[*Opino}– España y el problema ahora atribuido al gap generacional

o6-08-12

Carlos M. Padrón

Por mis experiencias al respecto, y después de leer la serie de artículos de César Vidal sobre Las razones de una diferencia —la que existe entre España y otros países—, me atrevo a preguntar por qué en países como Inglaterra o Alemania, por sólo mencionar dos, no se ha dado el fenómeno generacional descrito en el artículo que sigue; no al menos en la magnitud que sí se ha dado en España.

Deduzco que si en España resultó así, no fue por el afán de ahorro y de vida espartana de los españoles que ahora están en sus 70 años o más, sino porque éstos se vieron obligados a vivir de esa manera ya que España quedó en la ruina después de la Guerra Civil. De no haber sido así se habría impuesto lo de que el deporte nacional español es la envidia, y habría ocurrido lo que ésta provocó después, cuando llegaron los años de las —ahora sabemos que falsas— vacas gordas.

Tampoco he visto que en otros países europeos haya tantas víctimas de las hipotecas prime, subprime, sub-subprime y demás, concedidas no sólo para comprar vivienda sino también nevera, lavadora, secadora, microondas, automóviles y otros artículos que, si bien se mira, no son de primera necesidad, aunque sí muy útiles, si no imprescindibles, para aparentar.

También César Vidal toca el punto de la versión que en España se le tiene al trabajo, algo que también comprobé durante mi estancia en ese país, al igual que lo han comprobado otros excompañeros de IBM que viven allá.

Pero un buen ejemplo de esto —y que corrobora lo que, en relación a «mancharse las manos» menciono a continuación—es lo siguiente.

En una visita que en 1985 hice a Londres me llamó la atención el aspecto, el vestuario y el afán de trabajo que se notaba en cuatro obreros, aparentemente ingleses, que, en plena calle, trataban de arreglar una alcantarilla. Estaban sucios, con ropas raídas y rotas, y con sus manos llenas de sabañones, pero fajados sin descanso como si tuvieran una lucha contra el tiempo.

Cuando después de esta visita fui a Madrid no pude menos que reparar en seis obreros que, también en plena calle, estaban haciendo lo mismo: arreglar una alcantarilla.

Pero éstos, a diferencia de los de Londres, estaban casi de punto en blanco, con monos/overoles/bragas (el nombre depende del país) limpísimas, si se toma en cuenta con qué estaban trabajando, y, mientras tres movían los picos y palas casi a paso de tortuga, los otros tres, sentados en bancos de plástico que seguramente habían traído al efecto, y fumando, miraban a sus compañeros y hacían chistes con ellos.

Después de un rato —pues me quedé viéndolos sin dar crédito a mis ojos— los grupos se alternaron, pero todo siguió igual: mientras tres trabajaban con visible pereza y falta de entusiasmo, los otros tres, cómodamente sentados, fumaban y hablaban con los tres de los picos y las palas.

Lo que sigue —y que copio entre comilla latinas, o sea, « y »— es el extracto de un comentario que un visitante español, que se identifica como Ricardo Martínez, residente en Reino Unido, puso el 23/06/2012 en el artículo «La generación que construyó España», artículo que, como ya dicho, copio íntegro más abajo.

«Yo nací en el 61 y llevo fuera de España desde el 89. Esto me ha dado una posición privilegiada al poder observar desde fuera el progreso del país. Durante los primeros diez o quince años el progreso era notable, y era algo que me ponía orgulloso, aunque nunca he sido un gran nacionalista.

Desde que estoy fuera he vuelto a España cada año a visitar a mi familia y amigos, y cada año yo flipaba mas, pues caminando por las calles de Zaragoza —ciudad en la que nací—, yo veía que había más BMW, Audi, VolksWagen y Mercedes que aquí. Y me preguntaba de dónde salía toda esa riqueza, todo ese dinero.

