiva, si bien una buena educación no se agota en el modo de utilizar el lenguaje, ha de excluir ciertos modos de hablar.

Resulta desconcertante a primera vista que Sócrates, al referirse a Teeteto, tras dudar de su aspecto y, sin embargo, gozar con lo que dice y cómo, afirme que “quien habla bien es una bella y excelente persona”.

Ello confirma que tal hablar no se reduce a la forma de expresarse, importante en todo caso, sino que requiere capacidad de argumentar, de componer el discurso, y la manera de vivirlo, porque, efectivamente, decimos con nuestro modo de vivir.

“El verdadero ser del hombre es su obrar”, señala Hegel. Éste es nuestro auténtico decir.

La verdadera mentira, lo que encierra una paradoja, no es que digamos lo contrario de lo que pensamos, es que vivamos lo contrario de lo que decimos.

El buen decir, la verdadera palabra, es nuestra forma de vida. Por eso se insiste en que lo difícil es ser bello por la forma de vivir.

Y por eso admiramos a quienes dicen lo que piensan, piensan lo que dicen, y hacen y viven lo que piensan y dicen.

Y en esto también una palabra desajustada introduce una suerte de injusticia en el mundo, ya que el descuido desconsidera la virtud de la justicia que “consiste en la apreciación de lo justo”. De nuevo, Aristóteles.

Todo ello no evita la sospecha de que la palabra es poder, y puede ejercerse, asimismo, con poder, como poder y como dominio, como arma arrojadiza, como fuerza de silenciamiento, como arrogancia de superioridad, como una forma de expansión del saber imperante.

Un adjetivo puede hacer un daño sustantivo, comportarse como una acción y producir efectos. De ahí la necesaria responsabilidad.

Pero, en todo caso, estas consideraciones no impiden reconocer que, precisamente el conocimiento y cuidado de la palabra, es también un arma de libertad.

Amar las palabras, sentir su fuerza y su pasión, reconocer su capacidad de relación, lo que nos ofrecen, entregan y transmiten, es clave para una buena educación, que siempre incluye hablar, leer y escribir adecuadamente, con justeza, con justicia.

El descuido y la desconsideración con las palabras, emboscados de supuesta franqueza, denotan insensibilidad e impaciencia, y destilan falsa eficacia y abrupta “sinceridad”.

Ello afecta de modo radical al pensamiento minucioso y detallista, sencillo, que no es una forma simple de pensamiento, sino que es un modo sutil, un modo de pensar efectivamente.

La gramática, que incluye la sintaxis, o el diccionario, que incorpora el léxico, no son normas vacías para eruditos, sino posibilidades de pensamiento, de experiencias, cauces de comunicación y de libertad, espacios para el encuentro y la creación.

Y, sobre todo, nuestras declaraciones, conversaciones y manifestaciones. Constituidos como seres humanos, somos seres de palabra.

Fuente: El País