23-06-2025
Soledad Morillo Belloso
Horizonte
No es una línea imaginaria. Es un pacto silencioso entre la tierra y el cielo. Un trazo que promete lo desconocido, una invitación a caminar más allá de lo que los ojos pueden ver. Es el límite que no limita, la frontera que no encierra. Es lo que aún no ha nacido, la silueta de lo que el viento aún no ha tocado.
Lo veo en la piel del mar, en la luz que se disuelve en el ocaso. Lo siento en el pulso del tiempo, en la certeza de que algo más aguarda detrás de lo visible. Se expande con cada paso. Es un juego entre lo tangible y lo infinito, una invitación a ir más allá, a desafiar el miedo, a entender que lo lejano sólo existe para ser alcanzado. O, tal vez, no.
Cuando lo toco, desaparece, no porque se niegue a ser conquistado, sino porque su naturaleza es el movimiento. No hay final en él. Sólo una historia que continúa, un viaje sin fin, una promesa que nunca deja de llamar.
Se despliega como un lienzo, una promesa suspendida en la distancia, una interrogante que se disuelve con cada paso. Hay quienes lo miran con nostalgia, creyendo que al otro lado hay respuestas. Otros lo desafían, seguros de que lo inalcanzable es una ilusión del tiempo. Y hay quienes lo contemplan sin urgencia, dejando que su misterio los envuelva, sin prisas, sin certezas.
En la brisa marina, el horizonte es un espejo líquido, un reflejo tembloroso del cielo en el mar. En el desierto, es un filo dorado, una línea que quiebra el silencio de la arena. En las montañas, es un velo de niebla, un límite que el sol desgarra cada amanecer. En la ciudad, el horizonte es de concreto y cristal, una línea quebrada por torres de hormigón y acero que se alzan como raíces invertidas, buscando el infinito. En la selva, es un caleidoscopio de verdes y sombras, una frontera de hojas que cantan con el viento. En la tundra, es un aliento helado, un suspiro de nieve que se funde con el cielo plomizo.
Nunca es el mismo, y nunca es el final. El horizonte no detiene, no encierra. Es un puente, un quizás, un punto de fuga donde la realidad se pliega y el futuro empieza. Es el alma de los viajeros, el destino de los soñadores, el último respiro de la luz antes de que la noche lo envuelva.
Cuando la luna se alza sobre él, es un reflejo de plata en la piel del mundo, una puerta abierta a los secretos de la noche. Cuando el amanecer lo acaricia, se incendia con colores imposibles, con trazos de oro y fuego que despiertan la mañana.
Y al acercarme, entiendo su verdadera naturaleza. No es un lugar al que se llega. Es una idea que me tienta, un poema inconcluso que me recuerda que siempre hay más. Mientras haya horizonte, habrá caminos por recorrer, sueños por perseguir e historias por escribir. Es la línea del porvenir, el símbolo de la inmensidad que invita a avanzar, a descubrir, a persistir.