Aunque algo tiene, no se puede decir que Zaragoza sea una ciudad que tenga una industria enorme o potente, o un turismo o una actividad de servicios notable y determinada que pueda justificar semejante despliego de ‘riqueza’. A ver [….] a lo largo de los años para mí estaba claro que la gente estaba viviendo muy por encima de sus posibilidades. Y si el vecino conduce un no-sé-qué, pues yo conduzco el-no-sé-qué-plus-x que tiene más prestaciones.

El ejemplo de esos ‘expertos enólogos’ me ha encantado pues es la pura realidad y, para mí, el colmo de la gilipollez.

En la TV de Reino Unido pasaron un programa en el que le echaran tinte alimentario a vino blanco sólo para darle color de tinto, y de los diez ‘expertos’ que lo probaron sólo uno notó que había algo raro con aquel. Los demás empezaron con las típicas tonterías de los frutos del bosque, la mantequilla y el roble, describiendo los distintos aromas y cualidades del vino.

O el tema de los inmigrantes. «Mira tú, se están llevando los mejores trabajos». ¿Ah, sí? Es posible que haya algunos que hayan venido a chupar de la teta, pero estoy seguro de que la mayoría lo único que querían era trabajar y ganarse el sueldo honestamente, y venían a hacer esos trabajos que los españolitos no hacían por eran muy finos para mancharse las manos. ¿O no?».

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11/03/2012

Fernando Sánchez Salinero

La generación que construyó España

“¿Quiénes son los pobres? Los nietos de los ricos”. Aforismo castellano

Cuando analizas lo que ocurre en una empresa o una sociedad, debes buscar las causas que provocan su situación, porque sólo trabajando sobre las causas, puedes cambiar los efectos.

Y no tengo ninguna duda de que una de las principales causas de la prosperidad que vivimos en los años pasados fue la actitud de la generación de nuestros padres; y una de las principales causas de la crisis, es haber perdido esa actitud.

Recuerdo que, hace años, un empresario brillante que viajó a China para hacer negocios, me comentaba: “China va a ser imparable. Cuando llegas allí el ambiente te recuerda la España de los años ’70s. Todo el mundo quiere trabajar mucho, ahorrar, comprarse su casa, su coche, que sus hijos vayan a la universidad… Cuando una generación está así centrada, no hay quien la pare”.

Este pensamiento me hizo reflexionar entonces, y me ha vuelto a la memoria al contemplar a las tres generaciones que convivimos.

Mis padres tienen en torno a 70 años, y siempre han sido un ejemplo de trabajo, honradez, austeridad, previsión y generosidad. Pertenecen a una generación que, como dice mi padre, les tocó el peor cambio: de jóvenes trabajaron para sus padres, y de casados para sus hijos.

Son gente que veían el trabajo como una oportunidad de progresar, como algo que les abría a un futuro mejor, y se entregaron a ello en condiciones muy difíciles.

Son una generación que compraba las cosas cuando podía, y del nivel que se podía permitir; que no pedía prestado sino por estricta necesidad; que pagaban sus facturas con celo, y ahorraban un poco “por si pasaba algo”; que gastaban en ropa y lujos lo que la prudencia les dictaba; y se bañaban en ríos cercanos, disfrutando de tortillas de patata y embutidos, en domingos veraniegos de familia y amigos.

Y tan sensatos, prudentes y trabajadores fueron, que constituyeron casi todas las empresas que hoy conocemos, y que dan trabajo a la mayoría de los españoles.

Sabían que el esfuerzo tenía recompensa, y la honradez formaba parte del patrimonio de cada familia. Se podía ser pobre, pero nunca dejar de ser honrado.

La democracia significaba libertad y posibilidades, y seguir viviendo en armonía y respeto. Y cometieron los dos peores errores imputables a esa generación:

  1. “Que mis hijos no trabajen tanto como trabajé yo”. Nos cargamos de un plumazo la cultura del esfuerzo y del mérito, convirtiendo el trabajo en algo a evitar.
  2. “Como tenemos unos ahorrillos, hijo, tu gasta, que para eso están tus padres”. Con lo cual mi generación empezó a pensar que el dinero nacía en las cuentas corrientes de sus padres, cuentas que daban la impresión de ser inagotables, y que los Bancos eran unas fuentes inagotables de hipotecas, rehipotecas y contrarrehipotecas.

