17-06-2025
Tiempo y viento
Cuando el duelo se disuelve en la bruma, queda sólo la tierra húmeda de nuestra propia piel. Queda ese suelo donde la ausencia echó raíces y la memoria germina en formas extrañas.
La herida, al principio, es un abismo ciego, pero entre sus grietas duerme una semilla. El sol aprende a mirar distinto y las sombras ya no son sentencia.
Resurgir no es olvidar; es aprender a bailar con los espectros, es tejer con hilos de dolor una nueva piel, es desplegar alas construidas con cicatrices, y volar… aun con el peso y el dolor del ayer en las plumas.
Así es el renacimiento después del duelo. No es una negación de lo perdido; tampoco es olvido. Es un pacto acordado y firmado con la vida que continúa.
Cuando la noche del duelo cede al alba incierta, descubrimos que la piel doliente ha abierto los poros y ha aprendido a respirar. Descubrimos que los recuerdos dejan de ser hirientes puñales y se transforman en sonidos que abrazan.
El renacer no llega de golpe. No es un relámpago. No es el estruendo de un trueno. Es un goteo lento y suave de luz en las entrañas, una raíz que busca agua bajo la tierra herida, un susurro de vida que se hace música con el tiempo.
Los huesos frágiles de la tristeza se convierten en pilares de lo nuevo. El dolor deja de ser un enemigo y se vuelve arquitecto de la reconstrucción.
Caminar después del duelo es aprender a confiar en la sabiduría de los pies y a amar la sombra. Es aceptar que la ausencia es irremediable e irreversible, y que nunca se irá del todo. Pero también es saber reconocer esos amaneceres que sólo nacen tras la tormenta.
Así, poco a poco, sin olvidar, sin borrar lo vivido y entendiendo que el duelo es morir un poco, empezamos a ser la versión que surge de las cenizas. No somos los mismos después de la tormenta que es el duelo, pero tampoco somos sólo la sombra de lo perdido. Somos el fotograma de lo amado, y el guión no escrito de todo lo que aún vendrá.
Y entonces re-existimos, con el viento y la memoria como acompañantes, con el amor como superviviente de una tragedia, con la comprensión de que la vida, terca como es, siempre encuentra su camino. Eso necesito creer.
