—Camarero, ponga una de calamares a la rumana.
—Perdón, señor, será a la romana.
—Irina, cariño, dile al gilipollas éste de dónde eres.
—Camarero, ponga una de calamares a la rumana.
—Perdón, señor, será a la romana.
—Irina, cariño, dile al gilipollas éste de dónde eres.
19/09/2014
Carlos M. Padrón
Totalmente de acuerdo con lo que dice el artículo que copio abajo.
A pesar que desde noviembre de 1968, cuando hice mi primer viaje a USA, he visitado este país (lo de «este» es porque al momento estoy en él) muchas más veces de lo que a primera vista me parece, y hasta viví aquí todo un año, no termino de aceptar de buen grado la bendita costumbre de la propina.
Allá por los años 80, después de haber terminado mi almuerzo en un restaurante de Manhattan, dejé el pago sobre la mesa y me dispuse a salir. Antes de llegar a la puerta, me interceptó la camarera y, con acento agrio y cara de pocos amigos, me preguntó qué había hecho ella de malo.
Desconcertado por la pregunta, que no entendí, pregunté a mi vez a qué se refería, y su respuesta me dio lástima: «Usted no dejó propina, y yo vivo de eso».
Mi primera intención fue decirle que no era mi culpa que ella hubiera aceptado vivir de propinas en vez de buscar un trabajo en el que le pagaran un salario, pero luego recordé en qué país estaba, regresé a la mesa, y añadí la propina al pago que ya había dejado allí.
El caso que me ocurrió hace apenas unos días es tal vez peor, pues con mi hija y su novio asistí a un tour de vinos en un viñedo de Napa (California), y al final nos llevaron a una especie de restaurante donde uno podía comer algo y le daban a catar los diferentes vinos de ese viñedo, en la esperanza de que, al final, uno comprara al menos una botella de alguno de ellos.
Decidí comprar una de tinto —como ya he dicho aquí, para mí el vino ha de ser tinto; todos los otros me parecen adulteraciones—, y al pagar con tarjeta de crédito no añadí la propina porque pensé en darla después en efectivo.
La cara que puso el dueño del restaurante cuando vio que no añadí la propina fue como para asustarse, y la verdad es que ese gesto no me gustó porque no se trataba de un camarero que, como dijo la del almuerzo antes mencionado, vivía de eso; se trataba del dueño del local.
Para colmo, el monto de la propina no es voluntario; nada de eso. En los tiempos del caso de la camarera era 10% del total de la factura; años después era 12%; y al momento es, que yo sepa, 15%. Es una especie de ley no escrita que, en un país que padece de legalitis, se ha de cumplir aunque nadie crea ya, si es que alguna vez lo creyó, que la propina sea para recompensar un buen servicio.
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19/09/2014
Javier Ansorena
En EE.UU. es algo tan automatizado, que a veces se olvidan de su esencia: recompensar un buen servicio.
Jimmy’s No. 43 es mi bar preferido del East Village. Es una cava oscura, con mesas apretadas y ambiente tabernario. La barra cuenta con una docena de grifos de cerveza, la especialidad de la casa, que rotan cada semana.
Si no sabes qué pedir entre los distintos tipos de lúpulos y fermentaciones, el camarero lo resuelve con una charla y la degustación de un par de variedades locales.
A un par de manzanas está el Village Pourhouse, un bar como tantos otros en este barrio: pantallas enormes con fútbol americano o béisbol, comida grasienta, tiradores con cervezas comerciales y universitarios a los gritos. La camarera no dice ni hola, abre la boca mientras mastica chicle, no presta atención a la espuma, y cuando dice el precio no mira a la cara.
Tanto ella como el camarero de Jimmy’s se llevarán su propina.
Las «tips» o la «gratuity», como aquí se llama a la propina, es algo tan incorporado a algunas transacciones comerciales, que a veces uno se olvida de su esencia: recompensar un buen servicio. Sorprende al recién llegado y al turista que la norma sea añadir dólares al precio cuando quien realiza el servicio, en muchas ocasiones, no aporta valor añadido.
¿Por qué pagar propina por servir una copa de vino? ¿O por llevarme en taxi del Flatiron a Wall Street?
La lista de ocasiones en las que se da propina no deja de crecer: al camarero, al taxista, a la peluquera, al repartidor de pizza, a la que hace las uñas, al guardarropa, a los músicos de un bar… Es el resultado de un sistema —para algunos perverso— en el que el salario de estos trabajadores, o un porcentaje importante, recae en los clientes. Sus empleadores nos endilgan esa responsabilidad.
Esta semana se ha incorporado otro grupo de trabajadores a la propina: la cadena de hoteles Marriott ha empezado a dejar un sobre en sus habitaciones con el siguiente mensaje: «Gracias por hospedarse en Marriott Hotels. Nuestro servicio de habitaciones ha disfrutado al procurarle una estancia cálida y confortable. Por favor, deje una propina si lo desea para expresar su agradecimiento por sus esfuerzos».
La palabrería se resume en un nuevo intento por traspasar al cliente el pago del salario del personal.
Acostumbrarse al sistema de propinas requiere un proceso.
Sistema injusto
Pero lo peor del asunto es que, como explica un artículo de Vox, el sistema de propinas es injusto e ineficiente, para todas las partes: los trabajadores que viven de propinas tienen más posibilidades de vivir por debajo de la línea de la pobreza que los que tienen un salario regulado (son el 12,8% frente al 6,7% en EE.UU.)
Algunos restaurantes han empezado su guerra para acabar con la práctica. Sushi Yasuda, al lado de la estación Grand Central, y Per Se, uno de los mejores restaurantes de la ciudad, son dos ejemplos en Nueva York, aunque hay casos por todo EE.UU.
Este mismo fin de semana, en la barra de algún bar, quizá me plantee la desobediencia civil a la propina.