Y entonces eclosionó nuestra generación (yo soy del 67): la generación de los nuevos ricos, la generación de “los pelotazos”, del gasto continuo, de la especulación, de la ingeniería financiera, de la exhibición del derroche, la de lo quiero todo y lo quiero ya, la de “papá, dame”.

Y todos nos volvimos ricos —en apariencia—, todos nos convertimos en gastro-horteras. ¿Conocéis a alguien que se atreva a comer un bocata de chorizo? Le corren a gorrazos por paleto. Ahora hay que comer hamburguesas deconstruidas al aroma de los almendros al atardecer. ¿Y qué decir del vino? Pasamos del Don Simón con Casera, al Vega Sicilia sin fase de descompresión.

El vino ya no está “bueno”, ahora tiene matices a fruta del bosque, con un retrogusto alcohólico que adolece de un cierto punto astringente, con demasiada presencia de roble. Esto, por supuesto, a golpe de docenas de euros, que para ser un “enterao” hay que pasar por taquilla. ¡Y es que pocas cosas cuestan tanto como ocultar la ignorancia!

Somos la generación de “endeudarse para demostrar que eres rico”. Increíble pero cierto.

—¿Sólo debes 500.000 €? Es que eres un cutre. Mira, nosotros debemos ya 2.000.000 y nos están estudiando una operación por otros 2 más.

—Vosotros sí que sabéis sacar provecho al sistema… Ojalá yo algún día pueda deber esas cantidades. ¡Cuánto envidio tus préstamos!

En Alemania no daban abasto a fabricar Mercedes, Audis, y BMW para los españoles. Irrumpió Europa en nuestras vidas, y llegó en forma de mega infraestructuras que producían mega comisiones para todos los involucrados. ¡Viva el cazo! ¡Viva el yerno del Rey! ¡Que se besen los padrinos!

Además, llovían las subvenciones, nos daban una fortuna por plantar viñas y luego, a los dos años, otra fortuna por arrancarlas; que llegaba un momento en que no sabías si tenías que plantar o arrancar. A propósito, ¿qué toca este año?

Si algún “tarao” dice que hay que parar esto, se le lapida y “que no pare la fiesta”. Por supuesto que todos estamos de acuerdo en que esto es imposible que se sostenga, pero hay que empezar a recortar por el vecino, que lo mío son todo derechos esculpidos en piedra en la sacrosanta Constitución.

De la siguiente generación, mejor no hablar (lo dejaré para otro post). Ésa es la generación que, según dice el aforismo, será pobre, por ser nieta de ricos.

Si somos incapaces de volver a los valores con los que se construye una sociedad sostenible, nos hundiremos, eso sí, cargados de reivindicaciones.

En mi casa siempre he tenido un ejemplo vivo de cordura, honradez y esfuerzo; y no han sido menos felices que nosotros. Los psiquiatras, de hecho, dicen que al revés, que han sido bastante más.

Debe ser que la sencilla tortilla, el melón fresquito, comprar el sofá cuando se podía, poner las cortinas cosidas por nuestra madre con ayuda de la abuela, trabajar y echarle huevos para emprender (aunque no lo llamaban así) no debía ser mala receta.

Desde aquí quiero dar las gracias a mis padres y a toda esa generación que nos regalaron un país cojonudo, que nos hemos encargado de arruinar (entre todos, que todos hemos aplaudido la locura), y que, sólo con que nos descuidemos un poquito más, le vamos a dejar a nuestros hijos un protectorado chino, donde serán unos esclavos endeudados y tendrán unas historias legendarias sobre la prosperidad que crearon sus abuelos, empeñaron sus padres, y son incapaces de imaginar los nietos.

Estamos a tiempo de cambiarlo, pero cada vez tenemos menos. Podemos encontrar maestros en casa.

Fuente: Blog de Fernando Salinero

Cortesía de Ileana Leyba