[LE}– ‘Cesar’ no es ‘destituir’

30/01/2014

Los verbos destituir, deponer o despedir son preferibles al verbo cesar para indicar que alguien ha sido obligado a dejar su cargo o actividad.

Una persona cesa en su empleo o cargo cuando simplemente deja de desempeñarlo («Javier Solana cesó en las funciones que desempeñaba en Bruselas»); sin embargo, en muchos textos periodísticos se está extendiendo el uso transitivo de este verbo, en ejemplos como

  • «El consejo de administración de El Mundo ha cesado a Pedro J. Ramírez de sus funciones de director»,
  • «Cesado un directivo de la Marca España» o
  • «Fue cesado del cargo de seleccionador».

De acuerdo con el Diccionario Panhispánico de Dudas, el verbo cesar es intransitivo en todas sus acepciones: es el trabajador quien cesa, bien porque lo despiden o bien porque él decide poner fin a la relación laboral, por lo que para señalar que a alguien se le ha obligado a dejar su cargo lo adecuado es utilizar el verbo destituir, o, dependiendo del contexto concreto, otros alternativos como relevar, deponer o despedir.

La última Gramática Académica, aunque no censura el uso de cesar con el significado de ‘hacer que alguien cese’, indica que el verbo preferible y apropiado es destituir:

  • «El consejo de administración de El Mundo ha destituido a Pedro J. Ramírez de sus funciones de director» (o «Pedro J. Ramírez cesa como director de El Mundo),
  • «Destituido un directivo de la Marca España» o «Fue destituido del cargo de seleccionador».

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[LE}– Dos formas del verbo ‘cesar’

29-12-13

A. de Miguel

Gabriel Ter-Sakarian Arambarri admite dos formas del verbo cesar:

  1. intransitiva, «el ministro ha cesado en su cargo»;
  2. transitiva, «el ministro ha sido cesado».

Comprendo que es muy realista ese sincretismo, pero resulta confuso. Sería más claro que el verbo fuera siempre intransitivo (= dimitir) y no transitivo (= destituir).

Precisamente la confusión actual procede de que muchas destituciones se disfrazan piadosamente de dimisiones. Hipocresía es el nombre de la cosa.

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[LE}– Origen o uso de palabras, dichos y expresiones: La mujer de César…

Publio Clodio Pulcro era un general y político de la República de Roma, en el último siglo antes del nacimiento de Cristo, que pertenecía a la familia patricia de los Claudii.

Luchó al mando de la flota romana, aunque sin buenos resultados. Sus tareas políticas tampoco fueron llevadas a cabo con demasiada maestría y, por ello, es posible que el hecho más famoso de su vida sea la que viene a continaución, pero antes vale decir que el Clodio del nombre proviene de Claudio, y que él mismo lo cambió.

Este tipo, según nos cuenta el historiador Plutarco, se enamoró de Pompeya Sila, mujer de Cayo Julio César. Apuntaba alto el amigo Claudio, y ello le ponía en una situación ciertamente complicada porque, aún siendo un personaje de cierto nivel en la sociedad romana, no tenía posibilidades de acercarse a la bella Pompeya, al menos con dichas pretensiones.

Cayo Julio César también era miembro de las mejores familias romanas y, además, en aquel momento estaba por encima de todos. Se había casado con Pompeya después de la muerte de Cornelia, su anterior esposa.

El intrépido enamorado no se amilanó frente a las circunstancias, y se propuso llegar hasta la mujer del César como fuera y, si era posible, consumar su amor.

El plan fue urdido de la siguiente manera. Pompeya era la esposa del Pontifex Maximus y una de las mujeres principales de Roma, por lo que le correspondió organizar el culto y las fiestas que se llevaban a cabo en el mes de diciembre en honor a la diosa Bona Dea.

En estas fiestas sólo podían participar mujeres, estando prohibidos hasta los dibujos de hombres y animales, y el acto principal era una celebración nocturna, con vírgenes vestales y flores por doquier.

Entre estas flores no podía haber mirto, porque, según se cuenta, la diosa Bona Dea se resistió al deseo de su padre, el dios Fauno, de poseerla sexualmente, y este la castigó azotándola con ramas de mirto. Después de azotarla, se convirtió en serpiente y la poseyó.

Ya se sabe cómo son estas cosas y estas «vidas de dioses», plagadas de amantes, castigos, venganzas y cosas raras. Y tiene su gracia que, adorando a seres como éstos, con más vicios y traiciones que otra cosa, César tomara la decisión que tomó. Pero volvamos a la historia.

Andaba Pompeya en aquella noche de diciembre celebrando la festividad de la diosa, rodeada únicamente de mujeres. La fiesta se llevaba a cabo en la casa de Julio César, por ser el principal gobernante de Roma en aquel momento, y Publio Claudio Pulcro, el enamorado, se disfrazó de mujer y se coló en la fiesta para poder abordar de esta manera a Pompeya, en un momento de descuido y sin hombres ni protectores alrededor.

Un hombre disfrazado en una fiesta de mujeres es casi seguro que llama la atención, por muy bueno que sea el disfraz. Así, Claudio fue descubierto y las mujeres avisaron a los guardias que custodiaban el palacio desde fuera del mismo. Claudio pudo escapar de aquel jaleo de mujeres que gritaban y soldados que debían detener a un hombre disfrazado de mujer en un lugar lleno de mujeres y donde se suponía que, ellos, todos hombres, no podían entrar.

Es resumidas cuentas, no se sabe si escapó por habilidad propia o por lo peculiar de la situación, pero escapó. De todas formas, de poco le sirvió porque había sido reconocido.

Puesto todo esto en conocimiento de Julio César, éste repudió públicamente a su mujer. Y dirán ustedes, ¡pero si la pobre mujer no hizo nada, y todo era culpa del amigo Claudio!

En esto no falta razón, pero César entendió que había un resquicio de duda en todo aquello y que algún malpensado podría elucubrar que en realidad la mujer del César lo que buscaba era pasar un ratito con su amante, aprovechando que el César no podía estar en aquella fiesta.

Y, frente a esta posibilidad, fue cuando Julio Cayo César pronunció la famosa frase: «La mujer de César no sólo debe ser honrada, además debe parecerlo«.

A pesar de esto, César dejó claro que no tenía la menor duda sobre la inocencia de su esposa.

Dos datos adicionales: Claudio fue perdonado, y esto ocurrió el año 62 a.C.

Cortesía de Leonardo Masina

[LE}– ‘Cesar en sus ataques’, no ‘cesar sus ataques’

02/01/2013

Cesar, con el significado de ‘dejar de hacer algo’, va seguido de las preposiciones ‘en‘ (cesó en sus ataques) o de + infinitivo (cesó de atacar).

Sin embargo, en los medios de comunicación es muy frecuente encontrar oraciones como

  • «Aceptaremos la tregua después de que Israel cese sus agresiones» o
  • «La siderúrgica Corrugados cesa su actividad»,

en las que lo apropiado habría sido

  • «Aceptaremos la tregua después de que Israel cese en sus agresiones» y
  • «La siderúrgica Corrugados cesa en su actividad».

Tal como señala el Diccionario Panhispánico de Dudas, este verbo significa igualmente ‘terminarse o dejar de producirse’, de forma que también se considera adecuado escribir

  • «Cesan las agresiones de Israel» o
  • «Cesa la actividad de la siderúrgica Corrugados».

Fuente: Fundéu