10-08-2025
Manual para no fallar buscando novio para la viuda
Mucha gente me busca novio. Lo hacen por razones que van desde el cariño que me tienen, hasta el genuino deseo de sacarme del ostracismo. Pero, hasta ahora, los candidatos que me ofrecen, pues, digamos, parecen soufflé de chayota y saben a carato de parcha.
No se ofendan, pero la oferta parece mezcla de yogur sin azúcar con sopa sin sal: cero sazón, y ni una pizca de travesura. Por eso, aclaro los requisitos antes de que me lancen otro espécimen con olor a aburrido. Expongo con claridad requisitos para que el “boyfriend hunting” en el que están empecinados mis amigos (que fueron amigos de mi difunto) no se convierta en un fracaso.
- No clones, gracias. Ya tuve mi porción gourmet: el difunto, modelo cinco estrellas con ojos verdes y elegancia de vals vienés. Pero ya fue. No quiero remakes ni nostalgia con patas. Que venga con sazón propia y receta inédita.
- Cero manual de uso. Nada de “¿dónde está el botón de emociones?” Si necesita instrucciones para entenderme, que se dedique a armar estanterías de Ikea. Yo soy de intuiciones, no de tutoriales.
- Debe bailar bajo la lluvia. Nada de “eso no tiene sentido”. Si llueve y me escucha decir “vamos a caminar”, que traiga paraguas y actitud. Y si nos empapamos, que prepare empanadas y descorche vino como todo caballero improvisado.
- Vacaciones estilo servilleta. Itinerarios en Excel son agresiones emocionales. Quiero mapas dibujados a mano, planes nacidos en la sobremesa y destinos que incluyan perderse a propósito.
- No se aceptan celos con fantasmas. Sí, fui feliz. Sí, hay recuerdos. No, no invito espectros a cenar. Que se acomode en el presente sin necesidad de vencer al pasado, que bastante ocupado está en ser memoria.
- Coqueta y con licencia. Uso vestidos con intención, ceja levantada con elegancia, y “buenas” que podrían ser “buenísimas”. El candidato debe saber que la coquetería no es pecado sino patrimonio emocional.
- Abrazos lentos y desorden delicioso. Nada de emociones estériles. Quiero locura con límite difuso, risas que no pidan permiso, y abrazos que se tarden en despedirse. Que me sorprenda, que no me catalogue, y que se quede si trae algo nuevo que contar.
- Debe saber que soy viuda… no momia. Mis recuerdos están enmarcados, no encadenados. Que entienda que sí, fui feliz. Pero eso no impide que lo sea otra vez, con otro guión, otro actor, y otro tipo de vino.
- Que venga con humor, no con solemnidad. Si busca una santa, que vaya a misa. Si quiere conversación con picante, baile emocional y sobremesas que deriven en aventuras, entonces que se acerque. Pero que venga sin miedo, con ganas de improvisar y sin pretensión de dominar la escena. Yo no soy perita en dulce… soy más bien postre intrigante: crujiente por fuera, sabroso por dentro y con sorpresa escondida.
- Debe tener sentido del humor… y resistencia al mío. Río fuerte, hago chistes raros y a veces me burlo del drama con elegancia venenosa. Si se ofende fácil, que pase al siguiente aviso. Se necesita alguien que se ría conmigo, incluso cuando no entienda el chiste.
- Debe saber cocinar al menos una cosa decente. No pido chef de estrella Michelin, pero sí que sepa hacer una pasta que no tenga sabor a castigo de Dante. Porque seducir el paladar también es arte, y si lo acompaña con conversación inteligente, puede que tenga cita asegurada.
- Debe tener vocación de cómplice, no de juez. Mi vida está llena de capítulos fascinantes —algunos intensos, otros absurdos— y quien se acerque no está aquí para emitir veredictos. Que se acomode en la trama, que aporte a la aventura, y que entienda que esto es novela, no juicio sumario.
Extra: Debe entender que la música no es fondo… es protagonista. Nada de “pon lo que sea” ni playlists genéricas que parecen elevador de centro comercial. Quiero que se emocione cuando suene esa canción que nos mira como si supiera algo. Que respete el silencio entre notas, que le dé play a la vida con banda sonora propia. Porque no hay historia sin ritmo ni escena sin melodía. Si no sabe qué canción nos representa… que no se preocupe: yo tengo una lista, y está llena de pasiones esperando primer acorde.
Una amiga muy querida —viuda, coqueta y con más estilo que un desfile de Milán— me contó una escena digna de comedia romántica con giro inesperado. Luego de años lidiando con el duelo como quien entrena para maratón emocional, decidió darle otra oportunidad al amor… o al menos al flirteo civilizado.
Tuvo varias “primeras citas” que no llegaron ni al calentamiento. Pero un día apareció uno con buena curva: conversador, decente en el coqueteo, con swing verbal y potencial de hit. Y así, poco a poco, fueron avanzando por las bases. Primera, segunda, tercera… hasta que llegó la gran oportunidad: bases llenas, emoción en aumento, luces tenues, expectativa a tope.
Y ahí, justo en el borde de la cama —literalmente— el caballero en cuestión se volvió clérigo. “Ya fue mala señal que se dejara las medias puestas”, me contó mi amiga.
Pero el desastre vino a seguir: el hombre puso cara solemne, bajó el tono de voz y soltó: “Perdóname, Señor, que estoy a punto de pecar”.
Silencio absoluto. Suspensión del juego. Se apagaron las luces del estadio y se guardaron los bates. Desde entonces, mi amiga no volvió a invitarlo al campo, y con razón. Le puso el apodo perfecto: “Matalibido”. Porque si algo puede acabar con la pasión en un segundo, es convertir el deseo en acto penitente.
Advertencia: Aburridos, favor abstenerse.
