05-08-2025
El boleto bajo la almohada
A ti, que te fuiste como quien se despide con el último suspiro del atardecer. Que hiciste la maleta con más preguntas que ropa, más miedos que mapas. Que te despediste con un “nos vemos pronto”, con las ojeras mojadas y chistes malos para disimular el nudo en el pescuezo.
Acá, los días siguen oliendo a mango maduro, a cafecito colado en media, a pan calentico que alguien trae sin saber que salva una mañana. Las paredes están igual de escarapeladas, pero les hemos colgado más sueños para que no se caigan del todo.
Y sí, el ventilador todavía suena como helicóptero nervioso, pero uno se acostumbra. Lo que no cambia es que Venezuela sigue queriéndote como se quiere la medallita de la virgen que se perdió en una fiesta y uno ruega que aparezca al día siguiente.
No, no te hemos borrado. Estás en el saludo del kioskero que pregunta si allá también hay empanadas de pabellón, si el queso se derrite igual, si el “quihubo” se entiende o hay que traducirlo. Estás en el que dice “mi primo vive afuera”, como si “afuera” fuese un planeta. Estás en los abuelos que no entienden los horarios de otro país, pero igual te mandan bendiciones a cualquier hora.
Sabemos que allá estás aprendiendo a vivir con reglas que no incluyen regatear en el mercado, o buscar el USB con las novelas turcas. Que allá nadie grita “¡pasajeros pa’l centro!” en la calle, ni te regalan un chiste con el vuelto. Que allá no hay ron con nombre de héroe patrio ni apagones que terminan en cuentos con velas.
Pero también sabemos que allá estás haciendo patria, hecho el zoquete, en silencio, con tu acento que se resiste a irse, con tus canciones que suenan muy fuerte los domingos, con esa manía de decir “gracias” y “por favor” aunque nadie lo espere.
Queremos que estés bien. De verdad. Que te abracen sin tanta preguntadera, que te besuqueen los cachetes y la frente, que el metro o el autobús lleguen a tiempo, que el pan no tenga más inflación que levadura. Pero también queremos que no nos olvides. Ni a tus amigos con apodos inexplicables. Ni al perro que te sigue aunque ya no vivas en la esquina. Ni al sonido de las olas diciéndote “pana, no todo se rompe”.
Guarda en tu bolsillo un boleto de regreso. Aunque sea imaginario. Aunque lo uses sólo para soñar. Por si un día te despiertas con ganas de guayaba, con nostalgia de reggaetón mal cantado en la buseta, o con el deseo inexplicable de un abrazo de esos que duran más de lo necesario.
Aquí seguimos. Con los mismos problemas y otros nuevos, pero, ya sabes, sabaneando improvisaciones. Con el humor intacto, medio desdentado pero aún mordiendo. Con ganas de verte llegar con acento mezclado y cara de “yo también pasé trabajo, vale”.
Sé que allá “no te hace falta na’, aparentemente na’”, como canta Maluma, pero sé también que ese lugar aún no ha aprendido a quererte como te quiere esta tierra. Venezuela no te exige, no te reclama, te espera. Con las luces intermitentes, pero encendidas. Te quiere con tus aciertos y tus errores, con tu acento que va mutando sin querer, con tu nostalgia pintada de logros.
Y aunque no te lo digamos siempre, queremos que tengas bajo la almohada el boleto de deseo de regreso. Por si un día el corazón se te sale del pecho pidiendo volver. Por si se te antoja el ruido de las motos sin silenciador o las peleas por quién tiene la mejor hallaca. Por si acaso, por si todo.
Regresa cuando quieras, cuando puedas. Pero, mientras tanto, deja que el recuerdo del merengón de níspero y de esta tierra te haga cosquillas en el alma.

Sol, un abrazo
Me gustaMe gusta