De difuntos era el día,
cuando la altiva ciudad
a sus muertos de amistad
visita en la tumba fría.
Con fatuas ostentaciones,
las más pudientes personas
llevan cintas y coronas
a sus propios panteones.
Y todos van sin pesares,
en alas de la ilusión,
a ver el gran panteón
con sus lúgubres altares.
Ir a un sepulcro a rezar,
del pueblo no es el intento.
Todos muestran sentimiento,
mas pocos van a llorar.
La ciudad fue at cementerio,
pero henchida de alegría.
Faltaba allí la armonía
del dolor en el misterio…
Sólo una bella mujer,
de negro crespón vestida,
mostrábase entristecida
y en constante padecer.
Pues la tumba de su esposo
con sus lagrimas regaba,
y en ella se arrodillaba
en un continuo sollozo.
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Pero allí un galán la admira,
por su hermosura que hechiza.
Ella lo advierte, lo mira,
y, como con él delira,
con él cruza una sonrisa.
***
Pasa un año, ¡oh, sentimiento!
De difuntos era el día.
La viuda, toda contento,
con su esposo, el de mi cuento,
al cementerio volvía.
