[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Joaquín de Montesino

Nació en la isla de La Gomera, hijo de padres bien acomodados, y vino a Cuba muy joven, dedicándose al comercio de víveres al por mayor.

Hombre de ideas avanzadas y de claras luces, se vio envuelto en los acontecimientos políticos de 1868, acusándosele de haber interve­nido en la malograda expedición del vaporcito El Indio, por lo cual fue sentenciado a trabajos forzados en las canteras de San Lázaro.

Ya allí, sus numerosos amigos en el extranjero combinaron el medio de trasladarlo a la isla de Santo Domingo, donde se ha casado y goza de grandes simpatías, dedicándose a la agricultura, y lejos de toda ten­dencia política porque, no obstante los principios eminentemente democráticos que profesa, cree que las naciones se engrandecen y purifican, moralmente dicho, por medio de las evoluciones continua­das y pacíficas, y no por medio de los grandes trastornos sociales en que se arroja a la pelea a millares de ciudadanos que jamás se cono­cieron ni odiaron, cuando estos robustos brazos y esos valiosísimos elementos deberían emplearse en la agricultura, en la industria, en las artes y en el comercio libre y espontáneo.

Dícese con frecuencia que la Humanidad está atrasada, pero séase lo que se quiera, en medio de esas convulsiones, el mundo marcha, y las generaciones de mañana harán lo que nosotros, por malicia o por torpeza, hemos dejado de hacer en bien de la Humanidad.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Cristóbal de Castro y Madán

Este respetable hijo de las Afortunadas, a quien, por las relevantes prendas de carácter y simpatías que le adornan, dedicamos con suma satisfacción esta página, nació en la muy noble ciudad de San Cristó­bal de La Laguna (Tenerife), hijo del rico propietario D. Juan de Castro y So­ria* y de Doña Maria Madán y Lenar.

Llegó a La Habana el año de 1847 nuestro estimado comprovin­ciano, ingresando en el comercio, y poniéndose al frente de los nego­cios de la respetable casa de su señor tío, D. Julián Alfonso, rico comerciante y hacendado de la ciudad de La Habana.

Hombre ilustrado, de acrisolada honradez, cuya esmerada educación, ac­tividad y constancia en el trabajo, le han granjeado las más grandes y respetables simpatías en los altos círculos sociales de esta culta capital.

Nuestro distinguido compatriota pertenece a la antigua y noble casa solariega de Castro, en la isla de Tenerife, y a la de los maroyagis­tas de Casa Madán en la misma provincia de Canarias.

Es socio fundador de la Asociación Canaria de Beneficencia y Protección Agrícola, de La Habana, y tesorero reelecto, durante mu­chos años, de la referida corporación, contribuyendo mensualmente con la cuota más crecida para sostenimiento de la misma.

En todos los actos benéficos, altamente patrióticos, político-­civiles, en que la institución Canaria ha tomado parte, el Sr. de Castro Madán ha estado siempre a la mayor altura posible, dejando bien puesto su buen nombre, según consta en actas y en las memo­rias redactadas al efecto.

Cuando la ruidosa cuestión de las malhadadas contratas de emi­grantes colonos, 1877-79, nuestro generoso y humanitario biografiado se suscribió espontáneamente con la respetable suma de cuatro mil pesos para ayuda del rescate de sus paisanos, que hablan sido sobornados por los agentes del conde de Casa Ibáñez con falaces ofrecimientos.

La bondad de este hijo de las Afortunadas es tan grande que ja­más ha llegado a su despacho ningún comprovinciano desvalido al que él no haya atendido generosamente.

Canarios como nuestro respetable amigo el señor de Castro y Madán, bien merecen que la historia los consigne con el honroso título de «Benemérito de la Patria».

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(*) Francisco Antonio de Soria, biógrafo italiano, que nació en Massa D. Novi hacia el año 1730. Dejó escrita una obra de biografía y bibliografía, y unas memorias históricas críticas acerca de los historiadores napolitanos, y cartas a un amigo.

Juan Bautista de Soria, arquitecto italiano que nació el año de 1581 y murió en 1651. Este inteligente obrero construyó en Roma la fachada de la iglesia de la Victoria, la de la iglesia de San Carlos Catenaria, los pórticos y la fachada de San Gregorio y la iglesia de Santa Catalina de Serras, trabajos todos de gran mérito.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Jerónimo Lazo y Mendoza

Nació este inteligente hombre de espíritu mercantil en el pueblo de Hermigua, isla de La Gomera, Canarias, siendo sus honrados y laborio­sos padres don José Lazo Lemus y doña Antonia Josefa Mendoza.

