29-06-2025
Conclusiones
Llevo semanas escribiendo estos soliloquios, y compartiéndolos con unos pocos lectores. No sé si es un acto de coraje o de necesidad. A veces pienso que escribir en soledad es una forma de hablarle al vacío con la esperanza de que el eco regrese con otro nombre. Otras, siento que estos textos no son tanto para ser leídos, sino para sostenerme —como se sostiene una vela en mitad de la niebla, aunque no alumbre mucho, aunque apenas caliente.
Me preguntan si es por desahogo, por vanidad, por fidelidad a lo que me habita. Yo no sé. Pero cada línea que dejo ir es como tender un puente hecho de hilos de voz, esperando que alguien lo cruce sin apuro, sin juicio. Tal vez para compartir silencio más que palabras.
He llegado a algunas conclusiones, pocas, y sin duda susceptibles de reforma o abandono. Porque sé de mí que lo que hoy pienso, mañana puede cambiar.
Pocas cosas sé hoy, o creo saber. Y las escribo antes de que se me extravíen.
A veces, la esperanza se disfraza de tregua: se queda en silencio, pero no se rinde.
El alma también se cansa de fingir fortaleza. Necesita pausas. Treguas. Espacios donde sentarse en la orilla del pecho y mirar sin miedo lo que ya no está.
No todo lo que se rompe se pierde. Hay fragmentos que, al volverse a mirar, se tornan más ciertos. La fragilidad también es forma de resistencia, y la ternura, ese susurro sin pretensiones, es un acto de valentía cotidiana.
Hay gestos que el tiempo no borra. Hay silencios que no son ausencia, sino presencia que no ha aprendido aún a decirse. La tristeza, a veces, no se llora: se escribe.
La esperanza no es ingenua. Es obstinada. Y cuando se camina con el corazón como brújula, el alma también escribe, aunque no sepa nombrarse.
La ternura no es un lujo. Es abrigo. Una forma de estar sin prometer eternidades, de sostener sin juicio, de mirar sin huir.
Hay nostalgias que no duelen, pero pesan. Y hay palabras que no se dicen con la boca, sino con la piel que tiembla.
Aunque no haya mapa para el alma, se camina a tientas, con la dignidad como faro y la memoria como casa.
Gracias por la paciencia de haberme leído. Ahora, por un tiempo, no sé cuánto, entraré en prudente silencio. Con un cartel en el que se lee: “Perdone las molestias. Cerrado al público por inventario y restauración”.