 

En 1853 se trasladó a La Habana, cuando apenas contaba 14 años de edad, abrazando desde el 57 la carrera del comercio, con notable aprovechamiento.

En 1867 regresó a su país sólo por disfrutar de la grata satisfacción de ver y de estrechar entre sus brazos a su amantísima madre.

En 1868, después de su retorno a La Habana, contrajo matrimo­nio con la distinguida señorita doña Úrsula Ramos Pineda, oriunda de Canarias, de la que obtuvo cuatro hijos, habiendo pasado por el acerbo dolor de perder a dos de ellos.

En el citado año formó una sociedad mercantil que giró en esta pla­za bajo la razón social de «Lazo Galvidea y Cía.» hasta el año 78, en que se separó de los negocios habiendo experimentado en esta última década profundos quebrantos en sus intereses a causa del período de perturba­ción social por que atravesó la Isla en aquella lamentable época, y sin que, por tan rudos golpes, nuestro biografiado se acobardara para dar cum­plimiento a sus obligaciones y dejar bien sentada su inquebrantable y buena reputación, que le ha merecido el cariño y el respeto de todos, así como por su actividad, honradez y virtud nunca desmentida.

Hombre emprendedor, abrazó (1880) el negocio del tabaco en rama, en el cual continúa hasta el presente, y al que debe una posición bastante desahogada, educando con esmero a sus queridos hijos, y, como buen patricio, contribuyendo con su persona a aquellos actos en que se ha hecho necesaria su cooperación.

Fue socio fundador (1872) de la Asociación Canaria de Benefi­cencia y Protección Agrícola, habiendo desempeñado con frecuencia importantes cargos en la directiva de la misma.

Lazo pertenece al número de canarios útiles que en Cuba han contribuido al fomento de la riqueza y prosperidad, honrando tanto a su patria como a sí mismo.

En 1864 fue uno de los que con más entusiasmo contribuyeron para reunir fondos con que sostener la publicación del semanario «El Mencey», primer periódico regional canario que se imprimió en toda la América Latina.

Y, últimamente, nuestro querido comprovinciano ha sido, asimismo, uno de los generosos hijos de las Afortunadas que más se han distinguido por su amor hacia aquéllas hermosas rocas del Atlántico.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Juan Miguel Castañeda

Nació en la villa de Valverde, isla de El Hierro, la más occidental de las que forman el grupo de las Canarias.

Vino a Cuba hacia el año de 1837, en el mismo buque que conducía a sus comprovincianos Fran­cisco Pérez Delgado, A. Stanislas y Gonzalo Casañas, y desde su lle­gada a La Habana abrazó la carrera mercantil.

Hombre de luces claras, buen sentido práctico, de nobles y hon­rados sentimientos, pronto adquirió relaciones entre las casas de más crédito de la ciudad capital, estableciéndose por su cuenta y razón en la Calzada del Monte, barrio de la Ceiba.

Aquí compró el hotel denomi­nado «El Caballo Blanco», dándose a conocer como gran inteligente en el arte culinario, y viniendo a ser su establecimiento uno de los más concurridos y mejor asistidos.

Siguiendo sus aspiraciones y deseos de progresar, compró más tarde el hotel «Telégrafo», frente al parque de Colón, que reformó y elevó a la altura de los mejores de La Habana.

Luego obtuvo el de «San Luis», frente a los muelles de Luz, que conservó a muy buena altura hasta que, cansado ya el Sr. Castañeda de la vida agitada que trae consigo esa clase de trabajo, se trasladó a París al lado de su único hijo, Dr. Castañeda y Campos, que, como médico y escritor público, goza de fama universal en Europa.

Fue el Sr. Castañeda uno de los Canarios de más prestigio en La Habana, y muy estimado de sus compatriotas.

Fue uno de los fundadores de la Asociación Canaria de Beneficencia y Protección Agrícola, y uno de los miembros más entusiastas de su directiva.

Fue uno de los que, en unión del Dr. Gordillo, Juan de la Cruz —gran comerciante de víveres de La Habana—, Manuel Penichet, Cristóbal Falcón, Vicente Capote, S. Ortega, José Hernández de la Cruz, Pedro Ruiz Hernández, Sebastián Macías, Antonio y Manuel Ortega, Rafael Clavijo de Armas, Diego y Antonio Moreno, Enrique Martínez, Francis­co Mallorquín, y otros muchos, trabajaron por la conservación de «El Mencey», primer periódico regional que se publicó en América.

Después de «El Mencey», salieron a la luz «La Ilustración» y «El Mensa­jero», por Perez Carrión, «El Centinela Canario», por la valiente y bien cortada pluma de Salnerí M. Linares, «El Eco de Canarias», por los apreciables jóvenes Acosta, Domínguez Barrera y Gary, «La Revista de Canarias», por Eduardo Pineda Diaz, «Las Canarias», «Las Afortunadas», por Félix Carballo, y «El Heraldo Canario», por Acosta, todos semanarios bien escritos que dan honor a las letras Canarias.

Esos mismos notables Canarios que antes hemos nombrado fueron los que más empeño tomaron por la realización de la suscripción del Hospital de Ntra. Sra. de los Desamparados, de Santa Cruz de Tenerife, 1860-61.

En todos los actos públicos o provinciales en que la colonia tomara parte, Castañeda y Antonio González —conocido por El Maicero— figuraron siempre en primera línea.

Juan Miguel Castañeda falleció en la ciudad de París a una edad avanzadísima.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Juan Miguel Castañeda

Nació en la villa de Valverde, isla de El Hierro, la más occidental de las que forman el grupo de las Canarias.

Vino a Cuba hacia el año de 1837, en el mismo buque que conducía a sus comprovincianos Fran­cisco Pérez Delgado, A. Stanislas y Gonzalo Casañas, y desde su lle­gada a La Habana abrazó la carrera mercantil.

Hombre de luces claras, buen sentido práctico, de nobles y hon­rados sentimientos, pronto adquirió relaciones entre las casas de más crédito de la ciudad capital, estableciéndose por su cuenta y razón en la Calzada del Monte, barrio de la Ceiba.

Aquí compró el hotel denomi­nado «El Caballo Blanco», dándose a conocer como gran inteligente en el arte culinario, y viniendo a ser su establecimiento uno de los más concurridos y mejor asistidos.

Siguiendo sus aspiraciones y deseos de progresar, compró más tarde el hotel «Telégrafo», frente al parque de Colón, que reformó y elevó a la altura de los mejores de La Habana.

Luego obtuvo el de «San Luis», frente a los muelles de Luz, que conservó a muy buena altura hasta que, cansado ya el Sr. Castañeda de la vida agitada que trae consigo esa clase de trabajo, se trasladó a París al lado de su único hijo, Dr. Castañeda y Campos, que, como médico y escritor público, goza de fama universal en Europa.

Fue el Sr. Castañeda uno de los Canarios de más prestigio en La Habana, y muy estimado de sus compatriotas.

Fue uno de los fundadores de la Asociación Canaria de Beneficencia y Protección Agrícola, y uno de los miembros más entusiastas de su directiva.

Fue uno de los que, en unión del Dr. Gordillo, Juan de la Cruz —gran comerciante de víveres de La Habana—, Manuel Penichet, Cristóbal Falcón, Vicente Capote, S. Ortega, José Hernández de la Cruz, Pedro Ruiz Hernández, Sebastián Macías, Antonio y Manuel Ortega, Rafael Clavijo de Armas, Diego y Antonio Moreno, Enrique Martínez, Francis­co Mallorquín, y otros muchos, trabajaron por la conservación de «El Mencey», primer periódico regional que se publicó en América.

Después de «El Mencey», salieron a la luz «La Ilustración» y «El Mensa­jero», por Perez Carrión, «El Centinela Canario», por la valiente y bien cortada pluma de Salnerí M. Linares, «El Eco de Canarias», por los apreciables jóvenes Acosta, Domínguez Barrera y Gary, «La Revista de Canarias», por Eduardo Pineda Diaz, «Las Canarias», «Las Afortunadas», por Félix Carballo, y «El Heraldo Canario», por Acosta, todos semanarios bien escritos que dan honor a las letras Canarias.

Esos mismos notables Canarios que antes hemos nombrado fueron los que más empeño tomaron por la realización de la suscripción del Hospital de Ntra. Sra. de los Desamparados, de Santa Cruz de Tenerife, 1860-61.

En todos los actos públicos o provinciales en que la colonia tomara parte, Castañeda y Antonio González —conocido por El Maicero— figuraron siempre en primera línea.

Juan Miguel Castañeda falleció en la ciudad de París a una edad avanzadísima.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Juan Miguel Castañeda

Nació en la villa de Valverde, isla de El Hierro, la más occidental de las que forman el grupo de las Canarias.

Vino a Cuba hacia el año de 1837, en el mismo buque que conducía a sus comprovincianos Fran­cisco Pérez Delgado, A. Stanislas y Gonzalo Casañas, y desde su lle­gada a La Habana abrazó la carrera mercantil.

Hombre de luces claras, buen sentido práctico, de nobles y hon­rados sentimientos, pronto adquirió relaciones entre las casas de más crédito de la ciudad capital, estableciéndose por su cuenta y razón en la Calzada del Monte, barrio de la Ceiba.

Aquí compró el hotel denomi­nado «El Caballo Blanco», dándose a conocer como gran inteligente en el arte culinario, y viniendo a ser su establecimiento uno de los más concurridos y mejor asistidos.

Siguiendo sus aspiraciones y deseos de progresar, compró más tarde el hotel «Telégrafo», frente al parque de Colón, que reformó y elevó a la altura de los mejores de La Habana.

Luego obtuvo el de «San Luis», frente a los muelles de Luz, que conservó a muy buena altura hasta que, cansado ya el Sr. Castañeda de la vida agitada que trae consigo esa clase de trabajo, se trasladó a París al lado de su único hijo, Dr. Castañeda y Campos, que, como médico y escritor público, goza de fama universal en Europa.

Fue el Sr. Castañeda uno de los Canarios de más prestigio en La Habana, y muy estimado de sus compatriotas.

Fue uno de los fundadores de la Asociación Canaria de Beneficencia y Protección Agrícola, y uno de los miembros más entusiastas de su directiva.

Fue uno de los que, en unión del Dr. Gordillo, Juan de la Cruz —gran comerciante de víveres de La Habana—, Manuel Penichet, Cristóbal Falcón, Vicente Capote, S. Ortega, José Hernández de la Cruz, Pedro Ruiz Hernández, Sebastián Macías, Antonio y Manuel Ortega, Rafael Clavijo de Armas, Diego y Antonio Moreno, Enrique Martínez, Francis­co Mallorquín, y otros muchos, trabajaron por la conservación de «El Mencey», primer periódico regional que se publicó en América.

Después de «El Mencey», salieron a la luz «La Ilustración» y «El Mensa­jero», por Perez Carrión, «El Centinela Canario», por la valiente y bien cortada pluma de Salnerí M. Linares, «El Eco de Canarias», por los apreciables jóvenes Acosta, Domínguez Barrera y Gary, «La Revista de Canarias», por Eduardo Pineda Diaz, «Las Canarias», «Las Afortunadas», por Félix Carballo, y «El Heraldo Canario», por Acosta, todos semanarios bien escritos que dan honor a las letras Canarias.

Esos mismos notables Canarios que antes hemos nombrado fueron los que más empeño tomaron por la realización de la suscripción del Hospital de Ntra. Sra. de los Desamparados, de Santa Cruz de Tenerife, 1860-61.

En todos los actos públicos o provinciales en que la colonia tomara parte, Castañeda y Antonio González —conocido por El Maicero— figuraron siempre en primera línea.

Juan Miguel Castañeda falleció en la ciudad de París a una edad avanzadísima.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Domingo Bemel y Umpierres

Era D. Domingo Berriel, a cuya memoria consagramos estas res­petuosas líneas, natural de la isla de Lanzarote, y de las familias más nobles y acomodadas.

Vino a Cuba muy joven, estableciéndose en La Habana, luego en San José de las Lajas, y después en Güines, dedicándose al comercio de ropas.

Persona de claras luces y de una instrucción más que común, muy pronto nuestro comprovin­ciano se abrió paso entre las principales personas de la localidad, llegando a ocupar una posición social bastante desahogada y a gozar de un crédito ilimitado en la plaza mercantil de La Habana, y especialmente en la acreditada casa que llevaba por firma: «José M. Morales y Cía.».

En San José de Las Lajas contrajo desposorios con la respetable y virtuosísima señora Doña Dolores Fernández y Carballo, de cuyo ma­trimonio hubo dos hijos: el distinguido y famoso jurisconsulto Dr. D. Leopoldo Bethel y Fernández, catedrático de la Universidad de La Habana, y la Sra. Doña Clotilde, que casó con el Ldo. en Farmacia D. José Práxedes Alacán y Morales.

Algunos años después nuestro venerable amigo Berriel y Umpie­rres se retiró del comercio y se trasladó nuevamente a La Habana, donde tuvimos el honor de conocerle y tratarle muy afectuosamente; y del cual adquirimos muchas y verídicas noticias respecto a las influencias de nuestros compatriotas en el Nuevo Mundo, que luego nos han servido para la historia biográfica que estamos redactando.

El Señor Berriel y Umpierres era un hombre estudioso y po­seía una gran memoria.

El apellido Berriel y Umpierres es uno de los más antiguos de Canarias, pues data desde que Juan de Bethencourt aportó por pri­mera vez a la isla de Lanzarote.

Este ilustre hijo de las Afortunadas falleció en La Habana el 16 de marzo de 1888, a una edad avanzadísima y dejando un nombre imperecedero.

Perteneció a la Asociación Canaria de Benefi­cencia y Protección Agrícola, desde su fundación, y era altamente entusiasta para todo cuanto tendía al bien de su país en general. Tenía un corazón generoso y humanitario, y jamás llegó a sus puertas un comprovinciano desvalido, a quien él dejara de socorrer.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Francisco de Frias

Primer conde de Pozos Dulces, nació en la isla de El Hierro, una de las que forman el hermoso grupo del Archipiélago Canario.

Este ilustre personaje llegó a La Habana casi a fines del siglo XVIII, dedi­cándose al comercio con tanta inteligencia y buena suerte que pron­to se abrió paso entre las casas más acreditadas de la populosa ciudad mercantil, adquiriendo así una brillante posición social, y constituyen­do una familia cuyo histórico nombre ha pasado a la posteridad por su ilustración y notables hechos públicos en los destinos de la Gran Antilla española.

¿Qué persona medianamente instruida no ha oído hablar alguna vez de las relevantes prendas y vastísimos conocimien­tos que adornaban a D. José de Frías, segundo conde de Pozos Dul­ces, y a su respetable hermano, D. Francisco?

¿Quién no ha oído hablar del concienzudo director del periódico «El Siglo», de La Haba­na, o del fundador del pintoresco pueblo de El Vedado?

D. José y su hermano D. Francisco eran agrónomos de elevada talla y escribie­ron mucho sobre agricultura.

El primer conde de Pozos Dulces falleció en esta capital a una edad avanzada y dejando bien alto su ilustre apellido y el nombre de su inolvidable patria.

[*Otros}– Los Canarios en América / José Antonio Pérez Carrión: Juan Delgado Vera del Castillo, y Agustín de Quesada

Nació Juan Delgado Vera del Castillo, apreciable compatriota, en el año de 1809, en el pueblo de Candelaria, de la isla de Tenerife.

Muy joven emigró a Puerto Príncipe, en unión de su primo, D. Juan del Castillo, después de haber concluido el bachillerato en la Universidad Literaria de San Cristóbal de La Laguna, obteniendo brillantísimas notas en sus exámenes de curso.

En Puerto Príncipe se dedicó al comercio, adquiriendo, por su buen comportamiento, las mejores relaciones de la sociedad cama­güeyana.

En dicho punto contrajo matrimonio con la señorita Doña Belén de Castro y Agüero, perteneciente a una de las familias más distinguidas de la comarca.

Desempeñó varios e importantes cargos en la Administración. Más tarde se trasladó a la ciudad de Holguín, dedicándose nuevamente al comercio por mayor y a grandes cortes de madera en una hacienda de su propiedad.

Pero la suerte, que a veces se muestra ingrata, al querer realizar sus valiosísimos bienes para trasladarse al país natal, falleció repentinamente en 1856, desapare­ciendo su cuantioso capital entre manos extrañas, sin que sus legíti­mos herederos pudieran percibir ni un centavo.

Todo se convirtió en humo, entre el tribunal llamado Jurado de Difuntos, y las imaginarias cuentas del gran capitán, presentadas por uno de sus asociados, como lo asegura la voz pública.

No es sólo el capital de nuestro compatriota Juan Delgado Vera del Castillo, acumulado en los primeros pasos de su vida, para su descanso en el día de mañana, lo único que ha desaparecido sin que pudieran disfrutarlo sus legítimos herederos, pues la misma suerte corrió el de nuestro compatriota, D. Agustín de Quesada, a su muerte en la floreciente ciudad de Cienfuegos.

Quesada era natural de la Villa de Gáldar, y sus bienes eran valiosísi­mos y suficientes como para dar títulos nobiliarios a distintas personas.

A tristes comentarios se prestan ambas biografías en el epílogo de sus vidas, pero los dejamos al lector.